miércoles, 18 de marzo de 2009

RODANDO CINE

RODANDO CINE

Activismo viajero y cultural

Cada vez son más los jóvenes que recorren los pueblos más postergados de la Argentina y el continente americano llevando cultura a lugares inaccesibles y olvidados por los gobiernos de turno. Rodando Cine fue una de las experiencias pioneras y los protagonistas cuenta sus sensaciones recorriendo América con un cine ambulante.


RODANDO CINE. Alex Sly e Ines Kracht recorrieron 26 mil kilómetros proyectando cine argentino. Trapito y No sos vos soy yo, entre las preferidas del público latinoamericano.


CINE ARGENTINO y globalizado. ¿Cómo fue la recepción del cine nacional en la región.

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Millones de argentinos, de seres humanos en todo el planeta se sienten deprimidos cada vez que les toca volver a la rutina después de unas magras vacaciones. Imagínense la debacle que puede significar volver a casa, al trabajo y a la vieja vida después de 26 mil zigzagueantes kilómetros recorridos por América latina durante poco más de ocho meses. Alex Sly, a sus 25 años, no es la excepción. Por eso, cuando culminó la primera versión de Rodando Cine, el cine ambulante que montó junto a su pareja Inés Kracht y que llevó 50 largometrajes y 40 cortos de cine nacional desde Argentina a México, se encontró con su labor en la inmensidad del lujo local que impregna el Festival Internacional de Mar del Plata estuvo a segundos de presentar su renuncia. Pero aguantó, cuenta, mientras da vueltas las páginas del inmenso libraco con las fotografías que recogió en la odisea rutera y cinematográfica. Ahora este fotógrafo devenido en repostero busca, además de trabajo, una editorial interesada en publicar una versión reducida de la crónica de viaje que bloggueó junto a lo mejor del increíble material fotográfico que también logró.

Ya pasaron ochos meses de su regreso, lo suficiente como para desentrañar pocas pero sustanciosas conclusiones. La primera: muchos grupos de jóvenes y no tanto están en la misma, llevando cultura a los rincones más inhóspitos del continente, doblegando a la economía en crisis con la todopoderosa voluntad. América cuenta América es uno de ellos, y las chicas de Cine a la intemperie ya llegaron a Colombia, entre muchas otras iniciativas. "Aunque es difícil y nadie larga un mango ahora, nos contactó muchísima gente que quiere realizar o ya está ejecutando proyectos parecidos. Cuando alguien se anima, es más fácil. Quizás lo que hacía falta era que se demostrara que se podía. A nosotros nos fue muy buen y tal vez le sirva de referencia a los demás. La crisis te enseña eso: hay que hacer lo que uno quiere", dice Sly, que habla bien, como político, aunque durante los 9 meses de travesía haya hecho un curso acelerado de los vicios federales de la política nacional. "Vimos lo mejor y lo peor de la política. Justo cuando salimos (a fines de 2007) acababan de asumir los nuevos intendentes. Muchos se quejaban por "la pesada herencia" y otros te decían lo mismo, pero a la noche te invitaban a comer como si fueran los reyes, daba un poco de miedo. Otros no nos querían recibir hasta que veían la camioneta ploteada con el logo del Ministerio de Desarrollo Social (de la Nación, uno de los principales auspiciantes del emprendimiento) y ahí nos abrían las puertas de todo como si estuviéramos haciendo algo distinto", recuerda ahora Sly en la tranquilidad de un café en Martínez. No extraña ni un poco cómo muchos de los politiqueros del interior se presentaban ante sus votantes como los hacedores de la visión de Alex e Inés, que ahora están seguros: pronto se casarán.

"Creo que mi mayor error fue creer que los problemas de los pueblos eran diferentes a los de las ciudades. Idealicé un poco los lugares antes de recorrerlos. A medida que empezamos Rodando Cine me fui dando cuenta que no era tan así. Los lugares eran increíbles, pero compartían las mismas problemáticas que cualquier ciudad a menor escala: inseguridad, drogadicción y desempleo", enumera Kracht, periodista y politóloga.

No fue el único prejuicio que refutaron a bordo de "La Roly", la camioneta reconvertida en casa rodante que los paseó por Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Guatemala y México. "Pensamos que en donde no había cine la concurrencia iba a ser enorme, pero nos encontramos con que a pesar de volantear todo el día, que la municipalidad nos ayudara con carteles, al final vinieran sólo quince personas. Y entonces sí era un poco deprimente", aporta Alex. "También creíamos que más era mejor y nos pasó que en Sauce, en Corrientes proyectamos Bañeros 3 y vinieron 255 personas. Sin embargo, fue de las proyecciones que menos pagaron, porque cuando la película terminaba todo el mundo se levantaba. En Catamarca, por ejemplo había nada más que 30 personas pero todo el mundo se quedaba charlando sobre la problemática del pueblo y de la película que eran la misma", agrega.

"El cine nos abrió muchas puertas. Creo que llevar algo, por más mínimo que sea, ayuda a un buen recibimiento. Además el cine es algo que damos tan por sentado en Buenos Aires y hace tanta falta en el resto del país y de Latinoamérica. En especial tuvimos muy buena recepción en aquellos lugares en los que alguna vez hubo un cine, pero luego dejó de ser rentable y desapareció", sentencia Kracht. Y acaso alguien más tome nota para decidirse y largarse a una empresa semejante.

Sin embargo, algunas de las postales que Alex e Inés habían imaginado cuando iniciaron el proyecto y acudían a los foros de responsabilidad social para acosar a empresarios que invirtieran en lo que hasta entonces sólo eran buenas intenciones, sí se confirmaron. Como en Chuqui-Chuqui, Bolivia, un pueblo andino sin televisión y mucho menos cines, donde los chicos no daban crédito a la imagen proyectada. O en la vecina y también boliviana Ckonapaya donde ni chicos ni grandes habían asistido jamás a una proyección cinematográfica.

Otras postales tal vez fueron menos inocentes, más sórdidas pero igual de intensas. Como cuando proyectaron la película de Juan Taratuto No sos vos soy yo, en un instituto de menores abusados sexualmente en las afueras de Cartagena de Indias, un centro turístico por excelencia, y uno de los destinos preferidos entre los pederastas norteamericanos que hasta allí llegan.

Cuando Alberto Granado, el compañero de ruta del "Che", le confesó al líder guerrillero que de la vida burguesa lo que más extrañaban eran los viajes de placer, Guevara le contestó sin vueltas: " Si no es con una metralleta no me interesa". Alex Sly, admirador del líder revolucionario, festejado en todo el continente, menos -como observó- en la militarizada Colombia, piensa parecido, aunque en vez de cargar pólvora anacrónica imagina llevar otra vez armas de la cultura. "Soy más amante de hacer algo con la gente que del cine en sí mismo, las ideas de los próximos viajes recién están decantando", avisa.

Veintiséis mil kilómetros después, sin deprimirse, no queda otra: habrá que creerle.

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