miércoles, 21 de octubre de 2009

Andy Warhol II : David Byrne: "Warhol se impuso como una marca"



Por: David Byrne

Estuve con Andy apenas un par de veces. En una ocasión, vino (con su entorno) a ver a Talking Heads en CBCG, y otra vez nos invitó a los tres (todavía no éramos una banda de cuatro in­tegrantes) a la nueva Factoría. Dado que admirábamos buena parte de su trabajo, sus libros y su revista Interview, la invitación nos produjo una gran emoción. Llegamos al edificio de Union Square, donde un joven nos reci­bió en la puerta. El lugar era más parecido a una oficina que la vie­ja factoría de paredes plateadas que habíamos visto en fotos y sobre la que habíamos leído. Al­morzamos comida en cajas, nos sacaron fotos y la conversación fue banal hasta la extrañeza.

Era el Andy posterior al atentado de 1968, que hacía retratos so­ciales en Studio 54, un lugar que estaba de moda al mismo tiem­po que CBGB. No encajábamos en ese mundo, pero Andy tenía una influencia enorme de todos modos. La decisión que tomó a poco de iniciada su carrera artís­tica de eliminar buena parte de la "mano de los artistas" de su trabajo fue tan drástica como la que habían tomado décadas an­tes Duchamp y otros de proclamar que artículos de ferretería eran objetos artísticos. Los contempo­ráneos de Andy en los años 60 –Rauschenberg, Lichtenstein– ha­cían un trabajo que ahora nos pa­rece muy tradicional y pictórico, si bien en ese momento se lo tomaba como un insulto al expresionismo abstracto que era el arte moder­no oficial de los EE.UU. Algunos consideraban que eso –así como la inclusión del mundo cotidiano y las imágenes populares como temas legítimos– era indignante. A nosotros, músicos y estudiantes de arte jóvenes, nos parecía muy bueno, hasta natural. Si una rueda de bicicleta podía ser una escultu­ra, entonces era evidente que una foto de la tapa del NY Post podía ser una pintura. ¿Por qué no? El mundo que nos rodeaba adquirió un nuevo sentido. Ya nada parecía igual. Todo era un material o un tema posible.

Entre sus contemporáneos, sólo Andy eliminó todo rastro de su propia mano, toda pincelada ca­racterística. Fue más allá e hizo que Gerard Malanga y otros hi­cieran el trabajo de crear las seri­grafías. Cuando nos conocimos, él no estaba haciendo sus propias películas –Paul Morrissey, sí– y el arte no le resultaba tan importan­te: era una forma de pagar su es­tilo de vida y de financiar la revis­ta, que era a su vez una forma de recordar, de conocer gente y de justificar un estilo.

La revista también había cambia­do. Al principio era más parecida al arte: tenía una leve obsesión por la fama, pero era más iguali­taria que lo que fue después. En un primer momento había "entre­vistas" (conversaciones sin editar) a gente de diversa extracción: artistas, taxistas, travestis, can­tantes, ascensoristas. Decía, en efecto, que hasta la más banal de las personas o las conversaciones era valiosa. Era llevar al mundo de los medios la idea del uso de las imágenes populares como tema de la pintura. ¡Todo y todos podían ser tema de una revista! Para el momento en que nos conocimos, ya eran otros los que la editaban y dirigían. Andy era sólo un nom­bre en la misma. Había logrado imponerse como marca, y lo había conseguido hasta tal punto que ya no tenía que hacer gran cosa. En retrospectiva, parece algo triste y profético. La idea de imponer­se como marca, de convertirse, y convertir el propio nombre y la imagen en algo aparte de uno mis­mo, es ahora algo común. Calvin Klein, Chanel, Madonna: el pro­ceso es tan familiar que ya casi no lo advertimos. La dislocació de una persona de su figura y su nombre la convierte en un ob­jeto, y, podría afirmarse, en una pieza artística. El máximo paso en la separación de uno mismo del propio arte es la separación de uno mismo de uno mismo. No digo que Madonna sea un objeto artístico, pero la fragmentación del yo y la imagen es algo que en la actualidad se ve todos los días. Ahora hasta la gente común se piensa de forma inconsciente en esos términos. Es un nuevo tipo de esquizofrenia narcisista. También en ese plano Andy fue un precursor.

Si bien buena parte de la última producción de Andy no fue apre­ciada en su momento –las pintu­ras semiabstractas que se burla­ban de las pinturas abstractas y de la colaboración con artistas jóvenes en ascenso–, su actitud despreocupada respecto de su propio trabajo y el marketing del mismo, así como la deliberación con que lo manipulaba su som­brío entorno, no constituían un espectáculo agradable. Cuesta tomar una decisión en lo relati­vo a este hombre. Mucho de lo que hizo es una enorme fuente de inspiración, pero otro tanto resulta decepcionante. ¿Cómo reconciliar ambas cosas? No se puede, y tal vez ese sea el punto.

Traduccion de Joaquin Ibarburu

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