Por: Mary Woronov
Conocí y frecuenté a Andy Warhol durante el período anterior al atentado ( el 3 de junio de 1968, cuando Valerie Solanas le disparó a Warhol y al crítico de arte y comisario Mario Amaya en la entrada al estudio de Warhol). Bridgit Berlin ha dicho que después de aquel episodio él cambió mucho. Empezó a tener miedo. Cuando lo conocí no era en absoluto tímido; y si a veces lo parecía, era porque estaba simulando. Era un adicto al trabajo y un temerario transgresor. Y en el sofisticado mundo de la actividad artística, fue un manipulador astuto.Por entonces la mayoría de los artistas pintaban sus estudios de blanco y los llenaban de cuadros. Por eso cuando vi por primera vez la "fábrica" de Andy me impresionó. No había allí obras de arte. (Después me enteré de que pintaba en privado). Las paredes eran negras con parches de papel de aluminio que se caía a pedazos. El único mobiliario a la vista era una mesa de trabajo vacía y un feo sofá plateado donde siempre estaban, conversando, un drogadicto de aspecto temible y algún "travesti". A Andy le encantaba rodearse de gente. A veces eran empresarios poderosos del mundo del arte; y a veces, celebridades a las que él adulaba. Pero sus preferidos eran los habitantes de la noche: proxenetas, adictos, mujeres de la calle; y por supuesto, su banda predilecta, la Velvet Underground. A la mayoría de estos marginales los usó en sus películas, pero sentía por ellos un verdadero afecto. Yo también los quería. Eran seres exóticos, románticos, fascinantes. Pero cuando Andy no estaba, solían convertirse en perdedores, patanes, o en gente peligrosa.
Andy quería que todos llegáramos a ser estrellas, y conmigo era sorprendentemente agresivo. Trataba de impulsarme a la carrera, o por lo menos a ser más glamorosa. Me decía: Mary, debes hacer esto, o debes usar más maquillaje, o debes modelar. Pero no se interesaba en lo más mínimo por las obras en las que actuaba en el "off off Broadway". Esto se adecuaba a la manera en que filmaba sus películas. No le interesaba la actuación, y no quería dar instrucciones a nadie. A veces ni siquiera nos indicaba dónde debíamos ubicarnos en escena. Andy organizaba a sus actores y actrices según sus características personales y filmaba. Después, todo estaba permitido. Yo podría asegurar que cuando representé a la sádica Hanoi Hanna en Chelsea Girls , le gustó mi actitud feroz y mi ruda insolencia, que contrastaban con mi cara bonita. Lo digo porque si yo faltaba a una muestra o a una fiesta, él decía: "¡Ohhh, Mary! Te extrañamos ayer". Andy era muy sociable. Yo, en cambio, no lo era.
A comienzos de los 60 no se reconocía la homosexualidad, y la mayoría de las personas gay no manifestaban su elección sexual; pero Andy era valiente. Nunca se puso en la línea de fuego. En su mente y en sus películas los íconos sexuales eran hermosos muchachos, y si a los demás no les gustaba, él no se daba por aludido. Detrás de su actitud de recatada debilidad o confusión se ocultaba un maníaco sentido del humor y una propensión a sostener siempre lo opuesto a lo obvio. La peluca, las lentes de contacto de color azul y la misma ropa todos los días eran un disfraz que él quería hacer famoso. Y ese disfraz tenía poco que ver con la persona real. Andy nunca quiso adaptarse a ese disfraz, sólo quería ser famoso. Lo más cómico era que nosotros lo imitábamos. Usábamos anteojos oscuros de noche haciendo alarde de originalidad, y no hablábamos con nadie que no fuera del grupo. Siempre estábamos "en grupo". Y el público compró todo eso.
Yo suponía que la falta de comunicación de Andy era un truco porque con algunas personas –Bridgit, por ejemplo– era comunicativo. Tal vez se sintiese más seguro con ella porque ambos se creían feos; pero de todos modos les encantaba contarse chimentos todo el tiempo. Solía llamarla por la mañana y conversaban durante horas, y más tarde volvía a llamarla para salir de compras. Sin embargo, si era un truco, Andy abusaba de él. Se comportaba así en todas partes, fueran reuniones o fiestas. Era intimidante: la gente se asustaba. Nosotros pensábamos que era divertido, pero aquel truco hizo que todos, "la Gente de Factory", sintiéramos que debíamos protegerlo; no porque amáramos su arte sino porque –a nuestra extraña manera– lo amábamos a él.
A ninguna de las personas que fueron íntimas de Andy le oí nunca hablar mal de él, desacreditarlo. La única excepción es Paul Morrissey, quien está decidido a atribuirse la realidad de los primeros filmes de Warhol, ahora que está muerto. Pero yo puedo afirmar que cuando filmé Chelsea Girls , Paul ni siquiera estaba en la sala, y mucho menos detrás de la cámara. Si alguien pudiera reclamar para sí haber tenido alguna influencia en las películas de Andy, esa persona sería Jack Smith.
Traduccion: Ofelia Castillo
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