sábado, 10 de marzo de 2012

A LOS 73 AÑOS MURIO JEAN GIRAUD, MOEBIUS, UNO DE LOS GIGANTES INDISCUTIDOS DEL COMIC.



El dibujante que aprendió a volar

 

La influencia de su trazo genial no se limita al mundo del comic: el artista francés fue principal responsable de una estética cinematográfica y narrativa que dejó marcas profundas. Aquí se lo conoció por primera vez gracias a la revista Fierro.


Por Andrés Valenzuela

Un blogger galo definió la noticia con dolorosa precisión: “Entonces, Moebius podía morir”. Cuatro palabras que condensan tanto el hecho como el peso de la figura de Jean Giraud en la cultura francesa y en la historieta mundial. Sí: falleció el creador de obras monumentales como Teniente Blueberry, Arzach o Incal. Tenía 73 años bien vividos y un trazo bello, perfecto y “de prodigiosa soltura”, tal lo definían los críticos de su país.
Es imposible comprender la historieta contemporánea sin considerar su influencia, que se extendía mucho más allá del universo de los globitos. El mundo del cine también se benefició de su imaginación fuera de serie, pues creó el arte conceptual de muchas películas fundamentales de la ciencia ficción, como Alien, el octavo pasajero. Los especialistas también señalan sus dibujos en The long tomorrow como una inspiración destacada para la estética de Blade Runner. Sus trazos movilizaron la sensibilidad del animador y mangaka japonés Hayao Miyazaki (El viaje de Chihiro). Trabajó en una adaptación de la saga literaria Duna junto al chileno Alejandro Jodorowsky, uno de sus principales colaboradores, aunque el film jamás se concretó. Además, puso su sello en numerosas miniseries y adaptaciones de bande-desineé en la pantalla chica, pues el mercado franco-belga es pródigo en la práctica de animar las viñetas.

 

Tuvo una larga y prolífica carrera, en la que empezó firmando con su propio nombre y ateniéndose a lo más clásico de la tradición gráfica de su país. Su primer trabajo fue en 1961 y debutó como discípulo de Jijé, otro grande de la corriente franco-belga. Pronto pasó a la revista Pilote, donde crearía a Blueberry junto al guionista Jean-Michel Charlier. Hasta ese momento era “sólo” un dibujante increíblemente talentoso.

Pero cuando le llegó su turno marcó un antes y un después en la historia del medio. Soltó la mano y su imaginación. Empezó a firmar como “Moebius” y se convirtió en una suerte de artista bicéfalo. Cada firma podía adscribirse a una corriente estilística particular, aunque eventualmente iba a imponerse la renovadora. Moebius se destacó en la revista Metal Hurlant, dedicada a la ciencia ficción, que había fundado junto al colectivo artístico “Humanoides Asociados”. Desde ese momento jamás dejó de estar a la vanguardia de la historieta mundial. Inspiró e influyó a generaciones de colegas de todo el mundo, siempre ofreciendo una mirada imaginativa sobre los temas y los paisajes que abordaba. Los ’80 fueron una década particularmente fructífera para el dibujante francés. En esos años creó La saga del Incal, junto a Jodorowsky. Para la misma época lo conocieron los artistas y lectores argentinos, pues la revista Fierro (primera etapa) publicó varios de sus trabajos más célebres.



En el último tiempo le preocupaba la creciente influencia del manga en el mercado franco-belga (llegó a llamarlo “una plaga”), aunque él tampoco fue ajeno a su impacto: cuando vio Akira se fascinó y admiró al japonés Katsuhiro Otomo, quien dejó su marca en el estilo del francés.
Los años no detuvieron su dedicación a la historieta ni menguaron su talento. En cada salón del comic francés era recibido como un auténtico héroe. No como un prócer enclavado en el tiempo, sino como un artista vibrante que seguía dando lo mejor de sí. Cualquier lector puede poner en el buscador de YouTube “Moebius + Angoulême” y encontrará videos de años recientes en los que el veterano daba cátedra de speed-painting (una técnica de dibujo rápido) sobre tabletas digitales, junto a nuevas figuras a las que casi doblaba en edad.

