Fundada poco después de la Segunda Guerra por un grupo de fotógrafos entre los que se contaban Henri Cartier-Bresson y Robert Capa, la agencia Magnum tenía un propósito sencillo que cambiaría el fotoperiodismo del siglo XX: armar una cooperativa que protegiera los derechos de autor de sus miembros y les diera control artístico sobre los contenidos que vendían a los medios para los que trabajaban. Desde hace 70 años, sus miembros le han ofrecido al mundo imágenes únicas de los hechos más significativos de cada época, han retratado la violencia en todas sus formas y han dado un encuadre original al tan visto mundo del espectáculo. Ahora, la edición del monumental Magnum. Hojas de contacto (Ed. Blume), permite asomarse a los contactos descartados a la hora de elegir esas imágenes, además de leer a los mismos fotógrafos explicando cómo las consiguieron. En estas páginas, apenas algunos fragmentos y fotos de ese archivo crucial para mirar el siglo en todo su horror y humanidad.
PHILIP JONES GRIFFITHS
Vietnam
Jones Griffiths tomó fotografías en Vietnam y Camboya, primero durante la guerra, pero también en las décadas subsiguientes. El escritor John Pilger recuerda que, al final de su primer encargo conjunto en Saigón, Jones Griffiths le entregó “no un paquete de rollos de película, sino un gran sobre marrón que contenía seis fotografías... Me quedé horrorizado..., hasta que las vi. Cada una de ellas era exquisita en su simbolismo y fiel a todo aquello que habíamos visto en Vietnam”.
El pie de foto de Civil vietnamita herida, la fotografía con la que Jones Griffiths termina su libro retrospectivo Recollections, dice: “Esta mujer fue clasificada, posiblemente por un comprensivo miembro del cuerpo, bajo la denominación VNC (“Civil vietnamita”). Esto no era lo normal. Los civiles heridos solían clasificarse como VCS (“Sospechoso de ser el Vietcong”), y todos los campesinos muertos eran elevados a título póstumo a la categoría de VCC (“Miembro confirmado del Vietcong”)”.
Jones Griffiths reconocía: “Lo grandioso de la fotografía es que tienes que estar allí. ¿Son tendenciosas? Desde luego. Cuando miras por un visor, lo que decides ver es un hecho subjetivo”.
BURT GLINN
La revolución cubana
“Cuando llegué, ya había amanecido en La Habana, y Batista había huido. Fidel estaba a cientos de kilómetros, pero nadie sabía exactamente dónde. El Che Guevara se dirigía hacia La Habana. Parecía que nadie estuviera a cargo de nada. En el momento en que llegué a la habitación del hotel, había disparos en la calle. Había multitudes sin control, armadas con todo lo que tenían a mano; pistolas, escopetas, machetes.
Todo el mundo llamaba a Fidel, pero nadie sabía dónde estaba. No había oficina de prensa, no era una operación de relaciones públicas: era una verdadera revolución. Entretanto, el equipo de la revista Life había organizado su propio sistema de transporte y se había incorporado con un fotógrafo venezolano al que todo el mundo llamaba Caracas. Fue él quien, finalmente, localizó a Fidel en la carretera entre Camagüey y Santa Clara.
Tras una reunión durante toda la noche en Sancti Spiritus, el grupo de Castro se había distribuido en cuatro coches, que llevaban a Fidel, a su ayudante Celia Sánchez y a una escolta de unos once barbudos. Habíamos establecido contacto con Fidel, pero era difícil seguirle el rastro. Había partido de Sierra Maestra sin vehículos oficiales, pero a medida que avanzaba por Santiago, Camagüey, Santa Clara y Cienfuegos rumbo a La Habana, la columna fue creciendo. El entorno rebelde se hizo con tanques, camiones, autobuses, jeeps, coches, taxis, limusinas, motocicletas y bicicletas.
