lunes, 30 de mayo de 2011

MILES DE MILLONES DE PLANETAS “HUERFANOS” VAGANDO POR LA GALAXIA




Mundos a la deriva







Por Mariano Ribas

No se trata de exoplanetas. Esto es completamente distinto. Tan es así, que ni siquiera resulta del todo apropiado usar la palabra “planeta”. En realidad, son mundos a la deriva. Libres de toda estrella. Cuerpos errantes que, muy probablemente, alguna vez nacieron y se criaron bajo la luz y el calor de sus soles de antaño. Pero que ahora vagan penosamente en medio de la oscuridad y el impiadoso frío del espacio interestelar. Si bien es cierto que los ejemplares puntualmente encontrados son apenas un puñado, sus descubridores tienen muy buenas razones para pensar que son tan sólo la punta del iceberg. Y calculan que sólo en nuestra galaxia estos “planetas huérfanos” duplicarían la cantidad de estrellas. Cientos y cientos de miles de millones. En esta edición de Futuro examinaremos este flamante y resonante hallazgo científico, recientemente publicado en Nature. Una novedad de aquéllas, cargada de curiosidades –empezando por el propio método de detección utilizado– y profundas implicancias para los actuales modelos de formación y evolución planetaria.

CRIATURAS TEORICAS

A esta altura, los planetas extrasolares –aquellos que orbitan a otras estrellas– ya se han incorporado con toda naturalidad al paisaje de la astronomía actual. Desde mediados de los ’90, ya se han descubierto más de 500. Y la cifra aumenta mes a mes, gracias a varios programas de búsqueda y sofisticados telescopios terrestres y espaciales (entre ellos, el Telescopio Espacial Kepler, de la NASA, que de tanto en tanto se despacha con ráfagas de descubrimientos). La gran mayoría de estos exoplanetas –como también se los conoce– son gigantescos mundos gaseosos, tanto o más grandes que nuestro Júpiter. Sin embargo, técnicas cada vez más finas ya están permitiendo la detección de objetos mucho más chicos, incluso, algunos apenas más grandes y masivos que la Tierra, aunque esa ya es otra historia. Lo que nos interesa en este caso, puntualmente, es que, hasta ahora, y más allá de sus diferentes perfiles, todos estos planetas foráneos orbitan a sus estrellas. Como todo planeta que se precie de tal, claro.

Sin embargo, las actuales teorías de formación planetaria predicen que debería haber otro tipo de especímenes: “planetas libres”. Y deberían ser muchísimos. Fundamentalmente, por dos razones. Primero: los astrónomos piensan que es muy probable que dentro de las mismas nebulosas (masas de gas y polvo que flotan en el espacio interestelar) donde se forman las estrellas, también podrían gestarse cuerpos gaseosos mucho más pequeños. Incluso, más chicos y menos masivos que las ya de por sí modestas “enanas marrones” (una suerte de “estrellas fallidas”). Es decir, cosas más o menos parecidas a Júpiter. Segundo: los actuales modelos teóricos, y hasta simulaciones realizadas con computadoras, sugieren que los sistemas planetarios recién formados pueden ser lugares muy caóticos. Y que, gravedad mediante, los repetidos encuentros cercanos entre los jóvenes planetas (grandes, medianos y chicos) darían como resultado “ganadores” y “perdedores”: algunos quedarían en órbita de sus estrellas, pero otros, tarde o temprano, serían despedidos fuera de sus sistemas. Mundos arrancados de sus soles. Y condenados al total desamparo. Justamente por ahí viene toda esta nueva historia astronómica.

PRIMERAS (Y VAGAS) DETECCIONES

Ya sea por haberse originado independientemente (ajenos a toda estrella “madre”), o por haber sufrido un triste desarraigo durante sus infancias, los astrónomos sospechaban, desde hacía décadas, que estos mundos a la deriva deberían ser muy abundantes en nuestra galaxia. Pero también sabían que iba a resultar muy difícil encontrarlos: no emitirían luz (al menos luz visible, sí quizá débil luz infrarroja, producto de su calor interno), ni tampoco podrían reflejar luz estelar, dado que, a diferencia de los auténticos planetas, estos objetos, por definición, no se encontrarían cerca de ninguna estrella. Y por esto mismo tampoco se los podría detectar mediante el exitoso método que permitió encontrar la gran mayoría de los exoplanetas conocidos hasta el día de hoy: detectar y medir el sutil “bamboleo” gravitatorio que estos objetos generan en sus soles.

Ante tan sombrío panorama, no resulta raro que estos oscuros y fríos cuerpos errantes se resistieran a caer en las redes de los astrónomos. Recién a mediados de los años ’90, el venerable Telescopio Espacial Hubble detectó tres exóticos objetos que parecían dar con el perfil buscado. Fueron bautizados S Ori 52, S Ori 56 y S Ori 60, y estaban hundidos en las gaseosas y polvorientas brumas de una de las regiones más famosas del cielo: la Gran Nebulosa de Orión. Tres escuálidos puntos de luz que no eran estrellas, ni tampoco parecían ser objetos ligados gravitacionalmente a ninguna de ellas. Estaban “sueltos”. E inauguraron una nueva categoría astronómicas: los IPMO, “Objetos Aislados de Masa Planetaria”. Luego aparecieron algunos más. Y en todos los casos, las vagas estimaciones fotométricas sugerían que estas cosas tendrían entre 3 y 15 veces la masa de Júpiter. De hecho, apenas rozaban el umbral mínimo de masa de las “enanas marrones”. Pero sin una búsqueda fina y sistemática, la cosa no pasó de ahí.

“MICROLENTES GRAVITACIONALES”

Y así llegamos a la gran novedad anunciada en estos días. Una novedad que proviene de la estrecha colaboración entre dos equipos científicos de Japón y Nueva Zelanda, liderados por el astrofísico Takahiro Sumi (Universidad de Osaka, Japón). Estamos hablando de OGLE y MOA, respectivamente, dos programas de búsqueda y monitoreo que vienen trabajando desde hace varios años con dos telescopios: uno de 1,3 metro de diámetro, situado en el Observatorio de las Campanas, al norte de Chile, y el otro, de 1,8 metro, en el Observatorio Mount John, en Nueva Zelanda. OGLE y MOA son, en realidad, dos siglas en inglés (Optical Gravitacional Lensing Experiment y Microlensing Observation en Astrophysics) que dan cuenta, justamente, del curiosísimo método de búsqueda utilizado: la detección del fenómeno de “microlentes gravitacionales”. En pocas palabras: si un objeto pasa por delante de una estrella de fondo en nuestra línea visual, su gravedad “torcerá” e incluso “amplificará” su luz. Como una lente. El efecto será mayor o menor, más corto o más largo, según la masa (y gravedad) del objeto que hace las veces de “lente”. O dicho de otro modo: aunque el objeto sea prácticamente invisible, es posible calcular su masa y tamaño a partir de los efectos que induce en la luz estelar. Y si se habla de “microlentes” es porque el fenómeno también se da a gran escala, cuando las involucradas son galaxias, o incluso cúmulos enteros de galaxias, que tuercen y amplifican la luz de otras mucho más distantes, pero en la misma línea visual (en el fondo, todo remite a un fenómeno relativista, ya predicho por Einstein hace casi un siglo: la masa “deforma” el espacio y, en consecuencia, cuando la luz pasa cerca del campo gravitatorio de un cuerpo, cambia de trayectoria).

¡EUREKA!

Aprovechando esta curiosa ayudita de la naturaleza, entre 2006 y 2007, los científicos del OGLE y el MOA se pusieron a buscar mundos a la deriva. O más bien, sus huellas. Sumi y sus colegas monitorearon con ambos telescopios (acoplados a delicados sensores fotométricos) el brillo de 50 millones de estrellas, nada menos. Todas localizadas en la zona central de nuestra galaxia, y a distancias de entre 10 y 20 mil años luz del Sistema Solar. Y tras analizar minuciosamente esta enormidad de observaciones, detectaron casi 500 estrellas que habían mostrado breves aumentos de brillo. Variaciones que, por supuesto, no pudieran atribuirse a las propias estrellas (como lo que ocurre con las famosas “estrellas variables”), sino, justamente, al efecto de microlentes gravitacionales. Según Sumi, casi todos estos episodios duraron varias semanas y fueron provocados por el pasaje de cuerpos relativamente masivos (otras estrellas, o bien, “enanas marrones”). Sin embargo, hubo 10 casos especialmente interesantes, porque fueron muy breves: abrillantamientos de estrellas que duraron dos días, o menos. Y que justamente por eso, fueron atribuidos al momentáneo pasaje de cuerpos mucho más pequeños y livianos. Objetos de masa planetaria, con un porte más o menos parecido al de nuestro Júpiter.

Pero hay más: en ninguno de esos 10 casos se observaron efectos de microlentes gravitacionales acoplados o, dicho de otro modo, atribuibles a las eventuales estrellas “dueñas” de esos objetos. Por lo tanto, los científicos de OGLE y MOA concluyen que esos pequeños cuerpos estaban, al menos, a unas 10 unidades astronómicas de sus estrellas. Aunque, más bien, ponen todas las fichas en un solo lugar: según Sumi y sus compañeros, lo más probable es que se trate de 10 objetos completamente desconectados de estrellas. Vagabundos cósmicos sin soles que los alumbren, girando en torno al centro de la Vía Láctea.

LA PUNTA DEL ICEBERG

Diez casos. A primera vista, no parece mucho. O, al menos, no parece justificar el alboroto que esta noticia está generando en los pasillos de la astronomía mundial. Sin embargo, para los expertos, esas diez detecciones positivas serían la resultante estadística de una cifra verdaderamente monstruosa. Por empezar, los eventos de microlentes gravitacionales son absolutamente improbables, dado que requieren una exacta alineación entre nosotros, el objeto que hace de “lente” y la estrella de fondo. Además, los equipos de OGLE y MOA sólo pudieron estudiar una cantidad bastante limitada de estrellas de la Vía Láctea (para nuestra galaxia, 50 millones de estrellas es poca cosa). Y durante apenas dos años. Y por si todo eso fuera poco, y tal como el propio Sumi reconoce, también hay que tener en cuenta las propias limitaciones de detección de los instrumentos utilizados: pudo haber otros casos de microlentes gravitacionales extremadamente sutiles, provocados por objetos más chicos, que hayan pasado inadvertidos. En suma: basados en todo lo anterior, esos 10 casos detectados hablarían en nombre de, al menos, unos 400 mil millones de objetos similares. Por lo tanto, en la Vía Láctea habría el doble de “planetas libres” que estrellas.

“PLANETAS EYECTADOS”

Muchos, muchísimos. Tantos que, según los científicos, más que objetos sub-estelares, formados independientemente dentro de las nebulosas, mayoritariamente serían “planetas eyectados”. “Si estos cuerpos libres se formaran del mismo modo que las estrellas, entonces nuestro estudio debería haber encontrado apenas uno o dos”, dice David Bennet, un astrónomo de la NASA que participó de la investigación. Y agrega: “Nuestros resultados, por el contrario, sugieren que los sistemas planetarios son muy inestables en sus comienzos, con planetas que son lanzados hacia afuera de sus lugares de nacimiento”.

“La existencia de planetas flotando libremente por la galaxia ya había sido predicha por las teorías de formación planetaria, pero hasta ahora nadie sabía cuántos podía haber”, redondea Sumi. Pero también reconoce que los números que acaban de publicar en el artículo de Nature son muy tentativos. Es más: impresionantes como suenan, dice que estas cifras podrían ser aún más grandes, dado que la sensibilidad de los programas OGLE y MOA sólo alcanzaría para detectar los efectos inducidos en la luz estelar por “objetos-lente” del tamaño de Júpiter y Saturno. Pero no aquellos provocados por objetos como la Tierra, Venus o Marte. Cuerpos que, dicho sea de paso, y siempre según los modelos más actuales y confiables, saldrían disparados de sus sistemas planetarios –por interacciones gravitatorias con sus vecinos– mucho más fácilmente que los pesos pesados. Por ahora, nada se sabe de ellos. Pero la NASA ya tiene planeado un telescopio espacial para salir a la pesca de estas potenciales “Tierras a la deriva”: el WFIRST (la sigla de Telescopio de Estudio Infrarrojo de Campo Amplio).

Por ahora, y sólo por ahora, le bajamos la tapa al inagotable cofre de sorpresas cósmicas. Esta vez, de su oscuro interior brotaron, de a borbotones, cientos de miles de millones de mundos a la deriva. Planetas que ya no lo son, marchando penosamente por los oscuros y helados abismos de nuestra Vía Láctea. Vagabundos tristes y cabizbajos que deben añorar sus doradas y lejanas épocas de infancia. Cuando pertenecían a sus estrellas. A esos soles que los abrazaban con su gravedad, su luz y su calor. Y que un buen día los vieron partir, para no regresar nunca más.

domingo, 22 de mayo de 2011

ALEX GREY EL PINTOR ESTADOUNIDENSE ESTUVO EN BUENOS AIRES.








El artista, uno de los principales referentes de la psicodelia, vino a Buenos Aires a ofrecer un panorama de su obra y su filosofía. Sus trabajos han ilustrado discos de Nirvana, David Byrne y los Beastie Boys, pero él prefiere hablar de los caminos espirituales del arte.








Por Facundo García

Alex Grey piensa que el arte sirve para comunicarse con Dios. O con los dioses. O con lo que sea que haya por encima de la realidad moldeada por la televisión. Para reafirmarlo, el pintor –uno de los principales referentes de la psicodelia– vino a Buenos Aires a ofrecer un panorama de su obra y su filosofía creativa. Y aunque sus trabajos han ilustrado discos de Nirvana, David Byrne y los Beastie Boys, él prefiere aletear para otro lado cuando se remonta entre palabras.

“Todos somos artistas, desde el momento en que miramos el mundo y nos armamos un cuadro de cómo es”, bosqueja el pelilargo y deja claro que ésta será una entrevista sólo en apariencia. Porque flotará otra cosa, algo así como la sensación de andar descalzo por regiones donde la autopista del lenguaje se convierte primero en huella de tierra y después en campo virgen, con todos los peligros y las posibilidades que eso implica.

–Eligió el arte como camino espiritual. ¿Esa decisión lo benefició o fue más bien un sacrificio?

–Si la intención de uno es aproximarse a Dios, no hay sacrificio que sea grande. Mi esposa Allyson y yo estamos arriesgando nuestras vidas al focalizar completamente nuestra energía en la Chapel of Sacred Mirrors –la “Capilla de los Espejos Sagrados”, su proyecto fundamental–. De todos modos el arte nos ha beneficiado: nos permitió conocer a visionarios de todo el planeta que están en la misma búsqueda y comparten los mismos sueños conscientes que nosotros.

La Capilla de los Espejos Sagrados es una cruza de galería de arte y santuario new age y está diseñada para indagar en las “múltiples capas de la realidad”. Sus veintiún imágenes mapean obsesivamente al cuerpo, la mente y el espíritu humanos. En el centro de las composiciones puede haber hombres, mujeres, deidades o grupos de animales y plantas que remiten a lo que habría pintado El Bosco en caso de tener un improbable contacto con la estética posmoderna. “Tomar al arte como credo significa conectarse con todas las religiones –retoma el místico–. Desde el chamanismo a las civilizaciones antiguas, la escultura, la pintura y la arquitectura fueron un canal para que se produjeran teofanías sobre un soporte material.”

















¿Y qué es una “teofanía”? Es la manifestación de una deidad ante los hombres. Grey no se detiene: “Por eso es que haciendo y conociendo al arte somos testigos de las sucesivas oleadas de conciencia y revelaciones que tuvieron las culturas del mundo”. Un respiro antes de continuar. El razonamiento es más o menos así: cada sociedad le quita el velo a una zona de lo real; y en su afán por incorporar enseñanzas de diversas fuentes, la propuesta del norteamericano es alcanzar una perspectiva abarcadora que aluda a los órganos biológicos, las corrientes eléctricas, los lazos emocionales y los efluvios del espíritu. Toda esa información –que podría volver loco a cualquiera– se ordena gracias a vivencias que el psiconauta llama “visiones”.

–Igual que los músicos a veces sienten que la música les “baja”, yo, como pintor, recibo imágenes.

–¿Imágenes? ¿Y en qué momento tiene usted estas “visiones”?

–Llegan bajo mil formas. La World Soul Sculpture (“Escultura del alma del mundo”), que demandó dos años en ser completada, se gestó a partir de una visión que tuve mientras esperaba el subte. La pintura Gaia vino a mí cuando estaba manejando sobre el puente de Brooklyn, justo el día en que nació nuestra hija. Y algunas de mis obras más queridas, como Theologue (“Teólogo”), Universal Mind Lattice (“El entramado de la mente universal”) y Net of Being (“La red del ser”) se inspiraron en el uso de sacramentos psicodélicos.

Para introducirse en el reino de Grey, una de las opciones es entrar por el puente del rock. El álbum de remixes The Visible Man, de David Byrne, contiene piezas suyas en el arte de tapa. También In Utero –aquel crudo experimento de Nirvana– incluye una reproducción de El sistema muscular (Mujer embarazada). Los Beastie Boys, a su turno, optaron por Vision Crystal (“Cristal de visiones”) junto a la célebre Gaia para el libro de su cuarto CD de estudio, Ill Communication. “Y cada tanto me despierta una voz al amanecer, para dictarme mensajes que yo transcribo como puedo”, suma el pintor. Se refiere a los Art Psalms (“Salmos del Arte”), que se convirtieron en un libro.

