jueves, 2 de abril de 2009

FILOSOFIA: Sobre Ligaduras, Rutas y Rumbos;

Sobre Ligaduras, Rutas y Rumbos; Un pensamiento en torno a los límites del Espacio-Tiempo

“Todo lo que de la Zona se ve en la pantalla es un bosque y un río, nada más. Pero el aire que la rodea, las luces, el ritmo, las perspectivas que muestra el filme, nos la hacen sentir como un lugar distinto, de muchas dimensiones, siempre real y simultáneamente diferentes. Así es la Zona: un lugar que es y que no es, realidad y simultáneamente un lugar del alma, de la memoria”. Stalker



A. Tarkovsky

Entremos en la “Zona” de la mano de un Stalker (así como ese científico comprometido y ese intelectual escéptico del film, esto es, dos caras de la humanidad… son las mismas caras contrapuestas del Ordet de Dreyer) e intentemos viajar y viajar por los hitos, los cruces, los montículos de la propia in-teriorización, la cual muestra todo su ser en medio de la ex-teriorización más inexorable, para dar con lo más propio de cada uno… ¡dejémonos llevar por Hermes!... allí en los límites mismos del Espacio-Tiempo se juega lo natural en toda su emergencia que diferencia, expande, separa, dilata, quiebra la misma totalidad dándole espacio y tiempo…

Tratemos de quedarnos en esa “Zona” que nos muestra Tarkovsky y que ella sea nuestra “guía”, nuestra inspiración… Pensar la “Zona” de eso se trata… ¡Ya era tiempo de hacerlo!; pensarla como un lugar originario, esto es, lo propiamente espacial es lo que intentamos mostrar en esta ponencia. Y para ello buscamos simplemente demorarnos y quedarnos en el problema del espacio; en rigor de los términos, no buscamos dar con el espacio (pues ya estamos en uno o, mejor dicho, estamos en varios a la vez), sino con lo que lo posibilita, su “límite”; pensar el espacio desde su límite o sus límites es lo que pretendemos. No buscamos pensar lo que está “junto a” la “Zona” sino que pretendemos quedarnos en ella y caminarla; queremos aventurarnos de la mano de un “travelling” preciso de Stalker para ir mostrando los hitos de este viaje en la “Zona”… Buscamos dar con el carácter espacial en cuanto tal, esto es, lo “espacioso” o, dicho de otro modo, “ir a dar a” los límites mismos que inauguran los espacios (pensaremos desde los contornos mismos del espacio). Dar con “eso” espacioso, que es fuente de todo espacio (y que no es ningún “eso”), es una tarea necesaria para cualquier saber que intente pensar sus orígenes, pues todo saber es un saber que se constituye desde un “lugar” propio, desde un “límite” que lo clausura y que, a la vez, lo abre con otros saberes, pues es un límite entre otros… un saber determinado es un saber desde un cruce cualquiera…

Algunas preguntas fundamentales, hoy en día, para comprender acabadamente lo que sean las cosas (lo que éstas nos pueden de-limitar, de-finir, con-figurar), o sea, de lo que sea este mundo circundante, son las preguntas: ¿Por qué hay espacio? ¿Por qué el espacio “espacia”? ¿De dónde le viene al espacio su carácter “espaciante”? ¿Por qué surge la necesidad de preguntar por el espacio cuando se pregunta por los límites de lo cotidiano en nuestras vidas? ¿De dónde nace la necesidad de de-limitar?, etc., etc. Porque radicalmente: “No hay nada que no esté articulado con el espacio, y su articulación es coextensiva de lo real”1 tenemos que sumergirnos, en parte, radicalmente en él, para luego poder apreciar en toda su magnitud lo que nos sugieren las cosas como momentos puntuales desde dónde realizamos nuestras vidas. Para poder entender esto debemos preguntarnos: ¿Qué mienta esa co-extensividad entre espacio y cosas, entre espacio y hombres? Este radical tema ha sido uno de los fundamentales que ha atravesado el pensamiento del siglo recién pasado, pero es un pensamiento muy antiguo; lo podemos rastrear desde los mismos griegos en adelante (pensemos en el Timeo de Platón por ejemplo). Todo lo real (y al decir real me refiero a todos los “trazos” que articulan la trama de relaciones en las que se las ha el hombre con su en-torno) tiene de alguna manera una referencia al espacio. En cierta forma, es la esencia del espacio, su “espaciosidad”, la que es en sí misma co-extensiva con cualquier cosa real (cualquier gesto, límite, determinación puntual); de allí que, en cierta forma, el espacio (entendido desde la espaciosidad) sea un carácter “trascendental” de la realidad misma, pues en este carácter se está gestando la articulación ulterior de cualquier contorno, límite, posición posible desde dónde nos situamos.