Durante toda su carrera obtuvo cuanto premio importante puede ganarse en la historieta occidental. Y varias veces. El Festival Internacional de la BD de Angoulême, Francia, le dio su Gran Premio. El festival de Lucca, Italia, le dio dos veces su Yellow Kid. Los norteamericanos lo reconocieron con el Havey Award y el Eisner, que ganó dos veces, una de ellas con la versión que hizo de Silver Surfer junto a Stan Lee. Además, forma parte del Salón de la Fama de ambos títulos.
Las portadas de los medios franceses destacan y lamentan su partida. En Internet se multiplican los homenajes. No es para menos. Se fue una buena porción de la imaginación y la belleza del mundo. Hay una cinta negra e infinita en la historieta universal. Se fue Jean Giraud. Se fue Moebius.
 





Domingo, 18 de marzo de 2012

La cinta infinita

 

 

 Hijo de la Europa del ’68, en la Argentina se lo empezó a conocer de oídas a fines de los ’70 y recién en los ’80 su fabuloso universo estalló en las páginas de Fierro. Mientras, su trabajo ya se había filtrado en el cine y se lo podía detectar en películas como Alien, Tron e incluso La guerra de las galaxias. Místico fascinado con los secretos del inconsciente y el otro mundo de los sueños, Jean Giraud es lo más cercano al dibujante total, cuyo mundo está contenido en cada trazo y excede libros, tramas, guiones y hasta películas. La semana pasada, después de luchar varios años contra el cáncer, el mítico Moebius dejó para siempre los tableros de este mundo.



Una familia normal que sube a su auto para tomarse unas vacaciones muy especiales, un desgraciado que sufre una erección permanente, un hombre enigmático que cabalga una extraña ave blanca sobre mundos desconocidos y un garaje hermético que no es garaje ni hermético. Ante la cámara del documental televisivo alemán Moebius Redux, que no ha dejado de reproducirse en Internet desde el sábado pasado, Jean Giraud enumera las cuatro obras que, asegura, no dejó de temblar mientras las estaba dibujando, pensando todo el tiempo: Esto es. Son las obras con las que se permitió pasar de Gir a Moebius, de Pilote a Metal Hurlant, de formar parte de la industria de la historieta francesa a reinventarla, de dibujar sus historietas a ser dibujado por ellas.

Las siete escasas páginas de La deviation, las veintidós de El cachondo loco, los cuatro capítulos mudos y de apenas media docena de páginas de Arzach y ese centenar de páginas libres que forman El garaje hermético, una suerte de deslumbrante diario íntimo en clave dibujado durante tres años, a razón de dos páginas por mes. Apenas una gota en el mar de las planchas y planchas de historietas que dibujó Jean Henri Gaston Giraud, entre su nacimiento en 1938 y su muerte el sábado pasado, dos meses antes de cumplir 74 años. Sin embargo, cuando las breves historias de Arzach –un misterioso personaje que no sólo no habla, sino que en cada una de sus breves historietas cambia la ortografía de su nombre– se compilaron en un álbum, Giraud explicó en una reveladora entrevista realizada el año pasado para el periódico Los Angeles Times que terminó siendo dentro de su obra como el monolito de la película 2001, Odisea del Espacio.
Artista en permanente mutación, venerado por sus pares como un referente y copiado hasta el hartazgo, al punto de que prácticamente se puede ver su trazo en todos los ámbitos de la cultura popular con aliento a ciencia ficción, Giraud fue Gir para su obra dentro de los cánones de la industria del comic franco-belga. Su obra cumbre con esa firma es la extraordinaria saga de Blueberry, con guiones de Jean-Michel Charlier y con su héroe dibujado a imagen y semejanza de Jean Paul Belmondo. Como sucede con Hugo Pratt y su Sargento Kirk, durante los comienzos de Blueberry se puede ver la evolución de Giraud como dibujante página tras página, desde las rudimentarias primeras historias de comienzos de los ’60, hasta su dominio total del dibujo y la narrativa al pisar los ’70, el año en que decide dar un salto hacia lo desconocido. Si bien la producción de la serie fue bastante discontinua a través de las cuatro décadas de su existencia, Gir –con y sin Charlier, que falleció en 1989– completó 28 volúmenes con sus aventuras, y su mera existencia hubiese alcanzado para asegurarle un lugar en la historia de la historieta. Europea, al menos.

 

Pero, así como algunos artistas inventan un lugar para sí mismos haciendo lo mismo una y otra vez hasta que el mundo los descubre y reconoce, Gir/Moebius siempre fue un creador en permanente movimiento. Apenas entró en la industria, Giraud se inventó un seudónimo para poder entrar y salir de ella. Allá a comienzos de los ’60, firmó como Moebius una serie de oscuras tiras al estilo de la primera revista norteamericana Mad, que salieron en la revista francesa Hara Kiri. Pero cuando el inconsciente estalló en su dibujo, y se sumergió en el mundo paralelo de los sueños y la ciencia ficción que apunta hacia el universo interior antes que el exterior, esa vieja firma pasó a ser la contraseña para un mundo nuevo. Junto a colegas como Druillet y Dionnet, se emancipó de lo que llamó “la mentira de Hergé” dentro de la escuela franco-belga, que bajo la excusa de estar dirigiéndose a los niños borró todo rasgo de sexualidad en sus productos, y a partir de entonces todo fue posible bajo el nombre de Metal Hurlant, una revista que se tradujo al mundo anglosajón como Heavy Metal.
Aquellas historias, que se leyeron en castellano por primera vez gracias a la revista española Totem y acá a través de la primera Fierro, son las que explotaron en el imaginario de cualquier dibujante o artista gráfico cercano a la ciencia ficción. Su primer vínculo con Alejandro Jodorowsky, para una fallida adaptación de Dune, lo puso en la mira de la industria cinematográfica, y junto con Gigier fue uno de los responsables del arte de Alien, y de allí pasó a Tron, Blade Runner, y siguen las firmas. “Se pueden ver sus influencias en el cine de ciencia ficción actual por todos lados, son tan profundas que resulta imposible alejarse de ellas”, declaró recientemente Ridley Scott. Hasta el mismísimo George Lucas ha reconocido sus influencias para La Guerra de las Galaxias, en las que el diseño de las armaduras de los estilizados guerreros del imperio –por hablar de apenas una referencia– es llamativamente moebiusiano. Con Jodorowsky creó la última de sus obras magnas, El incal, que según el chileno contiene todo lo que crearon juntos para Dune, y se llevaron consigo cuando su versión de la adaptación no se concretó.

Más de una vez Giraud aseguró que los años que pasó en México durante su adolescencia, siguiendo a su madre en segundas nupcias con un mexicano, funcionaron como un viaje iniciático por el desierto, ese horizonte lejano que no falta nunca en sus historietas. “Toda la magia y el vuelo de sus historias más reveladoras no vienen de Francia, sino de México”, asegura Jodorowsky en Moebius Redux. Devenido en línea clara y mística para la última época de su carrera, en el que su saga más importante –la de El Mundo de Edena– parte de un álbum a pedido de una empresa automovilística francesa, Moebius en el último tiempo había retornado a la historieta, a pesar de que los problemas de su vista lo alejaban mucho tiempo del tablero.
Primero con una reveladora saga con un dibujo apenas esbozado, en el que discute con sus creaciones, Inside Moebius, que confesó haber comenzado como un diario cuando abandonó la marihuana a pedido de su esposa Isabelle. También había retomado El garaje hermético e incluso Arzach, que dejó con un continuará pendiente, ya que de los tres volúmenes prometidos sólo editó uno. A fines del 2010, una enorme muestra de su obra organizada en París por la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo terminó funcionando como magna despedida. Luego de presentar la muestra, Moebius pasó por Los Angeles –ciudad a la que se mudó durante los ’80, cuando se vinculó más estrechamente con Hollywood, pero sin llegar jamás a plasmar su obra más personal en la pantalla–, donde le confesó al periodista Geoff Boucher, de Los Angeles Times, que se negaba a aceptar que lo pusiesen en un pedestal. “Cuando dicen que soy un artista legendario es como si fuese una leyenda. De pronto soy un unicornio”, se reía. Desde el sábado pasado, el mundo se ha quedado con un mito menos. Hay un unicornio menos dibujando entre nosotros.

