Inspirado en la historia real de Alexia González-Barrios, la hija de una familia española del Opus Dei cuya agonía y muerte por un cáncer de columna, en 1985, fueron utilizados cruelmente por la organización para conseguir su primera mártir, el director Javier Fesser filmó Camino, una película descarnada y difícil de ver, pero bestial a la hora de exponer los tortuosos mecanismos de los dueños de la fe.
Por Mariana Enriquez
Camino Fernández tiene diez años, quiere empezar clases de teatro en el centro cultural de su barrio, quiere un vestido rojo corto y sin mangas que vio en el centro, y acaba de enamorarse del hijo de la panadera, que se llama Jesús. Baila una canción de Shakira por toda la casa, ya es hermosa y se nota que será una mujer despampanante. Pero la familia de Camino es del Opus Dei, y sus deseos de chica alegre se ven aplacados una y otra vez, sobre todo porque la madre quiere para ella el mismo destino que Nuria, la hija mayor, que es numenaria del Opus y vive en una casa de la Obra en Pamplona. Sin embargo, la desdicha de Camino no es responsabilidad exclusiva del Opus Dei: pocos meses antes de cumplir los 11, los médicos descubren que tiene un tumor en la columna, tan agresivo que le ha roto una vértebra y le ha paralizado las piernas. Entonces empiezan meses de un sufrimiento espantoso que acabarán con la muerte, pero no cualquier muerte: a esa altura, el Opus Dei ha decidido que esa niña puede ser la primera santa de la Orden, objetivo para el cual manipulan a la niña agonizante y a su fanática aunque amorosa familia.
Esa es la historia de Camino, del realizador español Javier Fesser (La gran aventura de Mortadelo y Filemón), que se estrenó en España en 2008, ganó los Goya más importantes en la edición XXIII del festival y causó un revuelo de proporciones. Sucede que la película está “inspirada” en la vida de Alexia González-Barrios, una niña española que murió a los 14 años en 1985, también de cáncer en la columna, y que está en proceso de beatificación. Una niña del Opus Dei cuya biografía han escrito cantidad de personas que la conocieron, todas de la Obra. Una chica que, aseguran, “aceptó plenamente su dolorosa enfermedad desde el primer momento, ofreciendo el intenso sufrimiento y las numerosas limitaciones físicas que padecía por la Iglesia, por el Papa y los demás”. Javier Fesser se inspira en esa chica –no sigue su historia al pie de la letra, no es una biografía– y sobre su dolor y su historia contada de manera tan parcial construye un manifiesto anticlerical, anticatólico y anti Opus Dei de una fuerza inaudita. Camino es una película que tiene en su centro a una chica de encanto extraordinario (la actriz Nerea Camacho es una verdadera maravilla) atrapada en el mundo del Opus Dei en particular y del catolicismo en general, y ese mundo es de horror: Camino sueña con un ángel de la guarda que la persigue, que lejos está de cuidarla, que la aterra; se suceden las imágenes de Jesús con el pecho abierto y el corazón al aire; en terapia intensiva, su madre le habla del huerto de Getsemaní, donde Jesús pasa las horas antes de ser crucificado. Las cuatro cirugías que Fesser muestra con imágenes de alto impacto –realistas y terribles– recuerdan y citan el uso de la medicina en El exorcista. Sólo que el Mal, en Camino, no es el demonio que posee a la preadolescente: es el propio Dios en la versión especialmente severa, sufrida y rígida del Opus Dei. Decía Fesser cuando lo acusaban de ser “intolerante” con los creyentes y especialmente con los miembros del Opus Dei: “Mi impresión es que, en lo que se refiere al Opus Dei, la película no utiliza jamás mi discurso ni el discurso de ningún renegado de la Obra. Todo lo contrario: la película utiliza literalmente el discurso propio y oficial de la santa institución. Entiendo que no guste este discurso, porque es triste, desolador y aniquilador del individuo, del placer de ser persona y de cualquier atisbo de libertad de conciencia. En este sentido es casi inevitable que las experiencias en torno del Opus Dei parezcan negativas, quizá porque no pueden ser de otra manera”.
Fesser no ahorra melodrama, crueldad y momentos que se rozan con el género de terror de manera explícita: Camino –el nombre de la niña es el título del libro más célebre del fundador de la orden San José Escrivá de Balaguer– ve a un “hombre que se ríe de nosotros”, huele a podrido, siente la presencia del demonio y vomita, encuentra una foto del cadáver de Santa Bernardette en un libro; la madre dice “le doy gracias a Dios por la enfermedad de mi hija” y no la deja quejarse cuando se somete a la quimioterapia; un sacerdote insiste: “Dios está haciendo un trabajo precioso con esta chiquilla”; la hermana camina con piedras en el zapato y no se toma un taxi cuando tiene que acudir al lecho de muerte de su hermana, para alcanzar el cielo mediante el sufrimiento. Todo es brutal en Camino, y peor por contraste con esa niña extraordinaria de los primeros minutos. Pero cuando a Fesser lo acusan de recargar las tintas, de estereotipar al Opus y convertir a sus miembros en poco más que monstruos –porque salvo el padre de Camino, que es un hombre de poco carácter, amoroso, que duda y sufre mucho, todos los demás son de una severidad espeluznante–, él contesta mostrándoles a sus críticos fragmentos de la biografía de Alexia que no usó en la película. Por ejemplo: “Tres días antes de morir, sumida en un dolor de cabeza insoportable, se le obstruye la garganta y el médico de guardia de la Clínica Universitaria de Pamplona acude a la habitación. Esta es la conversación: ‘Lo estás pasando mal, ¿verdad Alexia?’. ‘Sí, doctor.’ ‘Ofrécelo por el Papa’”. O: “En la habitación, cuando el dolor es intenso o el malestar mayor, su madre dice despacio en voz alta una oración, que es el punto 208 del libro Camino: ‘Bendito sea el dolor, amado sea el dolor, santificado sea el dolor. ¡Glorificado sea el dolor!’”.
Camino es una película despiadada, casi insoportable por melodramática y explícita, donde el mundo de Dios es tenebroso y el Opus Dei un paisaje de opresión, crueldad y muerte. Camino, la niña, es lo único luminoso, pero hasta su luz es utilizada para la conveniencia de la Obra de Escrivá de Balaguer. No es una película fácil de ver, a pesar de que es muy hermosa en varias ocasiones, sobre todo cuando Fesser recrea los ensueños teen de Camino. Y, sobre todo, es un manifiesto rabioso, una película enojada que se rebela ante el martirio y la entrega porque Fesser está enamorado, está a los pies, de la chica de vestido rojo que quiere vivir.
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