martes, 14 de abril de 2009

Andrés Caicedo, el nerd

Andrés Caicedo, el nerd

El Bafici también guardó un lugar privilegiado para homenajear al autor colombiano Andrés Caicedo. El escritor chileno Alberto Fuguet y el director de cine Luis Ospina evocaron -en una charla abierta- al verdadero Caicedo detrás de la figura de icono pop literario que desembarcó el año pasado con ¡Que viva la música!


CAICEDO SEGUN FUGUET. El antologista de McOndo recuerda al autor de ¡Que viva la música!.


Demasiado tiempo tardó en aterrizar la estela de Andrés Caicedo en Buenos Aires. Podría haber llegado mucho tiempo atrás, si se hubiera concretado la oferta de la desaparecida editorial Crisis para publicar su novela más festejada ¡Qué viva la música! O tal vez, si alguien se hubiera percatado de un artículo sobre salsa que llevaba su firma en la mítica "El expreso imaginario". Pero está claro, no sucedió así.

Fueron pocos, casi nadie, quienes conocían el nombre o la obra de este escritor, dramaturgo precoz, y cinéfilo empedernido antes de que irrumpiera el año pasado, tras la publicación en Argentina de su obra más célebre, para convertirse en el insoportable tema de conversación de los entendidos y de los no tanto, escritores o aspirantes, todos ellos menores de 30.

Algo de ese halo se respiraba el lunes en la conferencia Andrés Caicedo: cine, drogas, salsa y rock n'roll en la que participaron Alberto Fuguet, "director y montajista" de la flamante autobiografía de Caicedo Mi cuerpo es una celda; Luis Ospina, cofundador del Cineclub de Cali; el critico de cine y programador del festival Javier Porta Fouz y el moderador Fernando García.

"A mí también me molesta esté de moda, pero yo lo había leído antes", se ufana Fuguet. "Es una etapa, y este tipo se merece la oportunidad de acceder a nuevos lectores. Esto -un documental, una conferencia y una charla casual sobre el autor- era impensable hasta hace poco tiempo incluso en Bogotá. Hace cinco años era un fenómeno exclusivo de Cali", se calma Fuguet, crítico de cine y escritor, igual que Caicedo.

El autor de Mala onda y de la recordada antología McOndo comparó el fenómeno Caicedo con el de otro muerto famoso raptado por las charlas pseudo literarias de Palermo. "Con Roberto Bolaño está sucediendo algo similar, pero eso no le quita mérito. Y como Caicedo no tuvo la oportunidad de promocionarse, esa tarea me toca a mí", resume minutos antes de subirse al escenario el promotor de Mi cuerpo es una celda, un libro que rescata cartas, anotaciones, comentarios sobre películas en líneas sueltas y ordenadas cronológicamente que reflejan la urgencia con la que vivió y se mató Andrés Caicedo a sus 25 años.

Con el flamante libro, y en Unos pocos buenos amigos (1986), el documental de Ospina sobre su amigo, se refleja una áurea distinta que la que el destino forjó para Caicedo. Muy lejos, por cierto, de esa pose entre hippie y rockera que la iconografía ayudó a construir. "El tipo no era realmente un rockstar, era un tartamudo, que se drogaba -no para bailar- sino para poder hablar con alguien. Era un nerd, un tímido que estaba metido en una celda, todo el día mirando películas, leyendo y escribiendo, casi como un enfermo", sentencia con menos vehemencia Fuguet.

¿A quién, para quién, para qué escribía el sufrido Caicedo? Según la investigación que Fuguet elaboró para plasmar Mi cuerpo, la mitad de las cartas que allí aparecen eran para gente que él nunca había visto en su vida y a las que les escribía más de 15 páginas para sólo recibir como respuesta y con suerte, una mísera línea. "Él tenía la necesidad de comunicarse con otros y de armarse una red. Hizo amigos en Perú, Colombia España. Era un adelantado, tenía la actitud de un blogger", lo evoca el chileno.

Luis Ospina, ya en plena conferencia del Bafici eligió recordar lo que pensó cuando se enteró leyendo el diario, de la muerte de su amigo, con el que erigió el mítico Cineclub de Cali, el centro de reunión de cinéfilos, marginales y fumadores de marihuana, que hacían la previa escuchando los Rolling Stones en vez de a los buenazos de los Beatles. La pregunta de Ospina parece pertinente: "¿Cómo alguien que acaba de comprar una heladera se suicida?"

Para Fuguet que enseguida recogió el guante da para pensar que "se le fue la mano" con los 60 seconales (el mismo final que eligieron, entre otros, Charles Boyer, Marilyn Monroe, Judy Garland y Alejandra Pizarnik) justo después de recomendar por carta, tal como aparece en el libro, que hiciera una crítica justa (buena) de Taxi Driver, del genial Scorsese, un película, que a priori es más inspiradora que depresiva.

"Él sabía perfectamente que matarse iba colaborar a su mito y efectivamente lo logró. Si bien no era una estrella sí salió en un diario 'se suicidó un crítico de cine caleño'. El suicidio es parte de su obra, por eso iba dejando notas y así como a Luis Ospina le tocó recoger parte de su legado ahora me tocó a mí", insistía minutos antes Fuguet para justificar porqué hizo su "own private Caicedo". "Yo también quería saber por qué se mató, pero también sentía que Caicedo tenía que llegar a más gente, salir de su país, donde sólo era considerado como un rockero. Yo sentí que tenía que cumplir ese rol y a la larga es por agradecimiento, porque él contribuyó a hacer este mundo más fácil", se emociona un ahora emocionante autor de Sobredosis.

Lector voraz, nunca se mareó con la explosión cercana del boom. Tal como remarca Fuguet, para quien tanto más interesantes resultan estos apuntes que indagan entre la angustia y la pulsión suicida de un autor demasiado joven, olvidado ayer y sobredimensionado hoy.

De una forma u otra la sala y el auditorio del Espacio Bafici estaba colmado de jóvenes que reafirmaban el mito de la iglesia caicedeana. No había tantos, como por ahí se dijo, lookeados como el rey muerto, como los que asquearon a Fuguet cuando los vio drogándose y añorándolo, besando su lápida en el cementero caleño donde Caicedo descansa. "Caicedo era joven y estaba embobado con los jóvenes. Era un chico de 24 años, un autor en proceso. Por eso creo que ¡Que viva la música! es más que nada para jóvenes, pero Mi cuerpo es una celda tiene la capacidad de alterarte tengas la edad que tengas", promete.

Ospina también fue categórico. Que valga el ejemplo cuando afirma un poco con sorna que ¡Que viva la música! desplazó como lectura obligatoria a María, de Jorge Isaacs, en las escuelas de todo Colombia. Pero hasta ahora el fenómeno Caicedo no lograba traspasar las fronteras cafeteras. "Las editoriales tuvieron la mente estrecha, pensaban que él era para consumo local, como si fuera una comedia (una comida) típica", subrayó Ospina.

Entre el mito, el personaje, la pose cool y desafiante tomándose "el paquete", queda nada más que su prosa vertiginosa, apurada y abrupta, como sus textos. Queda también la última y celebratoria reflexión de Fuguet: "Que se presente un libro de él en el Bafici significa que Caicedo logró lo que siempre quiso lograr".

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