jueves, 17 de septiembre de 2009

EL DESTINO FINAL, TERROR EN TRES DIMENSIONES



Con los anteojos no alcanza

La cuarta entrega de la serie de películas en las que un grupo busca escaparle a la mismísima Parca no consigue levantar vuelo ni siquiera en el rubro de “muertes espectaculares” que la caracteriza. Y el 3-D termina volviéndose pura rutina.

Por Diego Brodersen

Y se va la cuarta. Aunque la excusa argumental y el título (con un “El” por delante como única distinción) vuelvan a los orígenes y un enorme “3-D” decore los afiches con la novedad estereoscópica. Al fin y al cabo, todo es cuestión de números. O de cómo atraer a nuevos y viejos espectadores con el consuelo de las tres dimensiones, que de nuevo tiene bien poco. Lo triste del asunto es que si bien el nombre del director, David R. Ellis, preanunciaba posibles delicias, los resultados terminan siendo más bien insípidos. Veterano doble de riesgo y asistente de segundas unidades, en los últimos años Ellis consiguió un ascenso al escalafón de realizador, pergeñando una trilogía de films de bajo consumo y alto rendimiento: Destino final 2 (precisamente la segunda entrega de la saga que nos compete), Celular y Terror a bordo representan un modelo de cine de suspenso y acción alejado de los grandes presupuestos al uso, pequeñas gemas de emoción visceral y ritmo sin freno de mano a la vista que se disfrutan, en gran medida, por su notoria falta de ambiciones. El destino final corta con un sopapo la racha de buena fortuna cinematográfica como consecuencia directa del escaso vuelo de la puesta en escena, fundamentalmente a la hora de representar las muertes, que de eso se trata, pero también de los intervalos entre las mismas.

Como en los capítulos anteriores, la cosa arranca con un accidente multitudinario del cual un puñado de personajes sale ileso gracias al poder clarividente de alguno de ellos. Lejos del múltiple choque en la ruta de Destino final 2 –set piece de antología que retrotrae al espectador a los inicios del cine, cuando el poder de atracción del prodigio creado en pantalla por los efectos especiales permanecía en estado virginal–, aquí una secuencia similar en una pista de carreras da inicio al film con los caballos de fuerza cansados. Apenas algún objeto punzante volando hacia los ojos del espectador es capaz de sacudir momentáneamente la abulia, abusando de la más física de las reacciones. Luego del desastre, las malas nuevas: escaparle a la Muerte, más temible que Jason, Freddie y demás espantajos fílmicos juntos, no es cosa sencilla. Al fin y al cabo, la Parca entendida de esta forma es casi una sublimación de los deseos del Coyote, el universo todo como enorme fábrica Acme a su disposición. Así se reinicia la seguidilla de “muertes sofisticadas”, único sostén dramático de toda la franquicia.

Barajados los naipes del destino, la única manera de sostener el interés –algo que maestros del crimen sanguinolento como Dario Argento conocían al dedillo– es estrujar la imaginación para escaparle a la previsibilidad y su corolario, el tedio. Es ése el principal escollo de El destino final: el poco atractivo contexto y ejecución de las mutilaciones y muertes violentas. Más allá de algún aislado toque de ingenio en la tradición del Grand Guignol más primitivo –con la “muerte por escalera mecánica” en el tope de los charts–, nada sacude la linealidad de la estructura y sus condimentos, e incluso el reparto parece más anclado en la inexpresividad que en otros productos similares. La muletilla que hace de la expresión “rutinario” el centro de ciertas apreciaciones críticas parece haber sido inventada para un largometraje como éste. Ni siquiera el uso del 3D, que en gran medida adquiere el rol estelar del film, logra evitar el bostezo más allá de la marca de la media hora. Y es que hasta que alguien demuestre lo contrario, el uso de la estereoscopia en esta nueva etapa digital no difiere mucho de su primera era dorada en los años ’50. Luego de unos quince o veinte minutos de sorpresa por el efecto de profundidad, los ojos se adaptan a la sensación de perspectiva y ya no hay penetración ocular o tripa voladora que elimine la irritante sensación de lo ya visto. En las dimensiones que sean.

EL DESTINO FINAL

(The Final Destination, Estados Unidos, 2009)

Dirección: David R. Ellis.

Guión: Eric Bress.

Fotografía: Glen MacPherson.

Montaje: Mark Stevens.

Diseño de producción: Jaymes Hinkle.

Música: Brian Tyler.

Intérpretes: Bobby Campo, Shantel VanSanten, Nick Zano, Haley Webb, Mykelti Williamson, Krista Allen.

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