El maestro del fin del mundo
Por Rodrigo Fresán
Se puede decir que J. G. Ballard (Shanghai, China, 1930-Londres, Inglaterra, 2009) es a William Gibson lo que Los Beatles son a Oasis. Está claro que Ballard es the real thing, que llegó primero a la cima y seguirá ahí arriba, solo, ya no escribiendo pero –tan perturbadoramente sencilla de ser releída– funcionando para siempre con esa rara prosa cromada y funcional, no muy diferente de la que practica J. M. Coetzee, pero cuyas intenciones no pasan por denunciar injusticias sino, simplemente, por exhibir atrocidades.
Así, Ballard como el inmortal comisario de una muestra del espanto que supimos bocetar y colgar en las paredes de nuestros tiempos a modo de obra de arte contemplativa y contemplable. De ahí todas esas catástrofes climáticas y esos adoradores de accidentes automovilísticos y esas piscinas vacías y esos acoplamientos de cuerpos cicatrizados y esos presagios de los reality shows y esas tribus acomodadas y anárquicas –turistas con ganas de emociones fuertes o ejecutivos cansados de tanto ascenso– que finalmente se entregan al más licencioso de los abandonos, siguiendo la estela de mesías burgueses que predican el fin del aburrimiento y del ocio. Todo esto y mucho más conformando la especialidad de su casa: narrar el fin del mundo, sí, pero un fin del mundo en cámara lenta. Un Big (y Slow) Craaaaaaaaaaaaaaack.
Y Ballard era el tercer hombre, el sobreviviente, el que se las había arreglado para cruzar la autopista del nuevo milenio. Ballard –al igual que esos dos profetas de lo inmediato que fueron Philip K. Dick y Andy Warhol y que se murieron justo cuando el mundo comenzaba a parecerse demasiado a sus agrios sueños y dulces pesadillas– vivió para contarla y ver cómo la realidad, sin prisa ni pausa, se iba ballardizando. Así, Ballard era el virus que ya parece venir grabado en el hard disk de nuestro genoma como uno de esos files que, de pronto y sin aviso, se activan y contagian al resto del programa con esa voz ballardiana inconfundible y precisa y desapasionada, tan estilo BBC, que anuncia, al cierre de los boletines, que “This is the end of the world news”. El fin de las noticias del mundo, las buenas y malas nuevas de un mundo extraño.
Y hace tiempo, entropía era la palabra más cómoda para definir su tema. Ahora, es más sencillo y eficiente utilizar el adjetivo ballardiano. Ahí está. En las páginas del Collier’s English Dictionary donde se busca y se encuentra y se lee lo que sigue: Ballardiano (adjetivo) 1. Referente a James Graham Ballard, novelista británico, o a su obra. 2. Que se parece o sugiere las condiciones descritas en los relatos o novelas de Ballard, esp. La modernidad distópica, los desolados paisajes creados por el hombre & los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico, social o ambiental.
Otra manera de entenderlo rápidamente –otro modo de captar instantáneamente lo ballardiano– es mirar por la ventana, salir a caminar un rato, ver televisión o, si se es valiente de verdad, contemplarse por unos segundos en un espejo mientras, afuera, el mundo se hace pedazos.
James Graham Ballard ahora, se supone, descanza en paz.
Nosotros continuamos –sabiendo que fue él uno de los que más y mejor nos abrió los ojos– insomnes y en guerra.
Buena suerte para todos.
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