Pero, ¿qué es esa espaciosidad del espacio? ¿Es algo propiamente tal? Tratemos de indagar en la “Zona” sin extraviarnos. ¡Abramos bien los ojos!… La espaciosidad es lo que permite y constituye un espacio (le abre Espacio al espacio para que éste “espacie” de un modo determinado); o, si se quiere, se podría decir que la espaciosidad es la condición de posibilidad de cualquier tipo de espacio: ya sea un espacio geométrico (espacio libremente construido para diseñar juegos de trazos, configuraciones), ya sea un espacio físico (espacio que se impone en y por sí mismo como trama dinámica de momentos), ya sea un espacio creativo (espacio en el que se está para meramente dar cabida a la inspiración de las musas), ya sea un espacio urbano (espacio que se diseña para que habite el hombre), ya sea un espacio político (espacio en donde todos tenemos algo que decir), etc. La espaciosidad es, por decirlo de alguna manera “anticuada”, un principio estructural; los distintos espacios son las estructuras que ese principio hace posibles. Pero esto, de inmediato, tenemos que matizarlo, pues es un principio muy especial porque radicalmente él no es fundamento de nada, sino la articulación (Verhältnis) misma de esos momentos dinámicos; es un principio que es fuente abismal (Ab-Grund) de múltiples espacios. Y de esto hablaremos en este preciso lugar. Y lo haremos desde ciertos indicios, huellas, rastros y grietas que están en el suelo de la experiencia humana. Estas grietas pueden dar mucho de sí en este siglo que ya se levanta como el siglo del espacio (mientras que el siglo XX lo fue del tiempo). Son ideas que piensan “eso” originario que está como un horizonte dador de los espacios en la inmediatez misma de las cosas. En “eso” originario nos encontramos con unos términos que pueden ser señales que nos guíen por nuestra meditación, pues “eso” está en todas partes. Uno de ellos, es el término “ligadura”, otro el de “rumbo” y finalmente el de “ruta”. Estos términos se articulan entre sí por medio del vocablo “cruce”. En verdad, nuestro pensamiento versa sobre los “cruces”; de “cruces y encuentros” versa lo originario del espacio. Lo veremos a continuación.

¿Por qué la idea de cruce nos permite pensar lo propiamente espacial? ¿Qué mienta un cruce cualquiera, uno de los tantos que hay y que nos topamos a diario? ¿La “Zona” tarkovskiana es un cruce? Si lo pensamos extrínsecamente, el cruce es un “cruce de algos” (da lo mismo el tipo de algo que se cruce en el cruce; por ejemplo, podría ser un cruce de caminos), pero en él se da siempre un encuentro o, si se quiere, un choque, o, una mera casualidad o, una simple irrupción o, una inevitable necesidad o, un rotundo extravío (lo más común es perderse en los cruces). Lo que nos sugiere el término de modo más radical no es entender a la primera el cruce como “cruce de algos”, sino de modo inverso. El cruce puede y debe ser considerado como el dador de espacios; el hecho de “ir a dar a” un cruce mienta la necesidad de pensar el cruce como algo diferente y renovado; los “algos” se constituyen en y por el cruce mismo. Desde el cruce se dan los “cruces de algos”. El cruce considerado de este modo virado es lo que intentaremos pensar, pues entorno al cruce se gestan límites, bordes, márgenes, funciones y contornos posibles para los espacios. Desde esos cruces, que a veces son muy marginales, surgen las fisuras, las grietas, las ligaduras que nos abren los espacios. Los espacios son como “rumbos” que se levantan sobre las ligaduras del abismo, sobre estas fisuras y trazas des-bordadas y des-limitadas.

Ahora bien, antes de continuar por este caminar, es necesario dejar claro de entrada que pensar lo propiamente espacial es, en verdad radicalmente, pensar, a una, lo que sea el tiempo. Y por esto se dice desde antiguo que: “El tiempo cuece [pacati] a todos los seres en el gran Atman; aquel por quien el tiempo es cocido, ése conoce el Veda”2. Ese carácter de unir a través de un cocer de hitos, de puntos, de momentos, de instantes nos va dando una idea de lo que es el tiempo. Y así, vemos que se da un carácter de espacioso en el interior mismo de lo que sea el tiempo. Podemos, por tanto, dar con un tiempo también originario y posibilitante de los tiempos (un “Tiempo” que da tiempos y que permite que éste temporalice) que surge de lo espacioso mismo; si el tiempo temporaliza es porque al tiempo mismo se le hace temporalizar y esto es el Tiempo en sentido originario; y, por tanto, el Tiempo da tiempo porque es en realidad un Espacio-Tiempo; ya que en ese dar se da espacio, se da lugar, se abre una grieta para que el tiempo temporalice. Como ya dijo no solamente la ciencia sino el pensamiento filosófico del siglo pasado, el “Espacio-Tiempo” (Zeit-Raum) es lo originario que está dando de sí a los espacios y los tiempos ulteriores; pero en tanto que el tiempo nos retrotrae al espacio nos podría llevar a un equívoco que hay que eliminar de raíz; ese espacio tampoco debe ser entendido como un carácter determinado en y por sí mismo, no en cuanto un “tal” espacio fijado, sino en cuanto un carácter de lugar pre-espacial (die vor-raumliche Ortschaft), un carácter fundador de cualquier tipo de espacio. Ese Espacio-Tiempo radical y propio puede entenderse en su carácter activo de “espaciar” (einräumen); pues: “Espaciar es la liberación de sitios”, y por esto “se da espacio” (es gibt Raum). Por tanto, en esta meditación nos referimos al carácter espacioso que funda tanto lo espacial como lo temporal, pero que funciona como siendo anterior a ellos mismos, pero “en” ellos. Lo originario no puede ser visto como inicio, eso ya lo vio muy bien Hegel, sino como mediatización; y en ella nos movemos en este “espaciar”. Todo inicio qua inicio es una ficción que reposa en la soberbia metafísica de que puede haber algo que principie desde algo que no está principiado: ¡Dualidad de Mundos! Es la soberbia de creer que puede darse un “corte” absoluto, un “límite” absoluto.

