sábado, 13 de marzo de 2010

Oscar honorario a Roger Corman. Un acto de justicia



Por un puñado de dólares

Director de más de 50 películas, productor de más de 350, pope del bajo presupuesto capaz de filmar en dos días por un puñado de dólares y mentor de una generación formada bajo su ala y que incluye nombres como Coppola, Scorsese, Bogdanovich, Ron Howard, Jonathan Demme, Joe Dante y James Cameron. Hoy a la noche, a sus 84 años, Hollywood le entregará un Oscar honorario a Roger Corman. Un acto de justicia, pero también una extraña paradoja: nunca la industria estuvo más alejada de las lecciones del maestro al que honra.

Por Mariano Kairuz

“14 de noviembre de 2009. Roger Corman recibe un Oscar. Gente, ¿por qué tardaron tanto?” Jonathan Demme decidió presentar el premio a su mentor –que se anunciará hoy a la noche en la ceremonia televisada de los Oscar, pero fue entregado en un acto de la Academia de Hollywood casi tres meses atrás, junto con los Oscar honorarios de Lauren Bacall y el veterano director de fotografía Gordon Willis, como puede verse en www.oscars.org– increpando a la Academia por la injusta demora en reconocer a uno de los tipos a los que más le debe la industria del cine. Con una carrera de más de sesenta años, 350 películas en su haber como productor y más de 50 como director –y todavía en actividad a través de su productora New Horizons, para el mercado del video e Internet–, Corman se llevará la estatuita calva y dorada a su casa apenas un mes antes de cumplir los 84 años. Eso es, al parecer, lo que tarda el recorrido de la A –de la Academia– a la B, de Bajo presupuesto.

Jonathan Demme sabe muy bien cuál es su deuda con Corman: Demme obtuvo su propia estatuita en 1992, por El silencio de los inocentes, 18 años después de filmar su ópera prima, la primera de las cinco películas que hizo con producción de Corman, una de cárcel de mujeres llamada Caged Heat. Como Demme, muchos de quienes le deben el inicio de sus carreras a Corman recibieron el reconocimiento de la A mucho antes que su mentor. Scorsese ganó su Oscar por Los infiltrados, su sexta nominación como director, en 2006, 34 años después de hacer Pasajeros profesionales (Boxcar Bertha) para Corman. Alumno especialmente adelantado de su clase, Francis Ford Coppola se llevó el primero de sus dos Oscar como director por El Padrino en 1973, diez años después de filmar la considerablemente más barata Demencia 13 para el rey de la clase B. Tres años antes de su consagratoria The Last Picture Show (nominación al Oscar a mejor director y película, 1972), Peter Bogdanovich dirigía su impresionante primera película, Míralos morir, aprovechando unos días que le habían sobrado a Corman de su contrato con Boris Karloff. No fueron éstos los únicos alumnos de Corman que saltaron a la fama, los estudios y el dinero: también pasaron por el taller del todo por dos pesos John Sayles, Joe Dante (con Piraña, su “afano” al Tiburón de Spielberg); los también varias veces oscarizados Ron Howard y James Cameron, y la lista sigue.

Lo que no deja de ser notable es que Corman habrá de recibir el galardón de una industria que le debe mucho, pero que sin embargo parece no haber aprendido la lección más importante de su incansable maestro. El Hollywood careta que ha convertido la ciencia ficción y los géneros populares en productos carísimos siguió el camino inverso al de Corman; el del derroche, el del gasto de dinero a diestra y siniestra con resultados a menudo penosos. Bien lejos de esa máxima cormaniana de “que cada centavo invertido en una película se vea en la pantalla”. Muchos se han perdido en el camino de la B a la A.

