martes, 10 de febrero de 2009

Woody Allen: "Odio envejecer"

A los 73 años, el realizador dice haber encontrado cierta paz en su vida familiar. Pero admite que sus angustias lo persiguen. Además, confiesa, soñó más de una vez con tener un "menage à trois", como el que cuenta su película, Vicky Cristina Barcelona, con Javier Bardem, Scarlett Johansson y Penélope Cruz.

VICKY CRISTINA BARCELONA, la nueva película de Woody Allen con Penélope Cruz, Javier Bardem y Scarlett Johansson.

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Woody Allen se ríe porque está siendo objeto de vandalismo. Hace cinco años, se erigió una estatua tamaño natural en bronce del realizador en la ciudad española de Oviedo, donde más tarde rodó parte de su nuevo filme, Vicky Cristina Barcelona. Los cazadores de souvenirs viven robando del rostro esculpido sus característicos anteojos.

"Los anteojos son de bronce igual que la estatua, y están soldados. Pero vienen con sopletes y los sacan. Es un problema constante", dice un divertido Allen, mirando a través de sus gafas gruesas.

Ha pergeñado alrededor de 40 películas, pero el autor-director rumiador de preocupaciones y ganador de tres Oscar prefiere mantener un perfil bajo. Durante esta entrevista, sin embargo, el neoyorquino de 73 años se muestra amable, divaga bastante, y con su humor autodestructivo habla de todo, desde fantasear con un menage à trois hasta ver a un psiquiatra.

Y no, no es hipocondríaco. "Soy alarmista, que es muy distinto. Si tengo los labios resecos, pienso que es un cáncer de cerebro".

Cuando la charla gira hacia su obsesión con la muerte, piensa en qué regresará reencarnado: "Siempre pensé en una esponja".

Lo que más se destaca durante el diálogo, sin embargo, es la cantidad de veces que, como ocurre con cualquier esposo y padre feliz, habla de "mi esposa" y "los chicos". Hace ya una década que Allen se casó con Soon-Yi Previn, 35 años más joven que él, y fue en su momento centro de una tormenta sensacionalista. Soon-Yi es la hija coreana adoptada por Mia Farrow, que fue pareja de Allen durante mucho tiempo hasta 1992. A partir de ahí, las cosas se pusieron muy feas y Allen perdió la custodia de sus tres hijos.

Ahora, Allen y Soon-Yi tienen dos hijas adoptadas, Bechet, 9, y Manzie, 8, las dos con nombres de músicos de jazz de New Orleans. Y Allen se muestra como un padre cariñoso.

"Hago todo con ellas. Las despierto a la mañana... es la primera tortura del día. Y después desayuno con mi mujer y las chicas. Y las llevo al colegio", dice Allen, que tiene chofer. Luego enumera las actividades padre-hijas de esta semana: fueron a ver una comedia de los Hermanos Marx, jugaron al Monopoly y participó de una clase de guitarra. Con una exasperación fingida, cuenta que las chicas le rogaron que inventara otro cuento antes de dormir, cosa que, se queja, cada vez le cuesta más porque "me estoy agotando".

Cuando le llega el turno a Soon-Yi, de 38 años, describe su unión como "pura suerte" que se produjo por "una concatenación absurda de hechos... Si alguien me hubiera dicho cuando era más joven que me casaría con una chica asiática mucho más joven que yo y sin el menor interés por el mundo del espectáculo, habría dicho que eso no podía funcionar. Pero todo marchó fantásticamente".

Ni Bechet ni Manzie han visto películas de Allen -"mi mujer ha visto como máximo, la mitad de mis películas"- y las chicas seguramente no verán la apasionada Vicky Cristina Barcelona.

Ambientada en España, cuenta la historia de dos amigas estadounidenses: la más inhibida, cerebral y comprometida Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson), sola y sexualmente libre. Las dos se enamoran del pintor carismático y donjuanesco (Javier Bardem), que está enredado en una relación explosiva con su ex mujer, María Elena (Penélope Cruz). Los personajes de Johansson, Cruz y Bardem terminan viviendo un triángulo amoroso.

Al preguntarle si alguna vez tuvo un ménage à trois, Allen suelta una carcajada. "Es algo en lo que pienso. Pero no demasiado. Es decir, lo he pensado. Probablemente no sabría por dónde empezar".

Como Cruz y Bardem en la película, Allen dice que una vez tuvo una relación romántica salvaje que era "fantástica y enloquecedora. Era una persona extremadamente bella y sexy y brillante y difícil, muy difícil". ¿La mujer? La actriz Louise Lasser, con la que estuvo casado a fines de los '60.

Vicky... la escribió en la misma máquina portátil Olympia que tiene desde los 16 años y en la que ha tecleado todos sus guiones. "No tengo computadora, no sabría usar una", se encoge de hombros. "Nunca escribí un e-mail. No me manejo bien con eso."

Pese a tener el pelo más ralo ya canoso y las arrugas más marcadas, Allen parece estar en plena forma, sentado en el sofá con una camisa a cuadros y pantalones anchos. Entonces, ¿de qué se queja?

"Ah, bueno, las mismas cosas de siempre, las existenciales. Estoy más viejo. Me lastimo el pie y tarda dos meses en curarse. Y eso no me gusta. Antes hacía ejercicio por placer. Ahora tengo que hacerlo. Igual que con las cosas que debo comer. Odio envejecer".

De su dieta, que incluye verduras verdes y pescado, dice "todas esas cosas sin ninguna gracia y para nada placenteras que supuestamente te mantienen sano".

Luego señala que sus padres comían carne y helado todos los días y su padre llegó a los 100 y su madre a los 95. Siempre celebró sus buenos genes, pero leyó una nota donde decían que la longevidad no es hereditaria. "Entonces me quejé por eso", dice.

Durante muchos años, Allen hizo terapia, pero lleva más de una década sin hacerlo. Se dio cuenta de que hacer cine era tan valioso como el sofá. "Al tratar de entender a todos los personajes para hacerlos interactuar, uno tiene que pensar forzosamente en las motivaciones y las personalidades y los caprichos y defectos psicológicos".

Al oírlo hablar de su vida actual -que no se pierde ni un solo partido de los Knicks, que mira béisbol todas las noches por TV- el director que tira toda esa angustia en la pantalla parece, en la superficie, absolutamente equilibrado.

Ahora que se estrena Vicky..., no sabemos qué le depara el futuro a Allen... ni a sus anteojos. El alcalde de Oviedo dedicó la estatua de Allen caminando por la calle en 2003, cuando el autor recibió uno de los mayores honores de España por su contribución al cine.

"Es una estatua excelente. Lo que la hace ridícula es que sea yo -dice-. Al principio pensé que era una especie de broma, que la ponían cuando llegaba y la sacaban en cuanto me iba".

Traducción: Cristina Sardoy

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