The Walking Dead y Dead Set son dos series nuevas que resucitan a esos monstruos que al menos una vez por década vuelven para encarnar un símbolo inapelable de lo que está mal en la sociedad: los zombies. Una tercera, Boardwalk Empire, dirigida por Martin Scorsese y ambientada en los círculos mafiosos del comienzo de la Ley Seca, roza el tema de un modo mucho más alegórico pero indiscutible. Los tres coinciden en lo mismo: los muertos vivos están entre nosotros y tienen algo para decirnos.
Por Mariano Kairuz
Cada vez que el cine de zombies vuelve a levantarse y andar, con él resucita el inevitable impulso de interpretarlo políticamente, de dar con la alegoría que calce en la época que le corresponde. No está mal: desde 1968, cuando George A. Romero les dio su forma cinematográfica definitiva con La noche de los muertos vivos, los zombies encarnan en sus carnes putrefactas algún fantasma de su tiempo; son espíritu, zeitgeist. Desde entonces, los muertos vivos tienen su andar característico, y ese aspecto entre temible, inmundo y gracioso que todos imitan (Danny Boyle en Exterminio, la serie Resident Evil, la comedia inglesa Muerto de risa, y Tierra de zombies, por poner ejemplos cercanos). Pero si cada entrada de la saga que el propio Romero extendió por seis películas abrió las puertas para una lectura política pertinente y más o menos específica –de Vietnam al mundo de la-comunicación-total-y-permanente, pasando por el hiperconsumismo, la militarización y el capitalismo salvaje– también volvió un poco forzoso eso de andar tratando de encontrarle la metáfora exacta y la novedad a cada uno de sus seguidores, tributantes e imitadores. Así es que cuando, ante el estreno de la serie The Walking Dead, le preguntan por la metáfora zombie del día, Frank Darabont responde sin más: “Para mí no son más que gente muerta que anda caminando por ahí”.
Aunque después concede: “Está bien: por supuesto que son metafóricos, pero me parece que todas las metáforas posibles ya han sido cubiertas por varios cineastas, que son los gigantes sobre cuyos hombros nos apoyamos”.
Lo que hay de novedoso en todo caso es que, si bien The Walking Dead es otro aplicado alumno de Romero, está producido para la televisión con características propias de una producción para la pantalla grande; por sus costos, por su imaginativa puesta en escena visual, porque detrás de cámara está, justamente, Darabont, el director que mejor ha adaptado a Stephen King al cine en los últimos años. Darabont no es el primero que consigue esto con los zombies en la televisión: hace unos años Joe Dante filmó para la serie de antología Masters of Horror una pequeña obra maestra titulada Homecoming, en la que soldados norteamericanos que murieron en Irak vuelven a la vida y a su tierra clamando venganza contra quienes los enviaron en nombre del patriotismo. Si los zombies descienden todos de los de Papá Romero, lo que sorprende no es la insistencia o la repetición sino la innegable vitalidad del muerto vivo en la cultura popular, la sensación de que el tema es inagotable y sigue siempre vigente, de que la ficción del fin del mundo no tiene fin. Y en cuanto a que sea la televisión la que toma la posta, es uno de los temas que más notas vienen generando en las publicaciones más influyentes: ¿será verdad que lo que el cine ya no nos da (presuntamente: emociones, reflexiones, originalidad y riesgo narrativo) debe buscarse hoy en las series catódicas, y que lo que murió allá está más vivo que nunca acá? Quizás el espectador televisivo ya no sea ese zombie apoltronado en el sillón del que se habló tanto tiempo.
Y, entonces, nada tan elogioso como lo que se viene diciendo sobre el primer episodio de The Walking Dead (el primero de seis, y el único dirigido, por ahora, por Darabont), que se da por primera vez esta noche en la televisión norteamericana y mañana en la latinoamericana, por Fox: que es muy cinematográfico. Algo parecido está pasando con la otra gran serie-estrella de la temporada que recién empieza: Boardwalk Empire, de Martin Scorsese. Como director del primer capítulo y asesor y productor ejecutivo de toda la temporada, Scorsese parece estar oyendo el canto de la sirena catódica y vuelve a uno de “sus” temas, la mafia, con una reproducción a gran escala de época y lugar (Atlantic City a principios de 1920 y el comienzo de la Ley Seca) y un presupuesto para el piloto de casi veinte millones de dólares. En Boardwalk Empire, el cadavérico Steve Buscemi, ese divertido zombie que no necesita maquillaje, tiene su primer gran protagónico tras dos décadas de secundarios y coprotágonicos en el cine, probando que para algunos actores y directores de cine, “bajar” a la televisión puede ser como revivir. Scorsese suscribe: “La televisión de los últimos diez años está haciendo lo que queríamos en los ‘60 cuando se empezaron a hacer películas para ese medio. Esperábamos que hubiera este tipo de libertad para crear otro mundo y desarrollar personajes en tiempos y narraciones largas. Esto es toda una nueva oportunidad narrativa, muy diferente de la televisión del pasado”.
POR LA VUELTA
Adaptada de una exitosa historieta en blanco y negro creada hace siete años por el guionista Robert Kirkland (y dibujada por Tony Moore y Charles Adlard), la versión televisiva de The Walking Dead empieza subiendo la apuesta: el prólogo está protagonizado por una nena zombie condenada, por supuesto, a que le vuelen la cabeza. El personaje central de la historia es el oficial de policía Rick Grimes, quien despierta de un largo coma, con el tiroteo que lo mandó al hospital como último recuerdo. Su habitación está claramente desatendida, y el hospital parece estar vacío. Aturdido, tras levantarse de su cama y salir a la calle tarda un rato en enterarse de lo que ya todos sabemos: que mientras su cerebro estaba de vacaciones, el mundo se ha zombificado. En las calles conoce a un par de sobrevivientes, un padre y su hijo, que aguantan en una casa como pueden, y asiste al gran terror del chico: cada aparición de su madre, una muerta-viva a la que su viudo no se anima a rematar con el tiro de rigor en la cabeza. Estos muertos no descansan en paz, pero tampoco sus sobrevivientes, que no pueden darles entierro. Rick sale en busca de su mujer y su hijo, de otros posibles sobrevivientes, y de algún posible foco de resistencia. Del resto no hay que contar más: son variaciones sobre esas postales de multitudes en descomposición que avanzan sobre nosotros, aunque narradas con la fuerza visual que caracteriza a Darabont. Como él mismo dice, quizá no hay nada nuevo que contar sobre los zombies, sino que sencillamente tiene su gracia volver a encontrarnos con ellos y saber que siguen, a su manera, tan vivos.
Mañana mismo, a la misma hora pero en otro canal, empieza otra miniserie de zombies. Es inglesa, tiene un par de años, se titula Dead Set y cuenta una historia de muertos vivos ambientada en el transcurso de una emisión del programa Gran Hermano. Su creador, el guionista Charlie Brooker, se divirtió diseñando estereotipos (los de los habitantes de la casa de Big Brother, y también los de sus productores) y no se ahorra sarcasmos. En el primer capítulo, mientras se prepara la emisión del programa, por los noticieros puede verse que una crisis masiva se ha desatado en varias ciudades inglesas. Ante la perspectiva de que su programa se levante para una “actualización de noticias”, cínico y totalmente insensible al desastre en curso, el productor de Gran Hermano pregunta: “¿Por qué protestan? Esto no son los ‘80, deberían quedarse tranquilos en sus casas, viendo la televisión”.
Brooker, que es también crítico de televisión del diario The Guardian, argumenta que su intención no es cargar contra Gran Hermano: “Tengo una relación complicada con los realities: veo muchos, quedo enganchado y al mismo tiempo me irritan un poco. Es como los videojuegos: te dejás llevar y la pasás bien, pero cuando terminan, sentís que desperdiciaste un montón de tiempo. Hay gente que se define por lo mucho que odia a los programas como Gran Hermano. Yo no estoy entre ellos, pero supongo que la mayor parte de la televisión es una distracción respecto de una cosa u otra. Y ése quiso ser uno de los temas del programa: el hecho de que nos dejamos distraer por muchos entretenimientos. Sólo que, tratando de decir eso, he inventado una aventura de zombies que contribuirá a seguir distrayendo a la gente de otras cosas más importantes de sus vidas. ¡Básicamente he empeorado el problema!”.