En ocasiones, el entrevistado habla de sustancias alucinógenas. No lo hace con frivolidad ni a modo de pose. Lo que se percibe es un esfuerzo por sintonizar con prácticas antiquísimas que –se supone– destrababan áreas de conocimiento. “El contexto para usar enteógenos es un ritual sagrado que se realiza tal vez desde el inicio de la humanidad –advierte–. Es más, las teorías actuales sobre el arte de las cavernas consideran que las pinturas rupestres eran un espacio para observar e ‘inspirarse’ durante las experiencias psicodélicas.”

Puesto el rumbo en esa dirección, la primera curva peligrosa es la de la política. Esto es: cómo el capitalismo puede ser capaz de apropiarse del pensamiento alternativo, el uso de las drogas y las tradiciones ancestrales para convertirlos en una Disneylandia de la mente.

–¿No cree que el movimiento psicodélico ha sido atrapado por el sistema?

–Esto viene de muy lejos. Desde la cuna de las civilizaciones occidental y oriental encontramos el uso de sacramentos alteradores de la mente que permitían a los aspirantes ponerse en contacto con la divinidad. El Rig-Veda (un texto sagrado hindú) describe a Soma, una planta que permitía acceder a los dioses. Y entre los griegos, el culto Eleusino usaba el Kykeon, un brebaje que permitía visitar a las deidades...
















–O sea que estamos ante un fenómeno extendido. Una constante.

–Actualmente, las sustancias psicodélicas han sido demonizadas, ilegalizadas y metidas en el saco de los químicos adictivos y dañinos. Pero si son sabiamente utilizados, los componentes psicodélicos no son ni adictivos ni tóxicos. Esto ya se está demostrando en algunos departamentos académicos de primer nivel y en universidades donde se estudia medicina: Harvard, New York University, Stanford y otras. De hecho, un estudio sobre los hongos psilocybin –que se había hecho en los sesenta y ahora se repitió en la Universidad John Hopkins– halló que más del 65 por ciento de los sujetos con “inclinaciones espirituales”, si se los ubicaba en un ambiente adecuado, reportaban una experiencia mística intensa: unidad con Dios, trascendencia respecto del tiempo y del espacio, etcétera. Todo después de un solo “viaje”. Y yo me pregunto, ¿qué religión garantiza un 65 por ciento de posibilidades de sentirte en contacto con Dios después del primer ritual?

En The Books of Magic (Los libros de magia), el historietista Neil Gainman escribió que “la ciencia es una manera de hablar de lo que existe en palabras que nos amarren a una realidad común”; en tanto que la magia sería “un método para comunicarse con el Universo de tal modo que él no pueda ignorarnos”. “Uno y otro lenguaje –sostiene el guionista– son raramente compatibles.” Sin embargo, en el caso de Grey sí parece darse la intersección de ambos registros. La rigurosidad anatómica se cita con las intuiciones metafísicas; y hay una invitación a servirse de lo mostrado a la manera en que se utilizan los mandalas en algunas regiones de Oriente, es decir, como mapas para guiarse por los laberintos de la propia identidad. El despertar, entonces, se inicia con lo corporal para pasar a lo sociopolítico y al plano espiritual.

–Sus obras transmiten la idea de que existe una conexión entre todos los seres. Las “líneas” afectivas y energéticas salen de una persona y se tocan con las de otra en un tejido muy íntimo. ¿Le parece que en la vida real estos contactos son frecuentes, o están disminuyendo?

–Mire, la evolución no es ilusoria. La tecnología ya entró en una fase de desarrollo acelerado y vemos asomar un crecimiento exponencial. Esto trae consecuencias positivas y negativas. A medida que la humanidad avance hacia una civilización global entraremos en una encrucijada crítica, dándonos cuenta de que estamos todos interconectados y somos, a la vez, cómplices de la destrucción de la red vital. Si pretendemos que los inventos que vendrán nos ayuden a reparar la naturaleza, deberemos focalizarnos en lo creativo. El de-sarrollo tecnológico guiado por los principios clásicos de la bondad, la verdad y la belleza nos van a facilitar la supervivencia.

















martes, 10 de mayo de 2011

CARLOS TRILLO: El comic del mundo perdió a un grande de verdad.










Trillo, padre de personajes que no fueron sólo de papel













Nada en su carrera fue predecible, y nunca se conformó con los estereotipos; su inusual producción jamás fue en desmedro de la calidad, y la muerte lo sorprendió lleno de proyectos, historias y personajes. El comic del mundo perdió a un grande de verdad.


Por Andrés Valenzuela

Carlos Trillo tenía 68 años recién cumplidos y quizá por haber nacido un 1º de mayo trabajaba tanto que parecía un pibe. Creó personajes y relatos memorables en compañía de dibujantes excepcionales, pero su legado excede en mucho su extraordinaria obra. También fue maestro de guionistas, muchos de ellos ya con discípulos propios y, desde su labor crítica, ayudó a entender la influencia de Héctor Germán Oesterheld en el derrotero de la historieta argentina. Murió el domingo en Londres, donde estaba de visita con su esposa, la escritora Ema Wolf. Allí se descompuso, lo llevaron a un hospital y ya no se recuperó. Se fue estando lejos y sin nada que lo anunciara, mientras todas las miradas del mundo de la historieta local estaban puestas en la recuperación de Francisco Solano López, el dibujante de El Eternauta. Se fue cuando todavía tenía muchos personajes por brindar y tanto más por enseñar a sus colegas más jóvenes.

Carlos Trillo fue un guionista sorprendentemente prolífico, en cantidad y en calidad. Sus trabajos “flojos” tenían una solidez técnica y un oficio que ya quisieran para sí muchos de sus colegas. Pero su legado artístico es mucho más complejo. Si hoy la historieta argentina tiene a los Diego Agrimbau, a los Fernando Calvi y tantos otros, es porque Trillo estuvo ahí, enseñando, guiando, ayudándolos a entrar en esos mercados difíciles que él conocía como pocos. Si hoy se entienden las innovaciones formales y estilísticas de Oesterheld, si hoy se comprende qué cambió en la historieta local tras la aparición del guionista de El Eternauta, de quien además él era heredero, es gracias al enorme trabajo de Trillo, como crítico y divulgador de la historieta. Además de guionista, fue columnista de la revista Skorpio en la sección “El Club de la Historieta”, y en 1980 publicó una historia de la historieta argentina junto a Guillermo Saccomanno, trabajo del que se publicó una revisión en Italia hace poco.

Fue, sin exagerar ni un poco, una figura fundamental del noveno arte nacional de los últimos años, y también mundial. Su trabajo ya había sido reconocido muchas veces en Italia, Francia y España, países donde publicaba asiduamente y era leído por miles. En la Argentina publicaba Clara de Noche en la contratapa del Suplemento No de Página/12, junto a Eduardo Maicas y el español Jordi Bernet. También era número fijo con distintas historias en la revista Fierro. En el último número había concluido Sasha Despierta, junto al dibujante Lucas Varela, con quien ya había creado El síndrome Guastavino, una novela gráfica terrible que le había valido nominaciones y premios en Francia e Italia. En la revista antológica también publicaba Bolita, junto a Eduardo Risso. Además, llevaba años colaborando en la revista infantil Genios, haciendo historieta para chicos. Uno de esos trabajos, Torni Yo, también en colaboración con Maicas y con Gustavo Sala, había sido recopilado recientemente en un libro, quizás el formato que mejor le sentaba a sus historias en los últimos años, en que se había volcado a la novela gráfica.

Trillo comenzó su carrera como colaborador de la revista Patoruzú, en 1963. Todavía no hacía guiones ni había descubierto el placer de “contar con dibujos”, aunque desde chico había sido un lector devoto de historietas. Las maestras de su escuela, que acostumbraban romper las revistas que encontraran a sus alumnos, no consiguieron frenar su pasión por dibujos y globitos. Amaba particularmente las del Pato Donald. “Pero el bueno”, aclaraba siempre del personaje que adoraba. Porque, explicaba, aunque los comics de Disney no aparecían firmados, su olfato lector le indicaba que “no podía ser que el mismo tipo que hacía algunas historias buenísimas hiciera otras tan pavas”. Décadas después, en una convención europea de esas a las que solían invitarlo, reconoció un tomo recopilatorio de Carl Barks, su “señor de los patos”. Era el mismo olfato que lo llevaba a cada martes, cuando rondaba los 7 u 8 años, a juntar algunas chirolas con sus amigos para que uno de ellos tomara el subte hasta Tribunales, donde había un kiosco que recibía la revista Hora Cero la tarde anterior a su salida oficial. Ahí leía apasionadamente El Eternauta.













Trillo apuntaba esto en las entrevistas, calmo en su estudio en Olivos, a pocas cuadras de la quinta presidencial, rodeado de libros de toda clase y, por supuesto, centenares de títulos propios acumulados en décadas dedicadas a las viñetas. Lo contaba con las manos entrelazadas en una rodilla, las piernas cruzadas y pestañeando cada tanto detrás de sus anteojos de marco grueso. Recordaba, también, que su esposa lo había enamorado el día que le reveló que podía recitar de memoria el primer capítulo de Los Tigres de la Malasia. Creía que un buen guionista debía ser un gran lector, y que contar buenas historias en viñetas requería saber de ritmo, estructura narrativa y, ante todo, saber escribir.

Justamente empezó su carrera escribiendo. Fueron cuentos en distintas publicaciones, incluyendo esa misma Patoruzú, y se destacó con una serie de cuentos policiales humorísticos a cuatro manos, con Alejandro Dolina, en la revista Siete Días. En algún punto de su carrera alguien le enseñó cómo explicarles a los dibujantes qué había que meter en cada viñeta: jamás paró.

Le interesaba particularmente la construcción de sus personajes. Detestaba los personajes chatos y evitaba los estereotipos en los personajes femeninos, que solían ser de gran carácter. Despreciaba los iconos comiqueros que vivían perpetuamente en la aventura. Solía poner de ejemplo a Tex, un cowboy italiano que “siempre se iba por un camino polvoriento”. Trillo siempre preguntaba, “¿Es que nunca le daban ganas de quedarse, descansar un poco, ponerse de novios?”. Pudo empezar a probar eso en la historieta a partir de 1975, cuando empezó a dar forma a sus primeros seres de tinta. Entonces se unió a Alberto Breccia para crear Un tal Daneri y prácticamente al mismo tiempo presentó en Clarín la idea del “Loco” Chávez, junto a Horacio Altuna. Según él mismo contaba, la coincidencia quiso que se encontrara con ambos en la redacción el día que iban a mostrarle los primeros bocetos, y los tres terminaron en un bar cambiando opiniones sobre esos trabajos. La colaboración con Altuna se extendería por años y de allí saldrían títulos como Charlie Moon, Merdichevsky, El último recreo. Junto a Las puertitas del señor López, inolvidable símbolo de la revista Humor, la más recordada es la del “Loco”, que retrató la Buenos Aires de su época como pocos y, de paso, reinventó el prototipo de la mujer soñada en la figura de Pampita.












Uno de sus grandes méritos como guionista fue la capacidad de escribir el relato correcto para cada dibujante. Un talento que dio historietas superlativas. Entre ellas destacaron Fulu, Boy Vampiro y Chicanos, junto a Risso; Cosecha Verde, Spaghetti Brothers y El caballero del Piñón fijo, con Domingo “Cacho” Mandrafina; Alvar Mayor, con Enrique Breccia; Cybersix e Irish Coffee, con Carlos Meglia; Sarna, con Juan Sáenz Valiente, y Custer, junto a Bernet.

La enumeración parece extensa, pero en el fondo es apenas un resumen injustamente sucinto en que quedan fuera títulos y artistas, tanto veteranos como jóvenes, porque Trillo trabajaba con cualquiera en quien percibiera talento. Preguntarle “¿en qué andás trabajando?” era saber que la respuesta podía durar un largo rato. Por un lado, estaban los proyectos en marcha, las nuevas historias, los personajes que tan bien construía. Por otro, estaban las ediciones nacionales de material que sólo se había conocido fuera y a los que el reverdecer actual del medio abría nuevas posibilidades de publicación. Apenas días atrás, un editor comentaba feliz que había estado charlando con él para editar libros suyos. Esperaba su regreso de Londres para seguir la conversación.

A lo largo de los años había acumulado muchos premios. Dos veces ganó el Yellow Kid al mejor autor internacional en el festival de Lucca, Italia (1978 y 1996). Ganó el premio al mejor guión en el festival de Angoulême, Francia, por Cosecha verde, en 1998, entre otros premios en España, Suiza y, nuevamente, Francia e Italia. En Argentina fue reconocido por su trayectoria por el Museo Severo Vaccaro y con una muestra especial en el Festival Internacional Viñetas Sueltas de 2009 con “apenas” 25 de sus personajes. El se encogía ligeramente de hombros. “Son premios del ambiente”, decía antes de seguir hablando del trabajo que disfrutaba. Parecía bastarle con el cariño y la admiración que le profesaban sus colegas y lectores. Le gustaba publicar en el país, aunque era estricto en lo que a contratos refiere. Como su antiguo compañero Altuna, Trillo era un militante del respeto a los derechos del trabajo del historietista, fuese dibujante o guionista.

Quizá lo más llamativo de su obra es lo imbuida que estaba por el espíritu de su época, por la reflexión que mostraba sobre el mundo que Trillo recorría. Sin embargo, él aseguraba no estar interesado en el testimonio político o ideológico. Cuando alguien apuntaba las referencias políticas del “Loco” Chávez, las inequívocas críticas a la discriminación en Chicanos, el lirismo alegórico de las “escapadas” fantasiosas de López, el simbolismo de un sacerdote castigando a golpes de cruz en la cabeza a un hermano mafioso o la terrible potencia de la psicosis de Guastavino, él rechazaba cualquier interpretación. “La gente tiene ganas de que le digan cosas y te las enchufa a vos”, explicó dos años atrás a Página/12.

Cuando un artista muere, es lugar común decir que perdura en su obra. Es lugar común, pero suele ser cierto: Trillo seguirá en sus innumerables personajes, en cada relato y en cada lector. Pero sobre todo, seguirá vivo en un legado intangible, el de un tipo sencillo que había empezado a leer porque los anteojos le impedían jugar al fútbol. El de un tipo que repartía consejos a los guionistas más jóvenes, pero los trataba de igual a igual y los asistía en cuanto podía. El de hombre fundamental, que ayudó a construir la historieta argentina tal como la conocemos.

martes, 3 de mayo de 2011

Murió Ernesto Sabato, un clásico de la literatura argentina




Falleció en su casa de Santos Lugares a los 99 años. Notable autor y ensayista, escribió "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas", entre otras obras clave. Fue titular de la Conadep tras el regreso de la democracia. En 1984 había recibido el Premio Cervantes, el más importante de la literatura en español. Lo velarán desde las cinco de la tarde en el Club Defensores de Santos Lugares y las exequias serán mañana en el Jardín de Paz.






La literatura argentina despide a uno de sus íconos populares. El escritor Ernesto Sabato murió esta madrugada a los 99 años en su casa de Santos Lugares. Autor de "El túnel", "Sobre héroes y tumbas" y "Abaddón el exterminador", entre otras obras, también fue uno de los rostros emblemáticos del regreso democrático, al encabezar la Conadep.

El fallecimiento fue confirmado por su colaboradora, Elvira González Fraga. "Hace quince días tuvo una bronquitis", contó en diálogo con Radio Mitre. "Estaba sufriendo hace tiempo, pero todavía pasaba algunos momentos buenos, principalmente cuando escuchaba música", le contó al canal de cable Todo Noticias.


Según informaron allegados, el velatorio se realizará a partir de las 17 en el club Defensores de Santos Lugares. Allí, Sabato disfrutaba por las mañanas de encendidas partidas de dominó.

Testigo y paradigma de su tiempo, la figura de Sabato adquirió una dimensión diferente luego de la dictadura militar con su labor al frente de la Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas).


Lejos de asumir un rol incontrastable, el autor de la trilogía de novelas "El Túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas" (1961) y "Abbadón el exterminador" (1974) fue un escritor y un ser humano polémico, cruzado por sus propias contradicciones, presentes en algunos de sus personajes literarios.

"Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana", declaró una y otra vez para referirse a esa obra que marcó las generaciones del 60 y 70 y se desdibujó cuando sus ojos comenzaron a fallar, para ser reemplazada por la pintura.


Sus escritos finales, que incluyen memorias y crónicas de la vejez, constituyen su postrera despedida con la escritura, más allá de algún destello vital como la conmovedora confesión de amor a su colaboradora Elvira Fernández Fraga, hoy al frente de la fundación que lleva su nombre.

Su figura recobró fuerza como portavoz de valores añorados por una sociedad atravesada primero por la dictadura militar y luego por el neoliberalismo de los 90. Su mensaje se concentró en los jóvenes: "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía -dijo- serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido".

Sabato había nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad bonaerense de Rojas. Iba a ser homenajeado mañana en la Feria del Libro por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires, ya que este año iba a cumplir 100 años.


Durante su larga trayectoria, por solicitud del entonces presidente Raúl Alfonsín presidió entre 1983 y 1984 la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), cuya investigación, plasmada en el libro Nunca Más, abrió las puertas para el juicio a las juntas militares.


Sabato en 1984 recibió el premio Miguel de Cervantes, máximo galardón literario concedido a los escritores de habla hispana, por lo cual fue el segundo escritor argentino en recibir este premio, luego de Jorge Luis Borges en 1979.


En 1975, Sabato obtuvo el premio de Consagración Nacional de la Argentina y un año más tarde se le concedió el premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia, por Abaddón el exterminador.


Luego, en 1977 Italia le otorgó el premio Medici y al año siguiente le otorgaron la Gran Cruz al mérito civil en España, y en 1979 fue distinguido en Francia como Comandante de la Legión de Honor.

El laberinto interior de un gran escritor que se convirtió en personaje










El autor, ex director de la Biblioteca Nacional, acompañó a Sabato en un viaje por Europa tras la presentación del informe de la CONADEP. Aquí recupera la dimensión literaria de una obra tan paradigmática como su autor.

POR HORACIO SALAS - PERIODISTA Y ESCRITOR


Cuando en los días finales de 1961 Ernesto Sabato publicó Sobre héroes y tumbas, se había creado desde hacía meses un nivel de expectativa desconocido hasta entonces para la aparición de una novela. Numerosas entrevistas en diarios, revistas y publicaciones literarias habían preparado el clima. El libro se agotó en días y los lectores no se sintieron defraudados. En pocos meses, la sórdida historia de Alejandra y Martín, cruzada por la retirada del ejército de Lavalle trasladando el cuerpo descarnado de su jefe, sumado al descenso al infierno del "Informe sobre ciegos, conmovió a miles de personas. Era la novela gracias a la cual muchos jóvenes ingresaron en los vericuetos de la narrativa argentina.


Los personajes habitaban un paisaje reconocible y usaban un idioma que era el que se hablaba en la calle. Sabato se atrevía a escribir en argentino, como lo habían hecho Borges y Arlt. Y hasta los estereotipos sonaban creíbles para los que comenzaban a asomarse a la literatura. Rápidamente, el éxito editorial del libro se desparramó por todo el mundo y llegaron múltiples traducciones, centenares de críticas, tesis y coloquios universitarios. Los jóvenes porteños se identificaban con Martín y Alejandra; las muchachas escuchaban a Brahms, el músico preferido del personaje trágico de Sabato. El premio Nobel Salvatore Quasímodo calificó a Sobre héroes y tumbas: "Un apocalipsis de nuestro tiempo" y Witold Gombrowicz aseguró: "No conozco ningún libro que introduzca mejor a los secretos de la sensibilidad contemporánea de la América Latina, a sus mitos, sus fobias, sus alucinaciones".


A partir de ese momento, Sabato quiso seguir el ejemplo de Jean Paul Sartre y transformarse en el escritor/personaje, capaz de intervenir en el cúmulo de problemas de un país conflictuado al extremo: el reflejo sudamericano del escritor comprometido, burilado tanto por el autor de La Náusea como por Albert Camus. Lo que a comienzos de siglo se denominaba escritor nacional, que tuvo su representante justo (más allá de las diferencias ideológicas) en Leopoldo Lugones.


Sabato escribió también ensayos sobre la novela y la crisis de nuestro tiempo, y edificó su espacio de pensador, pero al mismo tiempo surgía, con un vigor incontenible, el boom de la literatura latinoamericana: Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez, que dio a conocer Cien años de soledad en 1967. Era evidente que el gusto de los lectores había cambiado. En la Argentina, Martín fue desalojado por Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela y la desdichada Alejandra, por la misteriosa Maga del libro de Cortázar.


Sabato sufrió la suerte de los pioneros y continuó en su coto de personajes neuróticos y angustiados. El extremo llegó con su última y voluminosa novela, Abaddón, el exterminador, de 1974, en la que, para subrayar sus propios conflictos existenciales, eligió asumirse como protagonista, método que le permitía observarse y ser observado, según la imagen con que pretendía reflejarse en los demás. La novela provocó interés en Europa, pero en la Argentina pasó sin pena ni gloria.


La reaparición de Sabato ante el público ya no sería literaria: el presidente Raúl Alfonsín lo puso al frente de la CONADEP, la notoria comisión encargada de recoger testimonios sobre los desaparecidos de la dictadura militar. A partir de ese momento se produjo una construcción mediática, que incluso llegó a moverse más allá de su voluntad: Sabato (más allá de un almuerzo con el presidente Videla que sus detractores se obstinan en colocar en primer plano) creció en el imaginario colectivo como una suerte de paradigma ético: pasó a ocupar un espacio ejemplificador. Un largo viaje por Europa que realicé acompañándolo días después de entregar el Informe sobre los desaparecidos, me permitió deducir de largas charlas que hubiera preferido que lo reconocieran por sus obras. Un hombre rara vez puede elegir la mirada con que lo verán los otros. En el caso de Sabato, el escritor se deslizó hacia el personaje, y el personaje se adueñó de la totalidad del espacio.

La obra literaria de Ernesto Sabato

Novelas

El túnel (1948)
Sobre héroes y tumbas (1961)
Abaddón el exterminador (1974)

Ensayos

Uno y el universo (1945, junto a Ben Molar y Julio de Caro)
Hombres y engranajes (1951)
Heterodoxia (1953)
El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu (1956)
El otro rostro del peronismo (1956)
El escritor y sus fantasmas (1963)
Tango, discusión y clave (1963)
Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de Gesta (1966)
Significado de Pedro Henríquez Ureña (1967)
Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968)
La cultura en la encrucijada nacional (1973)
Diálogos con Jorge Luis Borges (1976)
Apologías y rechazos (1979)
Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina (1979)
Entre la letra y la sangre (1988)
Antes del Fin (1998)
La Resistencia (2000)
España en los diarios de mi vejez (2004)

El marketing de la guerra





“Odisea al amanecer” y “Libertad duradera” son algunos de los pomposos nombres de operaciones militares recientes. Aquí, quién los elige, cómo y por qué.

Por Ana Prieto








Odisea al amanecer es el título de best-séller con que el Departamento de Defensa norteamericano ha bautizado a su actual operación contra Khadafi en Libia. Y ese nombre no ha pasado desapercibido para la opinión pública, que tras tantos años de eslóganes bélicos se pregunta qué tiene que ver con las acciones militares que se están llevando a cabo esta vez. ¿Será que los ataques sorprenden a las defensas libias sólo de madrugada? ¿Será que la administración Obama espera que a sus fuerzas les lleve tanto tiempo volver a casa como a Odiseo? ¿Será nada más que otro intento de edulcorar una acción que sin duda se llevará la vida de cientos y cientos de civiles?

Según Africom, la pata militar estadounidense en el vasto continente africano (cuyas oficinas, vale decir, están en Alemania) el nombre no significa nada y fue generado básicamente por una computadora. En efecto, en el año 1975 se creó un sistema llamado Code Word, Nickname and Exercise Term System, NICKA, a través del cual el Departamento de Defensa asigna a los distintos comandos apostados en todos los continentes una secuencia aleatoria de letras para bautizar sus operaciones militares. Esto no significa que el NICKA genere los nombres; es más bien un método automatizado para validarlos y almacenarlos, es decir, para darles luz verde tras comprobar que no se repiten y que se ha respetado la secuencia de letras asignada. Africom podía elegir esta vez entre las siguientes: JS-JZ, NS-NZ y OA-OS. Se decidieron por el último set, con “Odisea”. La segunda palabra puede ser escogida al azar; así es como quedó “amanecer”.

Aseguran que Odisea al amanecer no significa nada, pero el pathos, esa cualidad retórica de apelar a los sentimientos, tiene una presencia innegable. El nombre recurre a la atractiva ambigüedad de las emociones: hace referencia a un gran trabajo, pero no a una guerra; hace referencia al momento del día que todos esperamos tras una mala noche, a la renovación, a la promesa de empezar de cero. Pero sobre todo, parece ser el título apropiado para una acción que ha contado con el impulso y el beneplácito de un presidente que ha ganado el Premio Nobel de la Paz.

La que podría ser una muy interesante historia de los nombres de las guerras no está tan sistematizada como podría estarlo a esta altura. Si pensamos en lo que aprendimos en el colegio, los nombres de las contiendas se suscriben sobre todo al lugar en el que transcurrieron, como Lepanto, Waterloo o San Lorenzo, o bien al tiempo que duraron, y siempre bautizadas cuando el conflicto había terminado –Cien años, Seis días. Pero algunos enfrentamientos escaparon a esta la literalidad, como la muy desconocida Guerra de la Oreja de Jenkins cuyo nombre hacía referencia a su supuesto instigador, es decir, a un eufemismo. Robert Jenkins, un pirata escocés devenido en capitán, se presentó en la Cámara de los Comunes de Gran Bretaña en 1738 para denunciar que los españoles le habían cortado una oreja en la zona caribeña en 1731. La guerra se declaró casi de inmediato, duró nueve años, fue desastrosa para Gran Bretaña y, desde luego, tuvo menos que ver con la mutilación de Jenkins que con los intereses económicos en la zona.

En la era moderna, los primeros en emplear un nombre en código que fuera algo más que un código incomprensible fueron los alemanes casi al final de la Primera Guerra Mundial, conocida durante su transcurso como La Gran Guerra. La ofensiva alemana utilizó nombres míticos y religiosos para bautizar sus últimas operaciones, como Alberich, San Miguel y San Jorge, más conocida como la Batalla de Lys y que al retraerse en sus aspiraciones, terminó en el femenino Jorgelina.

Cuestión de imagen

Durante la Segunda Guerra Mundial los nombres de las grandes operaciones tendrían la función explícita de alentar y enaltecer a las tropas. Winston Churchill fue un apasionado del tema: dio instrucciones para que las acciones en que un gran número de soldados podía perder la vida no llevasen nombres que sugirieran demasiada seguridad en uno mismo, ni fuesen frívolos ni resultasen humillantes para los deudos. Por ejemplo, habría que evitar a toda costa que una madre dijera que había perdido a su hijo en una operación llamada “Alboroto”. Pero Churchill violaría su propia premisa de templar la autoconfianza al ser el responsable directo de que el desembarco aliado en Normandía en 1944 se llamara Overlord, cuya traducción es algo así como “más supremo que el supremo”. Unos meses después, Japón, que acostumbraba numerar o dar códigos alfabéticos a sus operaciones, bautizó su ofensiva contra los aliados en el Golfo de Leyte como Victoria, famosa por su despliegue sistemático de kamikazes.

Esos nombres no llegaban al ciudadano común, nadie más que los implicados conocían los títulos Overlord, Victoria o el hitleriano Barbarossa. Sólo después de 1945 el Departamento de Defensa estadounidense (entonces llamado Departamento de Guerra) dividiría los títulos de sus campañas en dos alternativas: los códigos y los apodos o nicknames. Los códigos son para uso interno y no llegan al conocimiento del civil común. Los nicknames, en cambio, tienen la misión de moldear actitudes y opiniones, y se convertirían en una táctica bélica más bajo la forma de relaciones públicas.

La operación Encrucijada, que consistió en una serie de pruebas nucleares en el Atolón de Bikini a partir de 1946, recibió ese nombre para sugerir que ante el sobrecogedor poder nuclear no sólo las fuerzas militares sino la humanidad entera se encontraba en un posible punto de no retorno. Dos denominaciones que causaron malestar en las buenas conciencias norteamericanas fueron operación Asesina, durante la guerra de Corea, y Machacadora, en Vietnam. Para evitar errores parecidos en el futuro, el Departamento de Defensa estipuló que en adelante las operaciones no expresarían “un grado de belicosidad que fuese inconsistente con los ideales tradicionales de Estados Unidos o su política exterior”. El nombre de la invasión a Granada de 1983, Furia Urgente, inauguraría definitivamente la combinación del método NICKA con esa prosopopéyica creatividad a la que pronto nos acostumbraríamos y además subsumiría guerras e invasiones al rango de operaciones. La invasión de Panamá de 1989 se llamaría Causa justa, la Guerra del Golfo, Tormenta del desierto, acciones contra objetivos serbios durante la guerra de Yugoslavia, Fuerza Resuelta. La Guerra en Afganistán tras el 11-S, se llama, hasta hoy, Operación Libertad duradera (iba a llamarse Justicia infinita pero concedieron que a esta sólo puede administrarla Dios).

Si Churchill viviera, probablemente pensaría que Odisea al amanecer y Libertad duradera son nombres pomposos y floridos que no conmueven a la opinión pública y, sobre todo, que en nada mejoran la moral de los combatientes. Y quizá repetiría ante la comunidad internacional una de sus célebres frases: “No importa qué tan bella sea la estrategia, de vez en cuando hay que fijarse en los resultados”.