lunes, 27 de febrero de 2012

LIBRO SOBRE LIONEL MESSI: ESPERANDO AL MESSIAS.


¿Quién es realmente Lionel Messi? Mientras sigue ganando balones de oro y ocupa las tapas de las revistas del mundo más allá del fútbol (Time, Esquire, GQ), los rumores y las versiones son legión, pero casi todos mueren en el silencio que lo rodea. Por eso, la aparición de la biografía Messi (Debate), del periodista argentino Leonardo Faccio, es un agudo retrato con más de una sorpresa. No sólo porque Messi se aburre cuando no juega, duerme todos los días la siesta, detesta los fastos con que lo reciben, tiene un hermano insólito o reacondicionó su casa natal en Rosario, aunque está casi siempre vacía, sino porque consiguió lo que nadie hasta ahora: hablar con su familia, su entorno y el mismo Messi. Mientras el mundo lo celebra, en la Argentina se lo discute y la Fundación Messi repudia el libro, hablamos con el autor y explora la relación del nuevo pibe 10 con ese único olimpo que se le resiste: el de los mitos argentinos.

 Por Martín Pérez

Un Lionel Messi que concede un reportaje recién llegado de unas vacaciones familiares en Disneylandia. Otro que se presenta al rodaje de una publicidad de calzado en el Estadio Olímpico de Barcelona. Y un tercero que se prepara para la entrega del Balón de Oro al mejor jugador del mundo en Zurich. Tres Messi que son uno solo, el mismo, pero retratado un año tras otro. Así es como el periodista argentino Leonardo Faccio, instalado desde hace una década en Barcelona, eligió contar la vida del mejor futbolista del mundo. En tres actos, tres capítulos, cada uno de ellos con un punto de partida casi banal –un breve reportaje, una publicidad, la entrega de un premio–, el de un futbolista cumpliendo con sus compromisos, fuera de su ámbito natural. Pero alrededor de ese protagonista casi distraído, el engañosamente breve libro de Faccio –digno de la Pulga Messi– va desplegando historias, presentando personajes y compilando datos que funcionan como las inyecciones de hormonas con las que el rosarino pudo continuar con su crecimiento. Y es así como con el Messi Recargado de Faccio se descubre un personaje nuevo, que se aburre con series como Lost o Prision Break, no le gusta que confundan al futbolista genial con el chico tímido que parece frágil fuera del campo, y desprecia los lujos privados que le preparan en los rodajes: jamás usa el motorhome puesto a su disposición sino que se cambia de ropa frente a todo el mundo. Así es como su admirable libro, titulado simplemente Messi, pero subtitulado largamente como El chico que siempre llegaba tarde (y hoy es el primero), funciona como la mejor puerta de entrada a un mundo privado tan complejo y sencillo a la vez, como sólo puede serlo también ese juego llamado fútbol.


¿Por qué Messi?


–Messi afecta el estado de ánimo de mucha gente. Yo no soy futbolero, pero veo que hay ilusiones depositadas en él. Ese lugar de poder inestable de los ídolos siempre me interesó. Creo que, desde hace un tiempo, Messi trasciende lo futbolístico y acepté cuando me propusieron retratarlo. Mi editor, el director de la revista peruana Etiqueta Negra, Julio Villanueva Chang, me dijo: “De Messi se hablará mucho y sabemos muy poco”. Tres años después, la aventura periodística acabó en libro.

¿Por qué pensaste que lo que empezó siendo apenas una nota en una revista podía ser un libro?

–Hay dualidades en la personalidad de Messi que exigen espacio para ser explicadas: el Messi del Barça y de Argentina, el explosivo y el apático. El resto de los genios del fútbol se parecen a sí mismos dentro y fuera del campo –el andar con el pecho afuera de Maradona, la elegancia de Zidane, la sonrisa de Ronaldinho–; Messi desafía el paradigma de héroe que conocemos. Es una persona de rutinas, predecible lejos de la pelota y tiene una personalidad más compleja de lo que aparenta. A mí las paradojas me motivan y tuve ganas de continuar con su historia. El perfil publicado en Etiqueta Negra llamó la atención del director de la editorial Debate, Miguel Aguilar, y comencé a trabajar en el libro.

El libro está formado por tres partes, fechadas en tres años consecutivos: 2009, 2010 y 2011. ¿Por qué elegiste esa estructura?

–Es el período en que seguí su vida: tres años en los que Messi podía eclosionar o hundirse. El tiempo real tenía el dramatismo suficiente como para mantener la tensión del relato y decidí respetarlo. Otro motivo está relacionado a la forma: el fútbol es el más popular de los deportes y el libro debía ser para un público muy amplio, de modo que elegí un género con origen popular como referencia: la ópera. A cada parte-acto le corresponde un tempo diferente: Allegro, Adagio y Presto. Supongo que puede leerse como una ópera non-fiction.

 

EL ESLABON PERDIDO

 

Al teléfono desde Barcelona, Leonardo Faccio suena relajado y preocupado a la vez. Relajado porque finalmente ha terminado de soltarle la mano al libro en el que estuvo trabajando durante los últimos años. Y preocupado porque aún tiene que presentarlo, y entonces se reconoce obsesivo a la hora de responder el cuestionario vía mail con el que se hizo la mayor parte de esta entrevista. “Olvidé mencionar algo que creo debería haber explicado, ya que está relacionado con el título del libro, y va encadenado con la idea de ruptura del paradigma de héroe que conocemos”, se preocupa por agregar. “Lo veo como una especie de elogio a la lentitud en tiempos dominados por la velocidad. Esa forma que tienen algunas personas, como Messi, siesteras, perezosas, que llegan a lo que quieren moviéndose lentamente”, subraya Faccio, quien dice que el tema principal de su libro es el trauma de crecer. “Un día, su padre me dijo: ‘A Leo le falta un eslabón’. Se refería justamente a la particular forma de crecer de su hijo: el desarraigo y las exigencias del mundo profesional lo marcaron a la edad de trece años. Messi sufrió un déficit de la hormona del crecimiento y se fue a Barcelona porque en su país ningún club quería financiar el costoso tratamiento que necesitaba para crecer. Newell’s Old Boys colaboró sólo durante unos meses, River Plate le negó el apoyo. Messi vivió ese rechazo cuando era niño. La medicina que necesitaba para alcanzar una estatura normal cuesta mil dólares por mes, y él la pagó jugando al fútbol en el Barça. Su condición de genio precoz le arrebató la despreocupación de la adolescencia, pero también le exigió conservar la energía creativa que sólo tienen los niños cuando juegan. Es la esencia de su arte. En suma, yo intento comprender el carácter de una persona con una misión de vida. Messi construyó su identidad en torno de la pelota. Llegó más lejos que ningún futbolista de su edad y todos esperan más de él: que sea el salvador de la Selección de su país, el putañero discreto, el argentino utópico. El éxito o el fracaso con el balón puede reportarle tanta felicidad como tormento.”

¿Cuál fue el primer hilo del que tiraste para ir construyendo su retrato, o el momento en que dijiste “lo tengo”?

–Nunca dije “lo tengo”. Messi se mueve, crece y yo quería retratarlo en acción. No tiene sentido fijar en bronce la vida de un chico en permanente cambio. Por eso escribí un perfil y no una biografía. Las biografías suelen subordinar los rasgos de carácter de las personas a la estática información biográfica. Yo hago el proceso inverso. Los patrones de conducta que explican a Messi tienen el mayor protagonismo y narrarlos ocupa espacio. Por ejemplo: Messi dice que le gusta dormir la siesta, su hermana me cuenta que Messi pasa horas tendido en el sofá y Juan Sebastián Verón asegura que es difícil sacar a Messi de la cama. El desafío está en diferenciar las conductas eventuales de las que marcan un patrón. Messi suele aburrirse lejos de la pelota y la siesta es clave en su rutina. El chico que entretiene a millones no encuentra por las tardes nada más entretenido que tumbarse a dormir. Nadie se aburre cuando duerme.

 

EL FIDEL DE MESSI

 

