domingo, 7 de febrero de 2010

Plaza Sésamo: Un experimento que revolucionó la tevé


Plaza Sésamo marcó un antes y un después en los ciclos destinados al público infantil. Fue el primero en aplicar teorías pedagógicas y estrategias de la publicidad, además de animarse a un elenco mixto combinado con títeres.

Por: Andrés hax




PLAZA SESAMO es el programa para niños más antiguo en la historia de la televisión.


El 10 de noviembre de 1969 se estrenó en los Estados Unidos el primer episodio de Plaza Sésamo. En ese mismo año los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin fueron los primeros seres humanos en pisar la Luna; Richard Nixon fue elegido como el presidente número 37 de los Estados Unidos; la guerra de Vietnam alcanzó su apogeo; en un pequeño pueblo rural del estado de Nueva York se celebró un concierto al aire libre de tres días de duración (el lugar se llamaba Woodstock). Trágicamente, se cerró también una década de magnicidios: John F. Kennedy y su hermano Robert; Martin Luther King y Malcom X. A primera vista podrá parecer frívolo incluir una serie de televisión para preescolares en esta lista de eventos tan significativos, cultural y geopolíticamente hablando.

Sin embargo, Plaza Sésamo marca un hito en la historia de la televisión, sobre el cual merece reflexionarse a pocos meses de su 40° aniversario, porque fue el primer intento serio de aplicar las teorías de vanguardia de la pedagogía (y del mundo de la publicidad y de televisión para adultos) a un programa educativo para niños.

Hoy los televisores del lado occidental del planeta están inundados por una abundancia vertiginosa de programación infantil. Y aunque hay ofertas locales en cada país, por supuesto, también existe un imaginario globalizado que une a todos los televidentes pre-escolares, si no en una tribu propiamente dicha, sí en un lenguaje audiovisual compartido. Un chico en Lanús Oeste ve el mismo Lazy Town que otro en Akron, Ohio; los pequeños en París se prenden a los Backyardigans igual que sus pares en Honolulú, Hawaii. Y etcétera. Como la comida, las golosinas y el deporte, los entretenimientos infantiles entraron plenamente en el paradigma de la globalización. Pero todos estos programas tienen una deuda con este ciclo iconográfico, Plaza Sésamo –que ahora nos puede parecer medio anticuado, una reliquia viviente– que en su momento fue realmente revolucionario (Ya verémos por qué).

El taller televisivo para niños

El grupo productor que se creó cerca del 67 para armar Plaza Sésamo se llamaba "The Children's Television Workshop" (o el taller de televisión para niños). La elección de palabras es significativa. Los creadores del programa –compuesto por titiriteros, directores, y académicos de toda índole especializados en el aprendizaje infantil– veían su proyecto como un gran experimento cuyo proposito fundamental era utilizar la televisión (y las herramientas comprobadamente funcionales de la televisón para adultos, como la publicidad y la comedia) para crear un programa que sería tan efectivo para enseñar a los niños –o más aún– que el colegio.

Además hubo un intento deliberado de dirigir el programa a chicos pobres en los centros urbanos del país. La elección de situar el set en un barrio urbano modelado en una calle de Harlem fue controvertida en su momento. Es como si hoy en la Argentina se situara un programa para niños en una villa pensando explcitamente en los chicos marginados como la audiencia principal. En esta misma línea, Plaza Sésamo fue el primer programa para niños –por lo menos en los Estados Unidos– con un elenco compuesto por razas mixtas: blancos, negros e hispanos. Fue justamente por este motivo que en los primeros años de su emisión fue vedado en el estado sureño de Mississippi. Según Matthew Johnson, un especialista estadounidense en medios, en ese momento de la televisión de los EE.UU., el único programa con un elenco compuesto por negros y blancos era Star Trek. Dice Johnson: "Las elecciones que tomaron en Plaza Sésamo fueron realmente valientes. El país no estaba preparado para eso. En su momento era algo muy, muy raro".

A pesar de estas decisiones que podrían haber llevado el "experimento" a un fracaso súbito, los resultados inmediatos del Workshop fueron positivos. En enero de 1970, a sólo tres meses del estreno del programa, The New York Times reportó que unas pruebas preliminares indicaban que niños de hogares pobres que veían regularmente Plaza Sésamo estaban avanzando en su educación al doble de velocidad que los chicos que no miraban el programa.

Además de este resultado pedagógico cabe resaltar tres elementos que contribuyeron al éxito de la serie que hoy, 40 años después, sigue en el aire –es el programa infantil más antiguo de la historia– y se ve en 140 países.

Uno fue la incorporación de celebridades a la trama. La intención de esta decisión de casting fue inducir a los padres a mirar el programa junto con los hijos. Esta técnica sigue siendo utilizada, por supuesto, hoy en día, en muchos de los programas infantiles. Su manifestación más grotesca, por lo menos en la Argentina, es el programa infantil dirigido por una voluptuosa vedette.

El segundo elemento destacable –que ahora es corriente, pero que en su momento fue también revolucionario– fue incorporar el humor (un modelo que tenían muy presente los miembros del Workshop era el show cómico Laugh In, un proto-Saturday Night Live); y por otro lado las técnicas de la publicidad: mucha repetición de imágenes y eslóganes. Pero en vez de vender cerveza o cigarrillos, los creadores estaban vendiendo el alfabeto. En las primeras décadas de Plaza Sésamo, cada programa era "auspiciado" por una letra y un número.

La tercera faceta que, sorpresivamente para la sensibilidad moderna, fue una innovación de Plaza Sésamo, consistió en combinar un elenco de títeres con seres humanos. Todos los grupos de estudio que se hicieron antes de la filmación del programa piloto coincidían en que los segmentos con títeres tenían que presentarse en bloques aparte de los que se hacían con actores humanos. Pero los testeos exhaustivos (dignos de la NASA) mostraron que los chicos no tenían el menor problema en ver a las dos "especies" compartiendo escenas. Y así fue como los muñecos de Jim Henson –el legendario titiritero– se convirtieron en protagonistas, en vez de meros actores de reparto.

Episodio uno: shock cultural al revés

Cuando se editó en los Estados Unidos el DVD con las primeras temporadas de Plaza Sésamo –en noviembre del 2007– vino acompañado por una advertencia que, para los que se criaron con el programa, parecía absurda: "Estos episodios de Plaza Sésamo están dirigidos a adultos y podrían no ser aptos para las necesidades de el niño preescolar de hoy".

¿Cómo puede ser? Veamos el Episodo 1. Tras la cortina musical que muestra niños blancos, afro-americanos e hispanos jugando en una plaza urbana (es toda de cemento) aparece uno de los protagonistas humanos de la serie, un tal Gordon. Está llevando a una chica de unos cinco años llamada Sally –que acaba de conocer– de la mano para que lo acompañe a tomar galletas y leche en su departamento con su esposa. La levanta a upa y le acaricia el pelo en varias ocasiones. Viendo esta escena hoy, más de un padre se sentiría bastante incómodo.

El segundo bloque es un videoclip con una canción hippie llamada "Hello Cow." Una voz en off explica: "Dos veces por día, en granjas de toda América, por la mañana y en el atardecer, es la hora lechera." En este momento hiper-industrializado y urbanizado, este clip parece una especie de propaganda retro-soviética. Un tercer clip muestra a cinco niños jugando en unas tierras baldías: corren por largas cañerías abandonadas, caminan por encima de precarias palancas en un sitio en construcción, y corren a través de ropa colgada tirándola toda al suelo, riéndose todo el tiempo. Tendrán alrededor de cinco años. No se ve un adulto en ningún lado.

Es un shock cultural ver lo que se consideraba normal hace sólo 40 años: las relaciones abiertas entre niños y adultos no familiares, la libertad de los niños para salir a jugar en la calle, el idealismo sobre el gran emprendimiento humano. Con razón estos primeros episodios son considerados sólo aptos para adultos.

Casi todos los programas pedagógicos para preescolares de hoy ocurren en mundos imaginarios, totalmente arrancados de la realidad cotidiana, retocados por técnicas de animación computarizada. Es como si no quisiéramos mostrarles a nuestros hijos la verdad del mundo. O por lo menos, postergarles el mal trago. Están tan atravesados por publicidades que no se sabe si el programa existe, en realidad, para apoyar la venta de productos. Plaza Sésamo inventó el magazine de enseñanza pre-escolar para la televisión. Todos los programas que vemos hoy están –consciente o inconscientemente– en deuda con él. Pero sus ideales iniciales –fruto de los años 60– de integrar a los niños pobres con los más privilegiados, de entretener y educar, de armar un producto vacío de cinismo o de fines comerciales (pero usando los trucos del comercio, como un caballo de Troya con el único fin de enseñar el alfabeto y los números), de crear un humor que podría disfrutar un niño junto con sus padres... Como todos los sueños utópicos de ese tiempo trágico y glorioso, desde el viaje a la Luna hasta la visión de King, aquellos ideales quedaron para la anécdota.

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