viernes, 24 de julio de 2009

CINE_HOME El camino de la locura

El camino de la locura


"Home", de Ursula Meier con Isabelle Huppert y Olivier Gourmet.


Que una ruta abandonada, que una vulgar autopista, transmita primero familiaridad o indiferencia (una de las consecuencias de la familiaridad), y después intriga, temor, angustia, obsesión y delirio es, en Home, virtud de su realizadora-debutante: Ursula Meier. Y, desde luego, de Isabelle Huppert y Olivier Gourmet: dos de los más talentosos actores del cine europeo actual. Ambos se lucen, como cabezas de una familia que se va degradando —al borde de un camino inaugurado tras muchos años de dejadez—, en esta road movie estática. La carretera funciona sólo como disparador: el viaje es interior, hacia la locura.

Es cierto que el filme alude, en parte, a la alienación que provoca la vida contemporánea. En este caso, sobre cinco personas de clase media que viven en aparente armonía, hasta que el ruido y la polución van fracturando la comunicación entre ellos, y entre ellos y el resto del mundo (al que no vemos, porque la película se centra en la casa y sus alrededores). Pero Home tiene un componente más interesante: la neurosis de cada protagonista, que se percibe desde los primeros minutos, cuando todavía no han sido "invadidos" por la autopista y ya muestran una tendencia al aislamiento y la endogamia. Más tarde, llegará el desquicio.

A pesar de las comparaciones con obras como La autopista del sur, cuento de Cortázar que parece haber inspirado una secuencia del filme, Home tiene puntos en común —en su asfixiante encierro, en su angustiante claustrofobia— con filmes como Repulsión, de Polanski, El séptimo continente, de Haneke, o El castillo de la pureza, de Ripstein. El mundo puede ser una amenaza, sí, también una fuente de perturbación; pero lo más devastador es lo que hacemos con él: nosotros mismos. El personaje de Huppert, incapaz de mudarse, parece el núcleo de esta familia enferma.

Meier sabe narrar a través de imágenes, sin diálogos ampulosos ni torpes explicaciones; alternando, incluso, un humor sutil (y burlas a la frivolidad mediática) con la ferocidad y la tragedia. La fotografía de Agnès Godard, el contraste entre el nítido exterior y el ominoso encierro, es impecable. También las actuaciones y la música, parte inseparable de este relato. En la secuencia final, cambia el punto de vista: como si la ruta pudiera ver a la familia como ella nunca pudo verse.-

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