Cuando se le pregunta a Faccio por todo el material sobre Messi que debió investigar antes de sumergirse en su libro, confiesa que en realidad de lectura encontró poco. “Lo que encontré fue pilas de relato épico: historias de lucha, vencedores y vencidos. La prensa deportiva suele construir personajes más bien unidimensionales y lo que yo buscaba eran matices. Quería humanizar al ídolo. En ese trance creo que mi orgullo se consumió en el afán de producir y escribir lo mejor posible.”
Es la producción, por ejemplo, la que lo pone ante el carnicero que lleva los pedidos a la casa de Messi frente al Mediterráneo. O lo lleva a Las Heras, un barrio obrero del sur de Rosario, donde se encuentra la casa donde Messi nació y vivió hasta los dos años, su Rosebud particular, a la que se preocupó por reformar, pero está casi siempre deshabitada. Cada vez que regresa a su ciudad, Messi no se va sin visitar esa casa, aunque a veces su paso es tan fugaz que en Las Heras no se dan cuenta de su visita. Y es también la producción la que lleva a Faccio hasta la Masía, la fábrica de talentos del Barça, para descubrir que si Messi entraba último al comedor y se terminaba sentando en las últimas filas, era porque así quedaba cerca del metegol. Escribe Faccio: “Si hubiese una moraleja en la remolona actitud de Messi fuera de los campos de juego, sería que a veces el camino más rápido hacia lo que de verdad nos interesa se toma moviéndonos con lentitud”.
Pero la escritura es la que da vida a los mejores personajes del libro, los secundarios, como su primer representante, que confiesa: “Si me pongo a pensar que nunca más voy a descubrir a alguien como él, me tengo que matar”. O el doble de Messi, que empezó a dar demasiadas entrevistas, y ahora la familia ya no lo contrata más. O esos amigos de la infancia que aseguran que Leo, en cuestión de mujeres, “prefiere pasar por tonto que por calentón”. Y como prueba está esa anécdota del Mundial juvenil de Colombia, en 2005, cuando una periodista de televisión le dijo a su representante que quería conocer a Messi, y le pasó su número. Cuando al día siguiente se acercó a la concentración llevando el número de la chica como un regalo, Messi le dijo casi al pasar: “Ya estuve con ella”. Pero el mejor de los personajes es el hermano del medio de los Messi, Matías, el que se quedó en Las Heras y tiene problemas con la ley, que cree que le trae mala suerte a su hermano porque cuando viajó a Londres para ver un partido de la Copa de Campeones de Europa, frente al Chelsea, Lionel se lesionó. “Me senté en un lugar donde no me sentaba nunca: fue culpa mía”, le dice el increíble Matías a Faccio, que en su libro parece escaparles a los escándalos y a los titulares –no hay trascendidos de vestuario, de esos que siempre llegan a las páginas de deportes, por ejemplo–, pero al mismo tiempo profundiza tanto su relato que llega incluso a tocar temas tabú a la hora de las biografías deportivas, como el del sexo con modelos, algo habitual dentro del mundo del fútbol actual, pero de lo que no se suele hablar fuera del efímero mundo de las páginas de chimentos.

¿Hay cosas que descubriste y dejaste afuera?

–Conté todo lo que sabía. Los episodios que pueden sonar “escandalosos” sirven, como cualquier otro, para comprender a Messi. Lo explico con un ejemplo: una tarde, sus abuelos me reciben en su casa, una construcción humilde, y se quejan de la evidente postergación económica en la que viven. Lo importante no es la escena en sí misma. A la edad de 24 años, casi nadie se ocupa de sus abuelos. No hay novedad en eso. El conflicto familiar me interesa porque habla del nivel de influencia de cada miembro de la familia. A Messi lo explica su entorno. En el libro busco una dimensión humana que el relato de la prensa deportiva –por épico y vertiginoso– suele negarnos. En función de ese objetivo no me puse límites. Evité escenas coyunturales o muy conocidas porque cuento otras poco difundidas que dicen lo mismo. Los lectores completan con su memoria el relato. Más que escaparle al escándalo, creo que hice el intento de normalizar una vida íntima que podemos ver como exótica. Lo curioso es que Messi, con su carácter humilde y su regularidad en la cancha, logra que veamos lo extraordinario como si fuese normal. Con la camiseta del Barça lo raro es que no haga goles.

Al hablar de su biografía del Che, Jon Lee Anderson dijo que la única fuente a la que lamentaba no haber accedido era Fidel Castro, porque sabía cosas que nadie más podía saber... ¿Hay algún Fidel en la historia de Messi?

–Entrevisté a más de cien personas para escribir el libro, y si hay una ausencia más comprensible que lamentable es la de Celia Cuccittini, la madre de Messi. La llamé durante más de dos meses todos los días. Pero la señora estaba muy agobiada por el periodismo y decidí respetar su intimidad. Dejé su presencia en boca de otros y me alegré de que la búsqueda no haya sido en vano. En el afán de encontrar a la mamá llegué por casualidad a una de las voces más valiosas de la historia: la hermana, María Sol. En el libro abundan personajes que podemos definir como secundarios: la maestra, el carnicero, el doble, el hermano del medio, amigos, compañeros de habitación, la hermana. A diferencia de otras personas más expuestas a los medios, como el papá, a quien también entrevisté, ellos miran con perplejidad la intimidad de Messi. Esa mirada es reveladora.

