domingo, 1 de marzo de 2009

ADOLFO BIOY CASARES: REFERENTE DE LA CIENCIA FICCION

La invención del género fantástico

A diez años de su muerte (el 8 de marzo), la vida y la obra de Adolfo Bioy Casares es analizada por el crítico Carlos Dámaso Martínez. Además, el escritor Pablo De Santis aborda el universo con que el autor de "El sueño de los héroes" se consolidó como un referente de la ciencia ficción.

Por: Carlos Damaso Martinez

DESCANSO DEL CAMINANTE. El escritor Adolfo Bioy Casares en el estudio de su casa de la calle Posadas en agosto de 1983.

Como a todo escritor a Adolfo Bioy Casares le interesaba el reconocimiento de su obra. Pero en su trayectoria literaria debió sortear algunos equívocos. En su libro póstumo, Descanso de caminantes (2001), manifestó su enojo porque un crítico en La Nación (22-3-1977) declaró "que la literatura fantástica empezó en la Argentina con Ficciones de Borges en 1944" ignorando que "La invención de Morel, que empezó a escribir en el 37, se publicó en el 40. No era para menos, a partir de 1960 la fama creciente de Borges lo fue dejando en un segundo plano. Sin duda el hecho de haberlo conocido hacia 1932 fue un suceso determinante en su vida. Pese a las diferencias de edad (Bioy tenía entonces 18 años, y Borges 33 y varios libros publicados) iniciaron una amistad de toda la vida, que se cimentó debido a "una compartida pasión por los libros." En un principio, Bioy se sintió casi como un discípulo, pero en la frecuentación diaria y en la escritura de libros conjuntos, ambos lograron afianzar una relación intelectual que los enriqueció. Conformaron así esa identidad literaria que Emir Rodríguez Monegal bautizó como Biorges. Si bien compartieron el interés por la narrativa fantástica y policial, y juntos impulsaron en la década de 1940 una renovación de ambos géneros, lograron crear sus propios mundos ficcionales y estilos diferentes.

Después de la muerte de Borges en 1986, la obra de Bioy será poco a poco objeto de nuevas valoraciones críticas y en 1990 ganará el Premio Cervantes, uno de los mayores galardones a la trayectoria literaria en habla hispana. El próximo 8 de marzo se cumplen 10 años de su fallecimiento, una ocasión quizá para rememorar algunos aspectos significativos de su obra, más allá de esa insoslayable relación con Borges.

Los esplendores de un joven escritor

A principios de 1940 Bioy se casa con Silvina Ocampo. No es un hecho intrascendente, además de su mujer ella es también una talentosa escritora y en compañía ambos transitarán sus propios caminos literarios. En noviembre del mismo año, el joven narrador creará cierta expectativa en el contexto literario de la época con la publicación de La invención de Morel, una de sus mejores novelas. Es hora de decisiones, y en un gesto autocrítico reniega de sus libros anteriores, que habían tenido una recepción poco favorable, salvo las reseñas que Borges publica en Sur sobre La estatua casera (cuentos y poemas, 1936) y Luis Greve, muerto (cuentos, 1937). Borges rescata de estos libros la búsqueda de una nueva forma del fantástico, diciendo que "nadie resiente como Bioy la inestabilidad de la vida, sus muchas grietas de entresueño y muerte". Con su habitual mordacidad crítica, los confronta con el costumbrismo predominante en la literatura de esos años. De este modo, Borges lee casi en espejo, con complicidad y expone una concepción del género fantástico que comparte con Bioy.

Esos primerizos libros son ediciones pagadas por su padre, cuando todavía era un adolescente. Bioy había nacido en Buenos Aires el 15 de setiembre de 1914, y su infancia fue transcurriendo entre la ciudad y la estancia paterna ubicada en Pardo, provincia de Buenos Aires. Por su madre proviene de otra familia de grandes terratenientes: la de Vicente L. Casares, propietario de la empresa láctea La Martona. El mismo escritor ha expresado la influencia de la cultura francesa en el ámbito familiar, y los intentos literarios de su padre que, además de estanciero, fue abogado, diplomático y editó un libro de crónicas y recuerdos.

A pocos días de La invención de Morel, en diciembre de 1940, Bioy publica, con Borges y Silvina Ocampo, la Antología de la literatura fantástica, que lleva un prólogo escrito por él. Si aquella novela es su texto más logrado dentro de su búsqueda fantástica, la Antología, tanto por la elección de los relatos como por la inteligente reflexión sobre el género que Bioy expone en el prólogo, viene a ser la plataforma de lanzamiento de una poética fantástica nueva en la literatura rioplatense. En el prólogo, Bioy expresa su idea de la literatura como un artificio, defiende la autonomía literaria y rechaza al realismo tradicional del canon literario del momento. Al destacar el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Borges incluido en la Antología dice que es un nuevo género que está dirigido a lectores "intelectuales y casi especialistas en literatura". En cuanto a lo fantástico le interesa la verosimilitud y la presencia de lo inexplicable en lo cotidiano (en clara elección por el modelo de Kafka) y es partidario de que los relatos tengan sólidos argumentos. A partir de La invención de Morel Bioy se diferencia, dentro de la literatura argentina, de las modalidades fantásticas del positivismo y del modernismo. Digamos de Eduardo Holmberg, el iniciador del género a fines del XIX, y de Leopoldo Lugones en los inicios del XX. En ese salto adelante del género que realiza, se olvida de que Horacio Quiroga fue uno de los primeros en vincular la influencia del cine con lo fantástico y que Arlt también incursionó en esa variante literaria. Curiosamente estos dos escritores no figuran en la Antología.