Es muy interesante señalar que la etimología del término tiempo tiene en sí misma una raíz espacial, de allí su radical articulación e in-cardinación; el tiempo se in-cardina en el “cardo” espacial. Lo que se mienta con esto es un cruce, desde el cual se pueden ver dos momentos, por una parte, mienta el carácter puntual, el carácter de corte que lo constituye y, por otra parte, indica el carácter de continuidad propio de él mismo (es el corte en su abrirse, en su salida; estamos en la idea primitiva del “cocer temporal”): “La palabra tiempo deriva de uno u otro de dos verbos griegos, contradictorios, de los que uno, ?(temno), significa cortar, de donde sacamos sin duda nuestras medidas y nuestras fechas, y la otra, (teino), tender, cuyo estiramiento expresa muy bien el flujo continuo sin ruptura”. En el análisis radical de lo propiamente temporal salta a la vista el punto y en ello, de inmediato, surge la continuidad. Y esto es muy importante nunca olvidarlo. Una continuidad (llamada genéricamente sin entrar en el problema geométrico de espacios continuos o discretos) entendida desde un soporte topológico en donde cada punto es un punto “junto a” otro punto, “vecino” a otro punto. En el multiverso de los puntos estamos ya en ámbitos de “vecindad”. El tiempo no puede rehuir su carácter “espaciante” que lo constituye. De allí la impronta del “ahora” como una “exteriorización” del punto. El “ahora” como una “salida” (ex) del punto como lo “espaciante” mismo.

Una categoría que explica de buena manera lo que estamos señalando, en torno al Espacio-Tiempo, a la luz del cruce, es la antigua categoría de “ex-de”; lo que busca plasmar estar categoría es lo que hemos visto al comienzo de esta ponencia: la total salida de este lugar al otro (se sale en “vista a” desde un “de”); ese transitar de un lugar a la “Zona” ya es la “Zona” misma. La “Zona” es en sí misma una tensión entre un untergehen y un übergehen (es un sumergirse para salir adelante en un transitar). Intentar indagar lo que mienta ese (-) del término “ex-de”, de manera más formal, es lo que hemos nombrado de modo más acertado con el vocablo cruce (es la articulación misma del untergehen y del übergehen). Para ver esto, ver la riqueza del “ex–de” tomemos como una interposición, un radical y diferente “entre” (Zwischen) en el espacio temporal y espacial, que liga el “ex” y el “de” en un “ha lugar”; esto mienta lo que radicalmente ese (-). Por tanto, la espaciosidad es el principio mismo que da origen a los distintos modos de estar abriendo espacios, pero modos que son posibilidades “momentuales” y de los instantes mismos; modos que no son más que modos en que eso espacioso está siendo como cruce dador de espacios. De allí que el vocablo de “ex–de” nos faculta para pensar dinámicamente esos cruces en los cuales se está siendo en un “in” y en un “ex”, a la vez. Desde el cruce se abre en la medida misma que cierra.; y allí ya está naciendo el espacio, en su carácter puntual, en el carácter de total “instante” (Augenblick); es el vistazo mismo de la intersección que hay en el cruce (ese “repentino y repetido” choque que está presente en el devenir mismo de todo cuanto hay en su mero contraponerse, de cualquier instante puntual “aquí y ahora” por siempre). Y todo esto es lo que mienta ese instante como punto. Y este carácter puntual tenemos que seguir analizando “aquí y ahora”.

Para entender lo que sea la espaciosidad de la “Zona” tenemos que pensar en el momento unitario que la constituye desde su límite: el punto. Un punto que no es nada abstracto y separado. Un punto que no es nada en y por sí mismo. Un punto que está en todas partes y a la vez en ninguna. Un punto que se determina en su inmediatez solamente desde la “mediatez” de todos los puntos. Sí, estamos en medio de un “juego de palabras”, pues no hemos nunca salido de la “Zona”... ¡Estamos en ella! Y en ellas nos movemos… Sí, en la “Zona” estamos en medio de (bei) una excedencia puntual (estamos en “nuestra verdadera Casa”). Pero tal excedencia está ahí en todos los cruces que ensamblan nuestro contorno vivencial. Por lo señalado, la espaciosidad es la condición primaria y originaria; y nos señala el espacio desde el horizonte abierto por el punto o, si se quiere, del gesto en una consideración existencial del espacio. Lo que sea el espacio estará adecuado a lo que sea el punto como unidad continuamente básica y constitutiva de cualquier tipo de espacio (y lo mismo debemos decir del tiempo y su ahora que lo constituye). Y este punto será en su manifestación nada mas que una plasmación del “ex–de”, una rasgadura en la totalidad continua, un corte o sección; una cuerda sobre un abismo (“ein Seil über einem Abgrunde”) dicho en palabras de Zaratustra. Es muy interesante señalar que esta idea esencial de entender el punto como “ex–de” ya fue pensada de forma brillante por Hegel. El filósofo suabo nos muestra que la primera determinación de la naturaleza es el espacio, pero éste es entendido como Aussersichsein, “ser-afuera-de-sí” o, si se quiere, “estar-fuera-de-si”. Así entendido, estamos ante el carácter de radical ex-centricidad, fuera de todo “centro”, de todo medio (Mitte) que constituye lo natural. Por eso Nietzsche dice en su obra abismal que: “Die Mitte ist überall” (en cierta forma es una traducción del clásico: “Das Sein ist unbestimmte Unmittelbare” de la Wissenschaft der Logik). Con ello está pensando en el instante como mirada en un hecho determinado en que lo infinito se torna finito; es, si se quiere, el rasgo de “trans-finitud”, o de la in-finitud, por ejemplo, de un plano fílmico que en sí mismo “esculpe el tiempo”. La eternidad queda fijada, contenida, agarrada en la finitud misma de un plano… ¡Esto es un cruce!, pero visto inesencialmente desde los relatos que éste abre.

Desde esta categoría radical del cruce en su momento puntual se va constituyendo la totalidad: “La primera o inmediata determinación de la naturaleza es la abstracta universalidad de su ser-fuera-de-sí, cuya indiferencia carente de mediación es el espacio. Este es el uno-junto-a-otro [Nebeneinander] enteramente ideal, porque es el ser-afuera-de-sí simplemente continuo, porque ese uno-fuera-del-otro es todavía enteramente abstracto y no tiene en él ninguna diferencia determinada”9. Sí, Hegel tiene cierta razón, pero cierta, porque no estamos en nada abstracto sino, dicho en su propio lenguaje (del primer Hegel), ese carácter de la exteriorización de lo natural que descansa en lo puntual es lo que atraviesa el mismo Geist (no tiene sentido en pensar que sea algo anterior o posterior al “Espíritu”). El espíritu para ser acabadamente lo que es, se sale fuera de sí, esto es, el pliegue necesita su despliegue natural en inmediatez física para ser plenamente pliegue (es la tensión que va desde el bei sich al bei uns del propio absoluto por ser bei sich selbst sein). Allí mismo está todo lo que mienta el “ex–de” como punto, pues muestra que todo punto es solamente punto “entre” otros puntos, donde cada uno está centrado desde el todo, o, lo que es lo mismo, cada punto está en todas partes. De allí que en verdad, el cruce seamos nosotros mismos; cada uno de nosotros. Por este motivo, tanto Kubrick como Tarkovsky (o San Buenaventura como San Anselmo; o en los míticos San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila; o en las tendencias del pensamiento oriental ya en su vertiente dura como en el Zen ya en su vertiente débil como en el Tao; o incluso en las mismas ciencias cuando el observador queda como parte “sustancial” del mismo proceso de observación; o en muchas de las expresiones artísticas en que el hombre se reconoce a sí mismo como autoconciente en la medida que se plasma estéticamente como lo “otro”) cuando tienen que mostrar el viaje originario del hombre a la “Zona” se nos vuelve en un viaje hacia nosotros mismos, su aparente exteriorización es la más radical interiorización. Nada “ex-terno” al cruce mismo limita las posibilidades determinadas de los espacios (como se puede leer desde una interpretación unilateral de, por ejemplo, Schelling: “… la verdadera esencia del espacio o, expresado más precisamente, la fuerza que propiamente establece al espacio, es aquella fuerza originaria que contrae al todo. Si ésta no existiera, o si pudiera cesar, no habría ni lugar ni espacio”10. La pregunta obvia que surge aquí es ¿cómo se entiende esa fuerza? Si se la entiende como en y por sí misma ya estamos perdidos)… ¡La “Zona” está en cada uno de nosotros! (esto es lo que indica Tarkovsky). Ella no es ningún tipo de fuerza, no es ningún tipo de ente o cosa que tenga alguna pretensión ontológica de querer ser más que mero momento de ensamblaje. Lo que indica esta idea es una idea tan vieja como el cristianismo, que puede ser rastreada ya en pasajes de Corintos a textos de Böhme, terminando (o comenzando) en filmes de Buñuel (es cosa de pensar ya en su surrealista “Perro Andaluz”, o en el lúdico “Ángel Exterminador”, o en su durísima “Viridiana” como en su absurda “Fantasma de la Libertad”, etc.). El punto es total des-centramiento. Pero no mera diseminación; esto es la diferencia total de esta ponencia con la perspectiva posmoderna qua posmoderna, por ejemplo, la derrideana; la que entiende el espacio desde una diseminación de la forma que como tal se muestra con una textura diluida en capas de capas y de capas: “Precisamente para evitar que exista un solo origen o un solo centro, ha imaginado [Derrida se refiere a Eisenman y su trabajo en La Villete] en su proyecto una multiplicidad de capas, de estratos que pueden parecerse a estratos de memorias. El conjunto es una especie de palimpsesto, donde capas de proyectos se superponen, sin que haya uno que sea más fundamental o más fundador que el otro”. Nosotros, en cambio, vemos solamente posible tanto la diseminación como la donación de formas (o in-formación), esto es, tanto la posmodernidad como la modernidad solamente como rumbos posibles desde el cruce; rumbos posibles entre otros. La diseminación es una posibilidad entre otras (y con esto nos referimos a la propia deconstrucción). Con la posmodernidad no hay cómo entender la modernidad que la constituye, pues no es un pensamiento desde los “cruces”.

