martes, 14 de abril de 2009

RAFAEL NADAL_Cómo construyó su camino el mejor tenista del mundo

Nadal: El alma de la máquina

Cómo construyó su camino el mejor tenista del mundo

Nadal: El alma de la máquinaSu fibroso físico es una de las características que hacen que Nadal también tenga una legión de fanáticas Foto: Walter Iooss Jr. / Sport Illustrated / Getti Images

Para Rafael Nadal existen palabras que no significan lo mismo que para el resto. "Casa", por ejemplo. Cuando este tenista, el número uno del mundo, pronuncia "casa", no habla de ese lugar donde cada noche van a parar los huesos de cualquiera. Cuando Rafael Nadal lo entona, habla de un sueño al que puede acceder muy pocos días al año. Los que no ocupa en revolucionar la historia del tenis, un deporte al que ha llegado para marcar varios hitos.

Desde que empezó a rodar y asombrar por esos mundos, su vida ha permanecido atada a una pista, unas cuantas raquetas y un canasto de pelotas. La perspectiva parece poco acorde con la realidad, pero resulta un mundo en sí misma que por nada debe permanecer ajeno a un comportamiento ejemplar. "A mi ética", dice él. Otra palabra que en su caso adquiere fuerza propia.

Lo educaron desde niño para que se sienta un chico normal, para que sea consciente de que lo suyo no tiene nada de particular. Aunque esto sea difícil de creer después de haber ganado 33 torneos; entre otros, cuatro Roland Garros, un Wimbledon y un Abierto de Australia. Además del Premio Príncipe de Asturias, que recibió el año último, con sólo 22 años.

En esa necesidad de procurarle un entorno natural se han empeñado sobre todo sus padres, sus abuelos y su tío Toni, un auténtico ascendente deportivo, el hombre y el gurú encargado de ponerle los pies en el suelo cada día cuando le dice: "No te creas que por golpear una pelota y pasar la red eres mejor que los demás".

En cada fibra de los músculos de su cuerpo, Nadal guarda los mismos gramos de masa corpórea que de humildad, voluntad y fuerza mental. También sabe que tres de esas cuatro cosas son tan frágiles como una paloma. La voluntad es lo único que puede resultar inquebrantable. Por el contrario, el cuerpo se rompe. La humildad, sobre todo en un entorno tan competitivo y glamoroso, corre siempre serios riesgos. Por último, la fuerza mental depende en igual medida de las victorias y de las derrotas: cuando ganas, resiste; si empiezas a perder, se evapora.

"Al salir a la pista, soy muy consciente de que sólo pueden ocurrir dos cosas: que gane o que pierda", dice Rafael. En ese comentario, que el jugador hace mirando fijamente a la cara, se encierra tanto realismo como sabiduría. Tanta templanza como conciencia de lo que es el juego. "Al fin y al cabo, el tenis no es más que eso, un juego."

Con esa concepción, entre escéptica y realista de su negocio, Nadal observa sin dar excesiva importancia a las cosas que lo rodean. Sabe que por mucho que la publicidad lo presente como una máquina perfecta, como un robot o un superhombre indestructible, no lo afecta ni para bien ni para mal. Todo se reduce a dos posibilidades: ganar o perder.

Un chico transparente

Pero detrás de esa parafernalia que transmiten los anuncios se esconde un alma devota de una disciplina espartana, entregada al esfuerzo de superación. Un alma labrada por su entorno con el mismo esmero que el cuerpo que la reviste, con iguales propósitos que sus habilidades, basada en fuerzas y capacidades interiores que, en su aparente contradicción, producen un cóctel único. Ahí reside su fuerza. En el juego y la mezcla de factores contrarios. "No me importa que me consideren algo parecido a una máquina. Yo sé que, antes que tenista o deportista, soy persona. Cuando la gente normal nos observa, lo primero que tiene claro es eso: que somos personas por encima de otra cosa", asegura.

Parece Nadal un chico transparente. En sus coherencias, sus gustos y sus contradicciones. Tampoco puede evitar levantar curiosidad por el juego paradójico de sus virtudes. Y es que el muchacho nacido en Manacor, Mallorca, se antoja tan obediente como ambicioso en sus logros; tan humilde como fiero a la hora de conseguir un objetivo. Incluso tan razonable y temperado en la calle como explosivo y apasionado en la pista. Sin olvidar lo más llamativo de su parte camaleónica: que asombrosamente es diestro para la vida y zurdo para el tenis.

De esa balanza rica y contradictoria, Nadal ha hecho un arte. Hasta convertirse en un personaje que asombra mundialmente, precisamente por todas esas facetas dispares con las que él está revolucionando el tenis. Así lo reconoce Elisabeth Kaye, una periodista de Los Angeles que lleva tiempo siguiéndolo para elaborar un perfil en la revista Men´s Journal : "Consigue que su juego sea excitante. Está ejecutado sobre la base de virtudes opuestas. Por un lado, precisión, y por otro, poder, en la misma proporción, fuerza y toque, rapidez y reflexión, astucia e instinto. Al jugar compruebas que se ha convertido en un maestro de lo inesperado".

Por delante de cualquier otra cosa, Nadal se reivindica mallorquín. "La gente de aquí -comenta mientras conversamos en el pueblo de Inca- es tranquila. Pacífica y sin ínfulas: no vendemos lo que no somos ni tratamos de aparentar nada." En su caso, ese rasgo lo lleva hasta el final: "Hago lo que creo que es correcto. Para mí es básico no venderse, ser natural, no dar una imagen que no es la tuya ni que va contra tu ética."

Desde niño, pese a haber nacido para ese destino, ha ido superando obstáculos. Y dudas. Solamente tenía en claro que iba a ser deportista. Pero durante mucho tiempo soñó con dedicarse al fútbol. Aparte de contar con un héroe en la familia, como el tío Miguel Angel -legendario central de Barcelona-, el niño era un fenómeno. Toda una promesa en el Olimpic de Manacor, con el que llegó a marcar más de 100 goles en una temporada a los 11 años, según relatan Manel Serras y Jaume Pujol-Galcerán en su libro Rafael Nadal. Crónica de un fenómeno .

A esa edad lo motivaba mucho más jugar en equipo. Hoy también. De ahí que no hayan sido casuales su medalla de oro en los últimos Juegos Olímpicos de Pekín y sus triunfos en la Copa Davis. Aun así, el tenis es un deporte solitario. Algo que se antoja duro para un niño. Pero si en el fútbol goleaba, ante la red arrasaba. Así que tuvo que acostumbrarse a afrontar el futuro solo en una pista.

No ha sido duro. De hecho, no se considera solitario, ni introvertido. Cuando se le pregunta si ha tenido que aprender a defenderse en soledad, lo rechaza. Aunque tiene que buscar cierta aprobación. "¿Solo? ¿Me gusta estar solo?", le pregunta él a Carlos Costa, su manager. "No, en absoluto." Pero ahí, en la pista, con toda la presión, no debe de ser fácil sentir un miedo al vacío a veces. "Nunca me siento solo en la pista; tengo la compañía de miles de personas. Comparto con el público", comenta.

Esa es una de sus claves. Mientras existen profesionales que parecen regodearse en cierto autismo, Nadal responde siempre a los estímulos del ánimo. Aunque tiene otra cualidad. Nunca los aprovecha para humillar al rival. Al contrario, el respeto reverencial al otro es parte de su estrategia. De hecho, su relación con Roger Federer, esa bendita rivalidad, pasará a formar parte de lo legendario.

Más después de un 2008 en el que se produjo el cambio de reinado. Temporada que dejó para la historia el encuentro más espectacular que se recuerda: la final de Wimbledon. Aquel partido lo cambió todo. Siete horas de tensión -con suspensiones insoportables- y una lección de superación hasta romper los límites físicos y mentales de un deporte majestuoso. Poco tardaron leyendas como Björn Borg y John McEnroe, que ostentaban el título de la última gran rivalidad tenística universal, en reconocer aquel encuentro del 6 de julio de 2008 como el mejor de todos los tiempos y que le hizo a Federer perder un trono del que nadie había sido capaz de desalojarlo en cuatro años, durante 237 semanas.

Nadal confiesa ahora: "No sé cuánto tiempo me hubiese costado recuperarme de otra derrota en Wimbledon". La anterior lo destrozó: "Lloró, no sabía cuándo iba a poder volver a tener otra oportunidad. Pude consolarlo haciendo que valorara lo que entonces había conseguido", afirma su tío Toni. De aquella derrota también llegó la victoria. Aprendió de sus errores cuando lo tuvo cerca.

La rivalidad con Federer quedó marcada a fuego a principios de este año, con el primer Grand Slam, en Australia, en el que Nadal volvió a imponerse en la final. Esta vez, Federer rompió en llanto tras la derrota y tuvo que ser consolado por un caballerísimo Nadal.

Naturalidad

Es la marca radical de la casa. Naturalidad en este caso frente a la épica. El sello y el secreto de todo su éxito desde pequeño. Aquel niño que llegaría a ser el número uno del mundo asombró un buen día a su tío cuando, con cuatro

años, le pegó a una pelota de tenis. "Tenía un don innato", comenta Toni, que daba clases en el club de tenis de Manacor y que hoy es el entrenador de tenis más cotizado del mundo, aunque él sólo tenga un cliente: su sobrino.

Aquel don que al principio llamó la atención fue asentándose después a cada paso. Hasta que, con ocho años, se proclamó campeón de Mallorca. Fue en un torneo que jugaban chicos de entre 8 y 12 años. Un don para el que contaba con trabas físicas también y que alertaba de que no todo sería un camino de rosas. Cualidades tenía, pero también limitaciones, según admite su tío Toni. "De pequeño tenía problemas de coordinación, se tropezaba hasta con las rayas de la pista. En los entrenamientos era incapaz de dar golpes que luego, cuando competía, asestaba sin problemas. Lo de la coordinación nos ha traído problemas siempre con el saque", asegura su entrenador. Como también hubo que ir forjando un físico.

De niño era más bien enclenque. Nada que ver con la torre de fibra de hoy, ni un resquicio que permitiera imaginar sus excepcionales cualidades biológicas: su frecuencia cardíaca en reposo da 60 pulsaciones por minuto, aunque en condiciones límites puede llegar a 201. Esa sensación felina que muestra en la pista también tiene una explicación. Sus capacidades de salto son similares a las de los atletas de longitud y su resistencia queda patente en un consumo de oxígeno de 72 mililitros por minuto y por kilo: como un ciclista o un atleta de fondo.

La perfecta y soñada configuración natural de un completo portento. Todo eso, sin dietas agobiantes. Consumiendo chocolate, uno de sus vicios, a granel hasta que en 2004 lo convencieron de que debía cambiar su alimentación y aumentar los hidratos, la fruta y la verdura, en detrimento de la carne, y sin embutidos, fritos ni salsas. Mientras le dejen comer pescado, tampoco le importa. Los peces que él mismo saca del Mediterráneo cuando está en su casa y después cocina personalmente para comérselos con sus amigos. "Me gusta levantarme temprano, agarrar el barco y perderme en el mar. Luego puedo prepararlo yo, pero prefiero que lo haga mi madre. Le queda mucho más rico", dice el tenista.

En lo que no ha habido problemas es en desarrollar su poder mental. "Su fuerza y su disciplina le permiten tener una capacidad de sufrimiento elevada. Para ganar, hay que saber aguantar. El sabe", insiste su tío Toni. Tanto como para cambiar las herramientas de su cuerpo a la hora de jugar. Así ocurre que Nadal es diestro para todo en su vida menos para su trabajo. Agarra la raqueta con la zurda. "Eso también se ha exagerado. Han dicho que yo se lo había inculcado a propósito para sacar partido. Fue simplemente que jugaba de una manera más natural con la izquierda y decidimos que siguiera así. Aunque si le tiras las llaves o una pelota, las coge con la derecha", aclara su tío.

