lunes, 23 de noviembre de 2009

HISTORIA DE LA BARRA DE BOCA


Crónica de una pasión delictiva

El periodista Gustavo Grabia narra en La doce. La verdadera historia de la barra brava de Boca, la intimidad de la barra más famosa del país y señala a sus protectores, desde el poder político y cómplice hasta el hincha común e inocente.


LA DOCE, siempre actúa en connivencia con el poder político, y para Gustavo Grabia, continuará siendo así.


"Esto es una gran película de tiros en papel, una de Tarantino, un western", describe, se entusiasma y no se equivoca Gustavo Grabia. Habla de su flamante libro, La doce. La verdadera historia de la barra brava de Boca (Sudamericana), una investigación que desnuda con nombre y apellido los vínculos entre las barras y el poder político. Es también una cronología del devenir de la violencia y la corrupción en el país, desde las patotas hasta el narcotráfico. Es, por si fuera poco, -sin dudas- una de las mejores crónicas de los últimos tiempos; narrada con coraje literario y periodístico desde el barro y no desde el altar, como le gusta decir a Grabia. Es que este periodista del diario deportivo Olé, especializado en violencia en el fútbol, no sólo ostenta un apodo que bien podría venir acompañado de un prontuario como el de los personajes violentos y no menos fascinantes que copan las populares de todos los estadios del fútbol argentino, también se anima a tratarlos y retratarlos; cara a cara. "El tiburón" Grabia, a diferencia de "El abuelo" Barrita, "el Oso" Pereyra o Mauro Martín, para citar al último jefe de la barra más famosa y pujante del fútbol vernáculo, cree en los beneficios de un Estado de Derecho. Sin embargo, coincide con los violentos en un aspecto crucial: "pase lo que pase, la doce nunca acabará, la violencia en el fútbol no se termina".

-Suena un poco desesperanzadora esa afirmación tan fatalista. ¿No hay otras opciones?
-Como (Rafael) Di Zeo –el ex jefe de la doce- me dijo una vez. "La barra es herencia-herencia-herencia. Yo caigo preso y esto no se termina, caen presos mis sucesores y esto no se termina". Y no se va a terminar nunca: la realidad marca eso. La justicia y la política tuvieron infinidad de oportunidades para terminar con la doce. Pero los policías y los políticos también están en el negocio. La doce no es un ejército y en su mayor conformación son "nada más" que 1500 personas. No son 50 mil dispuestos a dar la vida, pero bueno hay muchos intereses y eso obliga al pesimismo. El barra es la punta del iceberg, debajo aparecen todos los poderes del Estado trabajando junto a ellos. El pabellón vip de Ezeiza (en el que se alojan Di Zeo y el "rey de la efedrina Mario Segovia) con el escudo pintado de Boca es una prueba de ello. No parece ser algo común para la mayoría de la población carcelaria, ¿no? Sin contar, por ejemplo, que las estrellas de Boca fueron a visitar a los barras un día fuera del horario habilitado para las visitas.

-¿Por qué la doce? ¿Por qué no otra barra? ¿Por qué este libro?
-Me interesaba contar toda la historia, no sólo detenerme en la época actual. Contar en profundidad todos los hechos que provocaron este estado de situación, tanto mostrando el punto de vista de los violentos y sus relaciones políticas, policiales y sindicales. Y para eso ¿Cuál es la barra brava más famosa? La doce. Para todos los que tenemos más de 40 años el prototipo del barra siempre fue el "Abuelo" José Barrita, por escándalo. En los 90' se convirtió en Rafael Di Zeo, más público y mediático. La doce es el paradigma de las barras respecto de todo lo que tiene que ver con las vinculaciones políticas. La relación con la policía, por ejemplo, la tienen casi todas las barras, pero ninguna en el grado de la doce. Después, todo se reproduce a escala. Lo podés llevar a cualquier club del ascenso y a cualquier club del país. Con este libro quería mostrar la evolución del negocio detrás de las barras. La barra crece a la par del negocio del fútbol, que en la actualidad es infinitamente mayor al que se movía en los 80. A partir de que el fútbol explota como un negocio de cifras astronómicas, la barra ve un negocio para vivir. Antes tenían otro laburo. En los tiempos de Barrita, sin ir más lejos, ponían una flota de taxis, por ejemplo. Ahora, la mayoría está vinculada con el narcotráfico y también se juntan algunos negocios que los clubes ceden, como el de llevar jugadores a las peñas del interior. Además mueven todo lo que es el merchandising trucho, todo lo que es la droga y el negocio es muy grande. Es mucho dinero en serio.


