“Hablar de sexualidad y de poder es hablar de política”
El segundo volumen de su Historia sexual de los argentinos fue demasiado para personajes como Jorge Bernal, del Instituto Belgraniano del Chaco, y el neonazi Antonio Caponnetto, célebre por impulsar protestas contra la muestra de León Ferrari en Recoleta.
Por Silvina Friera
Los “guardianes del pasado” –presentarse de esta manera, como lo hace Jorge Bernal, presidente del Instituto Belgraniano del Chaco (ver aparte), invita de entrada a sentirse espantado– son auténticos cruzados que no pueden soportar que alguien exhiba las manchas o grietas en el mármol o en el bronce de los próceres que ellos custodian con un esmero rayano en lo ridículo. Flaco favor le hace a Manuel Belgrano el texto de Bernal en el que sugiere que fusilen a Federico Andahazi. La razón de esta “sentencia” a muerte es un ensayo que no debiera incomodar tanto a esta altura del partido, pero que está generando algunos sobresaltos en los sectores más rancios: Argentina con pecado concebida (Planeta), el segundo tomo de la Historia sexual de los argentinos, que abarca desde la Revolución de Mayo hasta el golpe de 1930, un libro que “para sostenerlo, para leerlo hay que usar látex y barbijo”, según Bernal. La tapa está ilustrada con una iconografía de Belgrano, el óleo pintado por Carbonier en Londres en 1815, pero “el custodio ejemplar” observa, escandalizado, que lejos de utilizarse el cuadro completo, la imagen quedó recortada hacia “las zonas bajas” del creador de la bandera argentina.
El escritor plantea en el primer capítulo que “el modo en que ejercieron el poder muchos de nuestros próceres sólo se comprende a la luz de la forma en que ejercieron el sexo”. San Martín tuvo un romance apasionado con Rosa Campusano, una de las mujeres más hermosas de Lima (Perú) –“por cuya cama había pasado medio ejército realista”–, una espía y patriota que logró gracias a su cuerpo neutralizar al escuadrón realista. Sarmiento, con una honestidad brutal, declaraba entre sus gastos los destinados a las “orgías” en los viajes que realizó por Europa, y admitía, en una carta, que había tenido una erección ante Mariquita Sánchez de Thompson. Rosas y Roca tuvieron mujeres cautivas con las que tuvieron hijos. Andahazi dice que entiende que escribir sobre historia no sea fácil, “que es revivir las luchas del pasado, las guerras civiles entre los unitarios y federales, que siguen presentes incluso en la política actual”. Hablar de historia implica, bien lo sabe el escritor que no para de recibir mails amenazantes, meterse en el terreno de la polémica, aunque aclare en el libro y en la entrevista con Página/12 que no lo impulsó a escribir “el ánimo morboso de hurgar debajo de las cobijas de aquellos que forjaron la historia de la nación”.
“Hablar de sexualidad y de poder es hablar de política. Nosotros somos hijos de un entramado de relaciones sexuales, y en la medida en que uno desconoce cómo se fue generando esa trama, mal puede conocer la historia de ese Estado. Detrás de toda política de Estado hay una política sexual. Si examinamos cómo fue la historia de la apropiación del continente americano, los conquistadores llevaron adelante una política de corte sexual que fue el mestizaje, que consistió en última instancia en la violación sistemática de las aborígenes por parte de los ‘adelantados’ para de esa forma extender la sangre española, pero sin dejar a esos hijos ningún tipo de derechos ni herencia”, señala el autor de El anatomista. Andahazi opina que la forma en que se consolidaron las oligarquías en el país fue a través de “pactos sexuales entre familias”. La política detrás de estas alianzas, explica el escritor, consistía en que la mayor cantidad de extensión de tierras quedara en manos de la menor cantidad posible de familias. “Es necio, insisto, no ver el peso que tiene la sexualidad dentro de la historia. No puedo creer que los historiadores que se llaman progresistas nieguen la importancia de la sexualidad en el devenir de la civilización. Durante mucho tiempo hubo un gran afán de ocultar ciertas conductas.” En ese sentido, Sarmiento fue una excepción a esa regla del ocultamiento. “Yo tuve en mis manos esas listas con los gastos de Sarmiento, que además las publicó en su libro de viajes, y el tipo está en París y transcribe que gasta en café, en un almuerzo, en un paseo y en orgías. Es mucho más saludable esta actitud que poner en última instancia ‘gastos de representación’. Esta tendencia de Sarmiento a hablar sin tapujos sobre sexualidad no es ajena al hecho de que fuera escritor”, sugiere Andahazi.
Tanto Juan Manuel de Rosas como Julio Argentino Roca tuvieron una “destacada actuación” en la liberación de mujeres cautivas (blancas secuestradas por los indios), pero “sin raspar demasiado la historia –-observa Andahazi– encontrás que Rosas tuvo su cautiva o que Roca secuestró a una mujer y la violó sistemáticamente durante dos semanas, hasta dejarla embarazada y devolverla a sus padres”. Para el escritor, el caso de Rosas es el más extremo. “El austríaco Josef Fritzl es el gran paradigma del padre que abusa de sus hijas. Pero en realidad el arquetipo más lejano en la historia argentina es Rosas, con varios agravantes –dispara–. Rosas recibe a Eugenia Castro porque se la da en adopción un camarada de armas que se estaba muriendo, y él le promete hacerse cargo, adoptarla, ser un padre. Pero lejos de educarla, de darle lo que un padre tiene que darle a un hijo, la escondió en su quinta de Palermo, la violó sistemáticamente, tuvo seis o siete hijos con esta chica, según distintas versiones, y no les dio educación a esos hijos. Las cartas de Eugenia Castro son desgarradoras; le dice a Rosas ‘querido papá’, al hombre que la violó sistemáticamente. Además, en esas cartas se puede ver que Eugenia no tenía ningún tipo de educación, que era semianalfabeta, de manera que uno ya sabe dónde encontrar estos arquetipos. Es notable porque parece un caso calcado de Fritzl.” Otro de los indignados, en este caso por meterse con Rosas, es Antonio Caponnetto, director de la revista nazi Cabildo, uno de los “pioneros” en promover incidentes en una exposición del artista León Ferrari, que califica al libro del escritor de “porno cipayismo” en el blog Santa Iglesia Militante, subtitulado de manera tremebunda con el leitmotiv “peregrinos en combate” (ver aparte).
“Siempre se les pidió a las clases bajas una moral que las clases altas no tenían. El caso de Rosas con Eugenia Castro era conocido por todos, incluso por los opositores a Rosas. Sin embargo, había ciertas cuestiones en las que se practicaba un silencio cómplice porque todos tenían literalmente su muerto en el placard, no sólo Aurelia Vélez”, ironiza el escritor. El caso más paradigmático de la época de Rosas fue el asesinato de Camila O’Gorman y de Ladislao Gutiérrez, “una historia terrible, donde los únicos buenos son ellos porque el resto tuvo una actitud miserable”. “El propio Sarmiento, gran opositor a Rosas, denuncia que la relación de Camila con Ladislao era producto de ese régimen patológico de Rosas, tirando leña a la hoguera sobre la cual iban a fusilar a Camila y Ladislao –recuerda Andahazi–. El decreto que sentenciaba a muerte a Camila y a Ladislao lo firmó Vélez Sarsfield, el padre del Código Civil. Pero lo curioso y lo paradójico es que si hubiera tenido que juzgar a su propia hija, Aurelia, la debía haber fusilado porque su propia hija no solamente tuvo por amante a Sarmiento sino que tuvo un amante en el placard, al cual su marido terminó matando a balazos.”
La historia que más sorprendió al escritor fue la de Roque Sáenz Peña. “El se reencontró con una amiga de la infancia, se enamoró en secreto y mantuvieron un romance muy apasionado. En realidad, cuando el padre se enteró del romance, le confesó que esa joven era su hija, es decir la hermana de Roque –repasa el escritor–. Acá se cumplen todas las premisas de la tragedia. Roque decide ir a buscar la muerte a la guerra del Perú, porque además tenía que morir en forma digna. Pero tuvo una actuación tan destacada en esa guerra, que ése iba a ser el primer peldaño de un escalón que lo iba a llevar a la presidencia de la Argentina. Es una historia que está hecha de la materia de la mitología y la tragedia griega.” Un personaje retratado con una “tensa simpatía” por Andahazi es el excéntrico Eugenio Cambaceres, “uno de los escritores más controvertidos de la literatura argentina, y, sin dudas, quien más polémicas y revuelos provocó en su época”. Parecería que el autor de El anatomista le estuviera rindiendo un moderado tributo al autor de Sin rumbo. “Tengo una relación ambigua con él –admite–. A Cambaceres se lo acusó de pornógrafo y tuvo varias señoras de Fortabat. A veces los escritores argentinos somos un poco ingratos con nuestros colegas de todas las épocas. Entonces no quería cometer esa ingratitud con Cambaceres. Hay dos capítulos en el libro que son un homenaje a Cambaceres, con todo lo que eso implica porque tenía todas las taras de su clase, no dejaba de ser un aristócrata. Pero era lo que había, y la verdad es que era un gran escritor y tuvo una vida por lo menos muy divertida.”
El paradigma de la “doble o triple moral”, cuenta Andahazi, es Hipólito Yrigoyen. “Hasta hoy se lo conoce como el paladín del civismo y la moral. El fue profesor de Educación Cívica y Moral, de apariencia impoluta e incorruptible, pero era tremendo. Una vez se espantó porque una alumna osó decir la palabra ‘poligamia’ en su clase. Y el propio Yrigoyen tenía cuatro mujeres y una cantidad de hijos incontables. Tenía una poligamia muy ordenada, eso sí, porque le dejaba la ropa para lavar a unas de sus mujeres pero se iba a pasar la noche con otra –bromea el escritor–. Después de que esa alumna nombró la palabra ‘poligamia’, otra alumna empezó a llorar y salió corriendo del aula. Lo que muchos ignoraban era que esta chica que se fue llorando estaba embarazada del profesor, y la que narra esta historia fue nada menos que Alicia Moreau de Justo, testigo de esta relación.” Andahazi está escribiendo el tercer tomo de esta Historia sexual de los argentinos, que arrancará en 1930 y llegará hasta el menemismo. “Estoy consiguiendo mucho material sobre los jerarcas de la dictadura –anticipa–. Cuando se declaman ciertos valores y se desgarran las vestiduras ciertos personajes, hay que ver qué se está tapando con esos gritos y esos gestos tan ampulosos. Creo que la dictadura militar tiene una arista siniestra. Es un período en el que se ocultaron muchísimas más cosas de las que uno supone.”
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