jueves, 25 de marzo de 2010

GUADALUPE MILES Y LA BUENA FAMA DURMIENDO, DE MANUEL ALVAREZ BRAVO


MI FOTOGRAFIA PREFERIDA


Por Guadalupe Miles

Elijo esta fotografía de Manuel Alvarez Bravo porque es una imagen que está presente en mí, como una constante, una referencia.

Alvarez Bravo me resulta absolutamente simple. Simple y al mismo tiempo complejo, porque lo intuyo. No hace falta casi nada. Así lo siento en toda su obra.

El mira lo mínimo, a veces solamente la luz. Sea una leve línea que entra por una ventana, o como en este caso, el pleno sol del mediodía. La luz “es”. Luego, la suma se convierte en abstracción.

Las imágenes que crea se adelantan y siempre me muestran más allá, porque aportan una nueva visión. Nos abre un espacio que no es literal. Todo eso ve el fotógrafo, todo eso es lo que nos muestra, nos regala.

En la Buena Fama durmiendo los pocos elementos se suman a la placidez de la mujer que allí reposa, serena al sol.

La escena es real y es ficción. Es un juego. Me gusta cómo él la mira a ella. Y lo que allí se crea es inmenso, es como de un inmenso amor. Ella está posando, absolutamente distendida. Se muestra como es, y su figura es fuerte porque no hay artificio. Es ella, es la luz, es el lugar y es quien la mira. Y en ese estar detenido en el tiempo, en ese reposo, hay goce y belleza. Algo sutil, delicado y poderoso a la vez.

Aquí reside la magia y el poder del retrato, esa relación que se crea entre quien posa y quien retrata. Allí donde sucede “algo”, un algo de otro orden que se devela. La luz nos muestra, nos hace visibles.

Alvarez Bravo también crea en esta imagen una reconstrucción de la femineidad. La regeneración de ese cuerpo. En el cuerpo femenino, lo femenino en sí mismo.

La imagen me resulta familiar, la frazada en el piso, la mujer, sus rasgos, la luz. Elementos claramente de mi entorno.

Hace poco encontré la secuencia de fotos de la obra. El proceso de “construcción” de la imagen, las tomas anteriores y posteriores. Fue increíble para mí tener acceso al desarrollo de la escena. Siempre resulta interesante ese recorrido, ver cómo se llega a una imagen, ya que de algún modo lo que aparece alrededor la completa. Es como una leve sensación de felicidad y complicidad que surge al poder verla.

Carlos Fuentes, refiriéndose a la obra de Alvarez Bravo, escribió: “Sus fotografías hacen espiritual el cuerpo de la mujer. Pero también hacen físicamente visible el alma de la mujer. Es por eso que le damos las gracias, y lo miramos para siempre, mientras él, también para siempre, nos mira”. Manuel Alvarez Bravo fue un fotógrafo y artista plástico nacido en México en 1902, que vivió cien años retratando la vida de su pueblo y su gente. El encuentro y la amistad con Tina Modotti y Andrés Rivera resultaron determinantes en sus imágenes desde el punto de vista ideológico y político. Desde un principio, Alvarez Bravo buscó alejarse del pictorialismo fotográfico creando imágenes que cautivaron inmediatamente a los surrealistas. Tanto sus imágenes yuxtapuestas como la ironía constante en su discurso visual atrajeron a André Breton, padre del movimiento y quien lo invitó a crear la imagen para la portada del Catálogo de la Exposición Surrealista Internacional hecha en París en 1939.

Alvarez Bravo siempre ha nadado a contracorriente de las imágenes aceptadas y establecidas socialmente, utilizando el humor y el sarcasmo para contradecirse a él mismo y a su entorno.

ENTREVISTA A NORMA ALEANDRO


Emblema de la actuación argentina, pionera en el arte de llegar a los Oscar y ganarlos (hasta estuvo nominada a mejor actriz por un papel en inglés), con una carrera cinematográfica que incluye perlas poco recordadas y adaptaciones de Walsh y Arlt, Norma Aleandro es la actriz argentina más conocida y reconocida. Pero ese lado público e impoluto esconde otro intrigante y privado: el de la chica que se hizo expulsar de la escuela y la abandonó para siempre, la actriz que denuncia el sadismo de los profesores de teatro y la mujer que hizo terapia con LSD, entre muchas otras cosas que cuenta –antes de subir a escena en Agosto y a días de estrenar la película Paco– en esta entrevista exclusiva dada frente al espejo.

Por Juan Pablo Bertazza



“A los trece años dije basta y me hice echar del Normal 9. Yo tenía tres compañeras judías y cuando llegaba la clase semanal de religión, a ellas las mandaban a la clase de moral que, en verdad, no era una clase sino que las ponían en un corredor donde había unos bancos al lado de la vicedirección, el mismo lugar donde nos mandaban para castigarnos, y las dejaban ahí.”

Vivió la Independencia en Güemes, la tierra en armas de Leopoldo Torre Nilsson, una de sus primeras actuaciones, no bien comenzados los ‘70, y el yrigoyenismo bajo la piel de La Renga en la magnífica Los siete locos también de Nilsson; dejó registrados en celuloide los fusilamientos de José León Suárez en una versión notable y casi desconocida de Operación Masacre de Jorge Cedrón, mostró al mundo el secuestro y la apropiación de chicos durante la última dictadura militar a partir de La historia oficial de Luis Puenzo, primera ganadora nacional del Oscar a mejor película extranjera y, recientemente, volvió al tema en Andrés no quiere dormir la siesta de Daniel Bustamante, además de haber vivido el exilio en Uruguay y en España. Subió al podio del teatro argentino con obras inolvidables como La señorita de Tacna y Master Class, madrugó a la televisión argentina con Romeo y Julieta, El amor tiene cara de mujer y Cuatro mujeres para Adán, ciclos tan fundantes que hoy ni siquiera vuelve a ellos el archivo de Volver. Es la única argentina nominada a un Oscar a mejor actriz de reparto por Gaby, a true story, una de las películas que filmó en Hollywood. Participó también del cambio de guardia del cine argentino con Cama adentro de Jorge Gaggero, volvió a pisar la antesala de los Oscar con la nominación de El hijo de la novia y, trascartón, la semana que viene se estrena su última película, Paco de Diego Rafecas, que da cuenta de uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad.

Como un Zelig criollo, Norma Aleandro, sin querer queriendo, ha atravesado –con su actuación pero también con su vida– gran parte de la historia de nuestro país, sus luces y sombras, a tal punto que a más de uno le habrán venido ganas de sacudir con cajita y todo el DVD de El secreto de sus ojos (la flamante ganadora del Oscar) para esperar, con una mano rascándose la cabeza y la otra mano en el mentón, si no sale por algún lado la gran actriz argentina. Porque Norma Aleandro es, qué duda cabe, una de las personalidades más emblemáticas, más célebres y más mentadas de nuestro espectáculo. Sin embargo, por momentos, parece ser también la más escurridiza, la más enigmática, la más misteriosa. Extraña mezcla de tótem y tabú, algo de su condición anfibia entre lo público y lo privado, entre la certeza y lo secreto, sirvió de marco a esta entrevista en su camarín del Lola Membrives, donde Norma Aleandro habló durante cuarenta minutos, de perfil al grabador y de frente al espejo, mientras dejaba apenas que le arreglaran el pelo y ella misma se peinaba las cejas. Cerca, pero del otro lado, se iban llenando las butacas del teatro para una nueva función de la intimista y excepcional Agosto. Por cada rayo de luz que se desprende de su carrera y de su vida, se contrapone, de hecho, un cono de sombra, y el aura privada que tiñe su inmenso marco público se intensifica, por otro lado, con las pocas notas que, últimamente, acepta dar: está claro que es la gran maestra de las actrices argentinas –algo evidente tanto en Agosto como en las últimas películas que filmó, en una gama que va desde Cleopatra con Natalia Oreiro hasta Anita con Alejandra Manzo–, pero no muchos saben que se hizo expulsar del colegio a los trece años, y que poco tiempo después una profesora de teatro le dijo que no servía para actuar, lo cual le costó una etapa de anorexia y un intento de suicidio al borde de la Costanera Sur. Su calidad actoral es reconocida en todo el mundo pero ni siquiera en su propio país es conocida su faceta de escritora, un trabajo fuera del trabajo que viene haciendo desde la infancia a pesar de que sólo publicó cuatro libros. En Paco, pone en la agenda la podredumbre de la pasta base pero pocos saben que, en los ‘60, también tuvo su experiencia con la droga. En definitiva, Norma Aleandro es algo así como un museo viviente de la actuación argentina que, a juzgar por el final de esta nota, parece estar en contra de la mismísima idea de museo.

La abuela maravilla

A pesar de hacer dos papeles totalmente opuestos –en la obra encarna a Violeta, potente figura matriarcal, adicta a las pastillas y el sincericidio; y en la película, a una mujer introvertida y delicada que tiene a su cargo una fundación de adictos–, en Agosto y en Paco los extremos se tocan y se juntan en el símbolo que señala a esta actriz como reina madre de la actuación argentina.

Sin embargo, la infancia de Norma Aleandro no contó con una presencia muy fuerte de su madre, y justamente por la actuación: sus padres, Pedro Aleandro y María Luisa Robledo, también eran actores. “A los dos los sentí totalmente ausentes durante mi infancia porque para poder vivir del teatro tenían que salir de gira fuera de Buenos Aires todo el tiempo, no podían hacer otra cosa. A mí y a mi hermana nos crió mi abuela que, de todas formas, reemplazó ese lugar cubriéndonos por completo en lo emocional. Si los chicos tienen a una persona como era mi abuela, tan dedicada a nosotras dos, no sienten la falta. Es más la arquitectura social que se arma en torno de los padres, las madres e hijos que otra cosa... Una abuela puede hacer de dos padres. En mi casa el mundo del teatro era de lo único que se hablaba y de lo único que se sabía. Pero mis padres no sólo no me empujaron sino que no querían que me dedicara a la actuación, yo hinché tanto que no les quedó más remedio.”

Contra los maestros de teatro

Así, a los trece, Norma Aleandro se adentró en el camino que la mayoría toma para empezar: las clases de teatro. Y aunque años después ella misma dio clases, hoy siente la imperiosa necesidad de denunciar el sadismo de muchos profesores: ese sadismo que vivió en carne propia. Simone Garman, una francesa que en una de sus primeras clases la hizo pasar a improvisar sobre la guerra, la fulminó con un tajante “vos no servís para la actuación”. “Los profesores de teatro les revientan la vida a sus alumnos. Cuando filmaba Anita, Marcos Carnevale, que fue alumno de teatro, me contó que fue tan maltratado que nunca más volvió y se quedó sin saber si tenía condiciones. Hay un desconocimiento muy grande acerca de cómo enseñarle a alguien a desarrollarse en el mundo de la actuación. Hay artes mucho más matemáticas, como la música, donde si contás con un mal profesor, por lo menos tenés un montón de cosas para aprender. En teatro, si bien hay una disciplina y técnica para prepararte física y algo psicológicamente, se trata de meterte en un mundo. Es algo tan incierto como ir a una operación de hígado; la gente va muy desprevenida a estudiar teatro y le dicen ‘revolcate por el suelo’, ‘desnudate’, y todos hacen caso. Hay mucho aprovechamiento, mucha perversión, mucha cretinada y mucho sadismo.”

¿Cómo hiciste a la hora de dar tus clases?

–Trato de encontrar una manera para trabajar con las dificultades del otro, no trabajo con la memoria emotiva, que acá se puso de moda con Lee Strasberg. No es ése mi camino. Lo que siempre recomiendo a los alumnos de teatro es que no se dejen maltratar de ninguna manera: no hay rigor, no debe haber rigor. En todo caso, la disciplina para hacer las cosas la debe poner cada uno. “La letra con sangre entra” es lo peor que se le puede hacer a la letra y a la sangre.















Paco y locura en el divan

Si bien no es una ópera prima, Paco de Diego Rafecas pertenece a ese grupo de películas de directores jóvenes en el que Norma Aleandro, podría sospecharse, funciona casi como una segunda directora, una DT dentro de la cancha. Películas como Cama adentro de Jorge Gaggero, Cuestión de principios de Rodrigo Grande y Andrés no quiere dormir la siesta de Daniel Bustamante. Todos directores con los que –dice Aleandro cuando se le pregunta acerca de lo paralizante que puede ser tener que darle indicaciones a alguien como ella– consigue “mejores experiencias que con algunos consagrados. El secreto está en la primera conversación: si nos divertimos es porque la cosa funciona”.

La última película de ese pelotón, Paco, hace foco en la adicción y el negocio de la pasta base, a partir de la historia del hijo de una diputada que empieza a salir con una adicta. “Las razones por las cuales Rafecas decidió hacer la película son las mismas por las cuales yo acepté el libro: es más fácil hablar de cómo penalizar, de cuánto tenés que tener encima para que te consideren adicto o dealer, que tratar de pensar cuál es el camino social para evitar esa necesidad de escapar de la realidad que se ve en gente de distintas clases sociales pero, sobre todo, en las clases más pobres. Las formas de enfocar la problemática del adicto son muy antiguas, exceptuando la lucha de Las Madres Contra El Paco, mujeres que ponen el pecho y arriesgan su vida. Con esta película no vamos a arreglar el mundo, nunca vamos a arreglar el mundo con una película, pero siempre algo podemos hacer”, explica Norma Aleandro. Pero no habla con la suficiencia del dedo acusador sino con una sensibilidad que permite llevar la conversación a su propia experiencia. “Bueno, sí, aunque fue distinto, porque nunca fui adicta. Durante muchos años hice una terapia pionera de Alvarez de Toledo y Pérez Morales que combinaba psicoanálisis con ácido lisérgico. El tratamiento me sirvió para muchas cosas, aunque no para todo, tampoco ellos sacaron tan buenos resultados como esperaban, pero no me quejo, era grande, tenía veinticuatro años. La idea era generar un análisis más profundo y menos controlado. Pero justamente por haberlo hecho, yo le digo a la gente joven que, existiendo el teatro y tantas maneras saludables de volar, ni se les ocurra meterse por ahí porque me han pasado cosas atroces. Nosotros estábamos en un lugar totalmente cerrado, y con médicos, pero experimentar tantas alucinaciones y pérdida de control no es el mejor modo de llegar al fondo de una misma.”

Los papeles secretos

Sin lugar a dudas, la actividad más privada y secreta de esta figura pública es su pasión por la escritura: algo que, a diferencia de su trabajo actoral, decide preservar y no sacar mucho a la luz, aunque ya lleva cuatro libros publicados, entre obras de teatro y cuentos. Apenas se le pregunta a Norma Aleandro si actualmente está escribiendo algo, se queda pensando un rato, abre un cajón del camarín (recoveco por excelencia de la intimidad), invita a mirar, y apenas uno se asoma para desentrañar esa letra manuscrita en hojas lisas sin renglones, ella cierra el cajón con decisión. “Escribo páginas sueltas: ahora estoy haciendo muchos gags cómicos y un ensayo sobre la importancia de salir siempre a escena como si fuera la primera vez. Pero no escribo para publicar, nunca he sido yo la que empujara la publicación. Primero fue Enrique Pezzoni con Poemas y cuentos de Atenazor en Sudamericana, en 1996, después vinieron las publicaciones, por parte de Argentores, de mis obras Los herederos y Los chicos quieren entrar y, por último, la editorial Océano me pidió hace diez años una serie de cuentos que conformaron el libro Puertos lejanos. Es un problema cada vez que me piden publicar porque no me gusta nada corregir y lo hago muy mal, tan mal que cuando vuelvo a leer lo corregido me doy cuenta de que era mejor la versión anterior. La única vez que realmente publiqué y que me pagaron por eso fue durante el año que pasé exiliada en Uruguay hasta que me consiguieron pasaportes para irme a España. En El País y en El Mundocolor publiqué un cuento por semana. En total, ciento sesenta cuentos cortos. Desde entonces, me acostumbré a escribir breve porque estaba limitaba por una determinada cantidad de espacio y lo que más me divertía era inventarlos en el momento. Pero no me preguntes dónde están.”

La Norma y la moral



“Durante el año que pasé exiliada en Uruguay hasta que me consiguieron pasaportes para irme a España publiqué, en El País y en El Mundocolor, un cuento por semana. En total, 160 cuentos cortos. Pero no me preguntes dónde están.”

Pese a su carácter entre privado y ultrasecreto, algunos de los escritos de Norma Aleandro, sobre todo los cuentos de Puertos lejanos, dan paradójicamente más de una pista sobre vida y genio de esta actriz escurridiza. Uno de ellos, tal vez el mejor, es “Simplemente un jardín”, diálogo surrealista sobre el comportamiento de una extraña gallina pigmea que convive con dos gatos. El cuento, además de estar basado en la convivencia real de la actriz con esos animales a los que tuvo como mascotas, deja ver su fascinación por la naturaleza. Un amor que –como el que siente por el teatro y la escritura– no nació, precisamente, en la escuela: “El de la escuela era y sigue siendo un mal sistema, no se considera la inteligencia del chico, no se la dan opciones para abrir su mente. A los trece años dije basta, no lo soportaba más y me hice echar del Normal 9. Yo tenía tres compañeras judías y cuando llegaba la clase semanal de religión, a ellas las mandaban a la clase de moral que, en verdad, no era una clase sino que las ponían en un corredor donde había unos bancos al lado de la vicedirección, el mismo lugar donde nos mandaban para castigarnos, y las dejaban ahí. Un día le pregunté a la profesora de religión por qué en lugar de hacer eso no les enseñaban su religión y me contestó que como ellas eran judías tenían que estudiar moral. Si bien yo en esa época iba a la Iglesia de la Piedad y todo, decidí ir con ellas. Desde ese momento, me quedé afuera. No sólo de la contención de mis profesores sino también del resto de mis compañeras. Dos años después me hice echar del colegio: me faltaban seis o siete amonestaciones y, en el medio de la clase de una profesora terrible que teníamos en Ciencias Naturales –y eso que, tal como decís, yo amo las plantas, amo los bichos, pero ella era siniestra– y que siempre me tenía de punto preguntándome ‘qué está haciendo’, ‘qué dice’ y mandándome a la vicedirección, yo me levanto y salgo del aula sin que ella me dijera nada. ‘¿A dónde cree que va?’ ‘A la vicedirección, si total me va a mandar dentro de un rato.’ Ahí me gané todas las amonestaciones juntas”, cuenta todavía con bronca Norma Aleandro.

El secreto de sus ojos

Desde la ambigua mirada de Alicia en La historia oficial hasta la mirada ligeramente reconcentrada y ligeramente perdida de Norma en El hijo de la novia, pasando por la mirada polarizada de esa señora bien que disimulaba hasta las últimas consecuencias su caída en Cama adentro. En los ojos camaleónicos de Norma Aleandro, además de cifrarse la esencia de cada uno de sus personajes, se esconde el arma que la vuelve una actriz magistral. “La mirada es el lugar donde el ser humano revela quién es. Es muy difícil que al mirar la mirada del otro no descubras su intención. En la actuación eso es importantísimo, por más que nosotros nos expresemos con todo el cuerpo. En el teatro y, sobre todo, en el cine porque ahí, directamente, cada ojo mide seis metros. La expresión que sale por la mirada te cuenta la verdad o no de ese personaje que está haciendo el actor, ves la construcción, los hilitos del personaje o ves realmente a una persona. No hay actor que se pueda librar de eso porque no hay ser humano que pueda hacerlo.”

Acaso haya solo una mirada en su carrera –la mirada como directora– que quedó miope: si bien dirigió muchas obras de teatro, entre las cuales se destaca la brillante adaptación de Hombre y superhombre de Bernard Shaw, en el año 1997 se eclipsó, aparentemente para siempre, la posibilidad de poder ver su ópera prima Dios no duerme en Buenos Aires: “Hubo problemas de financiación, aunque ya estaba todo acordado con Lino Patalano para que la produjera y hasta habíamos cerrado la coproducción con Italia. El guión es muy lindo, a todo el mundo que se lo mostré le gustó mucho, Darín iba a encabezar el elenco, pero hoy ya es un asunto terminado, no tengo ganas de ponerme a revisar eso”.

Al menos, podemos disfrutar de su mirada como espectadora, justo ahora que otra película argentina acaba de ganar el Oscar: “El secreto de sus ojos no me parece en nada parecida a La historia oficial y, desde el primer momento, creí que tenía muchas chances de ganar. Yo voto como miembro de la Academia, pero para película extranjera no puede votar nadie que viva fuera de Estados Unidos: es obligatorio ver cada una de las películas y dejar constancia de que las juzgaste en serio, porque hubo muchos errores en el pasado. El problema es que, en Hollywood, los que pueden hacer eso –-son muchísimas las películas extranjeras que se presentan cada año– es gente muy grande, gente retirada. Estando acá no te enterás de toda esa interna. Entonces son mucho más conservadores para la elección, difícilmente eligen una comedia, siguen pautas muy conservadoras y típicas del pensamiento de Hollywood. Pero si El secreto de sus ojos ganó fue porque es una película muy bien hecha, muy bien interpretada, con muy buen libro, la dirección es impecable y tiene, además, algo del sabor local nuestro, eso siempre gusta. Yo me acuerdo de que cuando nosotros llevamos La historia oficial, entre las buenas películas que se presentaron, estaba Papá está en viaje de negocios de Kusturica, una genialidad. En el Globo de Oro le ganamos a Ran de Kurosawa, pero son esas cosas de las cuales nunca me podré alegrar: Ran, como casi todas las películas de Kurosawa, es mucho más que una película muy buena, es excepcional, estaba muy por encima de todas las películas, incluso de la nuestra, y no sacó nada. Pero incluso mis amigos de allá, de Hollywood, me decían: ‘Está muy bien hecha, pero qué aburrida y lenta que es’”.

El museo vacio

Su trayectoria y experiencia, su conocimiento sobre la actuación y el respeto unánime que despierta, hacen pensar en lo que en el campo de la política se conoce como la figura del estadista, una primera mandataria en el universo del teatro, el cine y la televisión. En definitiva, un museo viviente de la actuación argentina proyectado hacia el futuro. Uno imaginaría, por lo tanto, que ella vive una especie de tiempo absoluto, rodeada de un archivo impresionante –recortes, notas, estatuillas, placas, recuerdos y fotos–. Pero, a propósito de otra pregunta, Norma Aleandro tira esa percepción al tacho.

Hay una frase que repetís en casi todas las entrevistas: “Desde chica soy incapaz de proyectar nada”. ¿Qué significa exactamente?

–Tiene que ver con no hacer planes anticipados, una vez que tengo un proyecto lo armo en el momento, me sale naturalmente. Desde chica soy así: vivo el suceder, no estoy viviendo nunca ni el futuro ni el pasado. No soy nostálgica, ni me vas a agarrar nunca mirando un álbum de fotos porque no lo tengo. Tampoco tengo archivo: tiro las fotos, los reportajes, los recuerdos. Esta entrevista la leeré con muchísimo placer y, me perdonarás, pero voy a tirarla al día siguiente. No guardo absolutamente nada.

miércoles, 24 de marzo de 2010

LILIANA HEKER Y EL FINAL DE ALL THAT JAZZ, DE BOB FOSSE























Por Liliana Heker

No era fácil. Debía abrirse paso entre una escena fulgurante de Kaos, varias de Amarcord, el gesto inolvidable de Natasha cuando, por primera vez, baila con el príncipe Andrei en Guerra y paz de Bondarchuk; eso sin contar que, como ráfagas de belleza, imágenes remotas de Puerta de lilas o de La dama del perrito acudían a complicar más el asunto. Y sin embargo ahí estaba, regresando una y otra vez al primer plano: la secuencia final de All that Jazz. Supe que podía elegirla sin traicionar escenas que atesoro y que guardan en mi memoria la perfección de un cristal o el raro destello de la revelación o la poesía.

En All that Jazz nada es de cristal y, más que guardarla en la memoria, necesito verla, reincidir en verla como un acto vital. Es la película que más veces vi en mi vida, quizá la que más veces voy a volver a ver. Me ha pasado, incluso, topármela por azar al cambiar de canal, ya bien empezada. Y siempre me ocurre lo mismo: soy atravesada –más bien, soy fulminada– por el estado contradictorio de estar sintiendo de pies a cabeza la ebriedad de la vida y, al mismo tiempo, hundirme en la conciencia de la propia muerte. Sé que, aun haciéndonos los distraídos, solemos convivir con ese sentimiento. Pero lo cierto es que esta película lo instala en mi cuerpo con una intensidad inusual.

Tal vez el secreto de la fascinación que opera sobre mí resida en su cualidad de conjugar contrarios: el género musical en su más alta expresión con una historia desesperada, la crónica médica con lo fantástico, la desenfrenada pasión de vivir con el permanente acoso de la enfermedad y la muerte. Y eso es lo que converge en la secuencia final. El monitor cardiológico señala que la vida de Gideon, quien fue perfeccionista, despiadado, arrasadoramente seductor, feroz consumidor de dexedrina, infiel, fiel hasta lo inescrupuloso a su idea de lo bello, esa vida ebria de sí misma, está llegando a su fin. Y entonces, en ese monitor, estalla el final sinfónico, la gran despedida de la vida. Se consuma el sueño de todo gran creador: la construcción de la propia muerte, que en este caso –coherente con la vida de Gideon– es un cierre a puro Shaw, a puro jazz. Apenas arranca el tema que amalgamará los elementos dispares que componen ese final, apenas se escuchan los primeros compases de Bye, Bye Life, explota un music hall desenfrenado, con Gideon en su rol central de hombre-que-camina-hacia-la-muerte. Como quien saluda a su público, se despide: de quienes lo amaron, de quienes lo envidiaron, de quienes lo padecieron, entre una música de jazz que rompe el corazón y fans gritando y mujeres bailando y una voz ronca que repite –con tono desgarrado, con tono burlón– “Bye, bye life”. Gideon se despide como quien fue: tratando a su cuerpo hospitalizado, que ya casi es cadáver, con la misma impiedad, con el mismo rigor estético, con que trataba a sus bailarinas. No hay condescendencia para los otros, ni condescendencia para sí mismo: sólo un intento descomunal, un último intento de que el espectáculo resulte espléndido y único. No importa cuánto tiempo cinematográfico dura esta secuencia. El tiempo es el del corazón de Gideon: desde que empieza a flaquear hasta que lo arrastra a él a la muerte. Unos segundos que, como en El milagro secreto, arrancan a su protagonista de la degradación de la muerte. Después, todo ha terminado. Debo confesar que, cada vez que veo este final, lloro con un impudor infrecuente y, al mismo tiempo, soy devastada por una alegría poderosa. Amo esta escena: suelo recurrir a ella como a un bálsamo o como quien busca un testimonio raramente intenso de la sed de vivir.

Difundida en castellano como Empieza el espectáculo y también como El show debe continuar, All that Jazz (1979) es un musical dirigido por Bob Fosse y protagonizado, entre otros, por Roy Scheider, Leland Palmer, Ann Reinking, Erzsebet Foldi y Jessica Lange, cuyo guión –escrito en colaboración con Robert Alan Arthur– es de neto carácter autobiográfico, ya que abundan las referencias a la vida y carrera profesional del también bailarín y coreógrafo Bob Fosse, especialmente durante 1975, año en que editaba su película Lenny y, al mismo tiempo, preparaba Chicago para Broadway.

Esta película muestra, entonces, los excesos del propio Fosse, entre permanentes cigarrillos, cuerpos de bailarinas bailando horizontalmente, jazz, música de Vivaldi, gotas en los ojos, antiácidos estomacales y diversos estimulantes, excesos que el artista no reduce ni siquiera una vez internado en el hospital. Ganó cuatro Oscar (mejor dirección artística, mejor diseño de vestuario, mejor montaje y mejor banda sonora) y la Palma de Oro del Festival de Cannes.

UNA MIRADA CERCANA A UN FENOMENO TIPICO DE LA INFANCIA DEL UNIVERSO



El abrazo de las “galaxias fósiles”

Un caso curioso de paleoastronomía y canibalismo galáctico: un conjunto de pequeñas galaxias enanas relativamente cerca de aquí, que se están fundiendo en una sola galaxia, que pronto estará completada: sólo hay que esperar mil millones de años.

Por Mariano Ribas

Un puñado de pequeñas galaxias en pleno proceso de ensamblaje. O lo que es lo mismo, la promesa de una gran galaxia por venir. La escena no sería para nada extraña si estuviésemos mirando a los confines del Universo, allí donde los telescopios más poderosos trabajan como máquinas del tiempo que nos muestran cómo era todo hace diez o doce mil millones de años. Justamente en las épocas en que las galaxias comenzaban a tomar forma, a partir de la fusión de piezas menores. Pero lo verdaderamente curioso, en este caso, es que lo que estamos viendo está pasando aquí nomás. O al menos, aquí nomás en términos astronómicos: a apenas 166 millones de años luz de la Vía Láctea. Un fenómeno cercano, absolutamente demorado en el tiempo. Dinosaurios astronómicos caminando por el patio de casa. Vivitos y coleando.

Hace poco, esta verdadera antigualla cósmica fue examinada, con lujo de detalles, por un grupo de astrónomos que supieron aprovechar las bondades del venerable Telescopio Espacial Hubble y otras dos joyitas por el estilo. En esta edición de Futuro compartimos las imágenes y las revelaciones de este curioso caso de paleoastronomía galáctica.

CONSTRUYENDO GALAXIAS

Las grandes galaxias modernas, como la Vía Láctea, Andrómeda, M 51 y tantísimas otras, no nacieron de un día para el otro. Ni tampoco, se gestaron con su tamaño, masa y perfil actual. Todo lo contrario: basándose en observaciones telescópicas, desarrollos teóricos, y simulaciones por computadora, los astrónomos piensan que estas monumentales islas de estrellas, gas y polvo se formaron a partir del lento proceso de fusión de piezas menores. De menor a mayor. Es el “modelo de formación jerárquica”: hace unos 12 a 13 mil millones de años –apenas unos cientos de millones de años después del Big Bang–, las primitivas “galaxias enanas” (que tenían entre 1 a 10 por ciento del tamaño de las actuales) se fueron aglutinando, merced a su propia gravedad. Y así, como si fueran ladrillos, construyeron estructuras cada vez más grandes, que tomaron elegantes siluetas espiraladas, o bien, rechonchas formas elípticas. El ensamblaje de galaxias enanas puede verse, con cierta claridad, en las lejanísimas (y por lo tanto, antiquísimas) imágenes tomadas con supertelescopios. Parecía ser un mecanismo arcaico, sólo observable en los confines (y comienzos) del universo. Pero ahora, un resonante caso acaba de patear el tablero. Y para bien.

