El director franco-tunecino habla de Cous Cous, la gran cena, la película que le valió no sólo los cuatro premios principales del cine francés sino también el Gran Premio del Jurado de la Mostra de Venecia.
Por Philippe Artal
“Monsieur César” podría llamarse a Abdellatif Kechiche, realizador de L’Esquive (estrenada en Argentina, hace dos años, como Juegos de amor esquivo) y La graine et le mulet, que, con el título de Cous Cous, la gran cena, se estrenará aquí el jueves próximo. Cuatro premios César (los que se otorgan, cada año, a lo más destacado de la producción francesa) obtuvo un lustro atrás Juegos de amor esquivo, y cuatro volvió a obtener Cous Cous el año pasado. En ambos casos la Academie premió a las películas de Kechiche en las mismas categorías: mejor película, director, guión y actriz joven. La carrera internacional de Cous Cous, que ahora llega a la Argentina, había arrancado en el Festival de Venecia, en setiembre de 2007. Allí obtuvo el Gran Premio del Jurado y también el de la crítica internacional. Al año siguiente, la Fipresci, asociación que agrupa a los críticos de cine del mundo entero, la eligió Mejor Película Europea 2008.
Tal como explica en la entrevista que sigue, lo curioso es que a pesar de esos premios (que reconocen como antecedente el León de Oro que su ópera prima, La faute à Voltaire, obtuvo en Venecia en 2003), a este cineasta tunecino de 49 años –radicado en Francia desde niño– le sigue resultando difícil conseguir financiación para sus proyectos. En una clave más afín al neorrealismo que Juegos de amor esquivo, Cous Cous transcurre en Sète, ciudad portuaria del sur de Francia, donde Kechiche se crió. Protagonizada casi enteramente por actores no profesionales, la ficción tiene lugar en el seno de una familia de origen árabe, afincada allí desde hace tiempo. Familia populosa, los Beiji tal vez traigan recuerdos de otras que, como las de Amarcord y Fanny y Alexander, solían reunirse, discutir, hablar a los gritos y amigarse, siempre alrededor de una larga mesa.
De esa familia, el realizador eligió como protagonista al padre, Slimane, que desde hace un tiempo vive en casa de otra mujer. Obrero portuario de toda la vida, cuando lo despiden del astillero donde trabaja, Slimane tiene una idea: pedir un crédito y comprar un barco arrumbado para reciclarlo y montarlo como restaurante. En esa cuesta arriba tendrá por socia espiritual a Rym, hija de su nueva compañera, papel que le ha dado a la actriz Hafsia Herzi el César a la Revelación Femenina 2008. Hasta que, invirtiendo lo que sucedía en Ladrones de bicicletas, a Slimane unos chicos del barrio le roben su motito. Lo cual desencadena el último acto de esta suerte de ópera popular, de dos horas y media de duración.
–A diferencia de Juegos de amor esquivo, que transcurría en un ambiente multiétnico, los protagonistas de Cous Cous son de origen árabe. ¿A qué se debe el cambio?
–Esta vez quería introducir al espectador occidental en un medio que tal vez le sea ajeno y hacer que durante dos horas y pico lo viva como propio. De ese modo es posible transmitir no una idea, sino una vivencia concreta, que enseñe que si hay diferencias entre distintas culturas, éstas en el fondo son mínimas. También quería trabajar sobre algunos de los clichés más trajinados, a un lado y otro de la división de clases, para mostrar que se trata de meras caricaturizaciones, de construcciones artificiales. Las verdaderas diferencias no son culturales o sociales, sino económicas. Las diferencias de oportunidades son las que pesan todos los días, en la vida de cada uno.
–¿Una de las caricaturizaciones que le interesaba refutar es la de la mujer árabe como sumisa y callada?
–Claro, ése es el cliché. Pero sucede que todas las mujeres de mi familia (mi madre, mis hermanas, mis tías) fueron y son mujeres fuertes, con una personalidad bien marcada. Una personalidad exuberante, le diría. Y muy árabe, por cierto.
–¿Mujeres como las de la película?
–Ni más ni menos. No tuve que inventar nada, sólo reproducir la dinámica de mi propia familia.
–Contrariamente, si algo caracteriza al padre es su obstinación y su silencio.
–Le diría que mi mundo es de mujeres espectaculares y hombres silenciosos. Un silencio que, valga aclarar, no debe confundirse con debilidad u opacidad.
–¿El personaje del padre también se basa en algún integrante de su familia?
