martes, 29 de diciembre de 2009

BALANCE DE LO SUCEDIDO EN LA PRODUCCION ARGENTINA 2009



Una reina, nueve princesas y demasiados interrogantes

El cine local subió su cuota de mercado, la película de Juan José Campanella generó un suceso sin precedentes, hubo 85 estrenos, gran diversidad temática y muy buenas obras. Pero nada se presentó tan fácil como parece, y 2010 amerita un buen debate.

Por Horacio Bernades

El secreto de sus ojos, cómo te quiero. Invocando ese mantra, la industria del cine argentino levanta la copa y brinda, al cabo de un año en el que los números se fueron para arriba. Gracias a la película de Campanella, claro. De no haber sido por ella, a esta altura se estaría viviendo la situación inversa, con rostros preocupados en lugar de festejos. ¿El que termina fue entonces un buen o un mal año para el cine argentino? Los que se rigen por la estricta verdad de las cifras –que es ciega, pero no zonza– están convencidos de lo primero. Aquellos que prefieren ver más allá de las estadísticas se quedan pensando, en cambio, que los fenómenos –como el de la película que convirtió a Juan José Campanella en personaje-de-tapa-de-número-de-fin-de-año-de-revista-Gente– son circunstanciales. Lo que perdura son los procesos. Y el proceso que el cine argentino viene llevando adelante está más cerca de la pelea, la prueba, el golpe y la recuperación, que del éxito clamoroso.

Cuatro puntos: ése es el margen que subió la cuota de mercado del cine argentino a lo largo de 2009, en relación con la de la temporada anterior. ¿Qué es la cuota de mercado o, para decirlo como en el mundo de los negocios cinematográficos, el market share? Un técnico la definiría como el porcentaje de participación de un cierto subconjunto (las películas argentinas, en este caso), en relación con el conjunto total (el de las entradas de cine vendidas a lo largo del año), en un mercado determinado. El territorio argentino, para el caso. En 2008, ese margen había sido de alrededor del 12%. En 2009 fue del 16%. Pero, claro, basta ver qué porcentaje representó El secreto de sus ojos en relación con el total de entradas vendidas para que la sonrisa se borre: el 45% de las películas argentinas estrenadas en el año. Casi la mitad.

Eso quiere decir, entre otras cosas, que sin la película de Campanella otra hubiera sido la canción. O que en este momento Campanella representa, por sí solo, medio cine argentino. ¿Y la otra mitad? Ah, eso es un problema.

Cuestión de principios logró superar sus pronósticos.
Una semana solos, otra visión sobre la vida en el country.
El último verano de la Boyita, otro buen título de la temporada.

El 1

El top ten del año (ver recuadro) permite verificar que en el período que se cierra el cine argentino consolidó la tendencia registrada a lo largo de la década. Una tendencia que empezó siendo la de muchos concurrentes con pocos ganadores, para ir derivando de a poco a un modelo de ganador único. O casi. El monowinner modelo 2008 fue Un novio para mi mujer, que con casi un millón y medio de espectadores resultó todo un batacazo. Este año le toca el turno a El secreto de sus ojos, que entre otros records llevó a las salas más del 50 por ciento de público que el golazo de Taratuto, quintuplicó las cifras de su inmediata seguidora (Las viudas de los jueves, que permitió a Marcelo Piñeyro recuperar el público que había perdido con la anterior El método) y concentró casi la mitad de espectadores de películas argentinas. Para no mencionar que se trata de una de las películas más vistas desde que se emplean las estadísticas cinematográficas en Argentina, claro.

Todo un síntoma del estado de cosas, el resto de las diez más vistas de 2009 se parece más a una lista de perdedores que de ganadores. Tal como sucedió el año pasado (recordar High School Musical: El desafío, Brigada explosiva: Misión pirata, Los Superagentes: La nueva generación), las películas crasamente comerciales no llegaron ni a la mitad de sus medias históricas (el caso de Papá por un día y El ratón Pérez 2). Otro tanto sucedió con lo que podría llamarse “cine industrial de calidad” (Música en espera, Anita) y con un par de representantes de lo que cabría considerar, con todas las comillas del caso, “qualité nacional” (Felicitas, El corredor nocturno). En concreto, del listado de nueve presuntas princesas que desfilaron alrededor de la monarca absoluta, El secreto de sus ojos, sólo Las viudas de los jueves estuvo a la altura de las expectativas de público, permitiendo a su realizador, Marcelo Piñeyro, remontar la baja respuesta de El método.