CURIOSIDAD EN ERIDANO

En un rincón del cielo, perdido en plena constelación de Eridano, existe un extraño objeto denominado, secamente, HCG 31. Y, a primera vista, podría perderse en el centenar de “Grupos Compactos de Hickson” (de ahí la sigla), una colección de apretadas formaciones galácticas que fueron identificadas y catalogadas, justamente, por Paul Hickson, un astrónomo canadiense. Pero HGC 31 es especial: por empezar, está relativamente cerca, a “sólo” 166 millones de años luz de la Vía Láctea. Y, además, ya desde los años ‘90, los astrónomos sospechaban que, dado su aspecto, desprolijo y pegoteado, este grupito de pequeñas galaxias estaba en pleno proceso de fusión.

Y bien, para aclarar los tantos, hace poco, un grupo de quince astrónomos encabezado por la doctora Sarah Gallagher, de la Universidad de Ontario, Canadá, decidió estudiar a HCG 31 con las mejores herramientas disponibles: por un lado, el infaltable Telescopio Espacial Hubble, ideal para observar al cúmulo en luz visible. Y, por el otro, un trío de telescopios espaciales no tan famosos: el Spitzer, el Swift y el Galex, que observan el Universo en luz infrarroja y ultravioleta. La idea de Gallagher y sus colegas era, justamente, examinar a HCG 31 en distintas longitudes de onda, para tener un panorama mucho más fino y completo de lo que allí estaba pasando.

LA IMAGEN QUE HABLA

El resultado de esta estrategia “multi longitud de onda” es la imagen que aquí vemos. Una postal cósmica espectacular, dramática y reveladora. Lo primero que salta a la vista es un caos generalizado, donde se destaca claramente el “choque” de las galaxias “A” y “C”, las más grandes y brillantes del grupo. Por encima de ellas, aparece el alongado componente “B”. A lo largo de una danza gravitatoria larga y compleja, las siluetas espiraladas de estas islas de estrellas se han ido estirando y deformando. “Son galaxias chicas, comparables a la Gran Nube de Magallanes, una de las galaxias satélites de la Vía Láctea –dice Gallagher– y calculamos que tienen una décima parte de su masa, lo que las coloca en el límite superior de lo que llamamos galaxias enanas.” Este trío forma el “núcleo duro” de HCG 31. Y ocupa un espacio de sólo 75 mil años luz. Por lo tanto, y volviendo a las comparaciones, entraría muy cómodo dentro de nuestra Vía Láctea (que mide más de 100 mil años luz de diámetro).

Esta exquisita imagen tiene más para contarnos: “E” es un componente menor, asociado al trío “A-B-C”. Y en el extremo derecho, aparece el componente “G”, una galaxia espiral un tanto aislada de sus compañeras. Pero su interacción gravitatoria con el resto es muy clara, especialmente por la presencia de “F”, una suerte de “puente” de estrellas y masas de gas y polvo, desprendidas de “A” y “C” (si notó que en esta descripción falta la letra “E”, hay una razón: es la pequeña galaxia que aparece a la izquierda de “B”, pero que no tiene nada que ver con HCG 31, porque está mucho más lejos).

LA FUSION DE LAS GALAXIAS

Más allá de lo que salta a la vista (proximidad y deformaciones gravitatorias), Gallagher resalta otros signos de interacción en HCG 31. Hay mucho gas (hidrógeno) bañando todo el conjunto, y forma grandes corrientes de velocidades muy variadas. Y todos esos gases revueltos, y muchas veces compactados por choques, están desatando oleadas de formación de estrellas en varias zonas: las imágenes del Hubble muestran nódulos muy brillantes, que son jóvenes cúmulos estelares (de unos pocos millones de años de edad). Familias de miles y miles de estrellas nacidas gracias a las colisiones de las agitadas nubes de hidrógeno. Lejos de agotarse, las mediciones realizadas por estos científicos revelan que las reservas de hidrógeno de HCG 31 alcanzarán para seguir fabricando estrellas durante cientos de millones de años más, a medida que el grupo sigue su proceso de fusión.

Cercanía, interacción, remolinos de gas y estallidos de formación estelar: “HCG 31 es un claro ejemplo de un grupo de galaxias que marcha hacía su fusión final”, redondea Gallagher.

FOSILES ASTRONOMICOS

De aquí a unos 1000 millones de años, esta familia de galaxias enanas se habrá fundido en una sola y respetable galaxia elíptica. Como dijimos antes, este tipo de procesos era moneda corriente en las primeras épocas del universo. Pero no en tiempos modernos (al estar a 166 millones de años luz, lo que vemos en HCG pasó hace 166 millones de años, nada en un universo que tiene casi 14 mil millones de años). Por eso el caso de HCG 31 llama tanto la atención: “Teniendo en cuenta la edad de algunas de sus estrellas, sabemos que el sistema tiene unos 10.000 millones de años de edad”, dice la astrónoma. Y agrega: “Estas galaxias son muy viejas, pero se están juntando por primera vez: son un muy raro ejemplo local de algo que era muy común en el cosmos primitivo”.

Viejas galaxias enanas que sobrevivieron, casi intactas, durante la mayor parte de la historia del Universo. Y que recién ahora comienzan a fusionarse. Ni más ni menos que el “modelo de formación jerárquica” en acción. Cerca, y por lo tanto, mostrando lujo de detalles: “HCG 31 está tan próximo que nos permite ver y entender los procesos iniciales de formación y evolución galáctica mucho mejor que antes”, explica Gallagher.

Y la pregunta obligada: ¿cómo es posible que esta familia de galaxias enanas haya sobrevivido, casi inmutable, todo este tiempo, para ensamblarse recién ahora? La científica arriesga una razonable respuesta: probablemente, estas pequeñas galaxias residen en una zona del Universo de baja densidad, y así quedaron a salvo de las típicas interacciones que afectaron a sus parientas de otras épocas.

Fósiles galácticos en pleno abrazo gravitatorio. Una postal moderna que parece replicar lo que pasó durante el amanecer del Universo. Un guiño de la naturaleza que nos ayuda a entender mejor extraordinarios procesos que nos desbordan de asombro. La astronomía nunca dejará de fogonear nuestra curiosidad. Y allí está su encanto.


sábado, 13 de marzo de 2010

TIGER WOODS: SEXO, NEGOCIOS Y PERDON



Hasta hace pocos meses, Tiger Woods estaba en la cima del mundo: era el deportista mejor pago del planeta, su presencia hacía trepar ratings, cachés y entradas, contaba seguidores incluso entre quienes no juegan al golf, les quitaba adeptos al fútbol y el béisbol, encarnaba la igualdad racial en el corazón del deporte blanco norteamericano, y su imagen impecable de hombre de familia con una Barbie soñada le redituaba centenares de millones. Hasta que, de un día para el otro, el mundo conoció el otro lado: una trama de amantes, silencios comprados, abortos, enfermedades venéreas. El escarnio moral tronó y el negocio se derrumbó para todos. La semana pasada, el I’m Sorry Show en el que pidió perdón tras semanas en una clínica de adictos al sexo, expuso al desnudo los mecanismos de la fama y sus negocios. Esta es la historia de todo eso y algo más.

Por Soledad Barruti

El viernes anterior, mientras en Buenos Aires diluviaba y un gomón recorría la Avenida Santa Fe para que los chicos pudieran cruzarla sin hundirse, del otro lado del mundo la figura del deporte más admirada y poderosa de los últimos años daba un manotazo de ahogado para salir del fango. Se trataba del promocionadísimo I’m Sorry Show, un discurso de poco más de 13 minutos con que el astro del golf, adúltero marido y marca multimillonaria Tiger Woods pedía disculpas a su esposa, hijos y sponsors por las múltiples amantes que le salieron a la luz tirando por la borda su prístina imagen. “Sé que todos quieren saber cómo he sido tan egoísta y tan tonto”, dijo en lo que sería el comienzo del ensayado discurso con el que intentaba poner un punto aparte a una de las historias del show bussiness norteamericano más inesperadas y sorprendentes de los últimos tiempos. Porque la crónica de Woods tiene todos los ingredientes: una carrera intachable hecha a fuerza de talento deportivo y esfuerzo personal; un hombre negro que se casa con una Barbie rubia y monta una familia de cuento mientras se vuelve inversión para más de diez enormes marcas; el ejemplo del deporte como meta para millones de norteamericanos sin norte; la desilusión colectiva y el desconsuelo de tantos al verlo caer, el canibalismo medio esquizoide de la prensa que un día lo pisotea y al otro le ruega que vuelva; el entramado superpuesto de medios y operadores, etc., etc., etc.

Bolas de oro

Hijo de un ex Vietnam afroamericano y una madre que demostrará ser a prueba de balas, Eldrick Woods nació en California un 30 de diciembre hace 34 años. Cuenta su propia leyenda de superhéroe que el sobrenombre “Tiger” se lo puso su padre en honor a un soldado vietnamita que una noche salvó su vida matando a una serpiente venenosa que estaba por morderlo. Con sólo dos años, el futuro rey del golf comenzó a pisar las canchas donde batiría todos los records: antes de los 20 ya había ganado tres Abiertos Amateurs seguidos, lo que lo impulsó a profesionalizar el hobby. Un año después –a los 21– se volvía la persona más joven en ganar un Major. Y desde entonces, no pararía nunca. Fue para esa época que los medios no especializados en el deporte comenzaron a fijarse en él. Su primera entrevista la dio a la glamorosa revista masculina GQ y el público norteamericano conoció el crudo de una estrella en potencia que hablaba de sexo con desparpajo y descuido. Podría haber sido un tropezón –sin dudas, y viendo cómo fueron las cosas, no hubiera llegado tan lejos–, pero era “sólo un chico” y, además, enseguida el astuto Woods se dio cuenta de que, para llegar lejos, debía poner su imagen en manos de expertos. Es así como entra en escena la compañía encargada de hacer de su persona una estrella intachable, prístina, cotizada como nunca nadie antes. Con la compañía IMG dirigiendo cada uno de sus movimientos, el mundo fue conociendo a un jugador negro que sobresalía en el deporte de los blancos pisando el green con solemnidad y seguridad en sí mismo, que mostraba una técnica perfecta, indumentaria inmaculada, respuestas siempre amables acertara o errara; un extraño para sus contendientes que no tenían más que agachar la cabeza y ver cómo con su sola presencia, secundada cada vez por más sponsors, aumentaba sostenidamente el caché en juego en cada torneo. En 2000, Tiger se casó con Eilin, una modelo suiza (rubia, ojos azules, perfecta como la Barbie más perfecta) que le dio una nena y un varón. Una familia feliz instalada en una mansión enorme en las afueras de Florida. Como buena marca, como compañía exitosa, Tiger Woods montó una fundación (la Tiger Woods Foundation) para ayudar en sus estudios a miles de chicos de todo el país. Y no paraba de ganar y ganar. En 2005 la revista Forbes lo anunciaba como el deportista mejor pago del mundo (tenía, entonces, 87 millones de dólares).

Pero no habría héroe sin fracasos. Y de eso también tuvo Woods. En 2006, la muerte de su padre lo descorazonó a tal punto que no calificó en el US Open (torneo que todos ya estaban acostumbrados a que ganara). “No me voy a dejar vencer. Voy a seguir dando lo mejor de mí.” Una declaración bastó para encender los suspiros. Era el hijo que toda madre quería, el yerno de toda suegra, la referencia para millones de chicos que de la noche a la mañana habían dejado de ver el baseball o el football para declararse fans del golf –un deporte mucho más prolijo y seguro–. Tiger volvió a la competencia y en 2008 tuvo una breve impasse por un problema en una rodilla. Los medios lo siguieron y el público apoyó con paciencia y amorosidad toda su recuperación.

Con su merchandising desplegado (desde un libro sobre cómo jugar golf, nueve dvd con sus campeonatos, sus siete juegos oficiales para Play Station y Wii, gorras, remeras deportivas y de lujo, pelotitas de golf, hasta una enorme momorabilia con trofeos y postales), sus doce patrocinadores adorándolo, el desarrollo de un mega-hotel y golf-club en Dubai que llevaría su nombre y la entrega inminente de su Jupiter Island Mansion, su flamante propiedad de 45 millones que estaba siendo construida desde hacía dos años, Tiger terminaba 2009 con un nuevo record en ganancias (103 millones). El mundo del golf, que lo había tenido de vuelta, también cerraba sus balances con ganancias: cada vez que Woods había pegado a la pelotita, los picos de rating subían estrepitosamente en un efecto sólo comparable con los mejores momentos de Michael Jordan, por lo cual los espacios publicitarios habían podido ser aumentados hasta en un 30 por ciento.

Nadie podía sospechar que de un momento a otro llegaría su martes 13.

PALO Y a la bolsa

Las imágenes del 27 de noviembre pasado eran oscuras, inquietas, poco claras, como el primer envío de cualquier caso policial. En rojo, como cada vez que se cae un avión, un demente abre fuego contra un colegio o sus soldados abren fuego en un nuevo país, el videograf repetía de canal en canal: “Breaking News: Tiger Woods en un confuso accidente”. Estaba estable, o no. En realidad, al principio ni siquiera se podía confirmar que fuera él (habían dado un nombre falso para ingresarlo al hospital). Tenía la cara destrozada o había perdido la conciencia. Su esposa estaba con él... ella había llamado al 911, ¿o era un vecino del lugar? Que Tiger hable, repetían cronistas, fanáticos angustiados, sponsors y demás a una cámara que no se movería más de las inmediaciones del astro.

Pero pasaron tres días hasta que la verdad salió a la luz. Woods había chocado contra un árbol por evitar los golpes de Eilin, su enfurecida esposa, que había descubierto sus infidelidades. ¿Hay algo peor que una mujer despechada? Sin dudas once amantes despechadas pueden ser mucho peor y llegar a destrozar a un hombre.

Ninguna decía saber de la otra; alguna hasta aventuró desconocer que estaba casado. Se miraban una a otra de canal en canal. Y había de todo entre ellas: prostitutas, coperas, meseras, modelos clase B y actrices porno. Tentadas por esa enorme cantidad de dinero que reservan los medios para comprar los mejores chimentos, cual más, cual menos, empezaron a mostrar los mensajes de texto del Tigre, sus mails, sus mensajes de voz. Alguna lloró diciendo que de verdad le había prometido ser su novia. Otra contó que Tiger le había pagado cirugías estéticas. Se hicieron cálculos: entre 15 y 20 mil dólares por mes para satisfacer y silenciar a todas. Y la cosa se fue poniendo más densa cuando hablaron de la aversión del Woods a los preservativos y aparecieron abortos y enfermedades venéreas.

Michael Hiltzkin, de Los Angeles Times, fue el primero en anunciarlo: “La profesión de Tiger es el golf, pero su negocio es la creación de su imagen pública”. Por lo cual, pobre Tiger, podía considerarse en bancarrota.

Para dimensionar el efecto de la noticia hay que tener en cuenta dos datos importantes. Por un lado, en una encuesta realizada por Gallup en 2006, los norteamericanos ubican al adulterio como una de las peores bajezas en las que puede caer el ser humano; algo peor que la clonación, dijeron las encuestas. Por el otro, que el golf no es sólo un deporte. Es el deporte de la máxima corrección, la ética intachable, la política republicana de libro, los negociosos a cielo abierto, la ropa blanca y los modales de salón.

Se hicieron votaciones on line sobre cuál era la mejor de sus amantes; criticaron sus gustos trash; armaron foros para definir realmente cuál era la más estable. Los late shows se le burlaron en masa y los programas de chimentos no pararon de repetir que su esposa iba a dejarlo aunque él le hubiera ofrecido 70 millones de dólares para quedarse en su casa durante siete años más. Incluso hasta en el musical Aladino de la Disney en California se burlaron del caso. Lo único que lograron de Tiger fue un escueto pedido de disculpas a través de su web.

Los primeros sponsors en dejarlo fueron AT&T y Accenture; Gillette y Tag Heuer suspendieron sus campañas al igual que Gatorade. Y quienes se quedaron a su lado (Nike, EA Sports, Upper Deck, NetJets y TLC (que se declaró en quiebra unos días más tarde) no pautaron un solo aviso en TV desde que le arrojaron la primera piedra.

Desapareció su columna de la Golf Digest. La revista Forbes, que siempre habló de su fortuna, hizo un cálculo: “Woods ganó 550 millones en su matrimonio”; eso es la mitad de su billón, que quedaría para su esposa.

Para los primeros días de diciembre, el único que parecía mantenerse fiel al lado de Tiger era su caddie.

La prensa más “seria” también fue impiadosa (y no sólo de Estados Unidos sino de Canadá y Europa). “El Tigre que creímos conocer”, fue el título de una columna de Wall Street Journal (en donde, entre otras cosas, se arrepienten de haberlo vaticinado en 2004 como un potencial candidato a presidente). Lo llamaron deshonesto, cobarde, hipócrita, mentiroso; el editorialista político de CBS, Chris Mattews, dedicó medio programa a hablar mal de Tiger.

El mundillo del golf ya conocía lo que significa no contar con Tiger en la cancha: en 2008, cuando Woods debió ser operado de la rodilla y faltó a la competencia, el rating bajó casi en un 50 por ciento; hablaron de la nueva Tiger Recession. Los organizadores del torneo en curso debieron devolver 20 mil dólares en entradas a fans que ya no tienen a quién ir a ver; las que todavía están a la venta bajaron un 20% su valor, lo mismo la publicidad: si no está la estrella, el espacio se vende más barato. “Que su imagen se restituya y que Elin vuelva con él pronto”, rogaron en varias declaraciones. Aunque también hubo quienes aprovecharon la volteada para sacar a la luz sus broncas. Alan Shipnuck, escritor senior de Sport Illustrated, llegó a decir que “nunca vimos a Tiger saliendo con otros jugadores. Siempre creímos que era prisionero de su fama. Ahora sabemos que el motivo por el que vivía ‘puertas adentro’ era otro”.

De paso, Obama

Como si todo eso fuera poco, su médico de cabecera (el que había estado a cargo de un traumático postoperatorio de rodilla) fue denunciado por intentar contrabandear una droga prohibida desde Canadá y por suministrar a los atletas a su cargo una hormona de crecimiento. “Si Tiger se acuesta con cualquiera, bien puede estarse drogando sin que nosotros nos enteremos”, decían sin decirlo directamente quienes, sin animarse a acusarlo, colaban la información entre los otros chimentos.

Incluso Obama cayó en la volteada. En un desafortunado número especial dado a conocer a la prensa un mes antes del escándalo, por lo cual su publicación se volvió imparable, la revista Golf Digest –probablemente la más prestigiosa del mundo en la materia– publicó un fotomontaje del presidente y el astro bajo el título “10 cosas que Obama puede aprender de Woods”. En la nota, un tendal de expertos ponía en aviso al presidente de que el golf también podía salvar a la economía y de cómo Woods siempre supo enfrentar la adversidad (un mejunje periodístico donde lo único que queda claro es que para una gran franja de Estados Unidos los negros siguen siendo negros y mejor agruparlos). “Woods nunca hace nada que lo pueda poner en ridículo”, decía la revista, entre otras cosas, poniéndose en ridículo a sí misma sin saberlo; y a Obama, que –habiendo tenido a Woods desde siempre involucrado en su campaña y como invitado especial a la Casa Blanca– tuvo que salir con su mejor sonrisa a no responder a aquellos que agregaron: “Ojalá que el presidente no tenga que aprender de Tiger cómo salir de un escándalo como ése”.

Un mes después, la revista Vanity Fair usó una sesión de fotos reciente para sacar una nota en donde exponían la desilusión generalizada. “Tiger Woods finalmente se cae del pedestal”, decían para explayarse sobre cómo nadie antes se había dado cuenta de que los rasgos por los que el mundo lo adoraba eran faltos de humanidad, más propio de un hombre biónico, desangelados, carentes de ningún contenido. “Tiger Woods es una encantadora No-Persona”, terminaban diciendo alrededor de fotos de calendario para chicas.

Ok, perdon

¿El tigre atrapado y sin salida?, se preguntaban los que todavía le deseaban algún bien. Más o menos.