Castro continuó cambiando de vehículo, y nosotros seguimos jugando al escondite con él, intentando encontrarlo en la columna que se desplazaba por la carretera. A su paso por la campiña, la caravana se hacía sentir en los pueblos, donde la gente se agolpaba en las calles, aclamándolo... En Cienfuegos, empezó a hablar a las 23.00 horas y continuó hasta las 2.00 horas de la madrugada. Involucraba a los oyentes, pidiéndoles consejo sobre el mejor modo de conducir el país. Se bajaba del estrado, se mezclaba con la gente y debatía con ella sobre técnicas agrícolas o intercambiaba chistes sobre el depuesto Batista. Era una demostración increíble de mutua confianza. Su entorno estaba preocupado porque se pudiera atentar contra su vida, pero Castro era muy valeroso... La euforia era inimaginable e impregnaba todo el país.
Tras dejar Cienfuegos, la ruta se hizo tan irregular que perdimos a Fidel hasta que volvimos a ponernos a su altura a la entrada de La Habana. Para entonces el tumulto era tal, y las filas de los que marchaban, tan irregulares, que no se podía distinguir cuáles eran los que marchaban y cuáles los que asistían a su paso. Al llegar a La Habana, la aglomeración a lo largo del malecón era tal que perdí mis zapatos mientras me las veía y deseaba para hacer fotografías.
Recuerdo las desmesuradas esperanzas y los siniestros presagios que se adueñaron del país entero aquellos pocos días. Solamente quisiera que, en los años transcurridos desde entonces, Fidel lo hubiera hecho mejor para su pueblo y que nosotros hubiéramos sido más inteligentes. Renunciaría a todas estas fotografías, mis favoritas, y a todos los cigarros que he recibido de Cuba si todo pudiera repetirse, pero de un modo mejor”.
HENRI CARTIER-BRESSON
La Guerra Civil Española
“Cuando llegó la guerra (que ya se presentía desde hacía bastante tiempo), tomé mis negativos y los destruí casi del todo, con excepción de lo que queda en Images à la sauvette. ¿Las razones para hacerlo? Lo hice del mismo como quien se corta las uñas: ¡allez hop! Conservé las fotos que me parecían interesantes.”
Después de haber recorrido Italia con sus amigos André Pieyre de Mandiargues y Leonor Fini en 1933, Cartier-Bresson emprendió un viaje de tres meses por España. Tras llegar a Avila el 4 de abril, compró un billete kilométrico de 300 km en tercera clase por 300 pesetas y comenzó a recorrer el país. Visitó Madrid, Córdoba y Sevilla antes de pasar al Marruecos español, donde pasó cerca de tres semanas. De regreso en España, fue a Granada, Alicante y Valencia. Sólo en contadas ocasiones pasó más de cuatro días en cada ciudad. Preparó sus rollos de película y reveló sus fotografías personalmente. El escritor Pierre Assouline hizo notar: “Ningún plan, ningún proyecto. Cartier-Bresson se deja llevar por sus propios pasos, viaja en clase económica, se aloja en hoteles de baja categoría, se alimenta frugalmente, pero aprovecha al máximo el espectáculo de la vida”.
ROBERT CAPA
La Segunda Guerra
El 17 de abril de 1945 la Segunda Guerra se acercaba a su final. Capa se había unido a la Segunda División del 1er Ejército a su paso por la periferia de Leipzig, donde entró sin apenas oposición. Acompañó a un pelotón de ametralladoras a un edificio de apartamentos en la esquina de la calle principal. En el quinto piso, dos soldados disparaban con el arma puesta sobre una mesa junto a una ventana. En un momento dado, salieron al balcón del apartamento, desde el que tenían una vista directa a lo largo de la carretera principal sobre el puente, para proporcionar una buena cobertura a las tropas que avanzaban. Capa pensó que desde allí podría tomar una buena fotografía de los soldados que pudieran estar en el puente y que podría ser, tal como refiere en su autobiografía Ligeramente desenfocado, “la última fotografía de la guerra para mi cámara”.