La “Zona” es, en cierta manera, una respectividad en continuidad de puntos, en donde cada uno no tiene ningún privilegio sobre los otros y en donde cada uno es mera “cortadura” (el término alemán del famoso matemático Dedekind es Schnitt que se traduce siempre en inglés por cut). En realidad, lo que estamos diciendo es que no existe “the final cut”, eso sería volver a caer en la metafísica (en una comprensión errada de la in-finitud, que conlleva la dualidad de mundos y supone un “corte final”); no existen dos planos absolutamente contrapuestos; no es posible que lo finito corra paralelo a lo infinito como su contraparte fenoménica y accidental. No hay un verdadero mundo que se contraponga a un mundo de apariencias y que también lo fundamente por fuera de éste; cuando se ha eliminado la línea del corte del horizonte se elimina tanto un mundo como el otro (los mundo se desvanecen como “fábulas” cuando se eliminan estos pretendidos cortes finales). No hay ese supuesto originario griego (o, mejor dicho, la interpretación nihilista de la experiencia griega de Arquímedes) que atraviesa occidente y que posibilitó el advenimiento del horizonte metafísico en todas sus variantes. ¡No es posible “the final cut”!; un ejemplo de ello en la actualidad es el fracaso interno de la música del siglo XX que buscaba el límite absuelto de todo, buscaba y anhelaba metafísica… ese es el error de la música ya de Schönberg como del Jazz, como de Pink Floyd. La metafísica con sus últimas manifestaciones ya como existencialismo, ya como hermenéutica, ya como estructuralismo, ya como positivismo, ya como ciencismo, ya como analítica, ya como ideología, ya como post-estructuralismo, ya como anarquía, ya como imperialismo, ya como fanatismo, ya como terrorismo, ya como capitalismo, ya como relativismo, ya como moda, ya como post-modernidad, ya como globalización, ya como el G-8, ya como Greenpace, ya como nihilismo, ya como orientalismo, ya como “está todo permitido”, ya como un “Warhol qua Warhol”, ya como derechas, ya como izquierdas, ya como ocultismo, ya como New Age, ya como nacionalismos trasnochados, ya como guerras contra “ejes del mal”, ya como un simple “¡nunca más te amaré!”, ya como integrismo religioso, ya como superstición, ya como un eufemismo “Solución Final” para el exterminio de un pueblo, etc., etc. son inviables porque suponen “el corte final”.

Aquí ya estamos en las aguas de la “jovialidad” (Heiterkeit) del rumbo del habitar humano. El rumbo como punto, esto es, una “cortadura” cualquiera nos señala lo propio de las funciones espaciales. Y este carácter respectivo de los rumbos nos indica que están siendo “junto con” otros rumbos. El rumbo constituye continuidad en su dinamicidad propia. Un rumbo por ser “ex–de” requiere a otro rumbo y a otro rumbo y a otro rumbo, etc. Y por esto el carácter puntual del rumbo es el que está a la base de cualquier tipo de espacio (esto es lo que posibilita la misma deconstrucción derrideana y a su vez todas las formas de pragmatismo). Y cuando se dice que está a la base tenemos que precisar que no es nada “fundamental” o sustancial o sustantivo; no es nada ni por detrás, ni por abajo, ni por arriba… ¡No!... Estar a la base aquí señala el carácter mismo de radical apertura, de caos que constituye a todos los rumbos entre sí. Tanto el espacio geométrico, como el espacio físico, como el vital, etc. se constituyen desde una continuidad inespecífica del carácter de rumbo; desde la trama articulada de los rumbos; de rumbos gratuitos que se afirma y niegan entre sí; de rumbos sin “cortes finales” que bailan entre sí (por esto, las cosas: “… prefieren - bailar sobre los pies del azar”).

En esta “Zona” en que se puede ganar la vida en tanto que la pierdo vivimos ligados a un “cruce”. El cruce, como “ex–de” puntual que “trans-fine” los límites dicotómicos de lo limitado y lo i-limitado, mienta un tipo de “ligadura”; si lo limitado fuera limitado y nada más que limitado no habría nada limitado y si lo ilimitado fuera ilimitado y nada más que ilimitado no habría nada ilimitado. Tanto lo limitado como lo ilimitado solamente puede acontecer como lo no-limitado; este es el cruce, esto es la ligadura. Es una ligazón que articula lo circundante, que da de sí espacio y tiempo en ese hundirse en el transitar. El guión (-) como ligadura que está a la base del cruce nos permite entender que lo espacioso dé espacios y tiempos. Los libera en tanto momentos de la ligadura; son como “funciones ligantes” de lo espacioso mismo. Los espacios ya constituidos no son nada en y por sí mismo; son, en realidad, funciones ligantes que nos abren espacios de manera activa (como ya lo hemos mostrado más arriba). Los distintos espacios que surgen desde el cruce son funciones que ligan, que articulan entre sí distintos referentes puntuales desde un modo determinado; y los articula en espacios y tiempos cobrados (no como “el” espacio ni “el” tiempo para la soberbia ontológica de querer ser más que Augenblick). Los espacios son tramas ligadas, abiertas desde el cruce. En torno a este cruce originario y dispensador de espacios, como funciones que articulan diferente universos espaciales, se dan rumbos (el rumbo es el mismo punto en cuanto experiencia humana que deambula desde estas funciones). En los espacios abiertos en estas funciones en torno a los cruces surgen rumbos. No tienen sentido ni dirección son meros “caminar haciendo camino”. Dicho en versos de Machado cuando nos señala: “Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

En la “Zona” ya estamos en un mero “caminar” y en ella misma solamente vemos rumbos que giran y giran des-centradamente. Rumbos que como girasoles de Van Gogh se salen, se des-bordan, se ex-ceden de cualquier textura que pretenda ser un límite. No se puede atrapar al cruce, en él estamos y desde él están los rumbos dando de sí. Son rumbos que nos pueden llevar de la mano de Joyce por los círculos de la conciencia, o por las oscuridades de los rincones de Lynch, o por las miradas devastadoras de un “Guernica”, o a perdernos en los parques parisinos de Eisenman y Tschumi, o a caernos en juegos pseudo topológicos de grietas mentales lacanianas, o a estremecernos por la barbarie de unos explosivos en unos trenes madrileños, o llevarnos a socorrer a un perro atropellado en algún cruce, o a hacernos creer que un voto sí puede cambiarlo todo, o nos hace sumergirnos en el hundimiento y ocaso de la tristemente bella Bess de Last von Trier, o nos lanza a quedarnos boquiabierto en un cabo perdido de la costa griega (en cabo Sunion), o nos mueve a amar porque sí la mirada de una hija, o quedarnos sumergidos en uno de los tantos silencios de la música de Cage… o… o… Los rumbos son como esos “excesos” de Huidobro y sus cantos finales de Altazor.




















Los espacios y tiempos abiertos por estas funciones son rumbos que posibilitan el “caminar haciendo camino”, esto es, el “habitar” (wohnen) originario en la cotidianidad. En cierto sentido, el habitar es un habitar en torno al cruce, en sus límites. Se habita en ese caminar radical del rumbo del caminar y en ese habitar surge una “vencidad” que nos arropa y atempera (pero que muchas veces nos des-protege dejándonos en la intemperie) y nos lanza por “rutas” determinadas. Nos damos la mano en esos cruces y así nos topamos y hacemos casuales y azarosos rumbos en ámbitos de comunidad y de vecinos (a veces, las más, no nos damos las manos sino la espalda, es lo propio de la violencia en toda sus formas posibles… es una especie de intento de “corte final”). Y solamente allí luego de modo demasiado lejano se apresta el momento de clasificar y jerarquizar esos rumbos, de darles sentidos, funciones, fines, límites (valores) y allí la “ruta” hace su entrada. Gracias al cruce como “ex–de” es posible el rumbo y luego la ruta: se camina en una cierta dirección solamente cuando ya se está en rumbos de caminos y estos a su vez son solamente posibles en las ligaduras de los cruces. En verdad, se tiene que precisar que todo rumbo como “caminar haciendo camino” es un rumbo que funciona en tramas de rumbos, pues están incardinados en las funciones ligantes de los cruces que todo lo “trans-finen”. Todo rumbo es un “multiverso” de rumbos (ya no es tiempo de “universos”, ni de espacios absolutos, ni de tiempos absolutos, ni de posiciones absolutas, pues “no hay corte simpliciter”); los rumbos se articulan de manera espontánea, en gratuidad. “Ewig Ja des Seins”, lo decía Nietzsche en un ditirambo al final de su vida cuerda y limitada en un espacio (el suyo).

No hay razón que valga en las tramas articuladas de los rumbos; no hay límite, fin, sentido, borde que pueda con un rumbo. No hay razón válida que pueda dar cabida a un “amanecer”, a una “ola”, a un “riachuelo”, a una “nube”, al “viento”, a “esa” gota de lluvia, a un “árbol”, a una “aurora” (“Hay tantas auroras que todavía no han resplandecido”), etc. Y este carácter esencial del rumbo es el que está posibilitando cualquier habitar del hombre en torno al cruce. De allí que tengamos que pensar y re-pensar el cruce de mil maneras posibles (e imposibles y absurdas, esto es, con el preguntar que dice ¿qué pasaría si…?... en torno al absurdo ya lo ha intentado el cine a lo largo de su corta historia; por ejemplo, Fellini en varias veces lo intentó, piensen en su “ y medio”). El rasgo de continuidad que está en la respectividad de los rumbos es fundamental para entender no solamente el espacio sino sobre todo el tiempo. De allí que Heidegger se detenga a pensar esto mismo para su pensamiento final; pensamiento que dejó de ser corte final después de Sein und Zeit. Una versión de este pensamiento topológico es lo que señala el carácter radical de lo que se llamaba “juego de espejos” (Spiegel-Spiel) en el pensamiento del Ereignis en su constituir ser y tiempo; es un constituir que articula en respectividad los momentos y es una respectividad que da lo propio a cada uno en su mutua pertenencia (Zusammengehoren); ese dar propio en la cercanía “misma” de los momentos manteniéndolos en su propia lejanía es lo que está mentando propiamente Ereignis. Esta unidad lúdica de cercanidad (Nahheit) es lo que mienta esencialmente el término Unter-Schied (tal vocablo puede ser traducido por diferencia, pero para evitar equívocos es mejor traducirlo por “inter-cisión”, esto es, cruce).

Pero volvamos a este “espacio” que nos reúne. “Aquí”, en este “instante”, y en este “lugar” estamos a las puertas del habitar del hombre. Estamos en la “puertas” que William Blacke las llamaba como el “entre”, el cardo que articula tanto lo posible y lo imposible (“the doors”), son como las puertas de la Teogonía o del Poema de Parménides. Son puertas que mienta originariamente cruce y nada más que cruce. Y ese cruce se vuelve en un habitar que da de sí “vecindad”; ésta siempre está “ahí” (Da) naciendo y pereciendo en torno a los contornos del cruce.

