El poder de la cháchara
Un experimento demostró que la pantalla de la TV y su intromisión abrumadora en el círculo familiar produce retrasos en el desarrollo cognitivo y en la adquisición del lenguaje. ¿Será verdad? Las cifras parecen contundentes. ¿Y qué pasará con las computadoras?
Por Esteban Magnani y Luis Magnani
Demonio y salvador. Esa es la sensación que la mayoría de los padres tienen respecto de la televisión. En un mismo artefacto con veleidades de divinidad, pueden percibir, al mismo tiempo, la posibilidad de una charla de media hora sin interrupciones gracias a que el infante se encuentra hipnotizado por los rayos catódicos, o un demonio que vaciará el alma de sus hijos.
Lo que resulta innegable es el poder de este Dios-Demonio, que llega a ser mirado con devoción de 3 a 4 horas promedio en los países desarrollados. Ocurre que quien se entrega a la TV, niños incluidos, logra el nirvana prometido por Buda: olvidar el deseo propio y alcanzar la paz con el mundo aunque sea por unas horas.
En 2001, el Comité de Educación Pública de la Academia Americana de Pediatría (www.aap.org) recomendaba no exponer a los niños menores de dos años a la televisión y urgía a sus padres a realizar más juegos interactivos con ellos. Por un lado, la obviedad del consejo sólo agrega culpa a padres de por sí sobreexigidos por el trabajo y la falta de ayuda familiar, típica de la vida moderna, en la que todos trabajan (abuelos incluidos) y, por el otro, obliga a preguntarse sobre el poder de la televisión.
Es que la TV apela a una serie de reflejos condicionados que hacen que hasta un lactante intente girar la cabeza para observar esas luces que se suceden una tras otra. Ahora, concretamente, ¿cuál es el verdadero costo de poner a los niños frente al televisor? Aquí, algunas respuestas que provienen de la estadística fría y que permiten vislumbrar respuestas más concretas.
El estudio
El Dr. Dimitri A. Christakis, director del Centro de Salud, Comportamiento y Desarrollo del Niño, del Instituto de Investigación sobre Niños, de Seattle, EE.UU., lideró el primer estudio sobre el impacto de la TV que se llevó a cabo directamente en los hogares. Según explica, los investigadores siempre tuvieron conocimiento de que la exposición a la televisión durante la infancia estaba asociada con demoras en el enriquecimiento del lenguaje y con problemas de atención. Sin embargo, había una carencia de experimentos que permitieran asegurarlo.
El estudio proveyó de números concretos a la teoría según la cual cuando la tele está encendida, las conversaciones en el hogar se reducen. Y no es sólo que los nenes vocalizan menos, sino que también quienes los cuidan se dirigen a ellos con menor frecuencia, por lo que la estimulación a la respuesta y al diálogo, por elemental que parezca cuando se trata de un bebé, se minimiza notoriamente.
El estudio abarcó 329 casos, que iban de los dos meses de edad hasta los cuatro años. Los niños estudiados fueron equipados con chalecos especialmente diseñados. En días de cada mes elegidos al azar se instaló, en un bolsillo ad hoc de los mismos, un grabador digital de tamaño y peso mínimos.
Esto se hizo, para cada niño, durante un lapso de hasta dos años. Los grabadores registraron todo lo que los niños dijeron y escucharon durante períodos de doce a dieciséis horas continuas. Por supuesto, los aparatos se quitaron durante las siestas, baños, sueños nocturnos y paseos al exterior.
Los archivos que contenían las vocalizaciones, sonidos y murmullos emitidos por los niños, así como también los sonidos que escucharon provenientes del entorno en el mismo lapso, fueron analizados por un software de identificación del habla. Las mediciones incluyeron el conteo de palabras adultas, vocalizaciones infantiles e interacciones conversacionales. Estas últimas se refieren a los intercambios que se producen dentro de los cinco segundos cuando un niño vocaliza algo y un adulto le responde o viceversa.
Los resultados confirmaron las expectativas: por cada hora de televisión audible se producía una reducción de las vocalizaciones infantiles, de la duración de las mismas y también de los intercambios vocales. Además, en promedio, por cada hora más que se encendía la tele en el tiempo de grabación, se producía una disminución de 770 palabras provenientes de un adulto que el niño hubiera tenido la oportunidad de escuchar sobre un total de casi mil. Esta cantidad representa, en promedio, un 7 por ciento de disminución en las palabras oídas durante el día.
Luego, no es poco pensar en 500 a 1000 palabras adultas, tanto de hombres como mujeres, restadas por cada una de las cuatro horas promedio en que la tele está audible. En definitiva, el estudio mostró que si el niño contaba con una televisión que se hiciera oír, el adulto se callaba casi por completo. Según el investigador, estos resultados pueden explicar la asociación que se suele hacer entre la exposición a la televisión a la que se somete al infante y las demoras en el desarrollo de su lenguaje. A esto se sumarían las demoras cognitivas y de atención en esos niños puesto que, según se ha planteado, el desarrollo del lenguaje es un componente vital del desarrollo del cerebro durante los primeros tiempos de la niñez.
El quinto elemento
En EE.UU. el 30 por ciento de los hogares tienen su aparato encendido todo el día. Semejantes dosis masivas de televisión seguramente impactan en la vida familiar de muchas maneras. Si bien la atención no debe ser constante, debe haberse transformado en un actor más de la actividad cotidiana que apela incansablemente a los otros miembros, llenando cada instante de silencio con su cháchara.
Los niños, explican los investigadores, no entienden las palabras que provienen del aparato a diferencia de lo que ocurre con las de los adultos cercanos; casi es el quinto miembro obligado de la familia tipo en algunos hogares e, incluso, se muestra cada vez más en salas de espera, oficinas, bares, estaciones de subte y vidrieras, entre otros espacios. Hoy resulta difícil recordar cómo era una charla de café que no se viera interrumpida por la urgencia de un locutor que anunciaba una novedad perecedera.
En semejantes contextos es fácil comprender las miradas apocalípticas sobre la televisión y la necesidad de políticas públicas que la enfrenten. Por eso existen constantes discusiones sobre qué hacer con la tele en las escuelas o campañas que, a contrapelo de los negocios multimillonarios, intentan inducir a la gente a apagar el televisor. Por ejemplo, la próxima semana sin televisión comenzará mañana y se extenderá hasta el próximo sábado, aunque su difusión resultó algo limitada por razones bastante obvias. Probablemente, la mayor competencia concreta por la atención de los pasivos televidentes provenga de la interactividad que proponen los monitores de computadora.
Tal vez el experimento sirva para medir y comprender hasta que punto la televisión logra cambiar las dinámicas familiares: paradójicamente, su parloteo constante produce silencio; un silencio que puede parecer, al mismo tiempo, el nirvana y el infierno para los padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario