martes, 17 de febrero de 2009

Mutaciones: Al Pacino







Al Pacino
Más por entrega a sus personajes que por divismo, este gran actor ha cambiado notablemente con el paso del tiempo Su vida no tiene nada que envidiarle a la de muchos de los personajes que interpretó. Abandonado por su padre cuando tenía apenas dos años, tuvo que irse a vivir con su madre a lo de sus abuelos. Y se crió en las duras calles del Bronx, donde tuvo que acostumbrarse a andar armado. Pasó hambre y también estuvo preso, justamente por portar armas ilegalmente. Tenía un solo escape: las películas. Lo único que le gustaba hacer en la escuela era participar de las obras teatrales. Y le gustó tanto que decidió cambiar el colegio por las clases de teatro. No fue fácil: no tenía un peso e incluso, a veces, tenía que mendigar para pagarse el ómnibus hasta las audiciones. Nada parecía salir como quería y se sentía atrapado en un agujero negro. Deprimido, se jugó un último pleno. Se costeó hasta Manhattan para asistir al Actors Studio, donde tuvo como profesor nada menos que a Lee Strasberg. Dio sus primeros pasos en el teatro, pero no pasó demasiado tiempo para que hiciera su debut en la pantalla grande. Yo, Natalia no fue gran cosa, pero le sirvió para ganarse el protagónico de Pánico en Needle Park, en el que interpretaba a un heroinómano. Tampoco resultó un éxito de taquilla, pero fue más que suficiente para que Francis Ford Coppola archivara a pesos pesados como Robert Redford y Warren Beatty y le diera a él el papel de Michael Corleone en El Padrino. Una cuestión del destino, qué duda cabe, si sus abuelos venían de Corleone, Sicilia. "Ese enano Corleone", lo llamaban los productores del film, que no podían entender por qué Coppola defendía a capa y espada su presencia en El Padrino. Hasta que les cerró la boca, nominación al Oscar incluida. A partir de allí, aquel que había pensado alguna vez en utilizar como nombre artístico Sonny Scott, para evitar que lo tipificaran por su apellido italiano, pasó a ser el italianísimo Al Pacino, la cabeza de elencos repletos de estrellas. Los setentas fueron para Pacino tiempo de películas formidables (Serpico, Tarde de perros, El Padrino II, Justicia para todos…), que lo consolidaron como un actor de primera, siempre dispuesto a asumir papeles arriesgados. En lugar de hacer películas fáciles, que le dejaran dinero, él se jugaba por proyectos y personajes con contenido. En ocasiones ( Autor, autor y Cruising), esta apuesta se tradujo en películas maltratadas por la crítica, lo que generó que a principios de los 80 su estrella pareciera a punto de apagarse. Pero Pacino siempre volvió, listo para transformar dudas en admiración. Con su devastadora performance en Scarface se guardó un as en la manga, pero no lo suficientemente pesado como para sortear el mal sabor de un fracaso tan contundente como fue Revolución. Claro que cuando Pacino volvió, lo hizo de manera contundente. Armado de una nueva caracterización que a esta altura es clásica –ojos bien abiertos, voz cavernosa- Pacino se despachó con una serie de papeles irrefutables, con los que se adueñó de la década del 90: Prohibida obsesión, El Padrino III,Frankie y Johnny, Dick Tracy, Perfume de mujer (con la que finalmente obtuvo el Oscar para el que fuera nominado tantas veces), Carlito’s way, Donnie Brasco, El abogado del diablo y El informante . Pacino era un camaleón y pasaba por todos los papeles imaginables con la misma deslumbrante versatilidad. Ya mucho más cómodo con la relación arte-industria del entretenimiento (como quedó demostrado con la tercera parte de La gran estafa y 88 minutos), y lógicamente confiado por su status dentro del firmamento hollywoodense, Pacino se mostró dispuesto a brillar como nunca y en todas partes. Por Alberto Moreno

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