¿Qué mientan esta vecindad? En el fondo, en el límite, lo que se indica aquí es una unidad de “cercanidad” (Nahheit). Este carácter de cercanía o proximidad es muy recurrente en todos los textos de la etapa post Kehre de Heidegger. A veces en estos textos se habla de Nähe o de Nahnis como de su esencia: “Llamamos la proximidad [Nähe], en virtud de lo que ella en-camina: die Nahnis… Lo que constituye lo esencial de la proximidad no es la distancia, sino el en-caminar del en-frente-mutuo [Gegen-einnander-über] del uno y del otro de las regiones de la cuaternidad del mundo. Este en-caminar es la proximidad en tanto que Nahnis”. Ese carácter del en-frente-mutuo mienta un tipo de cruce; en este caso el gran cruce “mítico” de su “Cuaternidad” (Viertig). Y es este co-mirarse de los momentos lo que llama vecindad (Nachbarschaft) e instaura al vecino (Nachbar). Lo podemos ver más claro de esta manera: “… Vecino [Nachbar], como la propia palabra lo dice, es uno que habita en proximidad [Nähe] y junto a otro. Este otro deviene así él mismo vecino del uno. La vecindad [Nachbarschaft] es de este modo la relación que resulta del hecho de que uno se establece en la cercanía del otro. La vecindad es el resultado… la consecuencia y el efecto del hecho de que uno viene a establecerse frente al otro”. Para explicar este carácter de vecindad en sentido activo y fuerte, podemos verlo desde el hombre y su modo de habitar (wohnen) en el mundo, en la “Cuaterna”. Lo que antiguamente en Sein und Zeit era una estructura propia del Dasein en tanto in-der-Welt-sein ahora es pensada originariamente desde el mítico habitar del hombre en la “Cuaterna” (el “estar en el mundo” ha dado paso al habitar en la Cuaternidad). En esto se ha dejado de lado el lenguaje técnico de su primera gran obra (lenguaje que hunde sus raíces en la “gramática de la metafísica de la presencia” y, por ende, no es un decir de cruces, sino de “corte final”). El hombre se entiende desde su morada que es “sobre la Tierra” y “bajo el Cielo”; y “con los mortales” y “ante los divinos”: “… ‘sobre la Tierra’ quiere decir ya ‘bajo el Cielo’. Ambos mientan también ‘permanecer ante los divinos’ e incluye un ‘perteneciendo a la comunidad de los hombres’. Por una originaria unidad se copertenecen en uno los cuatro: Tierra y Cielo, los Divinos y los Mortales”. El mundo, entonces, queda comprendido como la unidad misma de la “Cuaterna” o lo “Cuadrante” (¿estamos en la “Zona” con esta determinación heideggeriana?). Esta concepción del mundo es una concepción mítica de la transcendentalidad de los instantes dancezcos, de los instantes que irrumpen en la vida; y que está inspirada en la poesía en general y en particular en la de Hölderlin. Pues en la poesía se canta a lo natural, que es el asiento mismo del hombre en donde éste habita “propiamente” junto a los otros mortales y en espera del advenimiento de lo divino; en el propio límite del espacio para lo divino se abre una “Zona” apropiada y des-mesurada para el hombre de la razón simétrica. En este carácter del habitar en los límites de los rumbos, en estas funciones que posibilitan el habitar, es dónde aquí y ahora, en un “instante” (Augenblick) cualquiera y fugaz se puede dar el único permanecer que busca cuidar y mantener ese lugar propio en donde se habita efectivamente.

En esto ya estamos en la vecindad que surge del cruce en tanto habitar; vecindad que nace de los diferentes rumbos que están “entre”-tejidos unos con otros en este enclave mundanal. En verdad, la “Cuaterna” heideggeriana es casi el nombre mítico para nuestro simple, pero rotundo vocablo de cruce. Y gracias a este carácter de rumbo en vecindad, pues el caminar del hombre es su habitar en los márgenes de los cruces, es posible que luego se den y con necesidad las rutas. Solamente hay rutas porque de antemano hay rumbos. ¿Cómo el Stalker puede guiar a los ruteros si éstos ya no están de antemano ya en la “Zona”? (como Hegel decía en la Fenomenología que el Geist “ist und sein wollte an und für sich shon bei uns”) y están en ella desde sus propio rumbos; los cuales ya han dado una cierta vecindad en su mutuo habitar “junto a” el cruce. Las rutas ya tienen sentido y dirección porque nunca han dejado de estar de algún modo referidos a los rumbos. Por medio de la ruta se va con dirección a cierto lugar determinado para permanecer allí; en la ruta se da el límite como posición determinada, pero nunca corte final (aunque a veces lo parezca o se la quiera hacer parecer). Aparecen los lugares en donde los ruteros y sus rutinas caminan por la vida haciendo tal o cual cosa. El carácter inespecífico de la trama de rumbos se vuelve ahora en travesías que van y vienen por los lugares ya establecidos y constituidos por los rumbos originarios. Vivimos en las rutas ya abiertas y caminadas por los originarios rumbos del habitar del mundo desde los cruces. En tierras de rutas de toda índole se generan todo tipo de obras para habitar en vecindad junto a los cruces. La construcción mítico-poética de Heidegger en torno al cruce como la Cuaterna nos posibilita dialogar con toda una filosofía que nace en torno a la diferencia y a la posmodernidad, pero nos dificulta el pensar desde los límites mismos que surgen de los rumbos cuando se han vuelto rutas. Por esto no hemos preferido hablar en términos de la Cuaterna. Aunque nos señala de buena manera nuestra propia efímera mortalidad de tierra que se cobija bajo el cielo a la espera de lo que está por venir. Pero lo divino en Heidegger es una nueva modalidad, pasada por el pensamiento final Schelling, de ese Zu-kunft de Sein und Zeit (y allí ya está el “corte final”, su propia metafísica). Es ese futuro radical que no está de ningún modo pero que acecha en esa inespecificidad; es un tipo de venir que es lo absolutamente otro en el horizonte mismo de lo que está siendo en cada instante… Sí, pero en nuestros cruces de ligaduras esa inespecificidad nunca es un “corte final” de este modo de nuevo nos alejamos de ese “abismo negativo” que limita a Dios mismo desde sí mismo del último Schelling, del carácter de “envío” (Geschick) del Ereignis de Heidegger, de la radical “otredad” de Levinas, del “mesianismo” de Derrida… solamente nos quedamos y nos demoramos en un simple: “Denn, ich liebe dich, o Ewigkeit!”.

Mientras los rumbos siempre están replegados sobre sí (“Krumm ist der Pfad der Ewigkeit”), son pliegues que no quieren nada más que seguir siendo pliegues, las rutas son esos mismos pliegues radicales pero en des-pliegues. Se des-pliega el pliegue del rumbo y en esto se da un modo determinado de constituir vecindad. Se puede hacer de múltiples maneras, pero hay unas mejores que otras. Las rutas ya no son porque sí, ya no son gratuitas, sino que son porque se deben hacer; es útil para el desarrollo, para el despliegue del hombre en tu entorno; surge así la necesidad y todos los intentos de “corte final”. Con esto ya no da lo mismo cualquier ruta. Toda ruta siempre funciona como un vector. Un vector en donde el fin está signando su dirección y sentido. Y ante esto ya no se tiene que hacer nada; solamente dejarse estar en una ruta determinada. Esto es la necesidad de la persistencia de la metafísica en el despliegue del hombre desde su habitar en la “Zona”. La metafísica no es un error, ni una falsificación, ni un mal menor o mayor, sino que es el resultado mismo de la “ruta” (es el precipitado natural de ella). Son las rutas que a veces buscan independizarse y en ello aparece el fantasma y el espejismo del corte garantizador de la dualidad de los mundos (“son olas que buscan ser mar”)... en el fondo es un problema de lenguaje, un problema de gramática.

Estamos en la actualidad habitando junto a los cruces… La “Zona” está en todas partes, como estamos haciendo múltiples travesías de rutas, de rutas ya caminadas y que nos dejan lanzados en cierta perspectivas de la vida ya no nos atenemos a eso originario; ahora es necesario un Stalker que nos guíe por nuestra propia y más interiorizada “Zona” para que no nos perdamos... Desde que abrimos los ojos, los esbozos y proyectos funcionan como esos signos que mueven al hombre a su lugar propio. No nos podemos salir del carácter radical de ser ruta (y de allí la metafísica en todas sus formas de “violentar” los límites): “El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!”. Ese es el problema es que el desierto “¡está creciendo!” y la metafísica se expande de múltiples formas. Y la violencia del corte final nos amenaza con rotundidad “aquí y ahora”. Respecto de esto nos surge la pregunta ¿es posible el rumbo en la actualidad? ¿Hay posibilidad para la experiencia radical del rumbo por el mero rumbo? A veces sí y otras no. El hombre se ha forjado un espacio para habitar, desde una determinada función ligante del rumbo, y desde ese espacio determinado que se vuelve en su lugar propio puede a veces barruntar los rumbos y sus tramas que lo envuelven. Y en ello podría hacerse cargo de esa ligadura, de ese “entre” radical que todo lo espacializa en la medida que está cerca y alejado de la ligadura como cruce. Ese doble juego especular de la cercanía que se aleja es lo que permite el con-fluir y el simple fluir de los vecinos en su habitar en los márgenes de los cruces; y es precisamente esto lo que dio y da origen a seguir creyendo que todo puede cambiar o, lo que es casi lo mismo, que todo siga igual (como ya lo dice Visconti en su gran El Gatopardo, que es una trascripción de Hegel: “todo debe cambiar para que siga siendo lo mismo”)...

Nietzsche señala la misma idea de cruce en su Zaratustra de esta manera: “Den Weg nämlich – den gibt es nicht!”. Pero ¿cómo podemos estar pensando un pensamiento de los límites del espacio sin pensar en un camino? Pues justamente de lo que se trata no es de caminos, sino de meros cruces. Y solamente allí se dan posibles y ulteriores caminos. Desde los cuales vivimos y arriesgamos nuestra vida… ¿Dónde hay un cruce hoy? ¡Aquí!... y éste está dando “estrellas danzarinas”... Una antigua deidad pagana llamada Hermes, que ha estado presente en toda esta ponencia siendo nuestro Stalker, estaba siempre parada en los cruces, y allí permanecía expectante, al acecho (así como el enano “De la visión y el enigma” de Zaratustra); siempre en los límites de la mesura buscaba guiar al transeúnte, pero a veces terminaba solamente extraviándolo. Él era el “doble sentido de guía y enredador, el dar y el quitar repentinos, la sabiduría y la artimaña, el espíritu del amor alcanzado, el espejismo de la luz incierta, el misterio de la noche y de la muerte”… era el “Polifacético”… en definitiva, él era un mensajero, no el mensaje y como buen mensajero buscaba y buscaba a quién dar su mensaje… y el mensaje, si se ha entendido, es que no hay mensaje.

Ricardo Espinoza Lolas, Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor y Director de Postgrado Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

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