Y ya, a esta altura, no hace falta preguntar por qué otra editorial se negó a publicar la historia de Grabia, ésta de la doce y sus vinculaciones con nombres grandes y altisonantes de la política vieja y de la actual, de todas las banderas; piense en quien quiera. Antonio Cafiero, Carlos Menem, Enrique "Coti" Nosiglia, Mauricio Macri y Carlos Heller, todos tienen su espacio y su responsabilidad. "La Doce, en cambio, y los barras en general, no tienen ideología", diferencia Grabia, que supo ganarse a fuerza de coraje –y de coherencia- el respeto de los barras. La única vez que sí se sintió en verdadero peligro, las amenazas no llegaron desde los tablones sino desde las dependencias de las fuerzas de seguridad.

-¿Cuál es la responsabilidad del resto de la sociedad?
-Los barras tienen una legitimación que es mucho mayor de lo que la gente piensa. Es tremenda, cada vez que escribo una nota sobre el accionar de tal o cual barra, me llegan cientos de mensajes, defendiéndolos, porque -dicen- los cuidan. Mucha gente tiene una fascinación absoluta por los barras. Di Zeo, por ejemplo, es un gran contador de historias, el "Abuelo" no tenía esa capacidad, pero tenía una impronta magnética. Los capos de la barra provocan cierto magnetismo, lo demuestra el hecho de que los sigue tanta gente como si fueran a una secta. Son personajes muy ricos, son delincuentes y violentos.

-¿Cómo cambió la violencia en el fútbol, desde las peleas de a puño limpio a las armas de fuego?
-Las peleas antes eran barra contra barra para ver quién era el más guapo, el más barra, pero ahora se pelean entre ellos mismos. Son peleas internas para ver quién se queda con su parte del queso. En la misma cancha tienen que separar a un grupo de otro, porque tienen con un vallado policial, pasa lo mismo con la gente de Almirante Brown. Se pelean por guita, no con el de enfrente que tiene otro negocio, se pelean por el de ellos. En la barra se matan solamente por poder y por dinero. Las barras hoy están coactadas por delincuentes, si ves los prontuarios, hay tipos que hacen salidera bancaria, condenados por robo a mano armada, por delitos contra la propiedad. Los socios de la barra son los mismos en esos negocios y en el fútbol, lamentablemente siempre es lo mismo. Hay tipos que antes robaban blindados y se dieron cuenta de que en la barra sacan más plata y con mucho menos riesgo, porque tienen una red de protección política y dirigencial mucho más grande. Los barras en los 60´ eran nada más que "los más guapos del barrio" hasta que llegó Alberto J. Armando y se dio cuenta del grado de influencia que tenían y tienen para liderar. Ahí comienza a darle las prebendas. Primero a Quique "el carnicero", que lideraba un grupo sin armas, cuyas mayores prebendas era tener camisetas firmadas, viajar y comer asados con el plantel. "El abuelo" comenzó el proceso de transformación hacia una empresa, de la que participan dirigentes, jugadores y políticos. Empezaron a trabajar, no sólo con las ventas de entradas, también les cobran porcentajes a los puesteros, a los trapitos. Con la democracia aparecen las armas y en los 90´ florece la cocaína, que hizo estragos en las barras.

"El barra trabaja para el que gana", culmina Grabia y queda latente la certeza de que para que se termine la violencia, primero hay que terminar con una red mucho más poderosa, anidada en los despachos más importantes del Estado.

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