Augusto Vandor, el sindicalista que enfrentó a Perón
Fue líder del gremio más poderoso en la Argentina de los 60, la UOM. Apodado "El Lobo", Augusto Vandor fue temido por sus enemigos, respetado por sus amigos. Los autores de Saludos a Vandor, un nuevo libro sobre su turbulenta vida y misteriosa muerte, trazan un perfil de este hombre de hierro del gremialismo.
Por: Fabián Bosoer
Cada uno de los movimientos de Augusto Vandor (1923-1969) fue configurando el prototipo del dirigente sindical, después de los lejanos tiempos del sindicalismo de resistencia obrera y antes de los más cercanos del sindicalismo empresarial. Era el exponente de un modelo sindical que sobrevivió a gobiernos del más variado signo. Un modelo sustentado en el manejo de las negociaciones paritarias; las Obras Sociales y sus suculentas cajas, y la representación unificada de los trabajadores en un sindicato por rama de actividad y una confederación única. No sólo la poderosa Unión Obrera Metalúrgica da cuenta de un antes y un después de este hombre polémico y tan imponente como esquivo al faranduleo político y las apariciones estelares. La trayectoria del sindicalismo, las luchas políticas y conflictos sociales, y toda la literatura historiográfica encuentran en él un punto de inflexión.
Vandor no cambió, es cierto, la historia de la época. Pero le fijó un sello distintivo, tanto como las heladeras SIAM, los autos Di Tella, Citroen 2CV y Torino, las revistas Primera Plana y Leoplán , los televisores y combinados Ranser, Nicolino Locche, Juan Manuel Fangio y la Cabalgata Deportiva Gillette. Fue el único dirigente gremial cuyo apellido se convirtió en ideología, el "vandorismo", con sus significados polivalentes y controvertidos, llevados al límite entre la letra y la sangre; entre la cercanía personal y la leyenda, desde sus orígenes hasta su muerte, aún hoy regada de interrogantes y misterio. Pero además, detrás de él –el "Hombre de Hierro" emblemático de los años 60– estaba el lugar de la metalurgia en la economía, en la sociedad, y en los desarrollos científico-tecnológicos y en el imaginario colectivo de aquellos tiempos: el acero y la siderurgia, los electrodomésticos y los "fierros", los militantes y los militares.
El Lobo
La biografía política y personal de Vandor traza, en sí misma, un recorrido fascinante por aquellos años de la Argentina. Desde su llegada a Buenos Aires desde el pueblo de Bovril en Entre Ríos, sus primeros pasos como delegado de la Philips en el barrio de Saavedra, hasta su trayectoria como secretario general de la UOM y líder de las 62 Organizaciones, esa potente punta de lanza del movimiento peronista. Aspectos y pormenores menos conocidos fueron sus buenos vínculos con la izquierda, su reunión con el Che en Cuba, sus conversaciones informales con jefes militares y personajes influyentes de la política y el periodismo. Artífice de los Planes de Lucha con los que contribuyó al desgaste y caída de los gobiernos de Frondizi y de Illia, alcanzó la cúspide en las alternativas de su enfrentamiento con Perón a partir del fallido Operativo Retorno, en 1964, y de otra "alocada" idea, el desvío de un avión a las Malvinas, la Operación Cóndor, en el 66. De las disputas internas con otros dirigentes gremiales, las más resonantes son las que protagoniza con José Alonso, que divide a las 62 Organizaciones en "Leales" versus "De pie junto a Perón", y luego con Raimundo Ongaro y la CGT de los Argentinos, expresión del peronismo combativo. En esa trayectoria se va conociendo también el lado oscuro del país subterráneo: el secuestro y asesinato de Felipe Vallese y el confuso episodio que terminó con la muerte de su amigo y lugarteniente Rosendo García, junto a los militantes de base Domingo Blajaquis y Juan Salazar, un viernes 13, el de mayo de 1966.
Sus rasgos personales lo recortan en el paisaje. De aspecto físico macizo, muy serio –esporádicamente jugaba en sus labios una sonrisa–, tenía una mirada fría y penetrante que no podía borrar cierto dejo de tristeza. Caminaba dando grandes pasos y enfrentaba a su interlocutor con un gesto adusto. Amigo de sus amigos, no despertaba en ellos amor, pero sí respeto. Como adversario era temible e implacable. De allí quizás su seudónimo: "El Lobo". No perdonaba a los contrincantes. Los trataba como un lobo con sus presas; se ensañaba con ellos.
Los escenarios de esta trama alternan imágenes de fuerte tonalidad sepia con borrosos recuerdos –entre nostálgicos y traumáticos–, y torrentes de testimonios que siempre dicen algo nuevo y dejan algo sin contar. El tinglado de la fábrica, los playones donde se expresa la protesta, los bares y comederos donde se discuten los pasos a seguir en el conflicto y los despachos donde se negocia y se firma el acuerdo con la patronal.
Otros paisajes lo tendrán como actor decisivo: las luchas de la Resistencia del peronismo proscripto, los plenarios gremiales, los salones de la CGT y las prolongadas deliberaciones de las asambleas, en las que el Lobo digita la lista de oradores, las votaciones y los nombres de quiénes subían y quiénes bajaban. Y la otra trastienda, más tenebrosa, que lo envolverá en un torbellino: armas, guardaespaldas, pistoleros, tiros, bombas, crímenes sin esclarecer. Las calles de Avellaneda y una esquina fatídica, la de una pizzería, La Real, en la que una balacera desatará odios, anatemas contra la traición y juramentos de venganza. E inspirará a Rodolfo Walsh para escribir su célebre libro de investigación y denuncia ¿Quién mató a Rosendo?
La escenografía se desplaza de un plano a otro. Finalmente, su bastión: el edificio de la calle Rioja 1945 (un número significativo para un sindicato peronista) y el bunker de puertas blindadas, en el primer piso, donde sería amo y señor, desde donde planificaría tantas operaciones políticas y en el cual se encontraría con la muerte.
Cuando atravesó aquella puerta, el 30 de junio de 1969, el estratega que siempre tenía un as en la manga, que confiaba al extremo en la intuición y llegó a sentirse imbatible en muchas ocasiones, el único dirigente sindical que se atrevió a medir fuerzas con el caudillo en el exilio, certificó con su vida que había traspasado el límite de lo posible. Hacía un tiempo que ya no se controlaban las fuerzas desatadas y se habían deteriorado los vasos comunicantes que oxigenaban el circuito de relaciones de su imperio. Y tanto poder sin rumbo, librado a su suerte, factiblemente haría encallar al capitán de tormentas. Se cumplía un mes exacto de las jornadas del Cordobazo y la protesta se hacía oír en las calles. A la misma hora en que Vandor era asesinado, Nelson Rockefeller platicaba con Onganía en la Casa Rosada.
La tapa de Primera Plana que se vende en los kioscos, horas después del crimen, con Vandor en su féretro, lleva por título "La hora del miedo". En el mismo número de esa revista, Tomás Eloy Martínez entrevista al antropólogo francés Claude Levi-Strauss, padre del estructuralismo, cuyas ideas impactaban en Buenos Aires de la década del '60 en los ámbitos universitarios e intelectuales. El motivo del reportaje era presentar su obra Lo crudo y lo cocido , que se distribuía en las librerías porteñas. Allí estaban retratados los contrastes de un país y de una década en la que convivirían civilización y barbarie, floreciente vida cultural y oclusión de los canales de representación política, necrofilia y activa vida ciudadana.
El juego pendular de "golpear y negociar" se había roto abruptamente en la cúspide y con él también estallaba un espejo en el que una Argentina quiso verse: el de un país cuya portentosa máquinaria industrial podía resolver o soslayar sus grandes atolladeros. Aquel asesinato plagado de enigmas y nunca completamente esclarecido, el crimen de la calle Rioja, un adelanto de lo que ocurriría un año más tarde con Pedro Eugenio Aramburu, y luego con José Alonso y José Ignacio Rucci, y luego con otros miles y miles, marcó para muchos el inicio de la etapa de violencia política que desembocó en los trágicos años 70.
Otro aspecto de la época: durante el decenio 63-73 –así lo recuerdan los economistas Pablo Gerchunoff y Lucas Llach– la Argentina creció como nunca antes lo había hecho, a una tasa promedio del 6% anual. Fueron tiempos de "primavera económica" y de crecimiento industrial, aunque abundaran los inviernos y otoños de ajustes, inflación, proscripción y represión. Aunque faltara la democracia.
Carlos Strasser, decano de los politólogos argentinos y por aquellos años director del semanario El Popular , en el que escribían entre otros Arturo Jauretche, Ismael Viñas y Walsh, ubica a aquellos '60 como "la década más convulsionada y 'loca' del siglo veinte: la guerra de Vietnam, los hippies, los Beatles, Luther King, el mayo francés, la contracultura, entre nosotros el Di Tella, etc., etc". Pensando en la Argentina política, Strasser rescata "lo que fue el tiempo de la revisión, la nueva mirada sobre el peronismo y el gorilismo, y de la creación de la ideología política de lo que luego surgió y a partir de lo cual se redondeó el setentismo, cuando las ideas contestatarias y justicieras se hicieron de armas llevar".
Nace la leyenda
Muerto Vandor, comenzaba la leyenda sobre su figura. Para Juan Carlos Torre, autor de insoslayables trabajos sobre el sindicalismo peronista, el pragmatismo de Vandor consistió en valorar, en primer lugar, la suerte de la organización sindical. Con esto se quiere subrayar que fue un dirigente escasamente interesado en los planteos estratégicos y en los esquemas ideológicos. Frente a todos reaccionó habitualmente con la natural desconfianza de alguien que juzga la realidad circundante desde la óptica de la organización sindical y se preguntaba en cada caso si en ésta se perjudicaba o se beneficiaba. Participar permaneciendo en la oposición, he ahí la idea que quizá resume mejor la posición de Vandor y que a lo largo de su trayectoria lo opuso a la vez tanto a la llamada línea dura del sindicalismo peronista como a los dirigentes que se inclinaron por congraciarse con los poderes de turno en un país sin democracia,
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