Fundador del arte Madí, padre de unas alucinantes ciudades hidrocinéticas, creador de la primera escultura abstracta en el país, responsable de la revista de un solo número más legendaria del arte sudamericano, Gyula Kosice es un artista único que, con agua, neón y acrílico, construye obras en las que arte y ciencia conforman siempre el espiral de ADN del futuro. Pasados los 80 años y tan activo como siempre, presentó su autobiografía. Aprovechamos para entrevistarlo y hablar del Madí, de sus encuentros con Tristán Tzara y los existencialistas, de las grandes traiciones en la vanguardia argentina, del origen de sus visiones, de sus contactos con la NASA, del estado del arte contemporáneo, de por qué el agua es todo y del día que hizo llover sobre la calle Florida, entre otras cosas.
Por Gustavo Nielsen
Kosice se puso el nombre de su pueblo natal para hacerse ciudadano del futuro. Mezcla arte con arquitectura todas las mañanas, como si se preparara un café con leche. No está en el presente, no está en la realidad, sino mucho más allá, en otra parte.
Siempre me interesó la gente que se fabrica un mundo nuevo para vivir ahí. Kosice no sólo lo hizo, lo sigue haciendo. Fundador del Madí, creador de la Hidrocinética y de unas naves hidroespaciales que envidiarían Los Supersónicos, Kosice es de esas personas que hace posible todo lo que imagina. Y cuando digo todo, es TODO. Poesía, pintura, escultura, urbanismo, máquinas, invenciones. Un capo.
El hombre común puede preguntarse qué le pasará al entrar en la última etapa de su vida a un artista que ha desarrollado toda su obra en base a la idea del porvenir. Kosice no se lo pregunta, se arremanga y trabaja. Me atiende en su estudio. Lleva puesto un guardapolvo azul. Me presenta a sus asistentes con amabilidad. Se frota las manos como un niño. Tiene un nuevo concepto artístico en mente. Se queja únicamente de su falta de memoria. Está en el momento más creativo de su carrera, aunque con Kosice esto siempre parece un eufemismo, o una exageración.
Dan ganas de decirle: No se detenga nunca, maestro.
¿Por qué una autobiografía?
–Yo no quiero oírme mi edad, pero nací en 1924. Ya era hora de que mi trayectoria se combinara con mi vida de porvenirismo, de lo que está por venir. Es una autobiografía tardía. Una de las razones es sacarme las persistencias que me siguen, para poder mirar más adelante. Es un señalamiento: hasta aquí llegué. Ahora, a vivir y a crear en el tiempo que me quede.
La pregunta venía por otro lado. ¿Por qué no una biografía, teniendo tantos amigos artistas que saben escribir, tantos biógrafos posibles?
–Me han sacado algunas biografías...
Una autobiografía siempre está limitada a la trampa de la modestia. Suelen ser, para quienes las escriben, más carga que liberación.
–Yo quería corregir el azar.
¿Qué azar? ¿El que los otros biógrafos le indujeron a su vida?
–Simplemente el azar de existir. Y poetizar el mundo...
Eso lo quiso siempre. Desde aquel único número de la revista Arturo. ¿O qué otra cosa eran esos manifiestos, sino intentos de poesía?
–Arturo fue una revista que salió en el año ‘44. Ahí ya decíamos: “El hombre no ha de terminar en la Tierra”. Nadie sabe de dónde aparece el nombre Arturo. Le voy a dar una primicia. Lo iba a decir el día de la presentación de mi autobiografía, pero no quería crear otra polémica. Ahora se lo voy a decir a usted. A los 18 años busqué la palabra arte en el diccionario Sopena. Tres tomos grandotes, gordos. La palabra siguiente a arte era Arturo. Viene del griego: centinela de la Osa. La Osa es una de las veinte estrellas más importantes del Universo. Cuando le fuimos a poner un nombre a la revista, hubo una resistencia de los miembros. Querían ponerle Meridiano de Buenos Aires o El arte abstracto en el Sur... Fueron discusiones, más que diálogos. Finalmente se acepta Arturo, pero no se aclara por qué. Fue lo mismo que pasó con el nombre Madí. Madí viene de “Madrid, Madrid, ¡no pasarán!”, el slogan de los republicanos españoles. El origen de las palabras es fundamental en mi libro. Por lo menos que se conozca la verdad de primera mano. Ese es el sentido. No quiero interferencias. Arturo fue la revista latinoamericana más importante desde el inicio de las artes hasta la actualidad. ¡Y duró un solo número! Sacamos el número cero y se acabó. Hoy es inhallable.
Se está por reeditar, ¿no?
–Sí, lo anuncié en el Malba y todos aplaudieron. Pero el editor no quiere poner ninguna aclaración, cosa que me parece un error. Nosotros decíamos “invención contra automatismo” y la tapa misma de la revista traía una ilustración que era automática. Un dibujo automático. Los de adentro, los dibujos de Tomás Maldonado, también eran automáticos. Había contradicciones en Arturo, que ahora sería bueno explicar, ya que sale de nuevo. Después de Arturo vino la primera muestra de Arte Madí en la casa de Pichon-Rivière, y la segunda en lo de Grete Stern. Esos fueron los pilotes para edificar el movimiento. En el año ‘46, en el Instituto Francés de Estudios Superiores de la calle Florida, escribí y lancé el Manifiesto Madí.
¿Usted conoció a Tristán Tzara antes de Madí o después?
–Después. Yo llegué a París en 1958 y ahí conocí a Tzara. El nos enseñó que había que tirar por la ventana a todos los amigos, para no repetir las consignas del arte academicista. Hay una foto de ese momento. También vi a André Breton, en el mismo viaje, pero no me dejó pasar con el fotógrafo. El que me enseñó mucho fue Sartre. Decía: “No elegir es otra manera de elegir”. Elegir es lo que hice en toda mi trayectoria y gracias a eso evolucioné. La autobiografía no es otra cosa que palabras explicando mi obra, aunque lo que vale es la obra. Sartre también me dijo, cuando le pregunté cuál era la mayor ambición de su vida: “Ser inmortal, para después morirme”. Eso representa, definitivamente, la obra de uno.
¿No siente que haya correspondencia entre el arte Madí y el Dadá?
–Ninguna. Hay más correspondencia entre Da Vinci y yo que entre Madí y Dadá. Lo que más me impulsó en las diferenciaciones direccionales de mi obra fue el variado talento de Leonardo: él creó el submarino, el paracaídas, el helicóptero; pintó, esculpió, escribió, ¿qué más? Hasta que yo lo hice, nadie en el mundo había trabajado artísticamente con el agua, ni tampoco con gas neón. En el afiche de Madí hay una M gigante que era la de la relojería Movado, frente al Obelisco, y Grete Stern le sacó primero una foto nocturna que salió mal, pero después sacó otra de día y quedó linda. Yo dije “si los industriales pueden hacer una M en neón, ¿por qué no voy a poder hacer yo una obra de arte?”. Y empecé a hacer los relieves en neón. Esta vertiente lumínica también es mía. He tenido la suerte de empezar cosas.
¿Usted es el autor de la primera obra de arte abstracto de la Argentina?
–En el ‘44 sale el número de la revista Invención con textos teóricos míos, con poemas y con Röyi, que fue la primera escultura en Latinoamérica de arte abstracto concreto.
Kosice entonces es un pionero, porque el Madí es la única vanguardia rioplatense, por lo que tengo entendido.
–Es la verdad. Porque no vamos a valorar ahora el arte banal, eso de meter en una cubeta de formol a un animal, y venderlo en 70 millones. O esa chica que se saca la grasa del cuerpo y fabrica jabones. Eso es una aberración...
¿Está hablando de Nicola Costantino? ¡Me encanta lo que ella hace!
–¡Por favor! (Se enoja.) Eso es un retroceso total.
Bueno, convengamos en que a usted le dijeron varias veces que lo suyo era un retroceso, ¿no? Los academicistas se deben haber cansado de desacreditarlo. Su obra no se adapta ni al número de oro, ni a la sección áurea, ni a la cadena de Fibonacci... En su momento empezó con lo nuevo y eso fue romper definitivamente con la escuela francesa.
–Una vez lo fui a ver a Torres García, que era el referente rioplatense en el campo de la abstracción, y le llevé un Röyi chiquito, para que lo viera y opinara. El se puso a medirlo con un compás de tres puntas. Luego de un rato de estudio me dijo: “Esta obra no tiene porvenir”... Mucho después Nikolas Pevsner alabó mi obra y ahora acaban de comprar el 90 por ciento de la Ciudad Hidroespacial en Houston, para exhibirla en la Sala Kosice de un nuevo museo.
¿Cuándo fue lo de Pevsner?
–En los ‘60. Me quedé un largo tiempo en París. El diario La Nación me publicaba las notas acá. Yo hacía las entrevistas como corresponsal, se las mandaba por correo y ellos las publicaban. Al final me hice amigo de todos. Nos veíamos en la terraza del Deux Magots, donde yo también monté una exposición en una galería de arte que quedaba en el fondo. El París de ese momento albergaba a todos los artistas. Hice una selección de los que me parecieron más importantes. Y podría decir que más de la mitad de los que entrevisté marcaron al siglo XX.
Todos los existencialistas, por otra parte: Sartre, Le Corbusier...
–Le Corbusier nunca fue existencialista.
De grande sí. Cuando hizo Ronchamps, digo. Es la escultura de un racionalista derrotado por las guerras.
–Me gusta mucho esa capilla de oración. Recuerdo habérselo dicho a Le Corbusier, cuando lo entrevisté. Le dije también que su pintura, que en ese momento era completamente figurativa, no tenía interés para mí. Exactamente éstas fueron las palabras: “Usted ha hecho una cosa magnífica con la iglesita y lo admiro por eso, pero sus pinturas no me interesan”. El se enojó. Me dijo que sacara mis fotos, que le preguntara lo que fuera necesario, y ya. Terminó de este modo: “Usted tiene su mundo, yo el mío”. A lo que yo le contesté: “No, señor, es el mismo mundo: el Mundo Contemporáneo”. Y me dio la razón como a los locos.
Una duda más sobre el Madí: ¿los fundadores fueron dos o tres?
–Tres. Rothfuss, yo y un tercero al que llamo el traidor, porque engañó al grupo. Porque nos traicionó. El que creó el marco recortado y pintado de Madí –y lo quiero señalar bien aquí y en mi libro– fue Rhod Rothffus. En la revista Arturo lo anuncia así: “El marco, un problema de la plástica actual”. Es el título de una nota. Los editores éramos tres. Maldonado no quiso serlo porque estaba en la contra, en el arte automático.
¿El traidor es Arden Quin?
–Sí. Nos dejó, se fue a Francia y se casó con una millonaria. Después de treinta años enviudó, heredando toda su fortuna. Y al final de todo ese tiempo de no hacer nada empieza a buscar algunos artistas mediocres, les compra la obra, crea un grupito ahí e intenta adjudicarse el Manifiesto Madí, como si lo hubiera escrito él.
¿También tiene la culpa de que se crea que Madí es una sigla que significa Materialismo Dialéctico?
–Sí, y de otras muchas cosas más. Pero Madí es pura fonética, como que yo le puse el nombre. La parte retrógrada del asunto es la que dice que Madí es una sigla. Pero no quiero hablar más del asunto.
El futuro es agua
¿De adónde surgió la idea de la Ciudad Hidroespacial?
–A la frase inicial de este reportaje, “el hombre no debe terminar en la tierra”, debemos agregarle “el hombre conquistará el espacio multidimensional”. Esta frase fue clave para las Ciudades Hidroespaciales. Las primeras maquetas fueron en latón, no de plexiglass (el plexiglass era lo que en los ‘70 se llamaba acrílico). Me pregunté: ¿adónde vamos a vivir, dentro de veinte años, con la superpoblación que va a haber? Ningún país va a aceptar habitantes de otro país que le usufructúen territorio. Y pensé: que floten en el aire, a 1500 metros de altura. Pedí referencias a la NASA y me dijeron: “Es posible, Kosice, seguí adelante”. El espacio es infinito, pero no lo tenemos ocupado. Además no hay nada estático ahí: todo está en permanente movimiento. La Ciudad Hidroespacial funciona como un submarino nuclear. Podemos habitar sobre los océanos, sobre los desiertos. Ciudades que quieran bajar a tierra, pero que también quieran desplazarse. No hay otra alternativa. Una utopía es utopía hasta que se convierte en realidad.
¿Y qué tipo de espacios urbanos tienen? Por lo que leí son más pretenciosas que las ciudades de acá abajo...
–Son pretensiones poéticas. Hay lugares para olvidar el olvido, otros para recibir la ensoñación y la soñación enfática de las realidades, lugares para escuchar las palpitaciones del universo, para sentir las prórrogas impostergables y hasta un sitio para identificar las propulsiones de la antimateria y jugar a ser efímeros habitantes sin retorno.
En la idea de estas ciudades se interesaron la NASA y los científicos locales. Hay una cita del doctor Carlos Varsavsky sobre su invención...
–¿Una cita? (Se altera.) ¡Carlos Varsavsky me dio la solución! ¡Con agua! Se divide la molécula en hidrógeno y oxígeno y con el hidrógeno mantenemos las ciudades suspendidas en el aire, mientras el oxígeno es usado para respirar. Lo dijo él. El agua tiene propiedades que todavía no conocemos. Es la energía del futuro, además de ser el origen de la vida. Las tres cuartas partes de este planeta son de agua. En el Planetario hicimos una reunión con gente que me propuso denominar, en un congreso de astronomía, el planeta Tierra como planeta Agua, y yo acepté. Es lógico. Debería llamarse así.
Ahora, las ciudades que usted plantea son también proyectos de organizaciones sociales, ¿no? Modos distintos de ver la sociedad...
–¿De dónde sacó eso?
Hay al menos una obra que desarrolla una hidrocracia, que no sé qué será, pero se parece a democracia.
–Bueno, no sé, a veces son solamente palabras... En otra ocasión salí a la calle con pancartas que decían “Hay que hidraulizar la política”, y chau. El agua sirve para muchas cosas, ya ves; una es lavar un poco el cambalache. “VOTE KOSICE.” A veces utilizo las ironías para movilizar. Como cuando hice llover sobre la calle Florida. Lancé diez caballos de agua desde el Di Tella, para arriba, sobre una calle Florida que en ese tiempo estaba llena de cables.
Eso es una travesura...
–No, es una intervención urbana. La pasaron por televisión y la gente llamaba para preguntar qué pasaba, todo muy gracioso (se ríe a carcajadas). Llovió hasta Harrods. Por Paraguay los coches iban con los limpiaparabrisas funcionando en un día de sol radiante.
La santisima trinidad
Todas sus obras tienen una impronta común muy fuerte, como concepto. Me parece que lo que une su obra es mucho más que una técnica en particular.
–Yo digo que manejo una tríada. El arte, la tecnología y la ciencia. El arte, bueno, ya sabemos por qué. La tecnología porque mis obras se mueven, nunca son iguales. Y la ciencia porque a mí Favaloro me salvó la vida, me operó de tres bypass y estoy bien, no me puedo quejar.
Y usted le regaló una obra a cambio.
–Favaloro vio mi corazón verdadero y vio también una imagen de mi “corazón planetario”, la obra que tengo acá en el taller. Se la regalé, pero él me dijo: “Hágame otra igualita de acero inoxidable, para que dure cien años”. Y va a durar más, porque el acero inoxidable es casi eterno.
El pedido de Favaloro debe ser porque los cirujanos tienen las herramientas de ese material.
–Tal vez.
Bueno, con respecto a los materiales de su obra, también hay una tríada...
–El neón, el agua y el aire.
Pensé que iba a decir el neón, el agua y el acrílico. ¿Por qué el aire?
–¡Las burbujas, muchacho! Sin las burbujas no habría movimiento, el agua estaría quieta, en reposo. Y se estancaría.
Para finalizar me lleva a recorrer el museo. Vemos fotos de las obras monumentales construidas en Seúl, Israel, Uruguay. Pasamos de una sala hidráulica a una sala histórica, y otra donde guarda las obras lumínicas. Me muestra la Gota acunada a toda velocidad, el Televisor hidraulizado, un homenaje a su mujer Diyi que se titula El agua liberada. Me muestra también una especie de plataforma con forma de paralelepípedo acostado, que tiene una serie de perforaciones en la tapa. De las perforaciones brota una luz potente. Me pide que suba, piense en la mujer que amo y camine hasta el otro borde. “Sin miedo, resiste dos mil kilos”, dice. Lo hago, llego al final. Se toma un segundo antes de volver a hablar.
–Ahora, andá con ella y contale: “Hoy estuve en lo de Kosice y caminé sobre la luz”.
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