Utilizando alternativamente sus dos cámaras, fotografió a los soldados disparando a través de la ventana y, después, fuera, desde el balcón. De repente, frente a él uno de los soldados recibió un disparo de un francotirador alemán y cayó muerto. Capa disparó algunas fotografías en las que la sangre del soldado fluye en un charco que se extiende por el suelo. Son las fotos más crudas de toda la carrera de Capa.
Life no publicó las fotografías hasta el número del 14 de mayo, que anunció el fin de la guerra en Europa, sugiriendo, como afirmaría el propio Capa, que tenía “la fotografía del último soldado en caer”, aunque lo cierto es que la guerra continuó con numerosas muertes durante tres semanas más.
Life tapó las caras de los dos soldados en el balcón a fin de que la familia del fallecido no supiera de la muerte de su hijo antes de recibir la notificación oficial por parte del Ejército estadounidense. Sobre las fotografías, la revista reprodujo cuatro versos del poema de A. E. Housman
Por tanto, aunque lo mejor es malo,
muchacho, ponte en pie y haz lo mejor;
ponte en pie y lucha y ve a quien te ha de matar,
y recibe la bala en el cerebro
LARRY TOWELL
La guerrilla latinoamericana
“Tomé esta imagen un año antes de que terminara la guerra en El Salvador. Pasé por los puestos de control del ejército a la zona controlada por la guerrilla tumbado entre plátanos y pollos colgados del techo del autobús. Todos los campesinos que iban en él sabían que estaba allí arriba, pero no dijeron nada. Yo confiaba en ellos y ellos debían de confiar en mí. Una vez cruzado el río Torolla, se estaba a salvo. Estabas en su tierra prometida.
Me bajé en Segundo Montes, un pueblo de refugiados repatriados que habían escapado a las masacres de la década de 1980 y habían establecido recientemente una nueva comunidad en lo que todavía era una zona de guerra. Habían bautizado el pueblo con el nombre de uno de los seis jesuitas asesinados por los escuadrones de la muerte en la ofensiva de noviembre de 1989. El nombre elegido no era del gusto del gobierno.
Para hacer la historia corta, de Segundo Montes pasé a Perquín, un pueblo abajo, en la carretera, que era frecuentado por combatientes. Les di a conocer mis deseos de visitar un campamento, y, como yo tenía buenos contactos, uno de ellos me llevó a las montañas. En una hora estábamos en un campamento y pude tomar fotografías con toda libertad.
Me uní a un grupo de adolescentes de Segundo Montes, dos chicos y tres chicas de 14 a 16 años de edad. Tuve suerte de haber llevado conmigo una manta, ya que dormimos en el suelo y hacía frío. Los chicos estaban recibiendo entrenamiento militar. Las chicas se convertirían en “brigadistas”, auxiliares médicas básicas para atender a los heridos.
Era domingo por la mañana, su día libre. Se cepillaron los dientes y después se bañaron. Debían mantener las armas a su alcance en todo momento. Después, se fueron a recoger flores silvestres con sus amigos.
Más tarde, llamaron a todos a formar. Había soldados gubernamentales en la zona y el comandante decidió retirarse. Me pidió que regresara a Perquín con algunos de los reclutas. Recuerdo que la chica de la fotografía lloraba porque quería quedarse con sus amigos, pero no estaba todavía entrenada para afrontar lo que posiblemente iba a suceder”.
JEAN GAUMY
La muerte de los peces
“Estas fotografías las tomé en el extremo sur de España, en el estrecho de Gibraltar. Este tipo de pesca ha sido fotografiado con frecuencia, pero sobre todo en Sicilia. Aparece en Stromboli, la célebre película de Roberto Rosellini de 1950.
