jueves, 17 de mayo de 2012

EL ADIOS A CALOI (1948-2012)




 Bocetos de una despedida
 
Parte de la renovación dorada de la historieta argentina supo encontrar una voz bajo la dictadura con un increíble pájaro sin manos que hablaba, se enfrentó a la campaña prolija e higiénica de Muñoz durante el Mundial y la ganó con su célebre “tire, tire papelitos”, rebalsó el marco de la historieta con aquellos memorables cortos de la hinchada en televisión durante el Mundial del ’82, y con Caloi en su tinta en los ’90. La semana pasada murió a los 63 años. Lo despedimos con tristeza.

Por Martín Pérez
 
Caloi se llamaba en realidad Carlos Loiseau. Carlos el pájaro, traduciendo su apellido caprichosamente del francés. El pájaro de Caloi siempre fue Clemente, tal vez el último personaje de historieta auténticamente popular de una tierra que sabe de historieta, de personajes y de popularidad. Al punto que es difícil reducir a Clemente al mundo de los globos y los cuadritos. Porque siempre fue mucho más que eso. Fue muñeco, fue dibujo animado, fue cantito de tribuna. Clemente es mucho más grande que Caloi y uno se atrevería a decir que también mucho más grande que el estado actual de la historieta local. Y por eso mismo también era ajeno. Corría desde hace tiempo por otro camino.
Sin Fontanarrosa primero y sin Caloi ahora, el humor gráfico argentino se despide de manera injustamente temprana de esa ruidosa renovación que arrancó en los años ’70 y se concretó en los ’80. Y si los personajes de ambos ganaron semejante popularidad fue porque supieron acompañarnos durante años sumamente duros y silenciosos, hablando por todos nosotros. Hay una foto que circula en Internet, en la que Fontanarrosa, Quino y Caloi cruzan por una senda peatonal a la manera de Los Beatles cruzando Abbey Road. Y está bien, porque ellos fueron verdaderos ídolos pop(ulares) de una época que empezó con demasiadas voces y terminó quedándose sin ninguna. Como representante de un estilo y una generación inmediatamente anterior, un casi retirado Quino ha quedado despidiéndolos antes de tiempo. Los dos, hace tiempo, habían excedido los límites del tablero de dibujo al multiplicar su popularidad a través de la literatura, el teatro, la televisión e incluso el cine. Lo extraordinario de Quino es que no necesitó de esas otras artes y medios para llegar al mismo lugar.
Caloi se va con la camiseta de River en el corazón, Clemente se queda con la de Boca. Pero no se trató de un exceso popular del autor, sino que antes de Clemente estuvo Bartolo, que sí era de River, como su autor. El extraño pájaro sin alas le robó el protagonismo en la tira a fuerza de popularidad, de esa camiseta que siempre supo llevar más que bien. Lo de Bartolo era otra cosa, lirismo y poesía, lindando con el surrealismo. Por eso es que hubiese quedado muy bien acompañado en El Expreso Imaginario, al lado de Little Nemo y Krazy Cat, las historietas de la revista mítica del rock local. Porque originalmente Caloi formó parte del proyecto, y Bartolo estaba incluido en los avisos que anunciaban la revista. Sucesivos atrasos lo terminaron llevando a la contratapa de Clarín, y el resto es historia, Clemente y papelitos. Luego eternidad y ahora, recién ahora, despedida.


 

 
 