A TOMAR QUE SE ACABA EL MUNDO
Si se tiene en cuenta que una de las primeras películas de zombies fue la francesa J’Accuse, de 1919, en la que –en la febril visión de uno de los personajes– los que regresan de sus tumbas son soldados muertos en la guerra y que Vietnam fue una de las grandes fuerzas inspiradoras de Romero, no hay que darle muchas vueltas al asunto para entender que en el centro de Boardwalk Empire hay un muerto vivo. El personaje se llama Jimmy Darmody y lo interpreta Michael Pitt (el muchacho americano de Los soñadores, de Bertolucci). Buen chico, responsable padre y esposo que debió dejar sus estudios en Princeton “para pelear por la patria”, Jimmy acaba de volver de la guerra, donde vio e hizo cosas terribles. Ahora que intenta recuperar su vida y la Prohibición abre nuevos caminos (criminales), el ex combatiente está suficientemente curtido para encarar el trabajo sucio; como si una parte de él hubiera muerto en las trincheras. Según el guionista Terence Winter, con la Prohibición cambió todo, empezando por el mundo de la mafia, que se alimentó de estos chicos “inclinados a la violencia”: “Muchos volvían de la guerra: se habían pasado tres años matando gente, así que no era gran cosa tomar un arma y bajar a alguien”.
Es el protector de Jimmy sin embargo el personaje alrededor del cual gira la puesta de Boardwalk Empire: el tesorero del consejo de Atlantic City, Enoch “Nucky” Thompson (Buscemi). En el primer episodio lo encontramos en la víspera misma de la entrada en vigencia de la Ley Seca, chocando copas llenas por la era que se abre, y en honor a “esos hermosos ignorantes bastardos del Congreso” que la sancionaron. Rodeado de personajes como Lucky Luciano, Johnny Torrio, Arnold Rothstein y Big Jim Colosimo, y con la colaboración activa de los miembros de cada institución de la ciudad, Nucky dispone todo para emprender el nuevo, enorme negocio del tráfico ilegal de bebidas.
Adaptada bajo encargo de HBO por Terence Winter (uno de los principales artífices de Los Soprano) del libro del investigador Nelson Johnson Boardwalk Empire: The Birth, High Times and Corruption of Atlantic City, la serie se mete con un período de la historia del siglo XX norteamericano que la televisión no ha abordado casi nunca, al menos desde la lejana Los Intocables, con Robert Stack. Nucky Thompson está basado en un personaje real de nombre ligeramente distinto (Nucky Johnson), que lideró Atlantic City durante tres décadas, hasta principios de los ‘40, cuando fue condenado, como Al Capone, por evasión impositiva. Además de manejar la tesorería, controlaba el juego, la bebida y la prostitución, y recibía “porcentajes” de cada personaje que quisiera tener su lugar en la comunidad. Para Winter los ‘20 fueron “el comienzo de algo. La guerra terminó: es todo oportunidad, hay que dejar el pasado atrás, volver a la normalidad. Wall Street está a punto de estallar y se vienen grandes negocios. En Los Soprano, una de las primeras cosas que decía Tony era: Siento que yo llegué justo al final de algo. Esto es, en cambio, el comienzo de muchas cosas en Norteamérica. Una de las cosas más interesantes del personaje de Nucky es que se movía sin problema entre los mundos de la política y del crimen organizado. Su corrupción de guante blanco fue dando a lugar a la violencia física. Cuando llegó la Prohibición él fue el que consiguió que todos llegaran de Chicago y del resto del país a Atlantic City; en 1928 él fue quien de algún modo organizó el crimen organizado”.
Boardwalk Empire recrea con minuciosidad (y consciente artificiosidad, marca scorsesiana de origen) sus tiempos, su música, sus formas de hablar, los distintos eventos históricos que corren más o menos de fondo (la inminencia del voto femenino, el Ku Klux Klan), el cine y la tecnología, las costumbres sexuales y las ganas de divertirse tras los años de tragedia y duelo, todo apuntando a la idea de que los ‘20 son la primera década moderna de nuestra era y al tráfico de licores como una suerte de reflejo del narcotráfico actual.
A Nucky y Jimmy (y el elenco de mafiosos célebres) se suma entre otros Michael Shannon como el agente duro, cristiano devoto y racista, que trata de desarmar las redes mafiosas de Atlantic City; además de un joven, retacón e improbable Al Capone, que todavía es apenas el chofer de otros gangsters, pero ya todo un proyecto de monstruo. Improbable, en términos de precisión histórica: Boardwalk Empire disfruta de sus mitos de origen, y como dice Nucky al principio del primer capítulo, tras mentir una anécdota autobiográfica de indigencia infantil ante un auditorio colmado de damas emocionadas: “Regla número uno de la política: no dejes que la verdad se interponga en el camino de una buena historia”.
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