Había visitado ya en una ocasión estos caladeros en mayo de 1982. Desde entonces, el desarrollo urbanístico ha tenido consecuencias catastróficas. Regresé diez años más tarde, en junio de 1992, ya que me había prometido volver a aquel lugar que en mi opinión albergaba uno de los encuentros más bellos y tradicionales entre los hombres y los peces.
La técnica de la almadraba es un tipo de pesca con redes estáticas que ha sido utilizado durante siglos antes de la introducción de los devastadores métodos industriales de pesca en la postguerra y es un proceso sostenible. Una vez fijadas las grandes redes en posición, los pescadores quedan a expensas de los caprichos del tiempo y de los movimientos de los peces que nadan más cerca o más lejos de la costa en función de los cambios en la dirección del viento. Una sana inseguridad, aunque compensada por siglos de observaciones, que representa un juego limpio, en armonía con la naturaleza. Pero desde entonces, la tecnología y los intereses humanos han cambiado las reglas de una manera catastrófica.
Recuerdo que la primera vez que vi el gran remolino de aquellos grandes peces capturados en la bolsa central sentí una profunda emoción. Me hallaba solo con el gran equipo de pescadores (una cincuentena de hombres), que iban levantando lentamente el fondo de la red en la que había docenas y docenas de animales. Los hombres cantaban para mantener el ritmo de sus movimientos repetitivos, tal como han venido haciendo desde los albores de la humanidad. El pánico invadió a los peces a medida que iba quedando menos agua entre ellos y la superficie. De pronto se produjo una increíble vorágine de cuerpos y agua. Los pescadores dejaron de tirar de la red y se produjo el silencio. Durante varios minutos, no había más que el chapoteo del agua y la agonía de los atunes que chocaban como obuses unos con otros. Juan, uno de los pescadores, vio mi mirada. Como sólo los españoles saben hacer, fascinado y orgulloso, me dijo en voz baja: ‘Es la muerte’”.
STUART FRANKLIN
La plaza de Tiananmen
“Estas fotos fueron tomadas en la mañana del 4 de junio de 1989, justo después de que se tomaran las terribles medidas contra los manifestantes en la plaza de Tiananmen. La plaza había sido despejada durante la noche y estábamos atrapados en nuestro cuartel general, el hotel Beijing. Tomé todas las fotografías desde los balcones del hotel, a lo largo de la avenida Chang’an, en dirección a la plaza.
Cuando empecé a tomarlas, no tenía ni idea de lo que iba a suceder, pero vi a gente a lo lejos que continuaba manifestándose y formaba una línea frente a una de soldados. Escuché disparos, pero no puedo confirmar si alguien resultó herido. En un momento dado, los tanques empezaron a avanzar por la avenida y comenzó el ‘duelo’ entre ellos y el manifestante solitario.
Me sentí frustrado: estaba demasiado lejos. Pero después de que las imágenes de televisión dieran la vuelta al mundo, creo que la fotografía del desafío se convirtió en todo un icono y, al mismo tiempo, en símbolo de la fuerza devastadora del Estado chino desafiada por su propio pueblo”.
JEAN GAUMY
Teherán
“Era mi tercer viaje a Irán durante el período posterior a la revolución. En esa época era uno de los pocos periodistas occidentales que permitían entrar en el país, por entonces en el ojo del huracán. Como es habitual en este tipo de situaciones, el Ministerio de la Comunicación sabía que yo estaba allí y me quería mantener en todo momento bajo control. Sin embargo, en países tan complejos como Irán, donde todo parece imposible, resulta que, paradójicamente, al final hay muchas cosas posibles. Por ejemplo, el Ministerio de la Comunicación me anunció que se me permitía ir a un lugar que no había sido abierto jamás a la prensa occidental: un campo de entrenamiento para mujeres basidjis (milicia paramilitar voluntaria) en las afueras de Teherán. Algunos amigos periodistas lo habían solicitado en vano un año antes. Supuse que los iraníes estaban lanzando un globo sonda.