Atorrantes
 
Por Juan Sasturain
 
Los que disfrutamos con los chistes gráficos, las historietas y las caricaturas, y presumimos de un paladar bien dispuesto y entrenado para disfrutar no sólo de los consabidos Quino y Fontanarrosa sino de un espectro amplio que va de El Conventillo de Don Nicola y Afanancio hasta Rep o Gustavo Sala, sabemos que hay muchos tipos de humor y –sobre todo– agradecemos que los haya: humor blanco, humor negro, humor chancho, humor mudo, humor idiota, humor político, humor didáctico, humor absurdo, humor comprometido, humor ingenuo, humor intelectual, humor verde, humor poético, humor regional, humor porteño, humor costumbrista, humor tonto, humor agresivo, humor escatológico, humor metafísico y todos los tipos que se quieran derivar de sus mezclas en diferente proporción. Son, en su mayoría, solubles. Autores tan disímiles y talentosos como Mordillo, Max Cachimba, Topor, Copi, Landrú, Nine, Rius, Brascó, Cognigni, Steinberg, Calé o Herriman hacen o hicieron buen humor propio y diferente, dentro de un espectro amplísimo que calza en alguna de estas categorías o sus combinaciones.
En el caso particular de Caloi –Carlos Loiseau, responsable del incombustible Clemente–, dibujante y humorista enmascarado, ya hemos dicho alguna vez que lo que lo define, su aporte a la historia de la gráfica argentina, en suma, es el humor atorrante. Una categoría no muy ortodoxa tal vez, pero quién dijo que debería serlo.
Y no es cuestión de temas ni de trazos atorrantes, como sería el caso del alevoso oriental Tabaré. Ni siquiera de una necesaria condición personal. Se trata de la mirada. Y para definir la actitud o condición atorrante de la que se deriva esa mirada, mejor que hacer la lista –como Doña Petrona– de sus ingredientes, es señalar los caracteres de su opuesto: la solemnidad. El solemne cree –o aparenta– que debe convencernos de que se hace cargo de alguna tarea o misión que trasciende a su interés o gusto particular, pero que nos involucra a todos. Claro que en realidad lo único que mira es el espejo: todo solemne es un engrupido. El atorrante, en cambio, comienza por no tomarse en serio a sí mismo. Nuestro máximo ejemplar, insuperable, fue Olmedo, y a nivel universal, quien formuló el principio básico es Groucho: alguien que nunca se haría socio de un club donde admitieran gente como él...
Una aclaración acaso innecesaria: la solemnidad y la atorrantería no tienen que ver con el nivel social, ni con condiciones de clase o profesión. Un Premio Nobel puede ser un atorrante; un director técnico de la B o un portero, solemnes. Y ni siquiera los separan parámetros éticos: un atorrante suele ser un transgresor, pero no un delincuente; entre los solemnes suelen estar los más selectos criminales. Si la solemnidad no da derechos ni conlleva virtudes, la atorrantería –en cambio– sin duda limpia y desinhibe la mirada. Por eso cuando se habla de algún político atorrante, hay un error, se quiere decir otra cosa: se trata de un hijo de puta. Y eso no es chiste.

 


Un dato fundamental es que para el humor atorrante el chiste es un fin, un valor en sí: reírse es bueno, es sano y suficiente, no necesita de ninguna otra justificación ni permiso. Otro dato es que, sea humorista o no, el auténtico atorrante –a diferencia del boludo, del necio o del predicador– no lo es todo el tiempo. O no lo manifiesta, ya que el disimulo –la esgrima y el uso alternativo de cierta seriedad– es parte de la auténtica atorrantería. A veces el más genuino atorrante es el que sólo muestra la hilacha o ni siquiera, como aquel Dr. Merengue inventado por Divito, flor de atorrante.
Es una cuestión de “costados”: Bioy, un señorito, tenía un “costado” atorrante, como Oski o el Tano Pratt; Dolina es un atorrante con un “costado” autorreflexivo; Casero también lo es, pero tiene un “costado” con el que se hace, y Jack Nicholson se hace aparatosamente el atorrante y es probable que en su “costado real” también lo sea. Menos sutiles, algunos aparentes atorrantes de tiempo completo no lo son, o lo son sólo profesionalmente: se trata de simples farsantes. El grosero compulsivo –por ejemplo– y el solemne aparato se encuentran en el exceso, la impostación.
Por otra parte –y acaso sea lo más revelador, como bien lo ha cantado Serrat–, el ejercicio de la atorrantería tiene que ver con la amistad. Los atorrantes tienen amigos (tan atorrantes como ellos), del mismo modo que los delincuentes tienen cómplices, y los solemnes, discípulos y maestros. Por eso el humor atorrante no busca aplausos aliados, ni guiños de enterados, apela a la posibilidad de divertirse juntos, joder con cosas de uno en otros, reconocer lo de los otros en uno: compartir la risa y no necesariamente otros intereses o necesidades ocasionales.
Tal vez por eso suela ser política o socialmente incorrecto. Una incorrección que no tiene nada que ver con la agresividad o el culto aparatoso a la “transgresión”. Porque la auténtica transgresión es siempre obra de la inteligencia. El humor atorrante es más inteligente de lo que se (lo) cree.


(La versión original de esta nota fue publicada en marzo del 2009, cuando se declaró a Caloi Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.)
 