De alguna manera, en el fantástico título de su autobiografía publicada originalmente en 1990, How I Made a Hundred Movies in Hollywood and Never Lost a Dime (“Cómo hice cien películas en Hollywood y nunca perdí un centavo”), ya estaba todo dicho. En los ’60, Corman alcanzó cierto prestigio entre la crítica por sus divertidas y muy inteligentes adaptaciones de Edgar Allan Poe, y logró algunos films que consiguieron hablar de su época a la par de clásicos contraculturales más conocidos como Easy Rider: films como Gas-s-s, The Trip, Los ángeles salvajes. Sin embargo, aunque el Oscar honorario viene subtitulado con el argumento “Por su enriquecedora generación de películas y cineastas”, no suena muy probable que ninguno de los miembros más conspicuos de la Academia hoy esté pensando en sus grandes films como director. No por nada el encargado de pronunciar unas palabras sobre Corman es un Quentin Tarantino que se sale de la vaina hablando de cómo le volaron la cabeza de chico las trasnoches de sus viejos films de monstruos, o cómo convenció a su madre de que lo llevara a ver la violenta Bloody Mama, con Robert De Niro (otro que le debe uno de sus primeros papeles). Un cinéfilo freak para homenajear a un marginal de la industria, lejos del mundo “adulto” de los verdaderos negocios de los estudios, que hacen películas de presupuestos de hasta 500 millones (como la favorita de esta noche). Lo que no parece es que nadie vaya a molestarse en discutir la obra de Corman (y en todo caso, para una argumentación convincente sobre por qué sí fueron grandes películas, leer en la página de al lado la nota de Alfredo García). Si el propio Corman eligió estamparse a sí mismo en el libro sobre su vida y sus films antes que nada como productor, es seguramente porque es ahí donde cree que la historia del cine habrá de guardarle un lugar fundamental.

El enorme anecdotario cormaniano arranca en los primeros años de un muchacho nacido en 1926, criado en una familia de clase media de Detroit que se mudó a la más pretenciosa California cuando el hijo dilecto era un adolescente que creció pensando en estudiar ingeniería, como su padre (y de hecho eso es lo que hizo, antes de decidirse por el cine). La historia del libro va avanzando por acumulación de testimonios, como aquellos que cuentan que hubo una época en la que Corman director ni siquiera se preocupaba por conseguir los permisos legales correspondientes para filmar en la calle: simplemente iba con su equipo reducido a la locación, filmaba y se iba antes de que llegara la policía. Están los que cuentan que era un tipo capaz de apostar que podía hacer en menos de una semana una película con los sets que sobraron de otras (y que marcó un record con el film en 35 mm más rápido jamás filmado, La tiendita de los horrores, hecha en dos días y tres noches). Están los que hablan de los films rusos de ciencia ficción que compraba, doblaba, adaptaba (sacándoles “toda esa propaganda antinorteamericana” que solían incluir y que no podía estrenar en su país) y estrenaba en el mercado estadounidense con un rédito considerable. Un self-made man incomparable, cuyo sistema de ahorro y ganancia asegurada que usó como director y después impuso como productor, fue estricto sin ganarle resentimientos entre los jóvenes talentos de su informal escuela. Todos los cineastas que pasaron por su empresa –para empezar, la generación del ’70 que salvó a Hollywood, al decir de Peter Biskind en su libro Easy Riders Raging Bulls– hoy hablan de él con invariable afecto, llenos de una sincera gratitud. “No sólo es un gran mentor, sino el mejor tipo de artista: capaz de nutrir e inspirar talento de manera generosa”, ha dicho Scorsese. “Con los años, uno desarrolla con Roger una relación diferente de la que tenía mientras trabajaba para él –recuerda Joe Dante–. Una vez que uno se ha despegado de su ala, y él ya no podía decirte más que no, que no podías tener un generador para filmar tu escena, que te las arreglarás con las luces de tu auto, entonces te encontrabas que sentías un enorme afecto por él. Porque de toda la gente con la que uno trabaja en los estudios después de pasar por él, muy pocos saben tanto sobre películas como Roger.”

Esta noche la Academia premia a un productor ejemplar cuyo ejemplo la industria no se molestó en seguir y cuya raza se encargó de asfixiar y extinguir. Acaso el reconocimiento más sincero de Hollywood no sea este Oscar tardío, sino el que tuvo mucho antes, cuando sus alumnos dejaron el nido y, con sus carreras en ascenso lo homenajearon ofreciéndole cameos en sus películas. Corman actor clase A: primero fue un senador en El Padrino 2, luego “el tipo de la cabina telefónica” en Aullidos, de Joe Dante, un congresista en Apolo 13 (Ron Howard), y staff estable de Demme (jefe del FBI en El silencio de los inocentes, extras varios en Filadelfia, El embajador del miedo, El casamiento de Rachel). “Es que Roger te actúa por el salario mínimo, más diez”, bromeó Demme en la misma ceremonia, ante el auditorio del infladísimo Hollywood siglo XXI que hoy hace una película por lo que Corman hacía, en sus buenos viejos tiempos, cien. Y sin perder ni un centavo.

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