Con esas cosas ha forjado una fuerza capaz no sólo de llegar arriba, sino que además le dará aire para mantenerse. "Puede ser número uno por dos años, con tranquilidad. Los que quedan por detrás están a siglos de Federer y de él." La rivalidad entre ambos pasa de un campo a otro de forma electrizante. Marca una de las crónicas de superación más fascinantes y contagiosas en el deporte de hoy. Se respetan, se admiran.

"El es el mejor jugador de la historia", dice Nadal. "Cuando tienes un rival con quien compites de continuo, el respeto y la admiración es lo mejor que puedes sentir", asegura Toni Nadal. "Ambos son un buen ejemplo para la sociedad y para el deporte", añade.

Aunque su tío no es amigo de magnificar nada, todo el mundo sabe que este hombre sabio, con cualidades psicológicas y dotes para la motivación, es una de las grandes claves de su éxito. De pequeño, Rafael pensaba que su tío era mago. Adivinaba lo que quería comer. Si el niño decía "gambas a la plancha", Toni las sacaba y las preparaba. Así que no extraña que su mano lo haya conducido casi a ciegas hacia el camino de un triunfo cimentado en el entorno familiar, sin fomentar las excepciones, tomándose de la forma más sencilla la costumbre por el éxito de Rafael.

Fue el primer sobrino de la familia, hijo de Sebastià y Ana María. Tiene una hermana, Maribel. Cuando está en casa, es uno más. Hasta su madre lo obliga a hacer la cama. Siempre jugó en la calle, conserva amigos de la infancia y una novia también mallorquina. Es Xisca Perello, cuya relación se ha admitido siempre sin misterios.

Pero ha sido sobre todo su familia, el clan Nadal, la que ha ayudado a forjar un campeón. En ellos encontró códigos con los que comportarse en la pista. Desde la imposibilidad de tirar una raqueta al suelo hasta normas de educación que lo alejan de la provocación. Normas que lo colocan a años luz de frases como la que soltó, por ejemplo, Juan Martín del Potro para calentar la final de la Copa Davis. Dijo el tenista argentino: "A Nadal le vamos a sacar los calzones del orto". Rafa se ríe y aclara: "Yo jamás diría eso, aunque le entiendo, por la euforia. No me siento insultado, aunque yo prefiero ver las cosas desde el respeto".

Finalmente, Nadal no pudo jugar la serie final de la Davis por culpa de una lesión, aunque la ensaladera de plata quedó en manos del equipo español tras el recordado golpe que dieron en Mar del Plata, a fines de noviembre.

"Yo soy un jugador más, y eso quedó demostrado. Hay que hablar de los cuatro que han logrado este triunfo y hay que disfrutarlo. Yo lo he disfrutado desde casa. Con nervios, pero he disfrutado", señaló, con mucha humildad, luego del épico triunfo español.

Un futuro lejano

Tampoco lo afectan los sacrificios. Ni los del pasado ni los del presente. Aunque va acumulando ilusiones para un futuro aún lejano para él. Cuando deje atrás el umbral de los 30 años, como cualquier tenista. "En el tenis hay que aprovechar a tope el momento, porque no sabes cuánto va a durar", le ha aconsejado su tío. Tiempo habrá para otras cosas. Cosas de las que se priva, pero que no lo frustran. "Soy muy feliz con lo que hago. Un privilegiado. Me dedico a lo que quiero." Para retomar una vida que quedó estacionada cuando dejó el colegio en cuarto año del secundario, no hay prisa. "A estudiar seguro que no volveré", comenta Nadal. "Veo mi vida dedicada siempre al deporte", asegura.

El año último, además, ganó el premio Príncipe de Asturias, de manos del mismísimo Felipe de Borbón, que dijo de él: "Su comportamiento y sus sentimientos son un gran estímulo para los niños y jóvenes, quienes además de seguir sus éxitos deportivos aprenden de él su actitud caballerosa y llena de generosidad". Un verdadero orgullo para Nadal y su familia. Y unas palabras que lo pintan de cuerpo entero.

