viernes, 24 de abril de 2009

"El lenguaje es un maestro despiadado"


La poeta y ensayista desmenuza la compleja relación que las palabras fueron estableciendo históricamente con la salud y la enfermedad. Un tema que investigó durante tres años, convocada por un grupo de médicos que querían mejorar la comunicación en el ambiente de la medicina.

Por: María Lujan Picabea

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES. Bordelois, entre el parque de paraísos de una foto de la niñez, y el de las palabras de hoy.

De la seguridad de aquel parque de paraísos, ese que Ivonne Bordelois dirá "es el paisaje de mi niñez", que desde los bordes de la inmensa y antigua fotografía invade la sala de su departamento en la avenida Callao, la poeta y lingüista salta a otro parque, a ratos una luminosa pradera, a ratos un oscuro bosque: el de las palabras. Habla de A la escucha del cuerpo, libro que acaba de publicar, editado por Del Zorzal, donde se mete en esa madeja apretada que es la lengua de la salud, de la enfermedad, la vida y la muerte, siempre crítica y dramática en las comunicaciones entre médicos y pacientes. "Este trabajo nació de la inquietud de un grupo de médicos que me propusieron aportar mi enfoque sobre el lenguaje para ayudar a la comprensión de la comunicación en el ambiente de la medicina", cuenta la autora, luego de tres años de investigación.

En "A la escucha del cuerpo" habla de la necesidad de curar las palabras que hablan de la cura y de la enfermedad. ¿Cómo pueden las palabras ser curadas?

Curar es limpiar, cuidar. Cuando uno emplea las palabras a través de las cuales se relaciona con una persona, con el dolor de una persona y con su enfermedad, sin pensar en la calidad de las palabras, está enfermando a las palabras... Porque las palabras son como personas, son como intermediarios entre una persona y otra, y es muy importante que tengan el tono, el color, el vestido, la actitud necesarios para llegar adecuadamente. Una misma palabra pronunciada de otra manera llega de un modo distinto y ayuda a la persona a integrarse y entender lo que le pasa. De ese cuidado se habla. El cuidado está representado en saber qué quiere decir exactamente lo que decimos; a veces una palabra tiene una connotación que se le escapa al médico y que al paciente lo golpea. Hay un pasaje muy importante en el libro, en el que un paciente tiene una enfermedad por la cual se le va cayendo la piel en costras; y el médico le dice el nombre de la enfermedad: estafilodermia psoriasoforme. Pero el paciente le dice: no, yo no estoy enfermo de eso, estoy enfermo de humillación. Ese paciente estaba cuidando las palabras, me pareció muy linda la actitud de ese paciente que enfrenta al médico con el compromiso afectivo que representa la enfermedad y reniega de esa palabra inhóspita con que se nombra a su padecimiento. Eso, el poder elegir las palabras, es de algún modo curarlas.

Las palabras, entonces, se pueden curar, pero ¿también pueden enfermar?

Sí, claro que sí. Está la anécdota famosa de Freud que narra el momento en el que el médico le dice que tiene cáncer, y él retruca: "Usted con qué derecho me lo dice". Bueno, hay que tener mucho cuidado porque hay para quienes no es la enfermedad lo que mata, sino el diagnóstico. Hay mucho material sobre eso. Sin embargo, actualmente, mucho más profundamente en Europa que aquí, los médicos son implacables en sus diagnósticos, e impera una especie de sadismo permitido por la sociedad. Hay que tener mucho cuidado con las palabras.

Y en esos casos entran también a jugar los silencios del médico, aquello que no se dice...

Sí, es tremendo, y es en esas situaciones en las que se ve más fuertemente la carga del lenguaje y hasta qué punto las palabras se meten en el cuerpo.

El libro bucea en la etimología de las palabras relacionadas con la enfermedad en diferentes idiomas, ¿se trata de la búsqueda de una naturaleza primera, anterior a la construcción de cada lengua?

Bueno sí, aunque mucha gente lo discutiría, en estos tiempos se valora cada vez más la diversidad. Lo cierto es que hay intuiciones centrales en el lenguaje que son universales y compartidas. Algunas son muy tremendas, no son ni amistosas ni amables, son tremendas.

Tales como la carga negativa del origen en la denominación de la enfermedad y el enfermo asociada al pecado.

Sí, porque el lenguaje es un maestro despiadado que nos enfrenta a las cosas crudamente. Además hay en él ambivalencias muy ricas como que decir veneno es decir también esperma. Yo no acabo de entender lo que pasa ahí pero pasa algo muy interesante. Algo de ello fue estudiado por Freud. Sin embargo, los psicoanalistas, que tanto se jactan de hablar de la lengua, no entran en esto. Creo que les da trabajo. Me parece que hay un poco de miedo a los diccionarios, al estudio y a los análisis más refinados, por eso se hacen grandes burbujas de palabras pero no se entra al carozo mismo. A mí este libro me plantea justamente la necesidad de seguir investigando, me pregunto el por qué de ciertas metáforas, el por qué de aquellas otras metonimias y eso queda abierto. Siempre queda algo abierto. El trabajo con las palabras es un trabajo muy lindo, muy pintoresco, muy viviente...

¿Es una manera de recuperar la ideología oculta en el lenguaje?

Sí, claro que sí. Por ejemplo, en la idea de cómo el lenguaje se acerca a la muerte. A mí me interesa mucho la parte de la sintaxis. Fijate cuando en español se dice: "Se mató en el accidente". Es una referencia muy fuerte, porque advierte sobre una cierta cosa suicida; hay algo ahí que pasa como un relámpago de lo siniestro. Asimismo, todo lo que tiene que ver con la religión, el hecho de hablar de la remisión de la enfermedad como la remisión de los pecados. Hay zonas en las que lo religioso, la culpa, la enfermedad se van anudando. Son interpretaciones atávicas, pueden ser lastres primitivos –como diría una psicoanalista o un científico–, pero están vivos en el lenguaje y algo acarrean. Por eso conviene hacerlas visibles. Así como Gustav Klimt decía que la pintura era hacer visible lo invisible, en este tipo de trabajo se hace audible lo inaudible, se hace presente lo que está escondido. El lenguaje es una mina de oro, tiene escondites maravillosos y muy enigmáticos que no dan soluciones, abren caminos.

En cuanto a la mutación de las palabras referidas a las enfermedades que se van cargando de significado y de asociaciones negativas, y van siendo reemplazadas por nuevas palabras. ¿Considera que el lenguaje acompaña el cambio social de la representación de la enfermedad o de alguna manera lo produce?

Es una buena pregunta, me parece que pasan las dos cosas. Pensaba, por ejemplo, en el cambio de actitud con respecto a la homosexualidad, que fue considerada durante mucho tiempo como una enfermedad y ahora se habla de "lo gay". Eso es una especie de blanqueo. Ahí el lenguaje se puso al día con una realidad en que la conciencia social cambió. El lenguaje se ha ido poniendo al día, pero muy lentamente. Cuando yo era joven, a los homosexuales se los llamaba "invertidos", una palabra terrible. Ahora la homosexualidad hace tiempo que no es una enfermedad, es una condición. Al revés, hay palabras que podían resultar inocentes y que han adquirido gravedad, como podría ser, por ejemplo, la anorexia, que empezó a percibirse muy recientemente. Antes no se conocía, había gente que simplemente estaba muy flaca. Cierto es que los parámetros de salud se han vuelto más estrictos. Hay una mirada de la sociedad con respecto a la gente que no cuida su cuerpo, y hay como una especie de castigo o censura. La idea de "comida chatarra" antes no existía, pero se inventó y es un buen castigo, una descalificación necesaria. En ciertas cosas se progresa, se progresa en la conciencia colectiva y en el lenguaje. Hay, por otro lado, tendencias regresivas, aunque, creo yo, que con más fuerza en lo visual. Lo regresivo aparece sobre todo en la imagen y lo progresivo, en el lenguaje.

No es una sentencia muy auspiciosa en un mundo atestado de imágenes.

Claro, porque la imagen es, ante todo, más autoritaria que el lenguaje. Cuando te desfilan quinientas modelas anoréxicas, altas y lánguidas, eso penetra mucho más hondo que cualquier palabra que se pueda oír o decir. Hay un bombardeo continuo y un lenguaje que se ve reducido sólo a la imagen, con ausencia, casi excluyente de la palabra. Ahí se ve cómo la imagen tiraniza a la gente.

Usted afirma que las palabras han resistido a la muerte, ¿en qué sentido?

Bueno, porque hay una imposibilidad clara de nombrar a la muerte. Ahora, cuando se nombra a la muerte también aparece siempre la historia de que no se puede apartar la mención de la muerte de la figura mítica de que uno no muere sino que es matado. La idea imperante de que la muerte es como un sujeto. Se tata de una raigambre muy profunda, tanto en el lenguaje como en la cultura, la tendencia a personalizar a la muerte y a verla como una especie de hostilidad. A pesar de que ahora, y creo que es un rasgo progresivo, hay una tendencia a percibir a la muerte como un pasaje natural y combatir el miedo a la muerte. Eso también tiene un lenguaje y da la impresión de que hay una especie de impregnación colectiva que está en balance con aquella vieja historia de la muerte con la guadaña. Son arquetipos que compiten todo el tiempo unos con otros.

¿Puede pensarse en el lenguaje, o en el lenguaje poético, como una forma de exorcizar a la muerte?

Sí, hay grandes poetas de la muerte. Gente que enseña la majestad de la situación de la muerte. Se advierte, por ejemplo, en el pasaje que yo incluyo en A la escucha del cuerpo sobre de La muerte de Iván Illich, de León Tolstoi. Hay una zona del vocabulario en la que la muerte es siniestra, es un ataque, es un castigo, y que se ve como una especie de fusilamiento de la vida, y hay otra zona del lenguaje en la que la muerte es un pasaje al sueño. Este es un mundo en el que la violencia cunde tanto que da la sensación de que todo el tiempo se está martillando en el lado siniestro de la muerte, pero es muy importante acarrear las otras imágenes para que nos queden alternativas. Pero la manera en que esto se plasma en palabras es difícil de entrever. La palabra muerte sigue siendo la misma y en su etimología tiene que ver con mordaza, con morder. Claro que la palabra vida, por otro lado, tiene la misma raíz que la palabra violencia, y hay mucho ¡epa! por ahí.

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