En un contexto de cifras fatalmente módicas hubo, sí, dos películas que subieron por encima de los pronósticos. Una fue Esperando la carroza 2, firme candidata a “peor película del año” y la cuarta más vista. La otra, Cuestión de principios, en la que la llave Luppi-Alterio-Echarri rindió buenos dividendos. ¿Y por debajo del top ten, qué pasó? Ah, ése es otro problema.

Regreso a Fortín Olmos: excelente documental, casi sin público.
Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro, segunda en el top ten.

85, 10, 10.000

En el año se registraron 85 estrenos argentinos. Toda una enormidad, que más que a una demanda real responde a la política oficial de estrenar cualquier cosa que esté terminada de cualquier manera, el cifrón supera incluso los dudosos records de las administraciones previas, haciendo parecer al cine argentino a esos pollos engordados artificialmente. ¿Con qué expectativa se lanza ese paquete de películas? Con muy poca: más de la mitad de ellas se lanzó en menos de 10 salas, techo que hasta hace unos años se consideraba un piso. Otra cifra que asusta es la de público: salvo las 20 más vistas, la larga sesentena restante no llevó más de 10.000 espectadores por película. Suma que es más una resta que una suma.

Pero, claro, como bien señala la realizadora Celina Murga (ver columna de opinión), hay películas que no tienen por qué aspirar a la masividad. Que no tienen por qué estrenarse en más de diez salas, que no tienen por qué llevar más de 10.000 espectadores. Por la sencilla razón de que los propios realizadores saben, cuando las hacen, que no son para todos. Dejar de fomentar la producción de esa clase de películas (de Una semana solos, de Vil romance, de El último verano de la Boyita, de Castro, de La sangre brota, para nombrar algunos ejemplos de este año) representaría, lisa y llanamente, el asesinato de un cine de calidad, el triunfo definitivo del pochoclo (ver, a propósito de esto, columna del productor Diego Dubcovsky). Lo cuestionable son esas 10, 15 o hasta 20 películas que se estrenan en salas oficiales, sin previo aviso de tan marginales que son, sin privadas previas para la prensa y hasta con parte de la prensa especializada enterándose de su estreno... el día del estreno. En una palabra: puro truchismo argento, que no le sirve a nadie. Salvo a los que estrenando cualquier cosa cobran el jugoso subsidio oficial, claro.

La sangre brota, representante de un cine de calidad.
León Gieco debutó como director con la notable Mundo Alas.

58

Dicen que ésa es la cantidad de espectadores que llevó Regreso a Fortín Olmos, el documental de Jorge Goldenberg y Patricio Coll premiado en Mar del Plata 2008 y estrenado a comienzos de año, en las salas del Malba y Tita Merello. No la fue a ver nadie, prácticamente. ¿Eso le impide haber sido el mejor documental argentino del año y una de las diez mejores de la temporada? Desde ya que no. ¿El Estado debería dejar de fomentar esa clase de películas? Todo lo contrario: para fomentar esta clase de películas es que existe un organismo del Estado encargado de regular la actividad: el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales. Como bien dice en su columna Dubcovsky: “La existencia de un cine nacional es una decisión del Estado, aquí y en cualquier parte”.

Lo mismo podría decirse sobre todas las nombradas en el último párrafo del apartado anterior de esta nota. Pertenecientes en su integridad a la categoría sub-10.000, bastaría sumarles otras como Todos mienten, El asaltante, El amarillo, Unidad 25 e Iraqi Short Films para dar, casi con exactitud, con las diez mejores películas argentinas estrenadas en el año. Llamativamente, buena parte de ellas no recibió subsidios o créditos oficiales. Créditos y subsidios que varias de aquellas otras diez o quince, estrenadas entre gallos y medianoche, sí recibieron. ¿La política oficial premia entonces a los mediocres y castiga a los talentosos? No debería ser así. Todo indica que así es, producto seguramente de esas hendijas de irracionalidad y descontrol que se abren, con demasiada frecuencia, en oficinas y edificios públicos. Y que se mantienen abiertas, como si nadie se diera cuenta.

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