Por Jesús Ruiz Mantilla

La conexión argentina

El denominado ATP World Tour, el circuito tenístico masculino, es algo así como un circo que va de ciudad en ciudad ofreciendo sus funciones. Hoy en Buenos Aires, mañana en París, pasado en Melbourne. Normalmente lejos de sus familias, los tenistas conviven en la gira. Hablamos de muchachos, en su mayoría, de entre 20 y 30 años.

Nadal, además de compartir las horas con su cuerpo de colaboradores, suele disfrutar de los momentos de distracción con sus compatriotas Carlos Moyà y David Ferrer, entre otros. Y ellos, a su vez, se juntan con los argentinos David Nalbandian, Juan Martín del Potro y Juan Mónaco, por citar algunos ejemplos.

Comparten los hoteles. Y eso da pie a que cualquier habitación se convierta en un estadio donde se libran batallas futbolísticas en la PlayStation 3. Los duelos son feroces. Y las gastadas posteriores pueden durar días y llegar a comentarios durante las ruedas de prensa. Con Nalbandian, Nadal tiene duelos especiales.

Si los entrenamientos logran que los jugadores coincidan en el club, entonces habrá que pasar por las áreas de jugadores para verlos almorzando en comunidad y, como postre, batirse a duelo en el metegol.

El último de los argentinos en sumarse entre los amigos del español fue el tandilense Del Potro, que hace pocos días lo venció en Miami. Mónaco, otro tandilense, tiene una historia particular y más amplia con Nadal, un fanático del fútbol, a quien no dudó en regalarle la camiseta de su amado Estudiantes de la Plata. Por eso, cuando se le pregunta a este hincha del Real Madrid si en la Argentina es seguidor de ese equipo, responde: "Un poco sí, por Piquito".

Por Maximiliano Boso

El duelo

Roger Federer alcanzó el número 1 del mundo el 2 de febrero de 2004. Rafael Nadal llegó al segundo escalón del ranking el 25 de julio del año siguiente. Los dos titanes del tenis de los últimos años coinciden en una fecha: el 18 de agosto de 2008. Ese lunes, según los registros de la ATP, los roles se invirtieron y el español pasó a ser el primer tenista del ranking mundial.

Lo que pasó en el ínterin no es un hecho menor en el mundo del tenis, y mucho menos habitual. La persecución de Nadal sobre Federer duró 160 semanas (en este deporte, los rankings tienen siete días de vigencia).

Es la mayor cantidad de tiempo que alguien estuvo en ese puesto y, en el caso de Rafa, lo especial es que el número 1 siempre fue el mismo: Federer.

Con un tenis de gran desgaste físico, con piernas que acusan dolencias crónicas en ambas rodillas, con su reinado construido en gran parte sobre polvo de ladrillo, con un Federer que estaba llamado a ser el mejor jugador de la historia, parecía que el esfuerzo de Nadal caería en saco roto como la ley de la gravedad hace caer la manzana.

Sin embargo, el mundo se encontró con un español dispuesto a desafiar las leyes. Ayer, el único escollo para que Federer lograra ganar los cuatro torneos de Grand Slam era Nadal, dueño indiscutido de Roland Garros. Hoy, luego de que el mallorquín también le ganó al suizo las finales de Wimbledon (pasto, el año pasado) y a comienzos de esta temporada la de Australia (cemento), la realidad se invirtió. Como aquel 18 de agosto...

Sus grandes logros

  • Probó su primera raqueta cuando tenía cuatro años.

  • Ganó Roland Garros 4 veces (2005, 2006, 2007 y 2008), Wimbledon (2008), el US Open (2008) y el Abierto de Australia (2009).

  • En 2006, su seguidilla de 63 victorias sobre polvo de ladrillo se convirtió en récord, tras superar la marca que había logrado Guillermo Vilas (53) en 1977.

  • Es el primer tenista hombre que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias, después de que lo obtuvieron tres colegas mujeres: Steffi Graf (1999), Arantxa Sánchez Vicario (1998) y Martina Navratilova (1994).

  • Desde agosto de 2008 ocupa el puesto número uno del ranking ATP.

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