sábado, 25 de julio de 2009

Alunizaje



Por W. H. Auden

Es natural que los Muchachos dieran las hurras por
tan enorme triunfo fálico, una aventura
que no se les hubiera ocurrido a las mujeres
pensar que valiese la pena, hecha posible sólo

porque nos gusta abrazarnos en grupo y saber
la hora exacta: sí, nuestro sexo puede honestamente
vivar la hazaña, aunque los motivos
que lo propiciaron no fueran tan menschlich.

Un gran gesto. ¿Pero qué viene a culminar?
¿Qué es lo que funda? Fuimos siempre más hábiles
con los objetos que con las vidas, y más fáciles para
el coraje que la amabilidad: desde el momento

en que la primera piedra fue tallada este alunizaje
fue apenas cuestión de tiempo. Pero nosotros mismos, como Adán,
todavía no encajamos del todo dentro nuestro, modernos
sólo en esto –nuestra falta de decoro.

Los héroes de Homero ciertamente no fueron más valientes
que nuestro Trío, pero sí más afortunados: a Héctor
le ahorraron el insulto de que
su valor fuera transmitido por televisión.

¿Digna de ir a ver? Bien puedo creerlo.
¿Digna de ver? ¡Mmm...no! Una vez crucé un desierto
y no me encantó: denme un alegre jardín
con agua, lejos de los charlatanes

de lo Nuevo, los von Brauns y su calaña, donde
en mañanas augustas pueda contar
las flores donde morir tenga sentido,
y ningún motor pueda cambiar mi visión.

Inmaculada, gracias a Dios, mi Luna todavía reina los Cielos,
mientras mengua y se llena, una Presencia ante la que postrarse,
Su Padre hecho de polvo no de proteínas,
todavía visita mis tantas Austrias

con Su viejo desapego, y las viejas advertencias
todavía tienen poder para asustarme: la hybris termina
mal, la Irreverencia
es más torpe que la Superstición.

Nuestros apparatniks continuarán haciendo
ese mismo pobre embrollo llamado Historia:
sólo podemos rezar por que artistas,
chefs y santos sigan aparentando ignorarla.

Agosto 1969

Este poema fue escrito por el poeta inglés W.H. Auden pocos días después de la llegada del hombre a la Luna, probablemente en su casa en Austria, y publicado en septiembre de ese año en el New Yorker.


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