El último K.O.
Gran boxeador, excelente compañero, campeón olímpico
en 1964 y campeón de los pesos pesado entre el ’70 y el ’73, Joe
Frazier estaría entre los más grandes del boxeo si no hubiese sido
opacado por ese hombre al que derrumbó y derrotó antes que nadie:
Muhammad Alí. El rencor que le quedó tras sus tres enfrentamientos
épicos lo acompañó hasta sus últimos días, cuando le descubrieron un
cáncer de hígado que lo tumbó definitivamente a los 67 años. A
continuación, perfil, homenaje y despedida. Y un encuentro increíble con
él.
Por Angel Berlanga
Era
una máquina tremenda de encarar y pegar. Algo petiso para ser un peso
pesado, los rivales buscaban tomar distancia, pero él se chispeaba un
puño contra otro delante del pecho y la caldera que llevaba en las
entrañas lo ponía otra vez cuerpo a cuerpo, a tiro para trabajar la
demolición del torso del otro y para sacudirle la cabeza con unos
ganchos de zurda fulminantes. Peleador de la escuela de Rocky Marciano,
que era blanco y se retiró invicto, Joe Frazier quedó estigmatizado por
Muhammad Alí, por los tres extraordinarios combates que sostuvieron en
el ring y también por las heridas nunca cicatrizadas que le dejaron las
declaraciones lacerantes del boxeador, casi seguro, más emblemático de
la historia. Frazier estaba convencido de que el Parkinson que Alí sufre
desde hace más de dos décadas es la extensa factura que Dios, que toma
nota de todo, decía, le estaba pasando por su ingratitud y por las cosas
que dijo sobre él, que murió el martes pasado en un hospital de
Filadelfia. Un cáncer en el hígado.
Repaso: a Alí, que dejó de llamarse Cassius Clay luego de adherir al
islamismo, el gobierno de Estados Unidos le sacó el título en 1967 por
negarse a ir a Vietnam. Luego de ser campeón olímpico, Frazier llegó a
la corona en febrero de 1970; en el camino peleó dos veces con Bonavena,
a quien no pudo voltear (la de Frazier fue una larga seguidilla de
victorias por nocaut, lo que da una idea del papel del Ringo). Joe lo
bancó durante su proscripción: apoyó su postura respecto a la guerra, lo
apuntaló económicamente y hasta gestionó ante Nixon para que pudiera
volver a pelear. Todo fue bien entre ambos hasta que se formalizó eso
que se llamó “El combate del siglo”: primer Frazier-Alí, 8 de marzo de
1971, Madison Square Garden. Entonces Alí empezó a decir en televisión
que su rival era medio bobo, que no sabía hablar, que no tenía estilo,
que era un negro al servicio de los blancos. Mucho después dijo que
había sido para atizar la promoción, pero Frazier se sintió traicionado y
humillado. Era evidente que para el público el otro era la gran
estrella, y él ante las cámaras no alcanzaba a contrarrestarlo. En el
ring, en cambio, sí pudo: lo volteó con un zurdazo en el último round y
le ganó esa primera pelea con claridad, fallo unánime por puntos. Los
dos habían llegado hasta ahí invictos. Hasta ese momento, nadie había
tirado a Alí de una piña.Eso, creyó Frazier, alcanzaría para legitimarlo como campeón, pero apenas había terminado la pelea y ya estaba Alí diciendo que había merecido ganar, que la cara del otro había quedado peor que la suya. Cuando volvieron a enfrentarse, a comienzos del ‘74, el campeón era George Foreman (el tercer gran boxeador de esos años), que había noqueado a Frazier un año atrás. Esta vez el que ganó por puntos fue un Alí mucho más estilizado y movedizo, cerca de su mejor forma, que en octubre de ese año noquearía a Foreman y recuperaría el título. Escenario óptimo, de cara al último choque entre los dos, para que el ego de Muhammad tocara el cielo, para que sus humillaciones en público se hicieran más densas que nunca y para que dentro de Joe el resentimiento se garantizara un latido hasta el final. Hay un documental de John Dower, Thriller in Manila (2008), en el que se cuenta y se muestra de manera extraordinaria esta cara de la historia. “Todo lo que se permitió durante la juventud volvió en su vejez, para morderle el culo”, dice ahí un Frazier ya viejo, en su gimnasio de Filadelfia, lejos de la holgura económica. Se refería, por ejemplo, a Alí gastándolo con un gorilita de goma, o apareciéndose en los entrenamientos para increparlo, o pegándole a un gran peluche. En Manila, el 1 de octubre de 1975, ambos hicieron una pelea memorable. Cuando terminó el penúltimo round Alí quiso abandonar, pero un instante antes de que sonara la campana, en el otro rincón tiraron la toalla: Frazier quería seguir, pero por los golpes ya no veía, y su entrenador tomó la decisión. ¿Hubiera seguido aunque estuviera en riesgo su vida?, le preguntan en ese documental. Por supuesto. El mismo martes que murió se presentó en Nueva York When The Smoke Clears (a Frazier lo llamaban Smokin, “porque echaba humo cuando entrenaba”, decían), un documental dirigido por Mike Todd que procura realzarlo por sí mismo y apartarlo de la sombra de Alí, pulirle esa amargura, rebatir incluso aquellas acusaciones sobre su condición racial. “Ya lo perdoné –había dicho Frazier hace poco–. El está muy mal de salud.” “Lo insulté y no debí haberlo hecho –había dicho Alí–. Pido disculpas por eso.” Muchas veces se dijo arrepentido y le reconoció la jerarquía de su boxeo. También se condolió cuando supo de su muerte.
