jueves, 4 de febrero de 2010

EMILY BLUNT, LA INGLESA A LA QUE CON CINCO MINUTOS LE ALCANZA Y SOBRA



Yo quiero a mi bandera

Por Mariano Kairuz







Primero fue la inglesita jodida de Mi verano de amor, la chica bien que seduce a la ingenua y reprimida pueblerina con su actitud vigorosa, su fingida tragedia familiar y, por supuesto, sus tetas expuestas, incandescentes, al viento y al sol de la campiña. Las chicas bailan Edith Piaf, tienen sexo entre ellas, y cuando parecen estar haciendo esos planes febriles que no conducirán a ninguna parte, nunca deja de ser dolorosamente obvio que se trata de una relación amorosa ni simétrica ni sincera, porque Emily Blunt lo expresa en la frialdad perra de su mirada, en sus modos de nena rica y malcriada. Mi verano de amor es una pequeña producción británica del director polaco Pawel Palikowski sobre lo que Blunt definió en entrevistas como “esa atracción irrefrenable que muchas chicas sienten hacia otras chicas de actitudes más firmes, en el colegio secundario”. Era un papel bravo que no la habrá descubierto al mundo (es casi un milagro que la película se haya estrenado en Argentina) pero sí la convirtió en una de las mayores promesas del cine británico, y fue un paso decisivo hacia un personaje secundario pero indeleble en la película con la que empezó se verdadera carrera internacional: El diablo viste a la moda. Ahí hacía de la pelirroja, anoréxica (y patéticamente graciosa seguidora de “la dieta del quesito”: “no como nada, y cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito”) y aplicadísima asistente de Meryl Streep que sería capaz de matar por un ascenso en el mundo de la moda. No era difícil quererla tanto más que a la tan orgullosa y “noble” y autoconsciente (y más linda, para muchos) Anne Hathaway.

Aunque si hay que elegir una escena de Blunt, no será ni de la peliculita inglesa ni del super éxito con Streep, sino otra, de no más de cinco minutos, en los que su rozagante juventud (debajo de la cual a veces parecen latir los rasgos de una de esas institutrices cretinas, enojosas, que vimos en tantas películas) da paso a una figura mucho más potente, a una verdadera amenaza. La escena pertenece a la comedia política Juego de poder (Charlie Wilson’s War, de Mike Nichols), y transcurre en los años ‘80. Ella aparece de trajecito, acompañando a papá, un hombre de negocios texano, en visita al congresista interpretado por Tom Hanks, y termina un rato después en la cama del legislador. La secuencia es poderosa: ella hace su entrada en la habitación de privilegiada vista sobre Washington, precedida por una voluta de humo; la luz se concentra en sus largas piernas mientras baja una escalerita, vestida con poco más que una ajustada camisa que revela su corpiño de encaje blanco, y mientras canta “Angel of the Morning” sobre la versión grabada por Olivia Newton John. Al final no hay sexo, pero eso se debe a circunstancias que no vienen al caso; lo que importa son las ganas de ser Tom Hanks y estar en esa escena. Probablemente Blunt no volvió a estar tan linda como en esos pocos minutos, pero seguro alcanzan para empezar a explicar la lluvia de ofertas que vino después.

Entre ellas –entre las diez películas que filmó en los últimos tres años–- la seguramente muy sexual protagonista femenina de El hombre lobo, siendo su contraparte, el lobisón del título, Benicio del Toro. Y también La joven Victoria, estreno de esta semana en la que se calza el inevitable corset que les toca más tarde o más temprano a todas las chicas británicas que quieran hacer carrera. La misión no es fácil: debe invocar un costado infrecuentemente retratado de la reina que le dio nombre al siglo XIX inglés, a una edad en que todavía pudo haber sido una persona real, una muchachita con impulsos amorosos y sexuales y en plena batalla contra una madre que quiere forzarla a ceder el trono. Por este papel es que Emily Blunt está nominada al Globo de Oro, y para saber si se lo lleva (si se lo arrebata a, entre otras, Helen Miller) habrá que ver la ceremonia de entrega esta noche. Aunque la verdad es que mucho no importa, porque ya había estado nominada antes dos veces (por el telefilm Gideon’s Daughter y cuando lo ganó, por El diablo viste a la moda) y porque deberían habérselo dado por esos cinco minutos de corpiño blanco, camisa, piernas largas, cigarrillo y cancioncita de culto, que tan pero tan bien le quedaron.

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