LOS GOLPES DE LA VIDA
Luis Federico Thompson, 186 peleas
Luego de dos trabajos extraordinarios, en los que registraba lo que quedaba después de un hecho extremadamente violento (Sangre, sobre hechos policiales en latinoamérica, y Choques, sobre accidentes de tránsito), Diego Levy llegó un poco por azar al boxeo y descubrió lo que terminaría formando su nueva muestra: un mundo de caras chocadas por golpes hace años. Y así salió a búsqueda por el país de viejas glorias que todavía llevan en la cara la época de oro del boxeo argentino.
Por Mariano Kairuz
En el cuadrilátero las piñas van y vienen, pero al cabo de unos cuantos años algunas se quedan en las caras de los boxeadores. Así lo atestigua –lo prueba, lo hace sentir– la serie de fotografías titulada Golpes, que Diego Levy estará exponiendo desde el próximo miércoles en la Fotogalería del Centro Rojas. Alcanza con echar un rápido vistazo a la secuencia de rostros para identificar el eje común de tabiques aplastados, párpados caídos, ojos dañados. Se ve en esas caras también cierto cansancio, así como ocasionales destellos de una vitalidad que los años y los puños fueron sacudiendo. Son jetas que llevan marcada la huella de una pasión y una vocación, pero también la de la dureza de las vidas vividas por quienes se dedican a esto.
En la obra de Levy es además imposible no encontrar una continuidad con sus dos grandes series fotográficas previas: Sangre, sus imágenes sobre hechos policiales sangrientos tomadas en Buenos Aires, Colombia, Brasil y México; y Choques, sus decenas de imágenes de lo que queda tras los accidentes de tránsito, ya despojadas de seres humanos. En unas y otras siempre se hace presente un acto de violencia que no vemos, que las precede. “Pero yo no siento que tenga una relación directa con la violencia –dice Levy–. No tengo un gran morbo ni soy fanático de la violencia. Lo que sí me da es mucho miedo de tener un accidente o que me pase algo a mí o a alguien cercano. Le tengo mucho miedo a la tragedia. Pero mi relación con estos temas siempre sale de las ganas: hice Sangre porque me gustaba la foto policial, no porque quisiera contarle al mundo lo que pasa en Latinoamérica, y ahora hice Golpes porque conocí a un entrenador de boxeadores, Lorenzo Beneventanno, un personaje hermoso con una cara increíble que yo sentí que tenía que fotografiar.”
Cuando ve su serie de fotos, dice, ve la magullada superficie pero también ve detrás de las caras golpeadas. “Veo los golpes en la nariz de Luis Federico Thompson y veo la cantidad de crosses que le habrán dado para dejarla así; veo los años y años y años de recibir golpes en la jeta y lo que hay detrás de la cara, en la cabeza. Esos golpes, como decía Lorenzo, no alimentan, sino que te destruyen, te deterioran, y no es casual que la mayoría de ellos haya quedado bastante mal física, económica, y socialmente.” Hasta que encaró este trabajo, Levy nunca había realizado una serie de retratos, y se preguntaba cómo es que un fotógrafo construye una “obra”, un cuerpo de trabajo con una identidad propia. Fue Beneventanno quien sin proponérselo le dio una clave. “Un día Lorenzo lo tenía citado a José Menno, y yo le pregunté si José tenía la cara golpeada. Lorenzo, que jamás vio mis fotos ni fue a una de mis muestras, que sólo sabía que yo era fotógrafo, me dice: ‘¿Golpeada? Esa cara es un camión Mercedes chocado de frente’, y ahí me cayó la ficha. ‘Tengo que seguir por acá’, me dije. De algún lugar sale mi calentura pero por ahí va: mi obra está relacionada con los choques y estas son caras chocadas, estropeadas y Choques a su vez estaba ligado con Sangre. Son todas cosas que no imaginé al momento de hacer el trabajo. Es evidente que no podés escapar de lo que sale de tu calentura, nunca.”
Parece haber una relación natural del boxeo con la fotografía, como con el cine: un boxeador se transforma en un personaje increíble cuando la foto o la película en movimiento consiguen transmitir algo del impacto físico que se vive arriba del cuadrilátero. Hace casi una década, Levy, que cita la película The Greatest –del fotógrafo norteamericano William Klein sobre Ali antes de la gloria– como una obra maestra, buscó llevar su relación con el boxeo mucho más allá de la del espectador ocasional, y se subió él mismo al ring, sumándose a un grupo de periodistas y amigos que entrenaban tres veces por semana con Beneventanno en la Federación Argentina de Box. “Beneventanno, que murió el año pasado, era muy amigo de los medios, hablaba con los periodistas y todo eso. Y un día Mariano del Aguila, periodista especializado en música que escribe también sobre box, arma este grupo y le dice: ‘Queremos entrenar, pero no queremos ir con chabones profesionales que nos muelan a trompadas. Somos un grupo de gordos que queremos pegarnos un poco’. Hicimos un arreglo para hacerlo en la Federación y empezamos a ir lunes, miércoles y viernes a la mañana, y empezaron a venir más, como Fabián Casas, como Fernando Cerolini, de la revista Pronto, Mariano Hamilton, Alejandro Lipszyc, que también es fotógrafo. Los primeros dos días hacíamos físico, bolsa, punching, y los viernes era aguante, arriba del ring. Y Beneventanno nos tiraba frases como ‘vamos, levanten las manos que los golpes no alimentan’, cuando bajabas los brazos y te ponían, o ‘agárrenle bronca al cuerpo que hay que seguir’. Era una fantasía total, eso de vendarse, pegarle a la bolsa, creíamos que lo estábamos haciendo de verdad, íbamos a matarnos. Claro que si venía un profesional nos reventaba: cada tanto lo traían a Muzzarella Gómez –le decían así porque era repartidor de pizza– y nos mataba. Era pegar y recibir con todo y te creías que estabas pegando y recibiendo de verdad, para mí era una sensación hermosa.”
El grupo se terminó después de Cromañón: “Cuando el Gobierno de la Ciudad se puso riguroso con las inspecciones, la Federación nos echó porque se pusieron paranoicos con la idea de que alguien tuviera un accidente ahí y quedaran pegados. Así que se disolvió y nadie siguió peleando, pero yo seguí pensando que tenía que fotografiar a Lorenzo”. Luego, impulsado involuntariamente por Beneventanno, Levy empezó a investigar el tema y a rastrear pugilistas. “Buscaba por la guía telefónica, y leía sobre quiénes habían tenido más peleas. Me encontré con muchos grandes boxeadores que estaban absolutamente olvidados. No hace falta saber mucho del tema para saber que hubo una época de oro en el boxeo argentino, los años del Luna Park, los miércoles, Gatica. Hasta los ‘70 era una cosa de locos y hoy no pasa nada, pero en su momento estos tipos eran estrellas de rock. Cirilo Gil, un histórico al que fui a ver a Salta, era increíble: su propia mujer me contó que se había acostado con muchas vedettes, como Nélida Lobato; que salía del Luna y las minas se le tiraban encima. Pero hoy día tipos como él, tipos que pelearon en el Madison Square Garden, que estuvieron en la cima, viven en el olvido; nadie sabe de ellos, no tienen guita ni mucho menos. Había tipos como Ramón La Cruz y Abel Cachazú, que en los ‘50 peleaban mucho entre ellos: vos le preguntás a la gente que sabe de boxeo por ellos y te dicen que eran gigantes, que los conocía todo el país, uh, eran Maradona. Pero ahora uno tiene una remisería en Quilmes y el otro vive en una casa bastante precaria en Ezeiza.”
La muestra se completa con un video de tres minutos en el que varios de los boxeadores fotografiados aparecen haciendo “sombra”, practicando los movimientos aprendidos en sus mejores años de actividad. “Hay gente que me dice que el video tiene algo de danza. Algunos le pusieron mucha garra: no tienen la fuerza ni la velocidad de otros tiempos pero ese golpe que hicieron 500 millones de veces no lo pierden más.” Varios de los convocados sencillamente apreciaron que alguien se acordara de ellos. “En Salta, a donde fui a buscar a tres boxeadores, los tipos no podían creer que hubiera ido desde Buenos Aires para verlos a ellos. Ahora quiero invitarlos a ver la muestra y espero que puedan venir.” Que se acerquen a verse cara a cara con sus imágenes de narices aplastadas, y a ver que alguien se acordó de ellos.
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