Alí dominó al comienzo y al final de aquella pelea en Filipinas, pero en el medio hubo seis rounds en los que Frazier lo tuvo a maltraer, sobre todo con golpes durísimos al cuerpo. “Cuando detuve los órganos, los riñones y el hígado dejaron de funcionar, y no se pudo mover tan rápidamente”, decía 35 años después, mientras miraba el combate por primera vez en televisión. “No hace falta ir a la cabeza. Si los órganos declinan en su funcionamiento –larga el viejo Joe una risita–, tu contrincante no puede hacer lo que quiere.” Alí presumía de un estilo en el que combinaba el vuelo de la mariposa y la picadura de la abeja: en el mensaje del contestador de su teléfono Frazier aludía a esa frase irónicamente y agregaba que sí, que era “el hombre que lo hizo, ya sabes”, en obvia referencia al Parkinson de su rival. Dos meses atrás a Frazier le detectaron el cáncer de hígado que le cerró la cuenta. “Estoy orgulloso de que puedan ver el daño que le hice a ese hombre en la mente y el cuerpo –dice en Thriller in Manila–. Que lo vean.”
MINI BIOGRAFIA
Joseph William "Smokin' Joe" Frazier (n. 12 de enero de 1944, Beaufort, Carolina del Sur, Estados Unidos - f. Filadelfia, Pensilvania, 7 de noviembre de 2011) fue medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 y campeón mundial de boxeo en la categoría de peso pesado.1 Fue profesional desde 1965 hasta 1976, aunque volvió para un combate en 1981.
Durante su carrera derrotó a boxeadores como Jerry Quarry, Oscar Bonavena, Buster Mathis, Eddie Machen, Doug Jones, George Chuvalo, Jimmy Ellis y sobre todo a Muhammad Ali en la que se llamó la "Pelea del siglo" en 1971. Dos años más tarde perdió su título ante George Foreman, ganó a Joe Bugner y perdió en la revancha ante Ali. Tuvo otra oportunidad de ganar el título mundial en el tercer enfrentamiento ante Ali en 1975, pero tuvo que retirarse en el décimo cuarto asalto. Se retiró en 1976 tras volver a perder ante Foreman, aunque retornó en 1981 para empatar ante Floyd Cummings. La International Boxing Research Organization (IBRO) lo ha clasificado entre los 10 mejores pesos pesados de la historia. También está incluido en el Salón Internacional de la Fama del Boxeo y en el Salón Mundial de la Fama del Boxeo.
Su estilo fue habitualmente comparado al de Henry Armstrong y en ocasiones con el de Rocky Marciano. Era un boxeador pequeño pero duro, que agobiaba a sus oponentes con gran cantidad de golpes, incluyendo su famoso gancho de izquierda, con el que derribó a Ali.
Después de retirarse apareció en varias películas de Hollywood y en dos episodios de The Simpsons. Entrenó a su hijo Marvis, que llegó a ser boxeador, pero no pudo seguir los éxitos de su padre tras ser derrotado por Larry Holmes y Mike Tyson. Continuó entrenando boxeadores en su gimnasio de Filadelfia hasta que le fue diagnosticado un cáncer de hígado en septiembre de 2011
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