lunes, 16 de febrero de 2009

ELEANOR COPPOLA


A la sombra de un león

Eleanor Coppola, la mujer de Francis Ford, cuenta la historia de su matrimonio junto al genial director de cine y a los tres hijos del matrimonio, Gio, Roman y Sofía. En un libro autobiográfico narrado como un diario, describe momentos de la vida de la familia en los sets de filmación y en sus viajes, y da cuenta de las inevitables tensiones del grupo, en relatos que abarcan desde mediados de la década del 80 hasta hoy

A la sombra de un leónLa portada de Notas sobre una vida (Ed. Circe), el libro en que Eleanor Coppola relata su vida cotidiana junto al genial director de cine

12 de mayo de 1986. WASHINGTON, D.C

Estoy sentada ante un viejo escritorio de madera en el apartamento alquilado en Washington D.C en el que vamos a vivir durante el rodaje de la próxima película de Francis, Jardines de piedra , una historia militar sobre los soldados de la Vieja Guardia que entierran a los muertos de la Guerra de Vietnam en el cementerio de Arlington. Francis está revisando por última vez el guión. Gio se prepara para grabar en video los ensayos. Durante la producción colaborarán estrechamente porque Gio será responsable del video conectado a la cámara principal. Grabará lo que filme la cámara para que Francis pueda revistar las tomas inmediatamente después, en lugar de tener que esperar el revelado de la película, y montará electrónicamente las secuencias. Se necesitan muchos conocimientos técnicos, lo que me recuerda lo mucho que ha aprendido Gio trabajando desde los dieciséis años con Francis.

Ante mí en el escritorio tengo tarjetas con reproducciones de cuadros de Matisse. Estoy agradeciendo por escrito los regalos que me hicieron la semana pasada por mi cumpleaños cincuenta. A principios de este año empecé a comprender que las experiencias que he tenido en la vida me han puesto a prueba, ampliando los umbrales del dolor y la alegría, empujándome más allá de lo que creía que eran mis límites.

Me pareció que la familia había sobrevivido de algún modo a los altibajos de nuestras vidas. Mis hijos ya son mayores y están bien. (dentro de dos días Sofía cumplirá quince años, Roman acaba de cumplir veintiuno y Gio tiene veintidós, a punto de veintitrés). Son jóvenes sanos, cariñosos y creativos. Los temores que albergué de que nuestro modelo de familia tan poco convencional pudiera perjudicarlos han empezado a disiparse. Mi papel de educadora ya casi ha terminado. Ante mí se abre un período de nueva libertad. Una época para recoger los cabos de la vida creativa que dejé a los veintiséis años, cuando el matrimonio y la familia acapararon toda mi atención.

13 de mayo de 1986

(...)

En la ventana ovalada del avión brillan cristales de hielo a la luz de la última hora de la tarde. Vuelvo a San Francisco porque mañana Sofía cumple quince años. He dejado un par de asuntos por resolver en Nueva York, pero quería estar en casa con ella. Anoche hablamos por teléfono. Quería ultimar con ella todos los preparativos de su fiesta. Ella había cambiado de opinión y quería ir a otro restaurante, después de que yo hubiera pedido a un amigo, como favor especial, que me reservara una mesa en el que ella había elegido. Casi no la oía, de modo que le dije: "Por favor, habla hacia el teléfono. No entiendo lo que dices". Ella replicó: "Mis amigos me entienden. ¿Por qué eres tan negativa?". Empezamos a picarnos. Al final, exasperada, repliqué: "Me llevo bien con mis otros hijos, con mis amigas, con mis sobrinos y con todas las demás personas. La única relación difícil que tengo es contigo". Y ella se echó a llorar. Me sentí fatal. Le dije que la quería y que tenía muchas ganas de verla. Cuando colgamos sentí cómo me recorría la emoción del pecho a los brazos. Estaba furiosa conmigo misma por no ser capaz de superar un encuentro típico entre madre e hija adolescente.

28 de diciembre de 1989

(...)

Sofía se ha levantado tarde. Alrededor de la una ha sonado el teléfono. Ha contestado ella y ha dicho que era para mí. Me he llevado el teléfono a la cocina y me he quedado de pie en un trozo de suelo de baldosas bañado por el sol. Me ha sorprendido oír la voz del ayudante de dirección en un día de rodaje. (...) Ha dicho muy rápidamente que el médico de la producción acababa de examinar a Winona Ryder.

