Mad Man
Por Marcelo Figueras
En Piso de soltero la serie Mad Men tiene el más perfecto de los antecesores.
La película de Billy Wilder se siente suave al tacto, como esos abrigos de piel que las mujeres lucían entonces hasta en la oficina: el relato adopta los ropajes de la comedia, con ires y venires a través de las mismas puertas (la del ascensor de la oficina, la del apartamento del título) que tienen incluso algo de vodevilesco. Pero lo que hay por debajo de esos atuendos es de una tristeza insondable. Lo cual constituye un acto de coraje de parte de Wilder y de su coguionista I. A. L. Diamond, que venían de esa copa de champagne que fue Una Eva y dos Adanes. El éxito fenomenal (Piso de soltero recibió varios Oscar, entre ellos los de Mejor Película y Mejor Guión Original) aventó las sospechas que pesaban sobre su argumento risqué, pero el actor Fred McMurray no olvidó nunca los carterazos de una mujer que, al cruzárselo en la calle, lo acusó de haber participado en “una película sucia”.
El impulso original de Wilder fue el de trabajar otra vez con uno de sus Adanes, Jack Lemmon. (Que paradójicamente se quedó sin Oscar.) ¿Quién mejor que Lemmon para suministrarnos una cucharada amarga a fuerza de simpatía y buen humor? Su C. C. Baxter es un cagatintas, a quien Wilder deposita en una oficina infinita que quizás haya inspirado al Welles de El proceso (1962). Baxter ya ha comprendido que para llegar a ejecutivo debe producir méritos extralaborales: cuando el relato arranca, lleva ya tiempo cediendo el apartamento en que vive para que sus jefes (casados, por supuesto) lo utilicen con sus amantes.
Fran (Shirley McLaine) es otra criatura desvalida: ha tratado de sumarse al rebaño de secretarias de la empresa, pero como no puede deletrear bien se la ha relegado al limbo de los ascensoristas, que asoman al cielo de los poderosos sin que se les permita cruzar el umbral. Tanto ella como Baxter están decepcionados de sí mismos, sólo toleran su reflejo en espejos rotos. Y se abrazarán en pleno descenso hacia el fondo de sus vidas, proporcionándose una primavera que apunta a ser breve.
El final de la película no puede ser menos edulcorado. A la declaración de amor de Baxter, Fran responde: Shut up and deal. Lo cual hace referencia al juego de naipes que están retomando (“Cállate y sigue repartiendo cartas”), pero que literalmente significa: Cállate y acepta tu situación. No cuesta nada imaginar el futuro de Baxter y Fran: la partida de ella una vez que entiende que no puede sostener la relación, más alcohol, más pastillas, más bailes con desconocidos en vísperas de Navidad y quizás hasta nuevos intentos de suicidio. Wilder y Diamond fueron sabios al desprenderse de la historia entonces, cuando el film todavía podía inspirar una sonrisa.
Pocos meses después se editaría Revolutionary Road, que seguiría el recorrido de otra pareja hasta el fondo del abismo. Richard Yates habla del mismo asunto que Piso de soltero, pero con ferocidad: los sueños que al ser alcanzados no alcanzan y los sueños para los que no se da la talla, el peso abrumador de las indignidades que se han padecido y propinado para llegar a ese lugar que, al fin y al cabo, resulta tan falso como la mayoría de los abrigos de piel. Cuando Yates dijo que su relato hablaba de un tiempo caracterizado por “la necesidad desesperada, ciega de aferrarse a la seguridad a cualquier precio”, podía haber estado hablando de Mad Men. Y de Piso de soltero, que no sería más contemporánea aunque filmasen la remake mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario