Susana y los viejos o El Baño de Susana, Tintoretto (1555-56).
La dieta, la dieta; como los viejos médicos hipocráticos –que centraban en ella toda o gran parte de su terapia–, ahora parece que la dieta está asociada a la longevidad y a los dichosos antioxidantes, estrellas de la esperanza de vida actual. Y un resultado sorprendente: lo bueno es comer poco. Cosa que ya saben de memoria dos tercios de la población mundial.
Por Esteban Magnani y Luis Magnani
La ciencia puede servir tanto para descartar ideas aceptadas como para confirmar lo que ya parecía obvio. En el caso de un estudio que lleva casi 20 años desde su inicio, los primeros resultados se acercan más a la segunda opción: las dietas bajas en calorías son beneficiosas para la salud y aumentan la expectativa de vida. Aunque, como siempre, las cosas no son tan simples como parecen.
El estudio de la Universidad de Wisconsin es el primero que se hace con una especie tan cercana a los humanos, los monos Rhesus o macaca mulatta, y confirma otros trabajos anteriores realizados en ratones. La explicación es simple y se basa en la reducción de radicales libres, el desecho que provoca la combustión metabólica.
Así como el motor de un auto produce residuos que lo van afectando hasta que deja de funcionar, en el interior de las células se crean estas moléculas con un electrón no apareado que, en busca de compañía, pueden afectar el ADN de la célula con todas las consecuencias que esto implica. La conclusión parece simple: a menos comida, menos radicales libres, menos daño celular y un envejecimiento más lento.
Por suerte, para los que aprecian un buen plato, el cuerpo ha desarrollado formas de reparar muchos de los efectos que producen los radicales libres. Sin embargo, a la larga, y de manera implacable, los daños se van acumulando y las células comienzan a reproducirse con defectos o, directamente, no lo hacen y el cuerpo falla: comúnmente, y para resumir, esto se llama envejecimiento, aunque no es el único factor que lo determina.
Dieta: el quid de la cuestion
Gracias a diversos estudios, se sabe que los ratones sometidos a una dieta a base de elementos saludables, pero con un 30 por ciento menos de calorías, viven hasta un 40 por ciento más que los ratones alimentados normalmente.
La pregunta obvia es: ¿puede trasladarse esta comparación a los humanos? Para saber, al menos, si los primates respondían igual que los roedores, un equipo liderado por Ricki Colman y Richard Weindruch, de la Universidad de Wisconsin lanzó, en 1989, un experimento con 76 monos Rhesus de los cuales una mitad, la de control, fue alimentada normalmente mientras la otra era sometida a una dieta con un 30 por ciento menos de calorías.
Los resultados requerían una buena dosis de paciencia puesto que los macacos Rhesus viven un promedio de 27 años con la posibilidad de alcanzar los 40. Sin embargo, 20 años después, los investigadores dieron la buena noticia de que tanta tolerancia estaba dando réditos ya que la dieta con bajas calorías ha beneficiado, hasta ahora, a aquellos macacos que la siguieron al pie de la letra con buenos resultados: notable disminución de casos de diabetes, cáncer y enfermedades que afectan al corazón y el cerebro.
Sólo comparar datos basta para conocer el alcance del estudio: mientras en este grupo no se observaron casos de diabetes, en el grupo de control se encontraron 5 casos. Esto significaría, al menos teóricamente, que la dieta en bajas calorías disminuye la velocidad con la que se deterioran sus células, entre otras cosas; lo que desacelera, a su vez, el proceso de envejecimiento. Por supuesto, esto ratificaría que comer poco, lo justo y necesario sería beneficioso para la salud humana.
Con respecto a las cifras, se encontró que el grupo de monos con alimentación normal, que falleció hasta ahora por causas atribuibles a la edad, fue del 37 por ciento contra el 13 del grupo restante. Esto dio pie a que David Allison, el ayudante del Dr. Weindruch en lo que a estadísticas se refiere, basándose en estudios similares hechos con ratones, pronosticara que los monos con dieta tendrían una expectativa de vida entre un 10 y un 20 por ciento superior a los otros, lo que entre humanos se traduciría, al menos en los países desarrollados, en un aumento de la esperanza de vida de entre 7 y 14 años.