Me encontré acompañado de dos o tres fotógrafos iraníes que colaboraban con periódicos occidentales. Recuerdo que nos llevó bastante tiempo encontrar el emplazamiento exacto del campamento. Cuando por fin llegamos, los instructores insistieron en que trabajáramos a distancia, utilizando teleobjetivos, lo que yo rechacé absolutamente. Tras una buena media hora de negociaciones, se me permitió trabajar con libertad entre las mujeres. A través del visor de mi pequeña Olympus, me di cuenta muy pronto del poder de la escena, y en particular del de un fotograma que me recordó una imagen de una película que había visto en la década de 1960 sobre una antigua tragedia griega.
La serie se publicó por primera vez en la revista Time, y esta fotografía se vio en todo el mundo. Soy consciente de que no estaba ofreciendo una imagen positiva para Irán desde el punto de vista de los lectores occidentales. Para los iraníes era una manera de decir ‘incluso nuestras mujeres están dispuestas a defender nuestro país’. También debieron prever que las fotografías se publicarían en Time, revista para la cual yo trabajaba en aquella época, o en otras publicaciones internacionales, y, de este modo, serían ‘exportadas’ a los países que apoyaban a Irán o que podían ser ganados para su causa. Los iraníes querían que las imágenes fueran la punta de lanza de la revolución islámica, y es que en ese sentido son extremadamente pragmáticos.
Algún tiempo después, un senador estadounidense de la extrema derecha presentó una protesta oficial porque, desde su punto de vista, distorsionaba la imagen de Irán. Afirmó que esta fotografía no se había podido tomar en el país y que, por tanto, debía ser una falsificación. Y lo que es más, creía que la mujer en primer plano parecía demasiado ‘masculina’ para ser realmente una mujer. La revista Time me pidió que confirmara lo que había fotografiado y yo confirmé dónde había tomado la imagen y lo que había visto. Espero que también consiguiera tranquilizar la mente del senador sobre la naturaleza de los sexos en Irán”.
BRUNO BARBEY
El Mayo Francés
“Cuando los manifestantes se iban a dormir, tenía que volver a la agencia para revelar las películas y editarlas. Fue un ritmo de vida atroz. Las hojas de contactos no eran gran cosa: a menudo eran demasiado densas y oscuras; escogía aquellas que parecían más interesantes a primera vista. Sólo en 2008 me tomé el tiempo necesario para reeditar, ya que estábamos preparando dos libros y varias exposiciones. Encontramos numerosas fotos a las que no había dado importancia en su momento.
En aquellos tiempos no había prácticamente cámaras de filmación. Sólo me acuerdo de ver filmando a William Klein, así como a algunos equipos extranjeros de televisión; la televisión francesa estaba en huelga. Por ello, la fotografía se convirtió en un soporte fundamental. Un pequeño grupo de productores de películas se unió en un colectivo. Fueron Louis Malle, Alain Resnais, Jean-Luc Godard, Chris Marker y otros más. Me uní a ellos con mis fotografías. Chis Marker adoptó la idea puesta en práctica por el realizador soviético Alexandre Medvedkine: durante la década de 1920, filmaba un acontecimiento en un pueblo, viajaba en tren, revelando las imágenes y editándolas durante la noche y mostrando su trabajo en el pueblo siguiente durante varios días. Entregué mis fotos al colectivo y las convirtieron en pequeñas películas. Yo también hice una. Creo que fueron más de treinta en total. Las fotos se utilizaron de forma anónima, los realizadores no aparecieron en los créditos, las películas eran cinetracs o pequeños documentales y se enviaron a las provincias para mostrar lo que estaba ocurriendo en París”.
