viernes, 19 de noviembre de 2010

ENTREVISTA LA ACTOR BRUNO GANZ.







El actor de La caída habla del que confiesa fue su personaje más difícil y también de sus trabajos con otros grandes directores, como Wim Wenders, Eric Rohmer y Alain Tanner. “Tomo a cada uno como es y me adapto porque tengo curiosidad por lo nuevo”, dice.









Por Ezequiel Boetti

Desde Mar del Plata

Debe ser la magia del cine. Cómo explicar si no que ese hombre que la pantalla devolvía mimetizado hasta los tuétanos con Adolf Hitler sea el mismo que se corporiza cálido y sonriente sobre el escenario cuando la luz del proyector cede el protagonismo ante los reflectores recién encendidos. Menos aún es posible entender cómo esos 168 centímetros de movimientos ampulosos que perturbaron a millones, que esa mirada perdida y esos hombros caídos ante el inminente desenlace de la Segunda Guerra Mundial sean parte del mismo cuerpo amable que ahora sostiene el micrófono mientras su interlocutor busca el texto que lo declara Visitante Notable de la Ciudad de Mar del Plata. Invitado estelar y uno de los homenajeados de la 25ª edición del Festival Internacional de Cine de esta ciudad, el suizo Bruno Ganz dialogó con Página/12 luego de la charla abierta que brindó el martes en el Teatro Provincial, que precedió a la proyección de La caída. El de Oliver Hirschbiegel es uno de las dos films –el otro es The Day of the Cat– que conforman el apartado especial dedicado a su trabajo. “Soy un actor que trata de identificarse con la persona que interpreta. Eso significa que quise entender quién fue Hitler”, asegura el actor.

Ganz comenzó su carrera a comienzos de los años ’60 sobre las tablas suizas. “Las primeras obras eran dramáticas. Con quien más aprendí fue con Shakespeare”, rememoró ante las 500 personas que presenciaron la charla. Mudado a Alemania en 1962, alternó papeles en series televisivas y películas menores, al tiempo que sus protagónicos en obras de autores clásicos le edificaban una prestigiosa reputación en el ámbito teatral, que alcanzó su punto máximo en 1973, cuando la revista especializada Theater Heute lo catalogó como el actor más destacado del año. Su carrera cinematográfica se mantenía discontinua y sin demasiados trabajos destacables, hasta que Eric Rohmer lo convocó en 1975 para el papel de Der Graf en la adaptación del cuento La marquesa de O. “Es un director muy profundamente entroncado en la cultura francesa”, lo define ante este diario. Ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes, el film catapultó a Ganz a los primeros planos del cine de autor europeo en general y del Nuevo Cine Alemán en particular.

De ahí en más no paró. En el lustro posterior filmó el Nosferatu de Werner Herzog, El amigo americano de Wim Wenders, Círculo de engaños de Volker Schlöndorff y En la ciudad blanca de Alain Tanner, cuyo atribulado marinero es considerado una de sus mejores interpretaciones. “Varias de las películas más importantes de Suiza las hizo Tanner. Mi relación con él se remonta a mis primeros trabajos en cine. Tuve mucha ayuda de su parte y al día de hoy lo aprecio muchísimo”, confiesa en referencia al director suizo. En 1987 se puso nuevamente al servicio de Wenders para uno de sus personajes más recordados: el ángel Damiel en Las alas del deseo. “Es una película muy poética y hoy es casi un documental, porque representa a una Berlín que ya no existe más”, analiza.














Pero si Ganz era reconocido por aquellos paladares más adeptos al gusto cinematográfico europeo, La caída significó la universalización de su nombre. Su Adolf Hitler acuartelado en el bunker durante las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial le valió elogios por su creación tan veraz como perturbadora, y también críticas por la carnadura humana de un hombre que poco tenía de tal. “No hay mucho material fílmico sobre sus últimos días. Por eso fue muy importante un pequeño fragmento de un discurso donde se lo ve a él desde muy cerca. Ahí se ven los momentos previos y se lo nota tratando de combatir su nerviosismo. Cuando arranca el discurso tartamudea, empieza lentamente. Pero como estaba rodeado de un grupo de nazis a ultranza, siente la reacción del público y se va enfervorizando. Es muy importante para un actor ver cómo sucede esa mutación”, analizó el suizo, quien reconoció las dificultades para salir del rol: “Tengo tendencia a reprocesar los personajes una vez terminada la filmación. Los recapacito, los pienso de nuevo, y reconozco que ningún personaje me ha llevado tanto tiempo de digerir y de procesar como éste”.

–Hace un par de años dijo que “temía que el de Hitler fuera el papel de su vida”. ¿Sigue sintiendo lo mismo?

–No, ya está superado. Es una película que ha sido mostrada en todo el mundo, pero para mí no tiene demasiada importancia si hice ese papel o cualquier otro.

–Pero, ¿nunca pensó que fuera injusto que el gran público lo reconozca sólo por ese papel y soslaye sus trabajos previos?

–Eso es algo que uno no puede buscar ni saber de antemano. Yo hago películas y después no tengo forma de manejar su consecuencias. Sé que en YouTube hay videos donde me imitan, pero son cosas que me exceden, que están más allá de mí.

–¿En algún momento se arrepintió?

–Para nada, al contrario. Para mí fue un esfuerzo y un éxito muy grande ese papel. Sentía miedo y tenía algunos escrúpulos antes de decidirme a hacerlo, pero definitivamente soy un actor y fue una aventura. Es muy difícil negarse a aceptar un papel como éste.











–En la charla dijo que trataba de entender a sus personajes. ¿Lo logró con Hitler?

–Sí, en parte entendí a la persona. Lo que no llegué a entender, ni encontré respuestas en la bibliografía que consulté, es de dónde salía toda esa energía que tenía y ponía en juego en sus discursos. El tenía una capacidad enorme para llamar la atención del pueblo alemán, se produjo como una osmosis entre la gente y Hitler. Pude entender la ambivalencia con la que trataba a los generales, pero no comprendí la falta total de empatía. Cualquier persona siente compasión por los chicos, los perros o algo, pero en él no hay un rasgo de eso. Esa visión extremadamente radical de que el más fuerte vence, ese darwinismo básico le sirvió para sustentar toda una teoría de existencia o de pueblo. Es realmente preocupante que le hubiera servido para crear todo eso. Muchas biografías trataron de buscar de dónde venía esa ausencia de sentimientos. Era todo calculado y frío: si debían morir por la patria, que mueran.

–¿Y cómo completó ese vacío al momento de interpretarlo?

–Es que no había nada con que llenarlo en ese aspecto. Hay sólo dos momentos en que Hitler muestra simpatía: cuando muere el perro y, en menor medida, cuando se le cae una lágrima. Todo lo demás eran objetos, cosas materiales.

–La caída abrió el camino para que varias películas como Sophie Scholl, Los falsificadores o La ola revisitaran el nazismo y sus consecuencias. ¿A qué se lo atribuye?

–La caída fue la película que más repercusión tuvo. Hay una suerte de revisionismo hoy en día, un interés por saber cómo eran los culpables. Es una mirada distinta a la que había antes.

–¿Por qué se da esa nueva mirada?

–Pasó suficiente tiempo desde que terminó la guerra, ya son 65 años, y ahora existe otra generación que no está tan involucrada como nosotros. Estos jóvenes que no se sienten culpables tienen otra mirada. Los padres y abuelos fueron los culpables, pero ellos no. Hay una necesidad de saber exactamente qué pasó. Es una nueva generación que busca explorar las culpas, pero no de toda la sociedad en general, sino analizando cada caso en particular.

–Además de Herzog y Wenders, su filmografía incluye trabajos con directores tan disímiles como Eric Rohmer o Francis Ford Coppola. ¿Cómo se adapta a cada estilo?

–Son todos muy diferentes, pero tomo a cada uno como es y me adapto porque tengo curiosidad por lo nuevo. Me interesa saber por qué cada uno quiere que su carácter salga representado en pantalla de una determinada forma, saber qué dan de sí mismos. Yo trato de no imponerme, sino de acomodarme. Entre los dos juntos hacemos una película.

–¿Esa adaptación se da desde el principio de su carrera o con el correr de los años ha cambiado?

–Depende. No es lo mismo un director como Coppola, al que le tengo un gran respeto por su enorme filmografía, que alguno que no tenga demasiado talento. Ahí yo sí trato de tomar la iniciativa.

–En la charla, usted les dijo a los jóvenes intérpretes que “actúen desde lo que sienten”. ¿Cómo aplica esto al momento de crear dos papeles tan literalmente opuestos como el ángel de Las alas del deseo o un personaje absolutamente diabólico como Hitler?

–Hay personas que tienen esa capacidad para interpretar dos cosas tan distintas porque está todo dentro. Según la situación en que se encuentran, muestran una pequeña parte de lo que son y el resto está escondido. Un actor puede interpretar muchos roles y muchas cosas. Debe tener una amplitud muy grande.

–Ya interpretó a un ángel y a un diablo. ¿Qué le queda por hacer?

–Hice eso entre tantas y tantas cosas. Existen esos dos polos, pero en el medio hay muchísimo por hacer.



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