Por: David Byrne
Estuve con Andy apenas un par de veces. En una ocasión, vino (con su entorno) a ver a Talking Heads en CBCG, y otra vez nos invitó a los tres (todavía no éramos una banda de cuatro integrantes) a la nueva Factoría. Dado que admirábamos buena parte de su trabajo, sus libros y su revista Interview, la invitación nos produjo una gran emoción. Llegamos al edificio de Union Square, donde un joven nos recibió en la puerta. El lugar era más parecido a una oficina que la vieja factoría de paredes plateadas que habíamos visto en fotos y sobre la que habíamos leído. Almorzamos comida en cajas, nos sacaron fotos y la conversación fue banal hasta la extrañeza.Era el Andy posterior al atentado de 1968, que hacía retratos sociales en Studio 54, un lugar que estaba de moda al mismo tiempo que CBGB. No encajábamos en ese mundo, pero Andy tenía una influencia enorme de todos modos. La decisión que tomó a poco de iniciada su carrera artística de eliminar buena parte de la "mano de los artistas" de su trabajo fue tan drástica como la que habían tomado décadas antes Duchamp y otros de proclamar que artículos de ferretería eran objetos artísticos. Los contemporáneos de Andy en los años 60 –Rauschenberg, Lichtenstein– hacían un trabajo que ahora nos parece muy tradicional y pictórico, si bien en ese momento se lo tomaba como un insulto al expresionismo abstracto que era el arte moderno oficial de los EE.UU. Algunos consideraban que eso –así como la inclusión del mundo cotidiano y las imágenes populares como temas legítimos– era indignante. A nosotros, músicos y estudiantes de arte jóvenes, nos parecía muy bueno, hasta natural. Si una rueda de bicicleta podía ser una escultura, entonces era evidente que una foto de la tapa del NY Post podía ser una pintura. ¿Por qué no? El mundo que nos rodeaba adquirió un nuevo sentido. Ya nada parecía igual. Todo era un material o un tema posible.
Entre sus contemporáneos, sólo Andy eliminó todo rastro de su propia mano, toda pincelada característica. Fue más allá e hizo que Gerard Malanga y otros hicieran el trabajo de crear las serigrafías. Cuando nos conocimos, él no estaba haciendo sus propias películas –Paul Morrissey, sí– y el arte no le resultaba tan importante: era una forma de pagar su estilo de vida y de financiar la revista, que era a su vez una forma de recordar, de conocer gente y de justificar un estilo.
La revista también había cambiado. Al principio era más parecida al arte: tenía una leve obsesión por la fama, pero era más igualitaria que lo que fue después. En un primer momento había "entrevistas" (conversaciones sin editar) a gente de diversa extracción: artistas, taxistas, travestis, cantantes, ascensoristas. Decía, en efecto, que hasta la más banal de las personas o las conversaciones era valiosa. Era llevar al mundo de los medios la idea del uso de las imágenes populares como tema de la pintura. ¡Todo y todos podían ser tema de una revista! Para el momento en que nos conocimos, ya eran otros los que la editaban y dirigían. Andy era sólo un nombre en la misma. Había logrado imponerse como marca, y lo había conseguido hasta tal punto que ya no tenía que hacer gran cosa. En retrospectiva, parece algo triste y profético. La idea de imponerse como marca, de convertirse, y convertir el propio nombre y la imagen en algo aparte de uno mismo, es ahora algo común. Calvin Klein, Chanel, Madonna: el proceso es tan familiar que ya casi no lo advertimos. La dislocació de una persona de su figura y su nombre la convierte en un objeto, y, podría afirmarse, en una pieza artística. El máximo paso en la separación de uno mismo del propio arte es la separación de uno mismo de uno mismo. No digo que Madonna sea un objeto artístico, pero la fragmentación del yo y la imagen es algo que en la actualidad se ve todos los días. Ahora hasta la gente común se piensa de forma inconsciente en esos términos. Es un nuevo tipo de esquizofrenia narcisista. También en ese plano Andy fue un precursor.
Si bien buena parte de la última producción de Andy no fue apreciada en su momento –las pinturas semiabstractas que se burlaban de las pinturas abstractas y de la colaboración con artistas jóvenes en ascenso–, su actitud despreocupada respecto de su propio trabajo y el marketing del mismo, así como la deliberación con que lo manipulaba su sombrío entorno, no constituían un espectáculo agradable. Cuesta tomar una decisión en lo relativo a este hombre. Mucho de lo que hizo es una enorme fuente de inspiración, pero otro tanto resulta decepcionante. ¿Cómo reconciliar ambas cosas? No se puede, y tal vez ese sea el punto.
Traduccion de Joaquin Ibarburu
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