miércoles, 21 de octubre de 2009

Andy War­hol III : Mary Woronov: "Sólo quería ser famoso"



Por: Mary Woronov

Conocí y frecuenté a Andy War­hol durante el período anterior al atentado ( el 3 de junio de 1968, cuando Valerie Solanas le disparó a Warhol y al crítico de arte y comisario Ma­rio Amaya en la entrada al es­tudio de Warhol). Bridgit Berlin ha dicho que después de aquel episodio él cambió mucho. Em­pezó a tener miedo. Cuando lo conocí no era en absoluto tími­do; y si a veces lo parecía, era porque estaba simulando. Era un adicto al trabajo y un temerario transgresor. Y en el sofisticado mundo de la actividad artística, fue un manipulador astuto.

Por entonces la mayoría de los artistas pintaban sus estudios de blanco y los llenaban de cua­dros. Por eso cuando vi por pri­mera vez la "fábrica" de Andy me impresionó. No había allí obras de arte. (Después me enteré de que pintaba en privado). Las pa­redes eran negras con parches de papel de aluminio que se caía a pedazos. El único mobiliario a la vista era una mesa de traba­jo vacía y un feo sofá plateado donde siempre estaban, con­versando, un drogadicto de as­pecto temible y algún "travesti". A Andy le encantaba rodearse de gente. A veces eran empresarios poderosos del mundo del arte; y a veces, celebridades a las que él adulaba. Pero sus preferidos eran los habitantes de la noche: proxenetas, adictos, mujeres de la calle; y por supuesto, su banda predilecta, la Velvet Underground. A la mayoría de estos marginales los usó en sus películas, pero sen­tía por ellos un verdadero afecto. Yo también los quería. Eran seres exóticos, románticos, fascinantes. Pero cuando Andy no estaba, so­lían convertirse en perdedores, patanes, o en gente peligrosa.

Andy quería que todos llegáramos a ser estrellas, y conmigo era sor­prendentemente agresivo. Trataba de impulsarme a la carrera, o por lo menos a ser más glamorosa. Me decía: Mary, debes hacer esto, o debes usar más maquillaje, o de­bes modelar. Pero no se interesa­ba en lo más mínimo por las obras en las que actuaba en el "off off Broadway". Esto se adecuaba a la manera en que filmaba sus pelícu­las. No le interesaba la actuación, y no quería dar instrucciones a na­die. A veces ni siquiera nos indi­caba dónde debíamos ubicarnos en escena. Andy organizaba a sus actores y actrices según sus ca­racterísticas personales y filmaba. Después, todo estaba permitido. Yo podría asegurar que cuando re­presenté a la sádica Hanoi Han­na en Chelsea Girls , le gustó mi actitud feroz y mi ruda insolencia, que contrastaban con mi cara bo­nita. Lo digo porque si yo faltaba a una muestra o a una fiesta, él de­cía: "¡Ohhh, Mary! Te extrañamos ayer". Andy era muy sociable. Yo, en cambio, no lo era.

A comienzos de los 60 no se reco­nocía la homosexualidad, y la ma­yoría de las personas gay no mani­festaban su elección sexual; pero Andy era valiente. Nunca se puso en la línea de fuego. En su mente y en sus películas los íconos sexua­les eran hermosos muchachos, y si a los demás no les gustaba, él no se daba por aludido. Detrás de su actitud de recatada debi­lidad o confusión se ocultaba un maníaco sentido del humor y una propensión a sostener siempre lo opuesto a lo obvio. La peluca, las lentes de contacto de color azul y la misma ropa todos los días eran un disfraz que él quería hacer fa­moso. Y ese disfraz tenía poco que ver con la persona real. Andy nunca quiso adaptarse a ese dis­fraz, sólo quería ser famoso. Lo más cómico era que nosotros lo imitábamos. Usábamos anteojos oscuros de noche haciendo alarde de originalidad, y no hablábamos con nadie que no fuera del grupo. Siempre estábamos "en grupo". Y el público compró todo eso.

Yo suponía que la falta de comu­nicación de Andy era un truco porque con algunas personas –Bridgit, por ejemplo– era comu­nicativo. Tal vez se sintiese más seguro con ella porque ambos se creían feos; pero de todos modos les encantaba contarse chimentos todo el tiempo. Solía llamarla por la mañana y conver­saban durante horas, y más tar­de volvía a llamarla para salir de compras. Sin embargo, si era un truco, Andy abusaba de él. Se comportaba así en todas partes, fueran reuniones o fiestas. Era intimidante: la gente se asusta­ba. Nosotros pensábamos que era divertido, pero aquel truco hizo que todos, "la Gente de Factory", sintiéramos que de­bíamos protegerlo; no porque amáramos su arte sino porque –a nuestra extraña manera– lo amábamos a él.

A ninguna de las personas que fueron íntimas de Andy le oí nun­ca hablar mal de él, desacredi­tarlo. La única excepción es Paul Morrissey, quien está decidido a atribuirse la realidad de los pri­meros filmes de Warhol, ahora que está muerto. Pero yo puedo afirmar que cuando filmé Chel­sea Girls , Paul ni siquiera esta­ba en la sala, y mucho menos detrás de la cámara. Si alguien pudiera reclamar para sí haber tenido alguna influencia en las películas de Andy, esa persona sería Jack Smith.

Traduccion: Ofelia Castillo

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