Irrumpió como el miembro fundador más irreverente e incluso revulsivo de la nueva ola francesa. Desde entonces, no paró de filmar más de medio centenar de películas y trabajos para TV. Y aunque abordó todo tipo de géneros y personajes, nadie fue tan preciso y acertado al momento de diseccionar ese monstruo educado que es la alta burguesía. La semana pasada, a los 80 años, el padre de la nueva ola volvió al mar.
Por Alfredo Garcia
“El nuevo film francés Los primos ofrece otro mórbido retrato de jóvenes estudiantes de ambos sexos y sus jergas nocturnas. Está producido, escrito y dirigido por Claude Chabrol, de 27 años, que en su reciente film Le Beau Serge retrató la decadencia y apatía de los jóvenes franceses de provincia. Juzgando por estos dos films, ambos pertenecientes a la llamada nouvelle vague francesa –de la que también surgió la brillante Los 400 golpes–, Chabrol es el más oscuro y pesimista en este círculo creativo: su actitud es enfocar la derrota y la miseria.”
En noviembre de 1959, Bosley Crowther, del New York Times, explicaba con un tono casi horrorizado la segunda película de Claude Chabrol, dedicando prácticamente la mitad de su artículo a describir la orgía con jóvenes estudiantes de derecho vestidos de uniforme nazi, y escuchando a Wagner: “Al lado de estas parrandas francesas, ¡Greenwich Village no tiene nada que ofrecer!”.
El artículo da una idea de la audacia que destilaban estas películas.
Sin embargo, para ser el director que fundó formalmente la nouvelle vague, Claude Chabrol es mucho menos conocido que sus colegas François Truffaut o Jean-Luc Godard. No sólo fue el fundador de esa nueva ola, también fue el primero que se animó a apartarse de ese rótulo para intentar hacer películas para el gran público. Lo que en forma casi automática le valió otro rótulo: “El Hitchcock francés”.
Pero Claude Chabrol, fallecido el domingo pasado, a los 80 años, es un director con personalidad propia, que se reinventó a sí mismo más de un par de veces a lo largo de su carrera, en ocasiones corriendo el riesgo de hundirla sin esperanza. En este sentido, basta señalar que una de sus películas favoritas, Les bones femmes (Las buenas mujeres), provocó tal indignación en Francia que en algunos cines el público rompía las butacas expresando su descontento.
Las bonnes femmes, su cuarta película, era una historia sobre gente estúpida, cuatro vendedoras de una tienda parisina. “Quería hacer una película sobre personas estúpidas, realmente ordinarias. Totalmente idiotas. Por eso había gente que detestó la película, pero dada la idea de la que partía, nadie podía acusarme de hacer un film sobre gente estúpida, dado que justamente ése era el asunto. La estupidez es infinitamente más interesante que la inteligencia: la inteligencia tiene sus límites, mientras que la estupidez puede no tener fin. Observar a un individuo profundamente estúpido puede ser muy enriquecedor, así que no sería justo despreciarlos...” Los críticos fueron particularmente duros con el film, y de hecho, incluso cuando se la incluye en alguna retrospectiva, suele cosechar pésimos comentarios de lo más granado de la crítica moderna, acusándola de misógina.
El hecho de que tanto el público como la crítica detesten Les bones femmes debe haber sido un golpe para el ex crítico de Cahiers du Cinema, que ya se estaba acostumbrando a las odas apologéticas de sus antiguos colegas: “Escribían cosas como que yo era como Balzac, Beethoven y Velázquez, todo al mismo tiempo”, recordó alguna vez, en los tiempos en los que ya los críticos no eran tan amables con su obra.
En todo caso, si bien el resto de su carrera abordó todo tipo de géneros, incluyendo comedias, parodias de James Bond y hasta películas fantásticas, como su homenaje al Mabuse de Friz Lang, Docteur M., Chabrol se concentró en distintas variaciones del thriller y los temas macabros, generalmente dotados de los apuntes sociales vistos en sus primeros films. “Me siento cómodo utilizando el thriller como género, porque cuando la gente va a ver una de suspenso, nunca piensa que ha perdido el tiempo –excepto que sea un film pésimo–. Es una buena manera de mantener a la gente en el cine sin que se queje demasiado. Es que yo no hago películas para expresar mis ideas; creo que uno debe hacer películas para distraer un poco a la gente, interesarla en algo, con un poco de suerte hacerlos pensar, ayudarlos a ser menos ingenuos, hasta lograr que sean un poco mejores de como eran antes de entrar a ver la película. Me parece inmoral tratar de influir en el público escondiendo tus propias ideas o tesis detrás de los ‘grandes temas’; me parece tan inmoral como confesarse en público. La noción del film con mensaje es algo que me da risa.”
Se podría decir que hay algo de irónico en este tipo de afirmaciones del director, ya que siempre parece haber algún tipo de mensajes detrás de los asesinos, psicópatas paranoicos, criminales, mujeres infieles y traidores de todo tipo y calibre que pululan por sus films, empezando por algunos homicidas célebres como el mismísimo Landrú de su film de 1963, que a lo largo de las dos horas de proyección se despachaba unas 16 mujeres. En todo caso, mensaje o no mensaje, de lo que se puede estar seguro es de que en una película de Chabrol el espectador casi siempre va a encontrar homicidas de buen comer. Es que por algún motivo, quizá para demostrar la humanidad de sus monstruosos personajes –como el ex soldado de le guerra de Indochina convertido en asesino serial de Le Boucher–, Chabrol suele permitirles un buen atracón de sus manjares favoritos antes o después de liquidar a alguna de sus víctimas.
Una de las escenas que sirve como perfecto ejemplo de estos asesinos cuyos crímenes no les quitan el hambre es la terrorífica comida que devora con una voracidad animal la joven Isabelle Huppert de Violette Nozière (Niña de día... mujer de noche), justo luego de asesinar a su padre y de intentar hacer lo mismo con su madre.
En esta, tal vez una de las obras maestras del cineasta, coincidieron dos de sus actrices esenciales, ya que la madre de Violette estaba interpretada por Stéphane Audran, su segunda esposa, con quien empezó a trabajar desde Los primos. “Me separé de ella cuando me di cuenta de que me estaba interesando más como actriz que como esposa”, dijo alguna vez Chabrol. Pero mientras que los personajes de Audran –generalmente llamados Helen– exponían el lado más frágil, ambivalente y sexy de la naturaleza femenina, a Isabelle Hupert le tocaron los personajes más sórdidos, con una amplia gama de actividades delictivas, como la última mujer decapitada en la guillotina, la abortista de la Francia ocupada de otra obra maestra, Un asunto de mujeres, la asesina psicópata de La ceremonia, o la estafadora de No va más, con la que finalmente se atrevió al desafío del “gran tema”, su brillante adaptación de Madame Bovary de Gustave Flaubert –recientemente editada en dvd en la Argentina, igual que La ceremonia, dos de las escasos títulos de Chabrol que pueden encontrarse en algún videoclub argentino.
Como señalábamos antes, es alarmante lo poco conocida que es la obra del llamado padre de la nouvelle vague francesa. En su cuerpo de obra, de más de medio centenar de títulos, más una buena cantidad de trabajos para TV prácticamente desconocidos entre nosotros, se incluye de todo, incluso producciones internacionales buenas, regulares y algunas realmente malas como Le sangue des Autres (La sangre de los otros, 1984), con Jodie Foster y Sam Neill. Chabrol era adicto a filmar lo que fuera, y él mismo se ocupó de explicar hacia el final de su carrera que el asunto era no parar de filmar, aceptando lo que se le pusiera a tiro. “Pero siempre ocupándome de que haya un par de escenas realmente buenas, como para que el asunto haya tenido sentido.”
Este punto de vista lo separa de sus colegas sobrevivientes a la nueva ola –Jean Luc Godard y Alain Resnais. Igual, ya hace mucho tiempo Chabrol explicó que “no existe la nueva ola. Las olas están en el mar”.
Lo que sé
Por Claude Chabrol
Yo soy un comunista, pero eso no significa que tengo que hacer películas sobre la cosecha de trigo. Creo que los films políticos de Godard son confusos. Hoy en día, Jean-Claude parece tener una duda de soltero: ¿debo casarme con la política o seguir siendo libre?
Vivimos en una época en la que las pizzas aparecen más rápido que la policía.
¿Cómo se convierte uno en director? Primero hay que empezar. Después hay que encontrar a un productor que sea un ser humano. Andre Genovese es un ser humano. Puedo decir de todos mis productores previos que los odiaba, y que ellos me odiaban a mí.
Cuando el productor Jay Kanter produjo mi película The Champagne Murders, trajo a un editor al que describió como “doctor”. El hombre tenía que sacar una película de mi película. ¿Entonces qué hizo? Un popurrí. Para la versión en inglés, le cortó 20 minutos. Y eran los 20 minutos por los que hice la película. Los editores tienen una habilidad sobrenatural para encontrar aquello que uno cree que es lo más importante, y sacarlo.
Tal vez no sea el purista que debería ser. Cuando todos escribíamos en Cahiers, veíamos las películas de Hollywood que todos creían que eran comerciales, y descubríamos arte y moralidad en ellas. Quince años más tarde, con mis películas, tal vez estaba tomando el arte y la moralidad y las volvía comerciales.