 
 
 MUCHO MAS QUE UN DIBUJANTE

En su salsa


Por Mariano del Mazo
 
Roberto Fontanarrosa le pregunta a Serrat qué significa “jugar a los chinos sin monedas”. En la cabecera el Flaco Menotti (¡Masotti!) se ríe de los jueces línea (“Y mi amor, ¿cómo te fue? –le pregunta la mujer cuando el tipo vuelve a casa el domingo a la noche–. Bien, bichín, ¡cobré cinco offsides!”). Alejandro Dolina conversa con Alfredo Casero; Ricardo Mollo está a los arrumacos con su novia, Erica García. Quino observa la constelación nacional y popular como un Buda, Crist toma vino... Ahí andan, todos alrededor de la mesa, Jaime Torres, Rodolfo Mederos... El anfitrión del dream team es Caloi, que pica aceitunas completamente ajeno a lo que proyecta Clemente. Lo raro es que se pusiera a tirar papelitos en el living. Se ríe Caloi ante el comentario bobo de los papelitos, con una media sonrisa infalible. Su mujer María mantiene un equilibrio justo entre el relajo de fiesta conversada y la preocupación porque no falte nada.
La escena ocurrió a fines del milenio pasado con la excusa de agasajar a Serrat en una de sus giras argentinas. A Caloi le gustaba invitar gente a su casa, una casa grande y todo buen gusto ubicada frente a Parque Lezama. Allí organizaba cada tanto unas tertulias musicales con la actuación de los artistas que veneraba: Horacio Salgán, Nelly Omar, Suma Paz, Peteco Carabajal. Esas memorables veladas de buena música y buen vino eran otra excusa, un pretexto artístico para el encuentro con gente que quería de lejos. Caloi tenía mucha gente que quería en (a pesar de) la distancia: el mismo Serrat, Crist, su hija Aldana. Aldana Loiseau está radicada en Humahuaca donde lleva adelante una titánica tarea pedagógica cultural a través de cursos de cine y proyección de películas en la Casa del Tantanukuy. Cada vez que podía, Caloi aprovechaba la celebración del Tantanukuy –que organizaba Jaime Torres– para visitar a su hija. Avión a San Salvador de Jujuy y de ahí auto alquilado hasta la Quebrada. Siempre con su mujer María de copiloto, surcaba valles y montañas del Norte argentino con pulso aventurero. Una vez se le quedó el auto a 4 mil metros de altura y no podía creer lo que le había dicho un baqueano: “El auto se le apunó”. Ya en Humahuaca la ciencia completó la idea: parece que a cierta altura algo ocurre con el agua del radiador. Le quedaba bien el Noroeste: al fin al cabo era un salteño camuflado de porteño.
Curioso nato, a fines de los ’60 se acercó a Almendra. Tenía unos 20 años y una pequeña productora publicitaria con Carlos Marcucci y Alberto Broccoli que se llamaba Humor Sociedad Muy Anónima. Cuenta Rodolfo García: “Nos propuso hacer un libro de Almendra con fotos, dibujos, poemas, textos. Nos reunimos periódicamente, juntamos material, pero al tiempo sobrevino la disolución del grupo. Se editó con lo que había”. A mediados de los ’90 se acercó a Divididos y les hizo el dibujo para la tapa de Otro le travaladna.

 Amaba la música, se metía a fondo, discutía y al fin se mandó con un hermoso tango escrito junto a Raúl Carnota. Fue en honor al personaje desbancado por Clemente y es una prueba del manejo preciosista del idioma que tenía Caloi, un estilo melancólico hasta el absurdo que incurría en una poética recargada más como homenaje a los poetas sensibleros, a los hijos de Carriego, a los autores de folletines, que a otra cosa. “El tranvía de Bartolo” fue grabado por Bardos Cadeneros en el disco Las líneas de tu mano (2009) y hoy conmueve escuchar la voz de Hernán Lucero cantar esos versos de despedida al tranvía de historieta, proyectados inevitablemente hacia otro adiós. Caloi en su tinta: “Nadie le ha fijado el recorrido / Rodará hasta que una mano de asfalto fatal / Tache el camino, lo tumbe al fin”.
El epílogo sugiere el bandoneón de tango... Esquivemos la tristeza subrayada. Mejor poner de fondo el jazz beat de aquel Almendra que escuchó en su primera juventud; mejor “¿dónde estás ahora, Negro Caloi, que el viento borró tus manos?”.