Un poster psicodélico estallando en el cerebro
Por Alfredo García
Habría que imaginar un poster psicodélico estilo década de 1970 que explota en la pantalla con texturas, colores y relieves de una nitidez increíbles. En Avatar, James Cameron aplica el mayor presupuesto de la historia del cine y toda una compleja parafernalia tecnológica, para reinventar en términos cinematográficos la estética setentista de los cómics alucinógenos de Richard Corben, Moebius y la revista Metal Hurlant en general, las fantasías heroicas ilustradas por Frank Frazetta, el arte de discos de rock de dibujantes como Roger Dean, y cualquier delirio visual por el estilo que Cameron haya soñado tratar de filmar mucho antes de convertirse en el superpoderoso director de Terminator, Aliens y Titanic.
Siendo la película más cara de la historia, y un desafío tecnológico lanzado como una revolución que podría marcar un hito en la industria del cine –tanto por el hiperrealismo de sus imágenes digitales, que no son simples animaciones generadas por computadora, como por el énfasis en la exhibición en 3D–, sin duda las imágenes de Avatar plantean un curioso regreso a la estética de la década de 1970, lo que no es una casualidad teniendo en cuenta la historia de James Cameron, que no por nada se pasó tanto tiempo preparando un proyecto ideal luego del éxito rotundo de Titanic. Es decir, de la película que recaudó una fortuna y terminó ganando más Oscar que Ben Hur.
Pero Avatar no es Titanic, una historia tan simple como contundente, pero no especialmente original (salvo tal vez por la escala épica de la reconstrucción de un suceso histórico filmado varias veces con anterioridad). La nueva película de Cameron está más conectada con los conceptos más audaces del director, como el primer Terminator y especialmente la muy extraña y personal El abismo, un gran film malogrado por el corte de unos 45 minutos de metraje que le daban su verdadero significado a la trama, tal como se puede comprobar viendo la versión extendida relanzada años después del estreno original. El guión contaba una historia de encuentros con extraterrestres en las profundidades del océano, sin el carácter terrorífico típico de los Aliens previos de Cameron, con una escena de tsunami apocalíptico –justamente en la sección cortada en el estreno– y una serie de proezas técnicas y visuales, empezando por algunas de las primeras y mejores escenas de personajes creados digitalmente del cine de los ’80. Pero evidentemente el Cameron de aquellos tiempos, aun con sus taquilleras producciones previas, no pudo defender un proyecto como The Abyss, por lo que comprensiblemente luego se dedicó a asuntos más seguros, como la secuela de Terminator, la comedia de espías Mentiras verdaderas y la fórmula arrolladora del romance imposible en medio del hundimiento del Titanic.
Y aun con el fenómeno de taquilla de Titanic en su haber, Cameron se tomó todos estos años antes de volver a pensar en una película con un concepto tan complejo y original, seguramente esperando el momento adecuado para llevarlo adelante con la más absoluta libertad creativa, económica y tecnológica, de manera tal que lo de The Abyss no pudiera volver a suceder. Especialmente con una historia de un enfrentamiento entre humanos despiadados y extraterrestres humanoides azules y con un rabo felino, decididos a defender su tierra al mejor estilo de los apaches en algún western (de hecho, Wes Studi, el protagonista de Geronimo, de Walter Hill, es uno de los líderes de esta raza especialmente conectada con la extraña naturaleza que los rodea). Por otro lado, el héroe humano es un marine inválido que cobra vida “virtualmente” infiltrándose entre los nativos azules –los Na’vis– a través de un cuerpo sintético, el avatar del título.
En distintos reportajes sobre Avatar, Cameron explica que su fuente de inspiración se remonta a todos los libros de ciencia ficción que leyó de chico, más algunos libros de “aventuras varoniles en la selva” de autores como H. Rider Haggard (Ella) y sobre todo Edgar Rice Burroughs (el de Tarzán, pero también el de Una princesa de Marte, muy en sintonía con el argumento de Cameron). El director también explicó varias veces que su sueño era poder plasmar todas las ideas para películas de ciencia ficción imposibles que se le iban ocurriendo cuando apenas era un aspirante a cineasta y aún ni siquiera sabía cómo entrar en la industria. Las ilustraciones de las portadas de Edgar Rice Burroughs por Frank Frazetta, así como las adaptaciones de clásicos literarios fantásticos de éstos y otros autores a cargo de artistas como Richard Corben, evidentemente estaban desde esos primeros tiempos en la mente de Cameron, que a fines de los ’70 consiguió trabajo en el estudio de Roger Corman, que pronto lo ascendió de maquetista a diseñador de producción de la remake espacial de Los siete samurais, dirigida por Jimmy Murakami, Batalla más allá de las galaxias (algo así como la respuesta cormaniana a los jedis de George Lucas).
El nexo entre Cameron y las historietas de la revista de historietas Heavy Metal (nombre inglés de la original francesa Metal Hurlant) está claro desde aquellos tiempos, empezando por el dato de que Murakami luego dirigió uno de los mejores segmentos del film de animación sobre los cómics más famosos de la revista, incluyendo a Corben y a Moebius (a quien luego contrató como artista conceptual precisamente en The Abyss). Otro colaborador importante de Cameron en este terreno ha sido Ron Cobb, ilustrador, diseñador y dibujante de cómics y responsable de portadas de discos de rock psicodélico como Jefferson Airplane. Cobb colaboró en Aliens, True Lies y The Abyss, y si bien no hizo nada en Avatar, su influencia en los diseños de los gadgets futuristas de los personajes humanos es inconfundible, del mismo modo que las imágenes de una bella marciana azul con rabo felino volando montada en un ave gigantesca nos lleva directamente a Moebius y la revista Heavy Metal. Por otro lado, las montañas flotantes y los árboles gigantescos con raíces que cruzan abismos a manera de puentes retorcidos parecen clones increíblemente vívidos de los clásicos dibujos cósmico-psicodélicos con los que Roger Dean cubría los vinilos de bandas como Yes y Uriah Heep (entre los más recientes avatares de Avatar, se destacan varios blogs que piden reconocimiento a Roger Dean por parte de Cameron, insistiendo en comparar dibujos originales del clásico ilustrador del art rock setentista).
Pero más allá de su riqueza visual, que durante buena parte de sus 165 minutos de proyección prácticamente quita el aliento, Avatar es mucho más que el más perfecto poster psicodélico convertido en película con 500 millones de dólares (y si así fuera, estarían bien invertidos, ya que como dijo Corman sobre su ex empleado, “a diferencia de las megaproducciones hollywoodenses actuales que gastan fortunas en cosas que no se ven en la pantalla, cada dólar que invierte Cameron sí aporta algo a la película”).
Aun como relato clásico de aventuras fantásticas –con el mayor respeto por la tradición de varios géneros del cine de súper-acción, incluyendo el western–, Avatar funciona en varios niveles, desde la ingenua fábula ecológica, extraña y de cierto modo bastante optimista hasta la visión del fenómeno del mundo virtual y las redes sociales, que en general el cine suele tratar de modo bastante más negativo.
En todo caso, es una película con tal riqueza visual e ideas que funcionan en distintos niveles a la vez, que es complejo descifrarla del todo en una sola visión. Y lo que es seguro es que al espectador que se suba a esta experiencia fílmica (sobre todo en 3D e IMAX) todos los hallazgos tecnológicos tan interesantes y comentados finalmente no le importarán en absoluto.
Simplemente, como explica el villano Stephen Lang a los nuevos reclutas, antes de entrar al planeta Pandora hay que saber que es un lugar rarísimo, lleno de una fauna y flora difícil de concebir, y habitado por unos nativos azules gigantes y con cola capaces de cabalgar sobre las bestias más extrañas que se pueda imaginar. Sin entrar en más detalles, Cameron hace ingresar al espectador en ese mundo imaginario de una manera sólo comparable a la de los grandes universos creados por el cine, es decir Metrópolis, Blade Runner, 2001, Forbbiden Planet y no muchos más.
Nada mal para un director que empezó su carrera con una película clase B de pirañas voladoras.
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