UN OSO ROJO
Por Julio Cortazar
5 de abril 1952
A María tan buena y gentil:
¡Pobrecita! De entrada me dices “Estoy gorda...” Bueno, consuélate pensando en Hécuba, que lo estuvo cincuenta veces. Y luego que, en el fondo, estás encantada. Lo que de veras siento son los líos de la casa y la mala salud de Eduardo. Aparte de las hórridas noticias que me das sobre precios y comidas en B.A... Sí, tienes razón, me fui a tiempo. Pero si crees que eso es un consuelo, te equivocas. Estar fuera del incendio no es un consuelo, cuando los que se están quemando te son queridos. Muchos días hay en que me siento un desertor, y la cosa no es bonita. Por suerte en mí hay un gran canalla que coexiste con un hombre pasablemente bueno; entonces aquél hace lo suyo para que éste se distraiga mirando la ciudad y sus maravillas. Pero el mal gusto en la boca subsiste.
Meto este papel en la máquina para copiarte una prosa que les regalo a Maricló y a Albertito, aunque ellos no podrán captar su gracia –que es puramente verbal y rítmica–. Pero para esto están Eduardo y tú. Guárdala para cuando tus hijos sean como ustedes (esos dos no saben la suerte que tienen al tener padres como ustedes; ojalá sepan aprovechar esa buena fortuna). ¿Por qué cosas que uno dice en serio suenan a veces tan tontamente? Yo podría tirar esta hoja y hacer otra más “inteligente”. Honradamente la dejo tal cual.
Y aquí está el
Oso
Soy el oso de los caños de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos del agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.
Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata de la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano después con la otra después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso, por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.
Espero que The Power and the Glory te haya gustado, a mí me pareció extraordinario. En cuanto a Il celo è rosso veré de leerlo como me lo aconsejas. Aquí se está dando una película sobre ese tema, y es de suponer que el libro andará en traducción francesa –pues en italiano no me le animo–. Una vez leí una novela en italiano, con diccionario y todo.
Cuando la terminé, estaba convencido de que los protagonistas hacían juntos un viaje a la Polinesia y que perecían en un naufragio, estrechamente abrazados. ¡Craso error! Una persona que sabe italiano me demostró que no había tal viaje, y que los personajes terminaban felizmente sus días en un pueblecito tibetano. Desde entonces opto por los idiomas que por lo menos creo saber.
Me gusta tanto que me digas que los chicos me recuerdan “por su cuenta”. No durará, pero es muy dulce, sabes. Estoy seguro de que de haberme quedado en B.A. me hubiera entendido muy bien con Maricló (por quien te confieso mi debilidad) y Albertito. Fíjate que toda esta carta les está poco menos que dedicada.
Siento lo de Saulo. ¿Y van cuántos...? Pobre país, pobre cosa blanda. Un bofe tirado en el pasto. Hoy estamos aquí con la bandera a media asta. Cuando la vi esta mañana el corazón me dio un vuelco. Pero no, era Quijano nomás. Qué le vamos a hacer.
Dales mis cariños a los chicos y a los amigos que tú sabes. Cuídate mucho y hasta bien pronto con todo el afecto de
Julio
Esta carta está incluida en el volumen Cartas a los Jonquières, que recopila, justamente, la correspondencia enviada al pintor argentino Eduardo Jonquières y su familia entre 1950 (su primer viaje a Europa) y 1983, pocos meses antes de su muerte. La carta incluye el Discurso del oso, que fue editado a fines de 2008 por Libros del Zorro Rojo con ilustraciones de Emilio Urberuaga, una de las cuales se puede ver acá arriba.
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