–Me basé en mucha gente que conocí. Hay montones de gente así: trabajadores anónimos, cuyo trabajo no suele reconocerse y que el cine, sobre todo, parecería no ver. Quería rendirle honor a esa clase de personas, darles un lugar que el cine no suele destinarles. Pero es verdad que más que nadie me basé en mi padre, que ya falleció. El era trabajador manual, y para mí era un héroe: un tipo que con tal de sostener a su familia hizo enormes sacrificios. Sacrificios que tal vez ni usted ni yo seríamos capaces de hacer.
–Otro cambio importante, en relación con su película previa, es que aquélla transcurría en la periferia parisina y ésta, en una ciudad del interior.
–Trancurre en Sète, donde me crié. Para construir el entorno y los personajes me inspiré en el barrio de mi infancia, en gente que conocí de chico. Me parece que es un ambiente poco representado en el cine francés, y esa falta de representación fue justamente la que me motivó a llenar el espacio vacío.
–¿Cree que esa falta de representación responde a una suerte de “invisibilidad” social?
–A una falta de intercambio, le diría. Hay gente en Belleville, el barrio de clase media donde vivo, que ni siquiera puede recordar cuándo fue la última vez que visitó barrios más humildes, aunque éstos se encuentren a 15 minutos de subte. Pero ojo, porque esa falta de intercambio no corre en un solo sentido, sino en ambos: los vecinos de barrios más humildes tampoco tienen contacto frecuente con los de clase media.
–Usted hace particular hincapié en las trabas que la burocracia le pone al protagonista, cuando decide reciclar un viejo barco, para poner un restaurante flotante. ¿Cree que esas trabas tienen que ver con su origen?
–Y, es difícil poner un negocio en la zona más concurrida, siendo un árabe pobre y viejo. Pero debo decirle que si en algo me basé para mostrar las trabas e impedimentos burocráticos fue en mis propias experiencias con fuentes de financiación cinematográfica. Puedo asegurarle que he vivido experiencias verdaderamente surrealistas en ese terreno.
–Pero hasta ahora sus películas tuvieron buena repercusión ¿Aún así le cuesta conseguir financiación?
–¿Que si me cuesta? Uf... Y eso que a Juegos de amor esquivo le fue bien en términos de público, se presentó en festivales, ganó premios. Parecería que a la hora de conseguir financistas eso no incide.
–Por más que esté basada en personajes reales, la familia protagónica recuerda a muchas familias del cine. La de Amarcord, la de Fanny y Alexander, incluso las de Yasujiro Ozu.
–Es que mi intención fue construir una familia de ficción, por más que estuviera inspirada en gente real. Y es verdad que para construirla tuve presentes esas familias cinematográficas a las que usted menciona.
–Al igual que en Juegos de amor esquivo, en Cous Cous usted desarrolla escenas muy largas, muchas de ellas llenas de actores en cámara. Lo cual suele representar una complicación, en términos cinematográficos. ¿Cómo hace para mantener la fluidez? ¿Filma con varias cámaras y después edita?
–Normalmente no filmo con más de dos cámaras. Pero es verdad que trato de tomar a todos los participantes de la escena, aunque sea por unos pocos segundos. Por más que la película tenga un protagonista, una coprotagonista y varios secundarios de importancia, igual que en Juegos de amor esquivo para mí se trata de una película coral. Supongo que por eso hay muchas escenas llenas de gente.
–Algunas de esas escenas llegan a tener duraciones maratónicas. ¿A qué se debe?
–Mi intención de fondo es captar lo que podría llamarse “la verdad de la vida”. Para que esa verdad aflore es necesario alargar la escena, esperar que aparezca. Por otra parte, extender la duración de una escena genera también una intensidad extra en la mirada del espectador. Ese extra permite pasar de lo genérico a lo particular. Relacionarse no con un actor indeterminado, sino con un personaje muy específico. Poner atención en las particularidades que un rostro adquiere en una escena, y no en otra.
–Tanto aquí como en Juegos de amor esquivo usó actores no profesionales. ¿Prefiere trabajar con ellos?
–Me encanta trabajar con actores profesionales. De hecho, no todos los actores de ambas películas son no profesionales. Pero es verdad que hay dos razones que me llevan a preferir el trabajo con actores amateurs. Por un lado, una cuestión de autenticidad: no siempre un actor profesional puede representar a una persona de origen humilde, sin que se note el truco. Por otro, yo tengo la costumbre de ensayar durante meses y los actores profesionales no suelen disponer de tanto tiempo. En ambas películas, los actores que trabajaron en ellas nunca lo habían hecho antes en cine. Pero muchos de ellos después siguieron trabajando. Tal vez justamente porque ese tiempo de ensayos, largo e intenso, les permitió adquirir el oficio.
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