El Financial Times convocó expertos y publicó un paso a paso a medida de los agentes de Woods donde le recomendaban, entre otras cosas, que para salvar la imagen sobre la que está montada su imagen debía dominar rápidamente los principales buscadores de la web, y derribar a los grandes medios que postean “informes” diarios sobre él. “Los usuarios suelen clickear las cinco primeras opciones que aparecen en el buscador”, advertían. Así, calcularon el precio que esa publicidad adversa tenía: a 0,34 dólares por click, multiplicado por los 5.5 millones de usuarios que buscan a Tiger Woods por mes, resultó en 1.9 millones mensuales. A eso, necesitaría sumar 300 mil U$D de gestión a esa campaña y 300 mil más para que los agentes de prensa se hagan cargo de las 82.333 historias sobre él que están siendo escritas mensualmente. Lo que da un total de 2.5 millones por mes de inversión para revertir los cinco primeros resultados de una búsqueda como esa en Internet.

O sea, Woods debe actuar tal cual como piensan y actúan los políticos del Primer Mundo.

Que tome el ejemplo de Clinton, dijeron otros. Si luego del caso Lewinski el ex presidente había dejado su cargo con un 66 por ciento de imagen positiva –muy por encima de la que dejó Bush–, Tiger bien está a tiempo de ser salvado. En esa línea, el New York Times incluso publicó una columna titulada “Es tiempo para Woods de encarar una disculpa”, donde le dictaba algo que terminó siendo muy similar a su discurso de disculpas oficial: “Pido disculpas a mi esposa, a mis hijos, a mis padres, al PGA Tour, a mis sponsors, a la gran legión de fans que sé que están pasmados y decepcionados. En mi proceder, al haberlos engañado, me he engañado a mí mismo”.

Es que la industria de las disculpas en Estados Unidos es inmensa. Basta con recorrer las últimas figuras o empresas cuya imagen pública parecía haber sido destruida luego de algún escándalo (los también adúlteros Bill Clinton, el conductor David Letterman, el senador de Carolina del Sur Mark Sanford; el de Nueva York, Eliot Splitzer; la empresa Toyota después de una partida de autos fallados, o la emblemática Dominós Pizza y sus recetas adulteradas). ¿Qué hicieron todos tarde o temprano? Amparados bajo ese inquebrantable pacto implícito con la sociedad que dicta que frente al pecador quebrado el público desechará el cinismo y hará a un lado por un momento su desilusión, el acusado dedica unos sentidos minutos de su energía y amable atención para pedir un ensayadísimo perdón en cámara. Luego podrá haber debates, pero la última palabra la tiene la opinión general; y la balanza tambalea durante unas semanas, tal vez meses; pero históricamente ha terminado ubicándose a favor del arrepentido. Y, en el caso de los ídolos, los fans directamente hacen borrón y cuenta nueva.

Aunque se hizo esperar, Tiger Woods no podía ser menos. Después de pasar cuarenta y cinco días encerrado en una clínica de rehabilitación para adictos al sexo en Virginia, citó a la prensa en el club-house del TPC Sawgrass para su propio Día del Perdón. Y no eligió cualquier momento, sino el momento exacto en que se estaba jugando en vivo el Match Play Championship (un torneo importantísimo, patrocinado por Accenture; nada menos que su ex sponsor principal, que le soltó la mano no bien Tiger se las empezó a ver negras). Las señales de TV hicieron lo que nunca jamás: interrumpieron la transmisión. Así, ABC, CBS, NBC siguieron minuto a minuto los 13 y medio en que la gran marca del billón de dólares habló. “Fui infiel. Tuve affaires. Engañé. Lo que hice es inaceptable”, dijo mirando a cámara, rodeado de un selecto grupo de 40 íntimos (al que faltó su esposa) y algunos pocos periodistas que no tenían permitido hacer preguntas. Y les pidió perdón a todos. A Eilin (“a quien mis verdaderas disculpas no serán puestas en palabras”), a sus hijos, amigos, colegas; a los miembros de su fundación, al staff, el buró de directores, a los estudiantes... “Sabía que mis acciones eran incorrectas pero me autoconvencí de que las reglas normales no se aplicaban en mi caso (...) Sentía que había trabajado duro toda mi vida y que me merecía disfrutar de las tentaciones que me rodeaban.” Finalmente, desmintió los vínculos con el médico acusado y su posible uso de drogas, dijo que tarde o temprano iba a volver al golf y aseguró que iba a ampararse en el budismo para salir adelante.

“Una de las disculpas más notables de una figura pública”; “Soy de los tantos que quiere a Tiger Woods de vuelta”, dijeron los presentadores de ABC y de CBS. Se los veía dichosos y viendo el rating no es para menos: si hasta las operaciones bursátiles menguaron en Wall Street durante el discurso. En las Olimpíadas de Invierno se hizo un minuto de silencio espontáneo para escuchar.

Al lunes siguiente, este lunes, Tiger se subía al vuelo de la segunda oportunidad. Viajó con su esposa y sus dos hijos y prometió volver a la clínica para curarse de una vez y para siempre. En tierra, una de sus amantes intentaba avivar el fuego desnudándose para la tapa de la Interviú España mientras la cadena CBS anunciaba la inminente venta de contenidos de TV a través de i-Tunes y ponía el discurso de Tiger como ejemplo. Los analistas de medios fueron contundentes en eso de que “el público le creyó”, y en la red, los famosos empezaron a ponerse de su lado y los posts en Internet cambiaban su tono para pedir piedad y perdón. Así las cosas, parece que sólo queda esperar a comprobar cuánto tarda en bajar el agua.

LOS ESPIAS BOTANICOS



Por Pablo Capanna

Uno de los más recientes y sonados casos de espionaje industrial tuvo por protagonista a Xiang Dong Yu, un ingeniero que trabajaba para Ford en Estados Unidos. El chino fue condenado por haber vendido tecnología y know-how secreto a varias empresas automotrices de su país. Sin embargo, los chinos se quejan de que Fiat y la multinacional minera Río Tinto les habrían pirateado información estratégica y tecnología. Hace unas décadas, en circunstancias como éstas solía aparecer Japón, hasta que los japoneses llegaron a ser una potencia industrial, comenzaron a producir su propia tecnología y también tuvieron que empezar a cuidarse de los espías.

En términos generales, los chinos no dejan de tener razón, si consideramos que a través de los siglos los occidentales les han venido pirateando inventos como la brújula, la pólvora, el papel y la porcelana. De hecho, uno de los casos más antiguos de espionaje técnico que se registran se remonta a los años 550 de nuestra era y tuvo a los chinos por víctimas. En esos tiempos, mientras que el poder romano decaía en Occidente, los bizantinos estaban muy activos. Como la seda que consumían era carísima porque había que traerla del Oriente, enviaron dos espías para robarles el secreto a los chinos. Disfrazados como monjes predicadores, ambos recorrieron China siglos antes que Marco Polo, y aprendieron mucho. En lugar de enredarse en esas discusiones que tan mala fama les habían dado, los bizantinos contrabandearon huevos del gusano de seda y hojas de morera escondidas en el hueco de sus bastones de caña. Por supuesto, en cuanto Bizancio comenzó a producir su propia seda, se cuidó muy bien de que nadie le robara el secreto.

En cuanto a los Estados Unidos, fue el propio Thomas Jefferson quien contrabandeó plantas de arroz italiano para las plantaciones del sur, y pagó para que le consiguieran semillas de cáñamo, que entonces todavía se usaba para hacer sogas y no alucinógenos. A fines del siglo XIX había muchos yanquis que visitaban las fábricas inglesas, curioseaban todo y se copiaban los productos, hasta el día en que comenzaron a levantar sus propias industrias en Rhode Island y Massachusetts.

LAS ADUANAS VERDES

El ejemplo de los bizantinos nos muestra que el espionaje técnico precedió en varios siglos a la industria, que es un fenómeno relativamente reciente. El espionaje desempeñó un rol de importancia en la naciente economía capitalista. Hace unos años, cuando se comenzó a hablar de “globalización”, Aldo Ferrer solía recordarnos que el proceso había comenzado con el “descubrimiento” de América. Quizás hasta hubiera que remontarse a las Cruzadas, que dieron a conocer en Europa las especias y el molino de viento. Los viajes de exploración que emprendieron los europeos entre los siglos XV y XIX, desde Colón hasta el capitán Cook, les permitieron conocer una enorme variedad de vegetales útiles. La papa, el maíz, el tabaco, el café y otras cosechas generaron una gran demanda en las metrópolis y emprendimientos productivos en sus colonias.

Los imperios coloniales –como España y Portugal por un lado y Francia, Holanda e Inglaterra por el otro– comenzaron por capitalizarse gracias al monopolio de ciertos productos estratégicos. Pero pronto empezaron a espiarse unos a otros para apoderarse de los negocios de la competencia y quitarles el mercado. Muchas de las transacciones diplomáticas de esa época se explican como concesiones parciales para retener las colonias con mejores perspectivas económicas. Los holandeses cedieron Manhattan a los ingleses con tal de conservar la Isla de Banda y su producción de especias. Los franceses entregaron sus posesiones de Canadá con tal de seguir explotando la isla de Guadalupe y su producción azucarera.

En ese tiempo en que se ignoraba la existencia del genoma, la biodiversidad era el software más cotizado. La investigación botánica equivalía a lo que hoy es la tecnología de punta y sus laboratorios estaban en los viveros y jardines botánicos. Había un activo tráfico de semillas, generalmente clandestino, y la botánica reinaba hasta en los blasones nobiliarios. El escudo de Sebastián Elcano ostentaba la efigie de dos reyes malayos, adornada con ramas de canela, nuez moscada y clavo de olor.

Basta pensar que todavía en 1829, en plena revolución industrial, las conferencias botánicas del profesor Bigelow en Harvard llevaban por título Elementos de la tecnología. El valor estratégico de la botánica, una ciencia aplicada al desarrollo de una agricultura en gran escala, llevó a fundar auténticos centros de investigación, que eran los equivalentes barrocos del Silicon Valley.

Cuando a los burgueses que gobernaban la ciudad de Leiden, en Holanda, se les dio a elegir entre dejar de pagar impuestos por diez años o bien sostener una universidad, no dudaron en optar por lo último. Su jardín botánico pasó a ser una fuente de conocimiento para toda Europa. Entre otras cosas, desde allí se difundió el tulipán, que fue un espectacular negocio para los holandeses, y se sostuvo más allá de las modas. La Compañía de Indias fue montada por armadores que fletaban barcos en busca de mercaderías, financiados por el tesoro de las ciudades holandesas. Llegaron a dar lugar a locas especulaciones sobre el valor de cargamentos bastante dudosos de obtener.

Pero pronto llegó la hora de las inversiones a largo plazo. En 1631, cuando la Compañía de las Indias Occidentales puso a Mauricio de Nassau al frente de sus posesiones en Brasil, el príncipe llegó a América acompañado por medio centenar de científicos, para fundar un observatorio astronómico, un zoológico y un jardín botánico. Los ingleses no se quedaron atrás y Oxford también tuvo su Jardín. Es sabido que allí llegó a trabajar el filósofo John Locke, quien aún empeñado en construir la teoría política moderna, no desdeñaba menesteres más empíricos, como la clasificación de plantas.

El poder colonial se construyó sobre la base de esa “tecnología” que la naturaleza había incorporado a las semillas, o a las técnicas que permitían clonar las plantas, para aclimatarlas en las colonias y emprender su explotación. Conquistadores primero, exploradores después y científicos más tarde, nunca dejaron de estar al servicio del interés político tanto como del económico. Si se los financiaba era para obtener conocimientos útiles.

A mediados del siglo XVIII el militar francés Charles de la Condamine llegó a América con una expedición destinada a medir el meridiano terrestre (una información vital para la náutica), pero emprendió su propia exploración del Amazonas. Gracias a él llegaron a Europa las primeras noticias sobre las propiedades del curare, la quinina y el caucho. Una de las misiones asignadas al Beagle, el buque que tuvo a Darwin por ilustre pasajero, era la de hacer un relevamiento de recursos vegetales como maderas, cereales, legumbres, frutas y bebidas, incluyendo el mate, que Darwin se acostumbró a tomar en Buenos Aires.

JAN HUYGHENS VAN LINSCHOTEN FUE CLAVE PARA LA RUPTURA DE LA HEGEMONIA ESPAÑOLA Y PORTUGUESA DEL COMERCIO MARITIMO.

TECNOLOGIA “APROPIADA”

El robo de tecnología sigue siendo un próspero negocio hasta en estos tiempos, a pesar de toda la maraña de patentes, convenios, royalties y transferencias. Mucho más lo sería entonces, cuando cualquier recurso parecía lícito para desarrollar fabulosos negocios y arruinar a los competidores. Para contar estas historias, no alcanza con un solo Galeano. La East Indies Co. ofreció cuantiosas recompensas para quien lograra apoderarse de la cochinilla, un bicho que en México se usaba como colorante textil, pero más exitosos fueron los espías holandeses que llevaron a Java el café, que dejó de ser monopolio árabe. El botánico Archibald Menzies llevó a Inglaterra la araucaria después de cenar con el gobernador español de Chile y meterse en el bolsillo cinco de las semillas que adornaban la torta.

En Jamaica, los ingleses capturaron un barco francés y se apoderaron de plantas de canela, mango y nuez moscada, que pronto empezarían a cultivar. Cuando llegaron noticias del árbol del pan a la isla caribeña se pensó que su fruto sería el alimento más barato para los esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones. En 1788 la West Indies fletó un barco a Tahití para hacerse de algunos retoños. El barco era el Bounty y el capitán era un déspota llamado William Bligh. Como todos aprendimos en la famosa película con Charles Laughton, los marineros se amotinaron, tiraron al mar más de tres mil arbolitos, y desertaron para quedarse a vivir con los nativos. Con todo, Bligh se repuso, volvió con una escolta militar, y le entregó a la West Indies otras mil doscientas plantas.

AGENTES SECRETOS

El hombre clave para la ruptura de la hegemonía española y portuguesa del comercio marítimo fue el espía Jan Huyghens van Linschoten (1536-1611), un astuto holandés que se ganó la confianza del obispo de Goa hasta llegar a ser su secretario. Pacientemente, Jan se copió las cartas náuticas portuguesas que permitían llegar al Oriente pasando por el estrecho de Sonda. De ese robo, nacieron las dos poderosas Compañías de Indias Orientales, la inglesa y la holandesa, que pronto quebraron el monopolio portugués.

De paso, el espía se copió el libro de García da Orta sobre drogas y plantas medicinales de la India. Su importancia era tal que había sido uno de los primeros textos europeos impresos en Asia. No extrañará mucho que un poderoso banco holandés otorgue hoy un premio que lleva el nombre del espía para las “contribuciones al comercio internacional”. No era el primer pirata que fue ennoblecido por sus servicios.

Uno de los objetivos que los ingleses se propusieron desde temprano era aclimatar en la India plantas americanas, para aprovechar el clima. Fue así como Clemens Markham llevó la quinina a la India, pero no tuvo suerte con el caucho, porque sólo una docena de plantas de Hevea brasiliensis llegaron a Inglaterra y se secaron enseguida. El caucho era un fabuloso negocio en Brasil. Había permitido que sus “barones” acumularan fortunas, levantaran mansiones, una catedral y un teatro de ópera en Manaos, porque no tenían competencia.

Robarse semillas del árbol del caucho era un delito en Brasil. Markham le encargó cometerlo al colono inglés Henry Wickham (1846-1928), que estaba radicado en Santarem, en la confluencia del Amazonas y el Tapajoz.

Wickham, a quien los brasileños recuerdan como “el eco-pirata”, despachó a sus indios a acopiar semillas de Hevea, porque le habían ofrecido diez libras por cada mil semillas. Por supuesto, luego objetaron que sólo le pagarían por las que llegaran sanas.

El inglés juntó nada menos que 70.000 semillas, las secó y las escondió en canastos de caña, disimulándolas con varias capas de hojas de banano, como si fueran nueces tropicales. El contrabando se consumó cuando salió al encuentro del vapor turístico Amazonia, que hacía su viaje inaugural, y con él logró despacharlas a Inglaterra. De este modo, las semillas llegaron a manos del botánico J. D. Hooker, uno de los grandes amigos de Darwin. Las sembraron en Kew Gardens y aunque sólo un 3,75 por ciento de ellas germinó, fueron suficientes para llevar el árbol del caucho a Malasia, Indonesia e India.

En poco tiempo, las eficientes plantaciones británicas, organizadas con criterios industriales, llevaron a la ruina a los caucheros brasileños, que no lograban ganarles a las plagas naturales ni superar los métodos artesanales. Con todo, Wickham no tuvo los beneficios que esperaba. Recién en la vejez lo hicieron caballero y le dieron una pensión, para que meditara sobre la grandeza victoriana. Como dijo un conocido gremialista argentino, “la plata no se hace trabajando”. ¡Es la famosa acumulación primitiva del capital, estúpido!

ENERGIA ATOMICA EN LA ARGENTINA Y EL MUNDO



La Argentina nuclear

En el territorio nuclear la historia se mezcla con la leyenda. Más allá de epitafios mil y una vez escritos, la silenciosa pero extendida actividad nuclear argentina muestra signos como para esperanzarse. En un contexto internacional favorable, el objetivo estratégico planteado es el de aprovechar la capacidad tecnológica del país.

Por Ignacio Jawtuschenko

Las últimas noticias en el mundo nuclear hablan de un presente en expansión, sólo comparable al big bang de la época de oro de los años ’60. Esta vez sin Guerra Fría, de la mano de la lucha contra el cambio climático y habiéndose diluido el fantasma de Chernobyl –el accidente de 1986 que determinó en parte la caída del régimen soviético y el fin de la primavera nuclear– se recalienta el crecimiento de esta tecnología que hoy provee el 15 por ciento de la electricidad que se consume en el mundo. La generan los 440 reactores nucleares en funcionamiento con una potencia neta total instalada de 370.221 MW.

La distribución de la nucleoelectricidad no es equitativa. 31 países la usan. En 15 de estos países, la energía nuclear suministra más de un 25 por ciento de sus necesidades eléctricas. Los diez países con mayor capacidad de generación de electricidad de origen nuclear en 2008 fueron, en porcentajes: Francia (76), Lituania (73), Eslovaquia (56), Bélgica (54), Ucrania (47), Suecia (42), Eslovenia (42), Armenia (39), Suiza (39) y Hungría (37).

Estados Unidos es el país con más centrales nucleares: 104 en funcionamiento que producen el 20 por ciento de la electricidad del país. Francia tiene 59, Japón 54, Rusia 30, Reino Unido 23, Canadá 20, Corea del Sur 19, India 14.

La tecnología nuclear es sinónimo de desarrollo: mientras que 15 de los 27 estados en la Unión Europea tienen centrales en operación y el 35 por ciento de la energía que se produce es de origen nuclear, en Latinoamérica el panorama es el opuesto, sólo el 2,5 por ciento es nuclear. Sólo Argentina, Brasil y México tienen nucleoelectricidad.

Hasta no hace mucho el panorama era declinante, pero algo ha cambiado. Se valora la eficiencia económica, la no emisión de gases de efecto invernadero y la seguridad del suministro. En el gremio se habla a viva voz de un generalizado renacer nuclear. El tiempo dirá.

Según datos de la OIEA, el Organismo Internacional de Energía Atómica, que se encarga de regular la actividad, está programada de manera oficial la construcción de 200 nuevas centrales.

Somos una especie energívora. Por un lado se estima que 1600 millones de personas no tienen acceso a la electricidad y claman por ella de mil maneras distintas; por el otro, Europa importa más de la mitad de la energía que consume, es decir, las preocupaciones y motivaciones son diversas, pero en este mundo cruzado por fuertes desigualdades, los crecientes costos económicos y ambientales del petróleo y el gas –que se agotan– motivan esta vuelta al amor nuclear.

La mayoría de los países más avanzados, EE.UU., Francia, Japón –víctima de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, en el Génesis de lo nuclear–, Reino Unido y los emergentes China e India han optado recientemente por poner en marcha programas para construir nuevos reactores nucleares: 15 de estos países están construyendo 53 nuevas centrales, algo impensado hasta hace unos años. China tiene 16 centrales en construcción, Rusia 10, India y Corea 6, Japón, Ucrania, China y Taiwan dos cada uno. Estados Unidos espera tener 30 centrales nucleares más en diez años.

El mundo es cada vez más electrodependiente y más allá de este repunte del sector nuclear, todavía el 67 por ciento de la electricidad la generan las centrales térmicas, que transforman calor en electricidad quemando en su mayoría carbón, pero también gas y petróleo. En orden de importancia le siguen las hidráulicas. Por vía de las represas hidroeléctricas se genera el 17 por ciento del total. Sólo un uno por ciento de la electricidad es generada por las energías renovables como la eólica y la solar.

60 AÑOS Y UN PLAN

En la Argentina, la legendaria Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) cumple en mayo 60 años de trayectoria. Pionera, fue la institución que hace 53 años puso a funcionar el primer reactor de investigación, hace 43 años arrancó el primer reactor de potencia del país y hace 20 ha puesto en funcionamiento su industria de agua pesada. La CNEA intervino además como constructora o colaboradora en la construcción de 12 reactores de investigación, siete de ellos en el país y cinco en el exterior (dos en Perú uno en Argelia, Egipto y Australia) y junto a empresas como Invap y Dioxitek exporta alta tecnología.

El Plan Nuclear vigente desde 2006 parece haber dejado definitivamente atrás los años del apagón nuclear, y tiene como principales prioridades culminar con el prototipo del primer reactor argentino: el Carem 25, y el desarrollo del enriquecimiento y la minería del uranio.

A cargo de Nucleoeléctrica Argentina (NA-SA), 5200 personas trabajan en Lima, provincia de Buenos Aires, para terminar y encender la demorada Central Atucha II, que para la primera mitad del año 2011 aportará 700 MW de potencia al sistema energético. Paradójicamente Atucha I, la primera central de potencia latinoamericana que data de 1974, se construyó en tiempo record, y su hermana la vecina Atucha II fue en décadas pasadas un ejemplo de lo que no hay que hacer. Las obras se iniciaron en 1980, y la suya ha sido una historia de interrupciones, demoras, abandono y desde 2006, reconstrucción.

REENCARNACIONES Y LA CUARTA CENTRAL

Por otra parte, la rendidora Central de Embalse, en Córdoba, va por su reencarnación. O como dicen los técnicos: su extensión de vida por 30 años más. Embalse es una central de tecnología Candu que ha batido records mundiales en eficiencia en la producción de energía eléctrica, con un factor de utilización que supera el 85 por ciento. Es decir que durante más del 85 por ciento de las horas anuales esta central ha estado entregando energía al sistema con un relativamente bajo costo variable de producción. Además produce un radioisótopo, el Cobalto 60 que coloca al país como cuarto proveedor mundial de este insumo para usos medicinales e industriales. Están previstos los trabajos de reemplazo del núcleo y demás, durante 18 meses –que podrían ser más–, entre 2011 y 2012. Según las autoridades de Energía para el segundo bicentenario en 2016 la Argentina debería contar con Atucha III.

Si bien la cuarta central nuclear argentina es todavía una central de papel y tinta, más que de hormigón armado, tubos y recipientes de presión, en noviembre la actividad nuclear ascendió a política de Estado a partir de una Ley Nuclear aprobada en el Congreso prácticamente por unanimidad. Según expresaron las autoridades de Energía en el Congreso, se trataría de una central de 1500 MW de potencia, seguramente con tecnología Candu, en base a agua pesada y uranio natural. Para el país, una vez más el desafío será pasar de un reactor de papel a uno en serio.


LA ARGENTINA SOJERA



Por Susana Gallardo

Centro de Divulgacion Cientifica, UBA

“Se piensa que el glifosato es inocuo y que se degrada fácilmente, por ello se emplea mucha más cantidad que la necesaria”, señala la doctora Haydée Pizarro, docente e investigadora de la FCEyN-UBA y del Conicet. Un efecto indeseado de la aplicación en exceso es que se están generando malezas resistentes, lo que lleva a los fabricantes a desarrollar formulaciones cada vez más potentes.

Si bien lo aconsejable, según el INTA, es emplear un litro del formulado por hectárea, “los productores confiesan que vierten entre 10 y 14 litros por hectárea”, según informa Pizarro. El formulado comercial (Round up, la marca registrada de la empresa Monsanto) contiene 48 por ciento del principio activo, y el resto, un compuesto que facilita la entrada del producto a la planta. En particular, se emplea uno que se conoce como POEA, que, según algunos estudios, puede ser más tóxico que el glifosato.

La doctora Pizarro, junto con el doctor Horacio Zagarese del Instituto Tecnológico de Chascomús (Intech) y el doctor Carlos Bonetto, del Instituto de Limnología de La Plata, determinaron que, en los cuerpos de agua, el glifosato produce una modificación de la comunidad de algas, ya que elimina a algunas de ellas, hace que otras aumenten y, además, se produce un incremento de fósforo en el agua, compuesto que forma parte de la propia molécula del glifosato. Los resultados acaban de publicarse en Ecotoxicology.

“La adición del formulado genera cambios significativos en la estructura y el funcionamiento de las comunidades de algas”, señala Pizarro, y destaca: “Tanto el fitoplancton como el perifiton conforman la base de la trama alimentaria acuática y, si hay alteraciones en estas comunidades, se generan efectos en los demás componentes del ecosistema, por ejemplo los peces”. El perifíton designa a aquellos organismos muy pequeños que se adhieren a las paredes o a otros sustratos presentes en los cuerpos de agua.

ALGAS RESISTENTES

Los experimentos fueron realizados en un predio del Intech, en Chascomús, en diez piletas construidas especialmente, de 25 metros cuadrados de superficie, que semejaban lagunas.

En cinco de esas piletas, los investigadores inocularon el formulado Round up para tener en el agua 8 miligramos de glifosato por litro, cantidad comparable con la que puede recibir una laguna en un ambiente natural, rodeado por cultivos, y adonde el viento puede transportar el herbicida desde las avionetas o los tractores que fumigan.

Al cabo de once días, los investigadores observaron que el herbicida en cuestión producía una gran mortandad de ciertas algas, pero un grupo en particular, las cianobacterias, hicieron frente al embate del herbicida. Estas últimas son resistentes a situaciones extremas, por ejemplo temperaturas muy altas o muy bajas, o falta de agua. De hecho, se las encuentra en los desiertos, así como en la Antártida.

Terminado el experimento, las piletas fueron vaciadas, pero en el fondo quedó el sedimento que se había formado. Al tiempo, los investigadores volvieron a llenar las piletas con agua limpia, con el fin de realizar un nuevo experimento. Pero, al cabo de unos meses, hallaron que en cinco de ellas el agua estaba turbia. Se habían puesto turbias, precisamente, las que habían recibido la aplicación de glifosato el año anterior.

“Fue un efecto impensado. El glifosato, con una sola inoculación un año atrás, se había unido a compuestos del suelo y, a largo plazo, había provocado la turbidez del agua”, destacó Pizarro.

LAS AGUAS BAJAN TURBIAS

“La turbidez del agua en las piletas se relaciona con una gran proliferación de algas debido al efecto a largo plazo del glifosato”, subrayó Pizarro. El herbicida contribuyó a aumentar la presencia de fósforo, que acelera el proceso de eutrofización, es decir, el aumento de materia orgánica en el agua. Este es un problema que afecta a las lagunas de la provincia de Buenos Aires y ello se debe, sobre todo, a la actividad agrícola.

“La gran mayoría de las lagunas pampeanas se encuentra hoy en un estado más turbio que el original. La eutrofización en ellas se ha incrementado en los últimos veinte años debido a la intensificación de la agricultura, que trajo aparejadas elevadas tasas de fertilización. Los excedentes de nutrientes terminan en los cuerpos de agua de la región e incrementan aún más su grado trófico”, explica el doctor Armando Resella, docente en la Facultad de Agronomía de la UBA, quien participó en un trabajo de relevamiento y estudio de las lagunas pampeanas.

A medida que una laguna se carga de nutrientes pasa por diferentes etapas, en que varía tanto la flora como la población de peces. “Si la carga de nutrientes y materia orgánica es muy elevada, la laguna puede pasar a un estado hipertrófico, en donde las condiciones ya no son viables para la continuidad de peces como el pejerrey. En estos cuerpos de agua sumamente turbios, con fondos sin oxígeno y de olor desagradable, son más frecuentes las floraciones de algas potencialmente tóxicas”, señala Rennella.

El nivel de eutrofización se vincula, por lo general, al uso de la tierra en la cuenca de drenaje de la laguna. “A mayor intensidad de uso de la tierra (urbanización, agricultura intensiva, ganadería en feed lot), mayor carga de nutrientes en el cuerpo de agua y por lo tanto mayor desarrollo del fitoplancton y mayor turbidez. Las causas principales son los fertilizantes utilizados en la agricultura y las descargas de desechos urbanos pobremente tratados”, recalca el investigador.

Cuando un cuerpo de agua se vuelve turbio y eutrófico, pueden aparecer algas nocivas para el hombre, como la Microcistis aeruginosa, una cianobacteria, que es tóxica para el hombre y los animales, y afecta principalmente al hígado. Esa alga no sólo resiste el efecto del herbicida, sino que, además, lo emplea como nutriente, por su alto contenido en fósforo.

“En nuestro trabajo el problema era el herbicida”, dijo Pizarro. Luego de haber observado que cinco de las piletas estaban turbias, los investigadores realizaron otro experimento, y agregaron glifosato a cinco de las piletas al azar, ya fueran turbias o claras. Luego colocaron distintos sustratos para que las poblaciones de algas se adhirieran a ellos. Y los retiraron a diferentes lapsos: a los 8, a los 14, a los 28 y a los 42 días. “Vimos que había una gran mortandad de varias especies de algas, principalmente diatomeas, mientras que a las otras algas, las cianobacterias, este herbicida no las había afectado. Donde no pusimos herbicida, las diatomeas crecieron.”

MAS ESTUDIOS

Ahora, los investigadores están trabajando con otro equipo de investigación de la FCEyN para determinar por qué se produce la mortandad de algas, y si la toxicidad proviene del principio activo del glifosato, del aditivo o de la mezcla de ambos.

Lo cierto es que los resultados obtenidos ponen en evidencia el efecto que el uso indiscriminado del glifosato puede tener sobre la calidad de las lagunas, que son fuente de agua dulce para el hombre, así como sobre la vida de los organismos que allí habitan y que se encuentran en la base de la cadena alimentaria.