CHRISTOPHER ANDERSON
Las invasiones en Medio Oriente
“Seis días después del 11 de septiembre de 2001, fui a Pakistán y Afganistán, donde pasé los cuatro meses siguientes haciendo fotorreportajes de guerra. No vi esta hoja de contactos hasta mucho más tarde. Contiene algunas fotografías aceptables, pero nada que pudiera considerar como algo especial. Imprimí el fotograma 15A, que se incluyó en mi gran edición de material sobre Afganistán. Sin embargo, era una fotografía tranquila, del tipo de las que se quedan en el archivo y se publican de vez en cuando, pero a las que no se presta nunca mucha atención.
Un par de años más tarde, volví a examinar la hoja de contactos. El fotograma 27 llamó enseguida mi atención. La fotografía muestra la estela de un bombardero estadounidense que acaba de dejar caer su carga letal sobre una posición talibán y da la vuelta hacia su lugar de origen. No entiendo cómo no había visto esta fotografía con anterioridad. Una imagen de algo tan mortífero y a la vez tan bello. ¿Cuánto tiempo voló el piloto antes de apretar el botón? ¿Cómo se llamaba? ¿Cuántos hombres murieron mientras realizaba el giro hacia la puesta del sol? ¿Como se llamaban? ¿Sabían que el avión iba a por ellos cuando lo vieron por primera vez en el cielo? Ahora estoy seguro de que ésta es la fotografía de guerra más interesante que he realizado”.
CARL DE KEYZER
Ku Klux Klan
“La verdad es que necesité mucho tiempo para encontrar un mitin del Ku Klux Klan. Por suerte el gran mago Tom Robb me informó de dónde y cuándo tendría lugar una de sus poco frecuentes quemas de cruces, hecho simbólico en que la cruz ardiente se convierte en todo un faro para este mundo perdido. Llegué a Hico, un pequeño pueblo en el corazón de Texas. El acto iba a tener lugar en una propiedad privada. Una gran pancarta marcaba la entrada y una cruz de nueve metros, envuelta en arpillera, presidía el evento en la cima de una colina. Más tarde, al gran dragón de Texas le pareció que estaba haciendo demasiadas fotos durante los discursos y pretendía destruir mi cámara. Por suerte, el gran mago puso fin al problema.
Al atardecer, empezaron a llegar algunas caravanas. Todos los miembros uniformados del Klan entraron al bosque. Tras esperar media hora en completa oscuridad, los vi salir de él (eran unos cien, todos de blanco con capirotes: sólo el gran mago y el gran dragón se visten de negro). Empaparon las antorchas con gasolina y se fueron pasando el fuego en un círculo alrededor de la cruz. No podía usar flash durante la quema final de la cruz, pero lo usé de todos modos.
El gran mago prendió la cruz y el grupo empezó a moverse en círculos alrededor de la gran antorcha. La ceremonia era sencilla pero muy impresionante. El círculo cambió de dirección varias veces, y de vez en cuando hacían ondear las antorchas. Un cuarto de hora más tarde, la cruz se había apagado. Entonces, todos se volvieron hacia mí y me temí lo peor, ya que había disparado con flash repetidas veces durante la ceremonia. Pero en lugar de destrozar mi cámara, me dieron las suyas de bolsillo y posaron frente a la cruz. Todos alzaron el brazo izquierdo, no el derecho como los nazis. El izquierdo está más cerca del corazón. Lo mantuvieron en alto hasta que terminé de tomar todas las fotos. Tomé unas veinte, y mi cámara fue la última que utilicé”.
LARRY TOWELL
Gaza
”Fui a Palestina por primera vez en 1993, durante el ramadán, justo antes de la firma de los Acuerdos de Oslo. Pensé que sería importante documentar el nacimiento de una nación. Como todo el mundo, por aquel entonces, pequé de ingenuidad. Me alojaba en casa del Dr. Eyad El Sarraj, el único psiquiatra para miles de seres humanos traumatizados.
