A LOS 78 AñOS, MURIO EL 19 DE ABRIL EL ESCRITOR JAMES GRAHAM BALLARD
Ballard, una de las mentes más lúcidas y visionarias que dio el siglo XX, falleció víctima de un cáncer.
El diseñador psicológico del futuro
Maestro de la ciencia ficción, fue autor de obras de gran repercusión, como El imperio del sol y Crash, ambas llevadas al cine.
Por Silvina Friera
Aunque el escritor de culto intentaba llevar una vida lo más normal posible, no tenía ilusiones respecto del final. Una de las mentes más lúcidas y visionarias que ha dado el siglo XX –que no necesitaba drogas para imaginar sus mundos de una provocadora luminosidad lisérgica porque “no hay droga como la mente”– estaba sentenciada. En junio de 2006, después de un año de molestias que le achacó a la artritis, un especialista le confirmó que padecía un cáncer de próstata avanzado que se había extendido a la columna vertebral y a las costillas. Los tratamientos amortiguaron los dolores y permitieron que recuperara el ánimo y escribiera su autobiografía Milagros de vida (Mondadori), uno de sus últimos libros publicados en febrero pasado junto con Fiebre de guerra (Berenice), cuentos que permanecían inéditos en español. A pesar de que la muerte del escritor británico James Graham Ballard, maestro de la ciencia-ficción más literaria que falleció ayer a los 78 años, era esperada, no por ello resulta menos dolorosa. Los críticos, especialistas en ver la paja en el ojo ajeno, muchas veces se ensañaron al subrayar los aspectos enfermizos, malsanos y perversos de su escritura. Sus cientos y miles y tal vez millones de admiradores, en cambio, siempre han celebrado la capacidad ballardiana de avizorar el futuro y de escrutar en las profundidades de nuestras almas, sondeando los elementos más tenebrosos, pero también los más conmovedores y extraordinarios.
Nacido en China, en la ciudad de Shanghai en 1930, dos décadas antes de la Revolución Cultural de Mao, Ballard recordaba esa urbe cosmopolita, “la ciudad más pecaminosa del mundo”, como “un lugar mágico, una fantasía autogeneradora capaz de dejar muy atrás mi tierna mente”. Pero en su infancia no todo fue exotismo y aventura. Vivió la invasión japonesa en 1937 y estuvo recluido con su familia en el campo de concentración de Lunghua de 1943 a 1945 junto a 2000 prisioneros. Esa experiencia dramática la narró en su novela más conocida, la autobiográfica El imperio del sol (Minotauro), que Spielberg convirtió en película. Después de la guerra, el adolescente Ballard llegaría a Inglaterra, donde optó por estudiar medicina en Cambridge, aunque pronto abandonó sus estudios porque quería convertirse en escritor. Ya había escrito varios relatos, muy influido por Joyce, y había enviado unos cuantos a Horizon y otras revistas literarias sin ningún éxito. Fue redactor en una agencia de publicidad, mozo, vendedor de enciclopedias a domicilio y hasta se alistó en la Fuerza Aérea británica para realizar un curso de piloto en Canadá.
Cuando regresó a Inglaterra, estaba convencido de que su carrera de escritor estaba empezando. Se casó con Mary Matthews, empezó a vender sus relatos a New Worlds y Science Fantasy, dos revistas de ciencia ficción, tuvo tres hijos a los que consideraba “milagros de vida” y a quienes les dedicó su autobiografía, y se compró una casita en Shepperton, donde residió hasta su muerte. En 1963 publicó su primera novela El mundo sumergido con la certeza de que “el espacio interior” era el rumbo que tenía que tomar la ciencia ficción. Admirador de los pintores surrealistas (Magritte, Dalí, De Chirico y sobre todo de Delvaux), de los que su universo imaginario es muy deudor, e interesado en el psicoanálisis, Ballard estuvo próximo al mundo artístico y se vinculó a los movimientos vanguardistas de los sesenta, sobre todo el pop-art. La exhibición de atrocidades (1970) fue un intento por entender los sesenta. Una de sus obsesiones la sublimó por partida doble en una exposición de automóviles destrozados en accidentes, que organizó el escritor, y en su novela Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg. Fue, sin duda, su obra más controvertida. Sus personajes se excitaban sexualmente a través de choques de autos. El film de Cronenberg puso en la mira al escritor, a quien muchos acusaron de ir “más allá de la depravación” y de incitar a la gente a imitar a los protagonistas.
Varias de sus obras más conocidas giran en torno a las catástrofes que amenazan la Tierra y conducen a los personajes a una regresión psicológica, a un Apocalipsis interno que no deja de tener un elemento de regeneración. El propio autor afirmaba que sus libros no eran ciencia ficción sino “un retrato de la psicología del futuro”. Ballard supo anticiparse a la caída del sueño americano y a la importancia de las nuevas tecnologías. “La ciencia y la tecnología se han multiplicado a nuestro alrededor –decía– tanto que dictan la forma en que escribimos y hablamos.” Consciente de que se moría, colaboró con su médico en una suerte de experimento literario en torno a su enfermedad, del que no se sabe si sus frutos serán publicados. No importa. A veces, los libros póstumos, además de decepcionar, pueden manchar una obra impecable. Ante la pérdida de uno de los mejores escritores británicos del siglo XX, quedan sus libros. Con el amargo sabor que deja siempre la muerte de un maestro, resuena ahora un pensamiento de Ballard: “En un mundo completamente sano, la locura es la única forma de libertad”.
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