De nuevo lo mismo, pero peor
Los estudios no sienten culpa cuando se trata de chuparles la vida a los clásicos más amados del cine. La mayoría simplemente ignora lo que era bueno en el original. Pero hay una categoría realmente indignante: la de “¿para qué se molestaron?”.
Por James Mottram
Del mismo modo en que un mosquito gusta de alimentarse de sangre, Hollywood adora las remakes. Del reciente Rescate del Metro 123 a Fama, que se estrenará en septiembre, pasando por la aún en producción Lucha de titanes, los estudios no sienten ninguna culpa cuando se trata de chuparles la vida a los clásicos más amados del cine. Algunas, como El affaire de Thomas Crown, de John McTiernan, consiguen insuflar nueva vida a un film que de otro modo sería anacrónico. La mayoría, como el Rollerball del mismo McTiernan, simplemente ignora lo que era bueno en aquella película y escupe un producto travestido. Pero hay una categoría particular de remake realmente indignante: la de “¿para qué se molestaron?”. El primer título que viene a la mente es el que hizo Gus van Sant replicando toma por toma el clásico Psicosis, de Alfred Hitchcock, para colmo en radiante technicolor. Sí, se veía a un maravilloso William H. Macy como el detective, pero rara vez un film consiguió encarnar tan a la perfección el término “sinsentido”. Van Sant es bien conocido por trabajos experimentales como Elephant o Gerry, pero ése fue un ejercicio de futilidad.
Aunque es tentador preguntarse qué diría el viejo Hitch de eso, hay que recordar que incluso él no estuvo a salvo de las remakes. Al menos de su propio trabajo. Dos décadas después de filmar El hombre que sabía demasiado (1934), volvió innecesariamente a ella, enrolando a James Stewart y Doris Day como la pareja que se ve enredada en una trama de asesinatos internacionales. Aunque después el director alegó que la película original era el trabajo de un amateur talentoso y la versión de 1956 el de un profesional, pocos estuvieron de acuerdo. Si el segundo esfuerzo de Hitchcock no mejoró el original, el factor sinsentido es nada comparado con la relectura del autor austríaco Michael Haneke de su angustiosa Funny Games para el mercado estadounidense. Ahora hablada en inglés, además de darles a las audiencias de multicine la posibilidad de ver a Tim Roth y Naomi Watts brutalizados en nombre del entretenimiento la película era otra copia toma-a-toma que no tenía ningún propósito. Los que habían visto el original de 1997 no tenían el más mínimo deseo de revisitar la desoladora visión de Haneke; los que no, difícilmente se beneficiarían viendo un recauchutaje satinado.
Peor que los intentos de Haneke fue la llamada “re-imaginación” hecha por Tim Burton para El planeta de los simios. El original de 1968, protagonizado por Charlton Heston como un astronauta que se estrella en un mundo futuro regido por los simios, ya había disparado varias secuelas. Pero el film de 2001 fue demasiado. Moviéndose por encima de la pétrea actuación de Mark Wahlberg en el rol de Heston, o la simple ridiculez de Helena Bonham Carter en maquillaje de mona, se llega al final “retorcido”: allí es donde Hollywood a menudo siente más culpa, enredando un desenlace perfecto solo por el gusto de hacerlo. Tal como Tony Scott malgasta los mejores resultados de Rescate del Metro 123, Burton decidió un final que luego admitió que ni él había entendido. En el original, Heston descubre que está en la Tierra cuando ve a la Estatua de la Libertad hundida en la arena. En Burtonlandia, Wahlberg es catapultado atrás en el tiempo a una Washington dominada por monos, con un monumento a la Abraham Lincoln erigido en honor de su némesis simia, el General Thade. Envíe sus sugerencias si puede explicar la lógica detrás de eso.
Como la ciencia ficción, el horror está siempre listo para una remake. La última casa de la izquierda (1972), La profecía (1976), The Hills Have Eyes (1977), El amanecer de los muertos (1978), Halloween (1978), Amityville (1979) y Viernes 13 (1980) fueron rediseñados para el mercado adolescente de hoy. Pero la responsable de esta cadena de recauchutajes es la más insensata de todas, la revisita de 2003 a The Texas Chainsaw Massacre. Basada en el clásico de Tobe Hooper de 1974 sobre una familia de asesinos, la película dejó de lado la aterradora estética de documental a favor de un horror altamente explícito que perdía la clave del original. No conformes con realizar actos de pillaje con su propio catálogo, los ejecutivos de los estudios también prestan atención a las películas extranjeras. Meterse con el cine asiático es visto como “juego limpio”, y no solo porque los fóbicos norteamericanos al subtitulado no verán nunca los originales. Más allá de los ocasionales éxitos –como Los infiltrados de Martin Scorsese, ganadora del Oscar, que releía el thriller hongkonés Internal Affairs–, la mayoría se pierde en la traducción.
De todas ellas, ninguna tuvo menos sentido que Godzilla, dirigida por Roland Emmerich en 1998. Si el monstruo visto en 1954 como Gojira era la reacción japonesa al terror de atravesar la era atómica, ese pobre intento de trasladar la acción a la Nueva York moderna atemorizaba tanto como encontrar una araña en el baño. Hollywood tampoco se priva de violar clásicos británicos, especialmente aquellos protagonizados por Michael Caine. Faena a la italiana (1969), Sleuth, juego mortal (1972), Alfie, el seductor (1966), Carter, asesino implacable (1971): prácticamente, a cada clásico de Caine se le ha dado una escupida y lustrado de valor nulo. Por supuesto, ayuda tener la bendición de la estrella original, y Caine no está exento de aparecer en remakes de sus propias películas. Atraído por un jugoso cheque, se mostró en la versión 2000 de Get Carter, presumiblemente para ver horrorizado cómo Sylvester Stallone masacraba al personaje del vengativo gangster Jack Carter. En la remake 2007 de Sleuth (que en Argentina se llamó Juegos siniestros) tomó el rol orginalmente interpretado por Laurence Olivier. El film, dirigido por Kenneth Branagh, lo emparejó con Jude Law, que rindió tributo a Caine (si acuchillar un personaje clásico puede ser llamado así) cuando volvió a personificar al playboy Alfie en 2004. Como si eso no hubiera sido suficientemente doloroso, Harold Pinter fue enrolado para darle forma a un nuevo capítulo sobre el guión original de Anthony Shaffer.
Como todas las demás, sirvió para probar una sola cosa: que las peores remakes siempre ignoran una vieja máxima. Si funciona, no lo toque.
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