Durante tu entrevista inicial con Messi, mencionás que cuando descubre en tu mochila el libro que escribió el periodista italiano Luca Caioli sobre su vida, Messi, el niño que no podía crecer, te señala que en él “salen cosas que no deberían haber salido”. Vos contás la historia del hermano del medio, de su relación con las chicas, de su problema legal con el primer representante... Recientemente, la Fundación Lionel Messi desautorizó tu libro. ¿Sabés por qué? ¿Tiene algo que ver con el libro de Caioli?

–Hay asuntos delicados que fuera del libro pueden adoptar la vulgaridad de un chisme. Hasta donde yo sé, el rechazo hacia ambos libros tiene al menos un motivo en común. Tal vez haya otros. Yo escribí la historia sin censuras y entiendo que una reacción de repudio es esperable. Primero porque nadie suele gustarse cuando acaban de retratarlo. Segundo porque los vaivenes de cualquier existencia requieren tiempo de asimilación. Alguien que cuenta su historia desde el cenit de su carrera puede ver con perspectiva su pasado. No es el caso de Messi. Con frecuencia olvidamos que apenas tiene veinticuatro años.

 

AHI VA EL CAPITAN LEO

 

Aun cuando Messi aparece entrevistado en el libro –de hecho, toda la primera parte gira alrededor de esa entrevista–, no es precisamente en sus respuestas donde se pone de relieve su participación en él. De hecho, lo que dice entonces es lo menos importante de ese capítulo. El trabajo de Faccio, justamente, fue el de rodear sus respuestas aparentemente de compromiso en esa primera nota con la suficiente sustancia periodística y narrativa como para que fuese relevante. Y lo hizo tan bien, que hubo quien terminó pensando –por suerte– que esa nota bien podría crecer hasta ser un libro que es prácticamente la antítesis de Yo soy el Diego de la gente. Si aquel era el verbo hecho carne, el de Messi es puras versiones, pero que juntas permiten asomarse a un mundo en silencio. “Me gusta pensar que el libro cuenta la historia de un prodigio: la carrera desigual de Messi por empatar la madurez que tiene dentro del campo con la ternura apática que a veces muestra fuera de él”, explica. “Esa complejidad parece atractiva.”

¿Cuál fue tu relación con Messi durante la construcción del libro?

–Partí con una idea más o menos clara: no quería que a Messi lo limitasen sus pocas palabras. John Carlin, el periodista inglés, publicó un perfil de Messi unos días antes de que yo empezara con el mío, y decía: “He entrevistado a Messi en dos ocasiones, y si me ofreciera una tercera posibilidad de hacerlo, respondería cortésmente que no; no, gracias. Tiene poco sentido sentarse a hablar con él y exigirle palabras de autorreflexión”. Carlin, igual que otros reporteros, se había frustrado ante el silencio de Messi. Yo lo entrevisté una vez y luego construí un relato coral con su entorno cercano. Esto hubiese sido imposible sin su consentimiento. Messi seguía mis pasos desde su teléfono móvil. Incluso participaba con mensajes de texto. Los códigos del chat electrónico son un recurso ideal para los tímidos. Fue más expresivo vía SMS que en persona.

A comienzos de este mes, la revista norteamericana Time puso a Messi en su tapa, pero no se privaron de señalar que su entrevistado no contestaba prácticamente nada que esté fuera del fútbol, y se quejaron de que fue imposible sacarle algún dato de color. A esta altura vos ya debés saber mucho de Messi... ¿hay algún secreto para hacer que hable?

–Si hay un secreto para que Messi hable, no lo conozco. Cuando lo entrevisté, él recién llegaba de sus vacaciones y yo intenté seguir el sentido de su estado de ánimo. Digamos que apelé al sentido común. Messi había estado en Disneyworld y se mostró entusiasmado al hablar de momentos divertidos. A mí me interesaba su vida fuera del fútbol y hablamos de su novia, los amigos, Rosario, la familia. No me acerqué buscando sentencias sino gestos, reacciones.

La misma nota de Time se centra –de hecho lo expresan en la tapa misma– en la paradoja de que Messi tal vez sea el mejor futbolista del mundo, pero aún le cuesta ser aceptado en su país. ¿Es una cuenta pendiente para él? ¿Tiene algún sentido insistir con ese tema?

–Martín Caparrós dice: “La mayoría de los argentinos universales tuvieron que dejar de ser argentinos para serlo”. Es la historia del Che, Piazzolla y también de Messi. Se fue de la Argentina a los trece años y hasta hace muy poco era un ilustre desconocido en su propio país. ¿Cómo querer a alguien que no conocés? Hace falta algo más que goles. En la Argentina a Messi se le exige ser un caudillo expansivo al estilo Maradona, y Maradona fue un icono en la euforia de los ’80: representó la recuperación de la democracia, la revancha futbolera de la derrota en Malvinas y encarna el ascenso social de las clases más postergadas. ¿Qué representará Messi? Messi no tiene un pasado público en su tierra y su destino lo forzó la mayor crisis económica que sufrió el país en la historia reciente. Cuando partió al Barça, la Argentina estaba a punto de caer en la crisis financiera más prolongada de los últimos cien años: la paridad cambiaria con el dólar desapareció, el Gobierno restringió la salida de dinero privado de los bancos y el país tuvo cinco presidentes en un mes. La obra social y la mutual que financiaban las dosis de somatotropina sintética que Messi necesitaba para crecer dejaron de pagar el remedio. Su única salida fue la fuga, el autoexilio. La historia de Latinoamérica está hecha por líderes caudillos –también en el fútbol– y Messi se formó en un club que, además de pagar su tratamiento hormonal, apostó por la democratización de la pelota. Messi en el Barça ejerce de líder silencioso. Con la camiseta celeste y blanca se vio obligado a pensar en lo que debía ser, mientras que su talento exige no pensar para anticiparse. Si piensa, no fluye. Messi en la Selección de su país propone otra distribución del poder y vive cada derrota como un duelo. Su hermana lo retrata como un chico triste tumbado en un sofá. El reconocimiento público de su argentinidad sigue siendo una cuenta pendiente para Messi. ¿Tiene sentido hablar de esto? Yo creo que sí, mientras pensemos que el fútbol es un acto religioso –por su tendencia a religar– que trasciende al deporte. En la Argentina a Messi le negaron un sitio donde depositar su lealtad y hoy se lo espera como un Mesías.



El héroe puro

 

“La medicina que necesitaba para alcanzar una estatura normal cuesta mil dólares por mes, y él la pagó jugando al fútbol en el Barça. Su condición de genio precoz le arrebató la despreocupación de la adolescencia, pero también le exigió conservar la energía creativa que sólo tienen los niños cuando juegan. Es la esencia de su arte.”


 Por Ariel Magnus

“¡Y aguante Argentina, la concha de su madre!”, cerró Messi su discurso de un par de frases (o sea, dos) frente al Camp Nou la noche en que el equipo festejó el bicampeonato de 2010. Esa frase, que Messi pronunció luego de aclarar que esa vez no diría nada raro (el año anterior había hablado en visible estado de ebriedad durante un festejo análogo, aunque de su discurso sólo cabe destacar la ronquera con que lo pronunció, y alguna sílaba patinada), esa frase es probablemente la declaración más rara que ha hecho Messi en toda su carrera, en el sentido de que es la única potente y memorable. Aunque de estructura y contenido más bien básicos, su remate tiernamente soez y la profunda carga emotiva que le conferían el lugar y el momento (poco antes de que empezara el Mundial de Sudáfrica) hacen del sintagma un verdadero hito oratorio dentro de su humilde, humildísimo repertorio. La trascendencia de aquella exclamación es difícil de medir, pues no da para un titular de diario, pero no sería extraño que más de un hincha haya revertido su opinión acerca del presunto pechofriísmo de Messi tras escuchar este aliento sincero y emocionante, sobre todo si se lo compara con el parco “visca Barça y visca Catalunya” que lo preceden.
Habrá que esperar a que el Barcelona gane alguna copa este año para volver a estar expectantes por una declaración de Messi. De las otras, incluidas las “entrevistas a fondo” de los medios deportivos, es inverosímil que alguien siga esperando escuchar algo memorable. Ni siquiera da la sensación de que en realidad Messi tiene mucho para decir, pero delante del micrófono se pone el casete; más bien se diría que si no fuera por el casete del compañerismo y la humildad (linda música de fondo, ojo), se quedaría completamente mudo. No porque no tenga personalidad (como puede comprobar cualquiera que lo vea jugar al fútbol), ni porque sea tonto (como puede comprobar cualquiera que haya visto una foto de su novia). No: al pibe no le gusta hablar, lo hace solamente porque es parte de su trabajo, y punto.
“Pasa que Messi habla con los pies”, dirá algún poeta. Pero lo cierto, con todo respeto por las metáforas, es que con los pies no se habla. Y no hacerlo tampoco con la boca es algo extraño, incluso inadmisible, en un país donde es noticia todo (absolutamente todo) lo que declare una vedette o un político, o una ex vedette o un ex político, y en donde muchos de los máximos ídolos futbolísticos se destacan también por su verba. Gente como Maradona, Riquelme o Tevez (o el Bambino, Basile, Gatti... ¡Caruso!), han puesto la vara declarativa demasiado alta para la Pulga, y eso es probablemente lo que le impida alcanzar status de héroe nacional. Ojalá lo desmienta ganando un par de copas del mundo (su verdadera y única deuda con la patria, ¡la concha de su madre!), pero nada parece indicar que una vez que deje de hacer goles nos siga importando escucharlo no decir nada, sin ninguna gracia.
A no ser, a no ser, que estemos ante un héroe que sólo se destaca por aquello en lo que quiere y debe destacarse, un héroe digamos puro. El contraste entre su maravillosa elocuencia dentro de la cancha y su tedioso laconismo fuera de ella pareciera indicar que la posibilidad existe. Me gustaría ser historiador para establecer con autoridad que la Argentina nunca conoció a ningún prócer que careciera de oratoria. Pero más me gustaría ser astrólogo para asegurar que lo va conocer.


Si yo no fuera Maradona

 

 Por Claudio Zeiger

Hay algo evidente. Messi no es Gardel, ni el Che, ni Evita. Ni Gatica. Y si bien se discute quién es el mejor, también es seguro: Messi no es Maradona.
Messi rompió la cadena mítica canónica de los argentinos. Tierra, hay que decirlo, abundante en héroes truncados por el destino, la funesta parca, el malogro en alguna de sus formas y el exilio; gran parte de los mitos argentinos se construyeron afuera del país. Y tampoco parece ser uno de sus ídolos arquetípicos que sintonizan sin más con el pueblo, a pesar de abonar uno de los suelos favoritos de la idolatría nacional: el fútbol.
Nos preguntamos qué es Messi. ¿Qué es? ¿Hacia dónde va? ¿De dónde viene? ¿Qué forma heroica de la argentinidad encarna? Siempre el héroe mítico necesita de una distancia que le otorga el aura de no ser uno más, de ser el elegido; una distancia con su pueblo, con sus masas, y sin embargo esa distancia inherente al mito, en el caso de Messi, está como filtrada por una pantalla que reflejara otra pantalla en cuyo fondo hay otra pantalla. Encierra algo de la irrealidad del astronauta, esos héroes del espacio que sólo se nos manifiestan de forma remota y se evaporan con el tiempo, y por eso los chicos antes los idolatraban y querían ser astronautas: representaban el ideal infantil de vivir en otro mundo, en el mundo remoto e ingrávido del mito.
¿Esa distancia finalmente lo acercará a su pueblo o lo alejará definitivamente? Y en todo caso, ¿cuál es su pueblo? ¿O Messi finalmente será el mito de la aldea global, no soy de aquí ni soy de allá, el mito de todas y ninguna parte?
Coartada para el debate: todo puede ser atribuido al tiempo que vivimos, el nuevo siglo, el radical corte en las formas de percepción que ha establecido un mundo visto desde pantallas y manejado por controles remotos, camaritas y tabletitas. Ni siquiera es la sociedad del espectáculo de los años ’90 y su videopolítica, sus videoguerras y sus videojuegos, su pornografía cromada o su erótica de voces en el teléfono para conjurar el sida. Es más: es la ilusión igualitaria de las “redes sociales”; es la posibilidad de que un jugador cambie de camiseta tres o cuatro veces en una temporada como Superman se cambiaba en la cabina de teléfono. Es el tiempo de adherir a revoluciones sin hacer el foco o enviar pésames y condolencias en 140 caracteres a gente que jamás conocimos. Es la hora de disecar una jugada tantas veces con supercámaras que ya no hay posibilidad de saber qué pasó: de frente fue foul, del costado izquierdo ni lo rozó, de la derecha fue con la mano, de arriba fue piquete de ojos y de abajo apretón de huevos. Si los mitos invisibles del fútbol argentino anterior a Maradona carecen de imágenes que les den visibilidad para las nuevas generaciones, hoy asistimos a un exceso ocular. Así no hay verdad que aguante, ni mito que se resista.
Pero hay algo o mucho de verdad en la coartada del tiempo que vivimos. Messi, como todos, vive en el tiempo que le ha tocado y habla el lenguaje de quienes lo rodean, que no es otro que el de la horrible diplomacia de la corporación futbolera, que nunca dice nada salvo bajo la forma del exabrupto del cual después se disculpan (que no tengo nada contra los árabes, ¿eh?), o equivocan mucho el rumbo, como Tevez, y en vez de ser “incorrectos” se empiezan a volver desagradables. Messi es correcto y baja la cabeza, y es el mejor jugador del mundo, sin dudas, porque sólo el mejor puede recibir el Botín de Oro tres veces seguidas y, si no les agarra un ataque de mala conciencia, debería ganarlo al menos tres veces más. Es como si todos los años el Nobel lo ganase el mismo escritor, Borges, por ejemplo, que así debería ser.
Messi agradece y todos nos damos cuenta de que es genuinamente agradecido a la vida. Todos lo quieren y lo cuidan. Aparentemente no busca estrellarse contra las luces del rock y las drogas (¡qué antigüedad!). Luce un poco frágil emocionalmente, pero puede jugar en equipo, es generoso y sabe de táctica y técnica. Messi juega en el mejor equipo del mundo (tendrán la crisis y los indignados y el paro, pero los euros se van en jugadores, olé) y nadie que esté en su sano juicio puede negar que es el mejor equipo del mundo.
Gardel no era correcto y su vida era ambigua, pero cada día cantaba mejor. No cantó mejor desde el primer día. Evita hizo lo que hizo en un suspiro, y fue el mito de doble faz: querida y odiada, pero a salvo de la medianía. El Che no se podía quedar quieto y Maradona todavía no se puede quedar quieto. Gatica fue el más desamparado a mi gusto, el más necesitado, el más enamorado de la desesperación y la rabia que –él lo sabía– latía en el corazón de Evita.
Podría decirse que Messi es entonces el ídolo modelo siglo veintiuno, que no necesita derrapar ni apelar al pasado o al futuro en el que será mitificado. Messi es el presente. Está pasando ahora y punto. Claro que hay un costado argentino que le falta, fatalmente le falta, y eso es irrecuperable. Para bien o para mal le falta picaresca afuera de la cancha, le faltan esos toques de chantada argentina, de soberbia y orgullo argentinos, de talento ingobernable. Es probable que no haya un solo mito argentino que no sea o haya sido, en un momento, irritante, sanguíneo y que haya secado la paciencia de quienes lo rodeaban. Pero es que así funciona la cosa. No funciona con personas correctas, con estadistas que dialogan y buscan consensos y que les caen bien a las damas de caridad. Todavía resuena vergonzosa la campaña mediática que le hicieron a Maradona antes del Mundial, deseando fervientemente que no clasificara para volver a verlo hundido en el fango. A Messi, ojo, también lo están esperando porque están en busca del mito blanco, del mito limpio. El mito no mito. Y guay de que se ensucie. Argentina es un país inapelable con sus mitos, quizá porque tiene los mejores mitos del mundo.
Entonces, ¿por qué no Messi? Sí y no. Su talento está absolutamente controlado, es absolutamente productivo. Es creativo. Está en lo suyo. Nadie espera la frase genial sino la jugada perfecta. Messi encarna algo que quizá lo aleje del mito, pero lo acerque a la utopía: ser los mejores jugadores del mundo en el mejor equipo del mundo por siempre jamás. Ser, simplemente, el mejor. Una utopía que aspira a la perfección del cristal y los diamantes. Ser una joya, fútbol en su estado puro, fútbol destilado. Y eso ya lo está siendo, ya lo está consiguiendo. El problema es que a los argentinos se nos está escurriendo entre los dedos, no sabemos dónde ponerlo porque resulta que no estamos acostumbrados a esta clase de héroes utópicos. Queremos el mito, queremos la redención, condenados como estamos a las tradiciones de la pasión, la carne, el barro, el desacato y el desorden.

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