viernes, 10 de abril de 2009

EL HAMBRE, LA RURAL Y LA ARGENTINA



Matar a un niño

Por Vicente Battista

Ante un niño que muere de hambre, La náusea no tiene sentido”, señaló Jean-Paul Sartre a comienzos de los ’60. Entonces, a muchos de nosotros, que transitábamos la adolescencia, esa sentencia nos pareció una exageración. Entendíamos que La náusea continuaba teniendo sentido, incluso con chicos muriéndose de hambre. Claro que por aquellos tiempos en nuestra tierra, mal que mal estábamos prudentemente alimentados: el hambre sucedía más allá de las fronteras. Hoy la tenemos aquí, a la vuelta de la esquina. Sin embargo, esto no parece preocuparnos más de la cuenta. En la última encuesta a nivel nacional, realizada en el mes de julio, los tres principales temas que nos intranquilizan son: la inflación (35,4%), la inseguridad (20,8%) y la educación (12,8%), el restante 31% está referido a otros asuntos, el hambre no figura entre ellos.

¿Es que miramos hacia otro lado? Sí, miramos hacia otro lado. En definitiva nosotros, los encuestados, comemos a diario, aunque sí nos inquietan el aumento de precios, la falta de seguridad y el bajo nivel de educación. ¿Cuánto tiempo más va a durar esta hipocresía?

Eduardo Pavlovsky en “Pelota de trapo” (una nota que apareció el 30 de julio) se refirió de lleno a eso, abrió la caja de Pandora y llamó a las cosas por su nombre. Habló de un pibe que tenía 4 años y que pesaba menos de 8 kilos. Vivía en Nonogasta (La Rioja) y murió, simplemente murió, por no tener qué comer. Ahí mismo, en ese mismo rincón de La Rioja, hay otros cuatrocientos pibes que corren igual peligro. Y ese espanto se repite en el resto de la Argentina.

Solemos estremecernos cuando vemos las fotos de aquellos niños que padecieron los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Nos alteran esos pequeños esqueletos que se mantienen de pie a pura voluntad y que nos miran con ojos vacíos. Pero, claro, eso sucedió en la vieja Europa y hace tantos años; por consiguiente, demos vuelta la página.

No, no demos vuelta nada.

Si viéramos una foto de ese chico de Nonogasta, o una foto de todos los chicos que sufren hambre, comprobaríamos que se trata de una imagen idéntica a la de aquellos niños de los campos de concentración. Por eso, mejor no sacar fotos, no mostrarlos.

Aunque en rigor de verdad, seguimos pensando en los más pequeños. Recuerdo las palabras del vicepresidente Julio Cobos durante la madrugada del miércoles 16 en el Senado. A la hora de desempatar a favor o en contra de los productores rurales, Cobos, con voz entrecortada y manos temblorosas, confesó que pensó en su pequeña hija. La niña le había anticipado todas las cosas feas que le iban a decir sus amiguitas si él votaba en contra. En el Congreso se discutía acerca de las retenciones y en el recinto no había fotos de chicos muriéndose de hambre. Cobos inclinó la balanza hacia el lado de los productores; nobleza obliga: es radical. Y un buen padre.

También recuerdo las láminas de Billiken con sus infinitos campos cubiertos de trigo y muchísimas vacas holgazanas pastando pacíficamente. Nos habían dicho que la Argentina era rica y fecunda, su producción agrícologanadera alimentaba a la totalidad de sus habitantes y a los habitantes de otros muchos países vecinos. ¡Eramos el granero del mundo! Ahora, a punto de celebrar nuestro bicentenario, volvemos a serlo. ¿Cómo se explica que en el granero haya chicos que se mueren de hambre?

El principio 4 de la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, señala: “El niño debe gozar de los beneficios de la seguridad social. Tendrá derecho a crecer y desarrollarse en buena salud; con este fin deberán proporcionarse tanto a él como a su madre cuidados especiales, incluso atención prenatal y posnatal. El niño tendrá derecho a disfrutar de alimentación, vivienda, recreo y servicios médicos adecuados”.

Nuestro actual gobierno apuesta en favor de los derechos humanos, pregunto: ¿hasta qué punto cumple con el principio 4 de la Declaración de los Derechos del Niño? Otra vez habrá que mirar la foto: que un chico se muera porque carece de un alimento para llevar a su boca es un claro insulto a esos derechos humanos que este gobierno defiende: hoy en la Argentina veinticinco chicos mueren de hambre por día.

En tanto la Sociedad Rural celebra su 122ª Exposición. Una robusta vaca de la raza Shorthorn acaba de ser consagrada gran campeona. El gran toro Cleto, también Shorthorn, de algo más de 1000 kilos y campeón el pasado año, en esta oportunidad sólo conquistó un segundo puesto. Se empañó de ese modo el emotivo homenaje que quisieron brindarle al valeroso vicepresidente. Castells ha ido a reclamar las cien vacas que dice le pertenecen por haber apoyado a los productores rurales, y De Angeli se pasea arrogante, firma autógrafos y luce orgulloso su nuevo diente. Están encandilados ante tantos grandes campeones. Por eso es natural que no se detengan a mirar la foto del pibe que muere de hambre. No les cabe en la cabeza, nunca les va a caber, que ese pibe vale más, pero muchísimo, muchísimo más, que todas esas vacas Shorthorn y que todos esos toros, llámense o no Cleto, que tanto admiran.

Ante un chico que muere de hambre, la vida misma deja de tener sentido, comienza a ser apenas una mala palabra.

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