La anécdota de Neil Gaiman


Esta fue la tapa del primer Metal Hurlant que vi. Tenía 14 años y estaba en intercambio estudiantil en París, y esta hermosa revista llena de historietas me abría la cabeza con respecto a lo que las historietas podían ser, y el arte de Jean Giraud, a.k.a. Moebius, ayudaba a que fuese tan poderosa y perfecta. Dibujaba diferentes historias en diferentes estilos, y todo era hermoso. Compré un ejemplar. Sólo tenía dinero para uno, pero era suficiente.
No podía alcanzar a saber realmente de qué trataban sus historias, pero me imaginé que era porque mi francés no estaba a la altura.
Leí la revista una y otra vez, y envidié a los franceses porque tenían todo lo que yo soñaba en historietas: literarios, visionarios y hermosamente dibujados, para adultos. Sólo deseé que mi francés fuese mejor, para poder comprender las historias (que sabía que serían extraordinarias).
Quise hacer historietas como ésas cuando fuese grande.
Las leí finalmente cuando estaba en mis veinte años, traducidas, y descubrí que las historias no eran realmente tan brillantes. Más bien parecían una mezcla entre un arte improvisado sobre la marcha y el absurdo de Ionesco. No importó. El daño ya había sido hecho.

París de blanco y violeta


 Por Raúl Pope

Moebius. No es el nombre de un hombre, es el de una cosa: un fenómeno matemático, una paradoja, una imposibilidad. El nombre conjura imágenes de Escher y sus hormigas rojas marchando, navegando una tira de papel de un solo lado durante toda la eternidad. Y eso sólo con Moebius el artista. A la distancia, puede parecer como una imposibilidad inabordable, casi como si no fuese un hombre, sino una fuerza artística sin edad y que no se puede detener. Una presencia incandescente y generosa, un espíritu viviente que habita en algún lugar entre las interminables curvas y líneas y colores que han goteado debajo de una mano firme y paciente, siempre nuevos y únicos, siempre imponiéndose, no importa cuántos años hayan pasado.
Jean “Gir” Giraud era el otro lado de Moebius, un hombre al que le gustaba reír y comer y hablar y escuchar música, un callado extrovertido al que genuinamente le gustaba estar rodeado de gente, que amaba París y Jimi Hendrix y Miyazaki, que celebraba la buena vida y una buena broma, especialmente si era de doble sentido o de algún rico juego de palabras. No creo haber visto a alguien literalmente dar audiencia hasta que estuve cerca de Jean/Gir/Moebius y sus fans. En realidad, daba audiencia ante cualquiera que nos encontrábamos, porque era y es uno de los más amados ciudadanos de Francia actualmente. Uno podía entrar en un café parisino al azar y descubriría un dibujo o un póster suyo detrás de la barra, en un lugar de honor. Prácticamente todo el mundo con el que uno se cruza, aún sin que tenga ningún lazo con las historietas o el cine, tiene una historia con Moebius para contar, o al menos conoce su nombre.
Discúlpenme si esto suena como un cliché, pero su muerte es un shock para mí. La idea de él literalmente muriendo nunca se me cruzó por la cabeza. Siempre pareció tan juvenil y cómodo dentro de su piel. Sé que mientras fue envejeciendo, su salud lo obligó a dejar de dibujar durante un tiempo. No quería entregarse ni a la cirugía o la medicina tradicional para tratar sus problemas, prefiriendo métodos de curación holísticos más suaves. En sus últimos años, pasaba por períodos en los que apenas si podía hacer bocetos temblorosos. Los que, aún siendo crudos, seguían siendo bellos y llenos de fuerza.
Creo que nunca conocí a una persona más tranquila que Jean. Irradiaba una poderosa energía espiritual. Era casi imposible pensar en él como un hombre mayor, porque de alguna extraña manera, no era mayor. Tenía una cualidad que raramente he visto en adultos, una especie de fascinación infantil con, bueno, prácticamente todo. Lo mantenía eternamente joven y curioso y poderoso.
Diría que será extrañado, pero su trabajo sigue viviendo, y su espíritu con él.
Su ceremonia de despedida se realizó este jueves en la Basílica de St. Clotilde, en París. En la invitación, la familia comunicó que el violeta y el blanco serían los colores dominantes. Lo que es apropiado: violeta para un rey, blanco para un sabio.


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