-Está demasiado enferma para trabajar y la han mandado a casa. Francis ha decidido que Sofía haga el papel.

Habían seleccionado a Winona para el papel de Mary, la hija de Michael Corleone (interpretado por Al Pacino). Francis le había hecho una prueba a Sofía. Creyó que lo hacía bien y que parecía una hija italiana de verdad en lugar de una actriz, pero el estudio presionó para utilizar un nombre taquillero.

17 de noviembre de 1992

(...)

La recaudación del fin de semana del estreno de 1991 fue espectacular. El Drácula de Bram Stoker se convirtió en la novena película más taquillera de la historia hasta la fecha. Una vez repartidos los beneficios saldamos todas las deudas que se habían cernido sobre nuestras cabezas desde 1981; luego Francis dijo: "Ellie, voy a invertir todo el dinero extra en bonos del Estado y en inversiones muy conservadoras para que nunca tengamos que volver a preocuparnos por nuestras finanzas". En 1995 la propiedad vecina, que originalmente había estado unida a la nuestra, se puso en venta. En ella había un bonito château histórico construido en 1880 que había producido los premiados vinos de Inglenook, y treinta y seis hectáreas de bonitos viñedos. Francis dijo: "Ya sé lo que te dije, Ellie, pero no podemos dejar pasar esta oportunidad". Compramos la propiedad con nuestros ahorros, y nuestra bodega, de ser una pequeña empresa en una vieja cochera contigua a la casa principal, se convirtió en una importante finca viñatera del valle de Napa.

8 de abril de 2002

(...)

En la universidad mi madre me animó para que me sacara el título de magisterio. "Por si no te casas y tienes que ganarte la vida." Le preocupó que hiciera una licenciatura de arte y se sorprendió cuando me convertí en diseñadora independiente, manteniéndome y viajando por el mundo sin un marido al lado.

Fue en una de esas aventuras, en la que viajé a Irlanda para trabajar de ayudante de director artístico en una película de bajo presupuesto, donde conocí a Francis.

Nuestro idilio empezó allí. El año siguiente nos casamos. Yo tenía veintiséis años.

Crecí en una ciudad pequeña y fui adolescente en los años cincuenta. A mi generación se le enseñó que el objetivo en la vida de una mujer era casarse y formar una familia. (...) Cuando me casé y tuve hijos esperé sentirme automáticamente feliz. Al ver que no lo era no podía comprender la razón. Con los años fui a psiquiatras y psicólogos reconocidos (tres hombres y una mujer) que me preguntaron cuál era mi problema. Lo tenía todo, un marido con éxito y que me quería, una gran casa, hijos sanos. Mi depresión me tenía perpleja. Ninguno dijo: "Eres una persona creativa, necesitas desarrollar esa faceta o te deprimirás".

10 de julio de 2004

Marlon Brando murió la semana pasada. Han acudido a mi mente recuerdos sueltos de él.

Cuando Francis empezó a rodar El padrino , en la primavera de 1971, no conocí enseguida a la legendaria estrella de cine. Hubo muchas dificultades de producción junto con rumores de que iban a despedir a Francis o a Marlon. Yo estaba ocupada con nuestros dos hijos pequeños, Roman, de cinco años, y Gio, de siete, y embarazada de Sofía. Estábamos viviendo en un pequeño apartamento de Nueva York sin apenas espacio para movernos.

(...) Sofía nació a las dos de la madrugada (...). Tenía tres semanas cuando la llevé a los exteriores de El padrino . (...) Marlon esperaba en uno de los dormitorios del piso de arriba, maquillado y peinado. Francis nos presentó y comprendí por primera vez su carisma. Marlon me cogió la mano y me miró de un modo encantador. Habló con "esa" voz única, y tuve la sensación de que me envolvía un rayo de luz y que yo le parecía profundamente fascinante. Fue un instante tan fugaz como imagino que es un chute de heroína: cegador, breve y peligrosamente seductor. Luego se volvió hacia Sofía. Me la cogió de los brazos con ternura y la sostuvo con una naturalidad que sólo se adquiere con la experiencia. (...)

Al cabo de unos días llegó una pequeña pulsera de oro con una tarjeta en la que se leía: "Querida Sofía, bienvenida al mundo. Con cariño, Marlon".

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