|La película se centra en la sinuosa relación de la modista con el mundo machista aristocrático.
Por: Miguel FríasLo único bueno del amor es hacer el amor. Lástima que se necesite un hombre". Bromea Gabrielle Chanel -todavía a años luz de ser Coco Chanel, revolucionaria diseñadora de modas- con su hermana Adrienne. La frase no es inocente: más allá de mostrar la (auto)construcción de un mito, la película de Anne Fontaine se centra en la sinuosa relación de Chanel con el mundo machista/masculino que intentó "conquistar": el aristocrático. Una infancia miserable -ocultada por la protagonista- y su ardua redención marcan, típico de biopic, el recorrido de la historia. Pero, acá, de un modo sutil, vigorosamente tácito.
Coco... comienza a fines del siglo XIX: con ella, niña, a punto de entrar en un orfanato. Los datos son más o menos conocidos: su madre murió joven, su padre la abandonó, ella se inició como costurera, aunque intentó triunfar como chansonnier. En un cabaret conoció a Etienne Balsan (Benoit Poelvoorde), hombre del alcurnia, criador de caballos. Y luego, a través de él, al empresario inglés Arthur Capel (Alessandro Nivola). La relación con ambos -la compleja actitud de Chanel hacia los hombres- es uno de los ejes del filme.
Aunque se basa en la biografía de Edmonde Charles-Roux, se perciben las obsesiones de Fontaine. Recordemos otras obras suyas: Nathalie X, vivisección de un triángulo amoroso; Cómo maté a mi padre, y el tema del padre ausente. En Coco..., su primer filme de época, la realizadora suma al personaje histórico, a la gestación de su mitología: esa perspicacia de Chanel para observar el estilo de vestir/vivir de la clase alta, su talento para imaginar cambios (como quitar "lastres" ostentosos o soltar corsés asfixiantes), su osadía para llevar a cabo estos cambios.
Se podría decir que Coco..., de refinada puesta en escena y altibajos dramáticos, es un "filme de vestuario": la evolución de la protagonista se percibe en las variaciones de su vestimenta. También en planos que acompañan a sus manos recorriendo telas, como si tuvieran la textura de una piel amada, y transmitiendo convicción al marcar y cortar. El talento que la sacará de la marginación, aunque -tal vez- no de la pena.
Los personajes no son maniqueos: manipulan y son manipulados. Aman (muy a pesar de Coco), desprecian, mienten. Son ambiguos. Dicen frases que pueden ser vanguardia o tosca manipulación: "El matrimonio es sólo una convención" (de Capel a Chanel, cuando acuerdan ser simplemente amantes). Coco, versión Fontaine, es rebelde, indómita, incómoda. Pero, además, débil, detrás de su energía de sobreviviente: mucho más que un ícono feminista.
Audrey Tautou convence -esta vez- con su personaje vital y amargo, que no demanda compasión. Poelvoorde es extrovertido, irónico, decadente, seguro de sí mismo, de su posición social, hasta que lo celos alteran su festiva indolencia. Nivola es más callado, delicado, seductor: igualmente ambiguo. Si alguien busca un fresco sobre el mundo de la moda, se equivoca de película. Con sus imperfecciones, Coco..., está hecha de piel y sangre, de material áspero, humano.
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