El segundo o tercer día de mi estancia en Gaza decidí compartir un vehículo con un fotógrafo francés que había venido de Jerusalén. Vimos a estos niños jugando con armas de juguete, como yo lo hacía cuando jugaba a indios y vaqueros, con la diferencia de que ellos interpretaban el papel de soldados israelitas matando a palestinos. El otro fotógrafo hizo algunas tomas. Yo me bajé del coche y me fui a pie, rodeado de niños. Contemplé aquel remolino de armas de juguete mientras me fijaba en los grafiti que estaban detrás de ellos, intentando encontrar algún sentido a las marcas negras. Después, regresé al coche y nos fuimos.
Aquella noche paseé por la playa. El campamento de refugiados de Shati olía como una cloaca. Lo recorría un reflector israelí desde una torre de vigilancia.
A la mañana siguiente, de camino al centro del tratamiento de Eyad, vi a unos soldados israelíes con unas familias palestinas que pretendían visitar Ansar II, una famosa prisión de Israel. Un soldado andaba fanfarroneando, fumando un gran puro sólo por ofender a aquellas familias durante el ramadán. Les iba dando órdenes, llevándolas de aquí para allá, sólo para divertirse..., lo mismo que hacen en todos los puestos de control en la actualidad. Uno de los soldados fue amable conmigo. Me dijo que era de izquierdas y que estaba allí para asegurarse de que sus compañeros no dispararan contra los niños. Me confesó: ‘No hay muchos como yo’”.
CHRISTOPHER ANDERSON
Inmigrantes ilegales
“En el año 2000 conseguí embarcarme en un bote de madera de fabricación casera de 7 metros de eslora con 44 haitianos que pretendían emigrar clandestinamente a Estados Unidos. Tras un par de días de navegación el bote empezó a hundirse. Estábamos condenados y lo sabíamos. Empezamos a despedirnos unos de otros. Sorprendentemente, la calma dominaba en el bote. No había mucho que hacer excepto resignarse a lo inevitable. Hasta ese momento había tomado pocas fotografías. Todo el mundo en el bote sabía que era fotógrafo, y en cierto modo no había caído bien... Pero cuando el bote se estaba hundiendo, David, el haitiano al que había seguido para llevar a cabo esta travesía, me dijo: ‘Chris, sería bueno que empezaras a hacer fotografías. Sólo nos queda una hora de vida’. Y así, sin pensarlo mucho, empecé a hacerlas.
Nos salvó en el último momento un barco de la guardia costera de Estados Unidos que se topó con nosotros, pero esto es ya otra historia. Este fue, en cierto modo, el momento más decisivo en el transcurso de mi vida fotográfica”.
CHIEN-CHI CHANG
Manicomios
“Llevaba seis años pidiendo permiso para hacer fotografías en el templo Long Fa Tang, cuando las autoridades por fin me lo concedieron. El templo era, al mismo tiempo, un santuario y una prisión para setecientos pacientes mentales. Trabajaban en la granja de pollos del recinto religioso, la mayor de Taiwán, y yo me instalé en el almacén, con mi cámara montada sobre un trípode. Los pacientes hacían una pausa al mediodía para comer. Después fueron llegando al almacén procedentes de la cantina, en parejas, conducidos por su supervisor. Yo estaba sudando profundamente, y es que en octubre, en Kaohsiung, en el sur de Taiwán, hace mucho calor. Además, la posición en la que me encontraba tras mi visor era muy incómoda.
La mayoría de los pacientes habían sido abandonados en Long Fa Tang por sus familiares. El templo no proporcionaba ni medicamentos ni tratamientos, sino cadenas ‘terapéuticas’. Un paciente más lúcido se encadenaba a uno que lo era menos. A veces estaba claro quién llevaba a quién, pero no siempre era así.
Los hechos ocurrieron rápidamente. El supervisor arreglaba las ropas de los pacientes y después, ‘clic, clic’, dos fotografías y se acabó. Mi interacción con aquellas personas mientras las fotografiaba era de unos pocos segundos, pero la que quedó congelada en mi hoja de contactos ha durado mucho más, y continúa aumentando”.