lunes, 26 de diciembre de 2011

CINE: DONNIE DARKO. ¿APOCALIPSIS AHORA?

                                                                                                                    JAKE GYLLENHAAL. Jovencísimo en el filme de Kelly.



Donnie Darko”, una visión contemporánea del fin del mundo, quizá sea la primera película de culto del siglo XXI.

Por Ezequiel Boetti

El destino de Donnie Darko era inevitable. Estrenada comercialmente a fines de octubre de 2001, 600 mil dólares en la taquilla norteamericana y poco más del doble alrededor del globo son testigos insobornables de una carrera comercial que de tan mala podría considerarse nula. Fue un fracaso tan estrepitoso como lógico, si se tiene en cuenta que difícilmente el público iba a pagar un entrada para ver lo mismo que podía ver en vivo y directo por la CNN: la cuenta regresiva hacia un inminente apocalipsis. Y por si ese anclaje con la realidad fuera insuficiente, el filme de Richard Kelly incluía, a falta de una, dos turbinas cayendo sobre la habitación del protagonista. Pero los ánimos amainaron y la edición en dvd empezó a circular de lectora en lectora, generando una creciente horda de fanáticos dispuestos a discutir los devaneos metafísicos del adolescente del título y la rotulación de película de culto, quizá la primera del nuevo siglo. Atentos al runrún de foros y blogs, los productores reestrenaron el corte del director en junio de 2004, misma versión que hoy, diez años después de aquel bautismal y fugaz paso por las salas, llega directo al mercado hogareño argentino.

El filme comienza con el despertar de Donnie Darko (un jovencísimo Jake Gyllenhaal), quien se descubre en medio de una ruta, solo y algo aturdido, pero carente de sorpresa; al contrario, hay una extraña cotidianidad en la situación. La sensación deviene certeza cuando Elizabeth (Maggie Gyllenhaal) pone en falta a su hermano enrostrándole su paranoia y esquizofrenia frente a mamá y papá Darko. En uno de esos paseos nocturnos el adolescente se hace de un nuevo amigo, Frank. Pero Frank, vale aclararlo, no existe sino en la arremolinada imaginación del adolescente, que lo moldeó con la forma de un conejo antropomórfico bípedo que, por si fuera poco, le asegura, con voz gutural símil Scream , que en 28 días, 6 horas, 42 minutos y 12 segundos, justo durante las elecciones presidenciales norteamericanas de 1988, se acabara el mundo. De allí en adelante, Kelly no dirige ni guiona: esculpe. Paciente pero decidido, moldea un mundo cada escena más anómalo, poblado de criaturas cuyo exotismo no se condice con su aparente normalidad. La maestra de literatura (Drew Barrymore, también productora ejecutiva), el referente espiritual new age (Patrick Swayze), la madre-docente puritana (Beth Grant), la sibilina novia del protagonista (Jena Malone), todos parecen confabularse para ubicar a Donnie Darko (película y personaje) en un cosmos donde no hay peor pesadilla que el sutil y gradual –y lyncheano– enturbiamiento de lo rutinario.

En ese sentido, la ópera prima de Kelly tiene un mérito tan extraño como ella misma: adelantarse en el tiempo para vislumbrar una década antes de la llegada de Avatar, El origen, 8 minutos antes de morir o Los agentes del destino, que el futuro –el presente– estaba en la utilización de diversas unidades de espacio y tiempo que operen en simultáneo en un único relato pero a distintos niveles narrativos. Es decir, ficción dentro de la ficción. O ficciones de lo irreal, según lo bautizó Diego Lerer en su blog Micropsia. Pero la diferencia entre Donnie Darko y el resto de los filmes practicantes de esa suerte de metanarración, es que en el primero funciona como herramienta para la interpelación y la puesta en abismo del raciocinio y la credulidad del espectador, mientras que en El origen o Los ángeles del destino se la toma como juego pirotécnico para vestir de complejo aquello que, quizá a causa de un grupo de guionistas timoratos, rebosa simpleza. De esta forma, si Nolan gasta extensísimos minutos de su película explicando los “qué” y los “cómo” de la introspección al inconsciente –además, con una pereza cinematográfica alarmante: un ping pong de preguntas y respuestas entre dos personajes–, Kelly invierte el tiempo en la construcción de un relato regido por su voluntad y los arbitrios del azar. En Donnie Darko no todo se explica ni explicita, se legan cabos sueltos para que el espectador se encargue de unirlos. Esa desaprensión por el encuadramiento en los cánones de la lógica hace de Donnie Darko una película que avanza firme hacia un desenlace que –obvio– se presta a múltiples interpretaciones. La opción por lo no explicativo y la apelación al movimiento neuronal del espectador es una apuesta límite y radical en el cine norteamericano. Más aún en el inminente apocalipsis de octubre 2001.

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