El problema es que poca gente con acceso ilimitado a la comida puede mantener una dieta con un 30 por ciento menos de calorías que lo normal, como demuestra la tendencia al aumento de la obesidad en los países desarrollados pese a todas las campañas. Ergo, ante la evidente dificultad de fomentar las dietas, los científicos están buscando una droga que obtenga beneficios similares sin tanto esfuerzo.
Una de estas drogas es un antioxidante que neutralizaría los radicales libres, llamado resveratrol que –buenas noticias– se encuentra en el vino tinto; aunque –nunca la felicidad es completa– en cantidades tan pequeñas que su efecto es insignificante. Para el Dr. Weindruch, el estudio ofrece datos alentadores y el resveratrol podría duplicar algunos efectos beneficiosos de la dieta de bajas calorías, aunque los antecedentes con otros antioxidantes no son muy positivos.
Otras voces
Como algunas veces ocurre con los avances científicos, las conclusiones optimistas tropiezan con opiniones en contrario y viceversa; y de la discusión brota, eventualmente, la luz. Los críticos del estudio de los monos Rhesus afirman que las muertes que el equipo descartó en la estadística de muerte por envejecimiento deberían ser incluidas.
Es decir, aquellas muertes de los monos producidas por causas diversas –como la endometriosis o la inflamación gástrica–, no son contabilizadas por el equipo investigador porque no son causadas por la vejez. Y esto, precisamente, acrecienta la diferencia entre las muertes de los monos no alimentados con bajas calorías respecto del segundo grupo.
Ahora, si la diferencia no es significativa, la dieta de bajas calorías pierde su razón de ser, afirman los críticos del equipo investigador, encabezado por Steven Austad, de la Universidad de Texas. Además, este experto en envejecimiento afirmó, también, que es demasiado pronto como para sacar conclusiones definitivas.
Un estudio del biólogo Jay Phelan, investigador de la Universidad de California, comparó las expectativas de vida de los habitantes de Okinawa, que comían en promedio un 17 por ciento menos que sus pares de Tokio, y concluyó que una diferencia de un 35 por ciento en la cantidad de calorías consumidas podría justificar un aumento en la expectativa no superior a dos años.
Incluso, como demuestra la diferencia entre países desarrollados y emergentes, lo fundamental para determinar la expectativa de vida no es la cantidad de alimento disponible: si esto fuera así, países como la India o Somalia deberían estar a la cabeza en la materia.
Otros investigadores se preguntan por la calidad de vida de los monos sometidos a una constante dieta. ¿Están tranquilos o inquietos? ¿Se adaptan o se muestran irascibles? En otras palabras, ¿cuánta gente aceptaría vivir más pagando un precio tan alto? Experiencias con ratones indican que aquellos que comían menos se volvían más irritables. ¿Ocurriría lo mismo con los humanos?
Así las cosas, es posible que un segundo estudio, encarado un poco más tarde por el Instituto Nacional de Envejecimiento (Aging en inglés) traiga más claridad al tema. Aunque estos investigadores aún no han emitido opinión, el líder del equipo, Julie Mattison, aseguró que hay señales de que el sistema inmunológico del grupo a dieta se mantiene mejor que el otro.
Por otro lado, Weindruch mismo admitió que es consciente de que poca gente se sumaría a una dieta tan restrictiva, y que la energía debería enfocarse en controlar el aumento de la obesidad; en países como EE.UU. afecta a dos tercios de la población que no puede mantener, siquiera, lo que hasta hace poco se consideraba una dieta promedio.
Hasta tanto no se zanje la cuestión, habrá que ver si se comienza a reducir la ingesta diaria de comida o resignarse a que, como dicen Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Vivir, sólo cuesta vida”.
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