Durante la Guerra me mandaron al campo. Yo debía tener unos 10 años, y leía novelas de detectives todo el día. Cuando no estaba leyendo, estaba en el cine. Debo haber visto Blancanieves y los siete enanos al menos diez veces entre 1937 y 1940, y creo que influenció mi trabajo un poco. Era un buen film de terror. La muerte de la bruja fue lo mejor que hizo Disney jamás. Por supuesto, el asesinato siempre realza el interés en una película. Hasta una situación banal cobra importancia cuando hay un asesinato involucrado.
El asesinato es un área de la actividad humana en la que las decisiones son más cruciales y tienen las mayores consecuencias. No me interesan los quién-lo-hizo. Si uno oculta la culpabilidad de un personaje, está implicando que esa culpa es lo más importante de ese personaje. Yo quiero que el público sepa quién es el asesino, para que podamos considerar su personalidad. No me interesa resolver rompecabezas, sino estudiar el comportamiento humano.
Mi madre me explicó que el cine estaba lleno de homosexuales. En lo que a mí respecta, o bien yo era un homosexual o bien no lo era, por lo que hacer películas no iba a cambiar nada.
Al principio fui a La Sorbona a hacer mi licenciatura en Letras, pero también empecé a estudiar derecho. Ahí duré dos días, estaba tan molesto que me fui. No sólo me molestaba el trabajo, también la gente.
En lo personal, no me gustan los monstruos, pero un crimen es un vehículo para describir personajes y un ambiente. Me gusta deconstruir la historia, pero si se la presenta de una manera extremadamente intelectual, termina pasando por encima de la cabeza de la gente.
No soy uno de esos directores como Bergman, que se sienten obligados a dormir con sus actrices protagónicas. No me gustan los sets agitados.
Aunque hice muchos thrillers, no me interesa realmente la trama. Lo que me interesa es el misterio intrínseco de los personajes. El mejor libro de Agatha Christie es Pension Vanilos: Poirot investiga un hostal estudiantil. Descubre al asesino, un joven que va por su décimo asesinato. Nadie había notado su monstruosidad. La idea es magnífica.
Con cada una de mis esposas hubo una sorpresa: la primera tenía mucho dinero, la segunda resultó ser finalmente una actriz brillante y la tercera es una esposa maravillosa, que además cocina de forma increíble, y ésa es la mayor suerte que tengo en la vida.
Siempre he disfrutado la compañía femenina. Una mujer es tema suficiente. Una mujer confrontando a los hombres es un tema en sí, inagotable. También estoy fascinado por los homosexuales. Incluso escribí una película acerca de dos hombres que quieren tener un bebé. Debo haber estado borracho una noche y dejé escapar al gato de la bolsa. El verdadero tema era el vacío de las cosas, comparado con los seres humanos. Alguien hizo la película, con Souchon. La arruinaron por completo.
Acababa de ver El testamento del Dr Mabuse, de Fritz Lang, y ya casi había decidido convertirme en un director. Cuando vi Amanecer, de Murnau, todo tuvo sentido. De hecho, por eso es que me casé con mi mujer Aurora. Lo extraño de Amanecer es que es una pieza simple, banal, íntima, muy fácil de entender, pero consigue convertirse en una historia sobre la naturaleza humana. Jamás conocí a nadie que la haya visto sin sentir que vio algo muy importante.
Si en mis últimas películas hablé más de personajes jóvenes, lo hice por puro egoísmo. Tengo la impresión de que hablar sobre jóvenes me rejuvenece.
Prefiero situar en provincias las historias que tratan de la influencia de otros sobre nosotros. Las capitales se prestan más a contar historias sobre incomunicación. Ese es un problema sobre el que no estoy muy versado.
Un cineasta que no admire a Hitchcock parte de una concepción del cine que me resulta muy difícil de comprender. Esa influencia ha ido evolucionando con el tiempo. En este momento, intento aprender de su arte para crear personajes secundarios con personalidad propia.
Me gusta dirigir de la misma manera que me gusta comer, hacer el amor, reírme e incluso ver televisión. He cambiado muy poco en mis gustos con la edad.
Dirijo muy poco a Isabelle Huppert en el set. Nos entendemos mutuamente sin necesidad de sentarnos en una esquina y discutir las cosas.
El cine norteamericano no ha perdido nada de su eficiencia pero ha perdido parte de su encanto. El film americano que más me impresionó en los últimos años es Little Odessa, de James Grey, pero lo cierto es que se sintió como una excepción a la regla.
La burguesía es la única clase que queda. Estoy convencido de que no hay más que dos clases de personas: los burgueses y los que quieren llegar a serlo. Por eso es que ya no existe la lucha de clases: los que están afuera quieren entrar, eso es todo. Así que cuando me señalan que soy crítico de la burguesía, yo pienso más bien que lo que hago es un simple llamado al deber. El hecho de ser la única clase genera deberes.
Si tuviera que escenificar mi propia muerte, me gustaría morir víctima de mis defectos o debilidades.
Pretendo llegar a la sencillez más absoluta.
No hay Nueva Ola, tan sólo el mar.