En La invención de Morel el carácter "científico" de lo fantástico –es decir, la invención de una máquina capaz de captar para la eternidad a un grupo de amigos y a su inventor– se conecta con una visión cíclica del tiempo. Más allá de este prodigio, el relato fascina a sus lectores mediante la narración de esos sucesos desde distintas perspectivas: está la visión del fugitivo que llega a la isla, la de Morel en su diario y la de un editor en sus notas. Pese a la explicación seudocientífica del final, la incertidumbre permanece. Por otra parte, la novela exhibe una clara influencia del cine, no sólo por la proyección de esos espectros –hoy diríamos virtuales– que pueblan la isla, sino que en la misma escritura existe una equivalencia con el lenguaje fílmico. La preocupación por la inmortalidad y el clima paranoico y de encierro en una isla –como en Plan de evasión– aluden a la situación de ominosidad y desesperanza internacional que se vivía hacia 1940 con la Segunda Guerra Mundial y el genocidio nazi. Obviamente, el fantástico no es una literatura de evasión como lo pensó en algún momento cierta crítica. Por su recurrencia a la invención técnica, esta novela es precursora de la ciencia ficción.

El arte de narrar: vida y literatura

Durante la década del 40 aparecen los relatos más significativos de Bioy. La novela Plan de evasión (1945), tal vez su libro menos celebrado (Sabato la critica en Sur). A Bioy, como a Borges, le interesa explorar literariamente algunas visiones filosóficas y en esta novela se vale de William James y de las correspondencias de los poetas simbolistas. En "La trama celeste" (1944) desarrolla la concepción de la pluralidad de los mundos en una Buenos Aires en la que existen espacios paralelos, aludiendo a las ideas de Luis A. Blanqui; en "El perjurio de la nieve" (1945) cruza admirablemente las convenciones del fantástico con la trama del policial. Publica, además con Silvina Ocampo la novela policial Los que aman odian (1946) y las ficciones paródicas que escribe con Borges y firman como Bustos Domecq y Suárez Lynch. Es la época en la que, también con Borges, dirige la colección de novelas policiales El séptimo círculo. En 1954 con la novela El sueño de los héroes, sin apartarse de lo fantástico, abandona las islas utópicas de sus novelas anteriores y erige su historia en el ámbito de Buenos Aires. Una geografía barrial porteña se entremezcla con situaciones inusitadas y logra ese clima fantasmagórico de algunos cuentos suyos y de sus novelas posteriores Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1973).

De los grandes escritores queda siempre el encanto de su universo ficcional, su imagen de autor y el aura social de su época. En esos libros memorables de los 40 y los 50, Bioy traza una poética y una estrategia de su arte de narrativo. Dentro de esos lineamientos cada vez más se inclinará por la oralidad rioplatense, el humor, la ironía y el extrañamiento. Sus novelas alcanzan logros dispares como en Aventuras de un fotógrafo en La Plata (1985) o Un campeón desparejo (1993). En cambio, en la narrativa breve el diálogo, las voces alternadas de narradores en primera persona o los relatos de sus personajes construyen una polifonía narrativa propia de la modernidad. Esta tendencia es visible ya en sus libros de cuentos de los 50 y particularmente en El lado de la sombra (1962), El gran Serafín (1967), El héroe de las mujeres (1979) e Historias desaforadas (1986). Difícil es olvidar las precisas y sutiles construcciones de sus cuentos (que elogió Cortázar en una de sus narraciones), los relatos de amor y misceláneas de Guirnalda con amores (1959), lo fantástico como una constante interrogación de qué es lo real frente a lo incognoscible, los personajes del atribulado Gauna y del malevo doctor Valerga de El sueño de los héroes.

Bioy Casares es un escritor que tuvo la suerte de tener una buena posición económica y la supo aprovechar. Fue autodidacto, abandonó sus estudios de Derecho y Letras, leyó filosofía, la mejor literatura inglesa y europea, los clásicos argentinos y españoles, fue un escritor intelectual y se dedicó exclusivamente a la literatura. Viajó por el mundo, fue un gran seductor, jugó al rugby y al tenis, fue un verdadero bon vivant. En su narrativa proyectó una mirada mordaz sobre la clase alta a la que perteneció. Para Bioy la vida y la literatura fue una misma cosa y el acto de narrar una aventura del conocimiento, del deseo de revelar lo enigmático y lo misterioso. Su preocupación ante la muerte lo llevo a decir que la literatura era "una esperanza de poder sortearla". Pocos años antes de morir dijo, en relación a la inmortalidad, una de sus obsesiones: "De qué eternidad me hablan, está la obra que uno puede dejar, pero uno no está. La vida es como el cine: se muere cuando se termina la película".

No hay comentarios: