Los viajes de Verne
Julio Verne estuvo desde el mismísimo comienzo asociado al cine y a su evolución técnica: Georges Méliès lo adaptó varias veces, incluso para burlarse de los científicos de su época; Walt Disney lo eligió para ir más allá del dibujo animado; el excéntrico Michael Todd lo usó para presentar su espectacular sistema TODD AO; y ahora Hollywood lo adapta para lanzar lo que aspira a ser el futuro del cine: el 3D. Aunque la versión local de Viaje al centro de la Tierra finalmente llega apenas en las dos dimensiones habituales, bien vale una recorrida por la prolífica relación del cine con Verne.
Por Alfredo Garcia
1902. El viaje a la luna de Georges Méliès demuestra que el cine puede plasmar en imágenes cualquier cosa, incluyendo un libro tan ferozmente imaginativo como el de Julio Verne.
1955. Walt Disney necesita diversificar la producción de su estudio con un éxito que no dependa de los dibujos animados: lo logra con su impactante adaptación de 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne dirigida por Richard Fleischer.
1956. Todo Hollywood busca cómo superar en nuevos formatos y tecnologías el imbatible CinemaScope de la Fox. El excéntrico productor indie Michael Todd le entrega a la Warner el non plus ultra del entretenimiento familiar: La vuelta al mundo en 80 días, filmada con el sistema ultrawidescreen Todd AO y exhibida en 70 mm, tenía un cast con medio centenar de figuras de la talla de Marlene Dietrich o Frank Sinatra en apariciones especiales, y un guión que adaptaba cuidadosamente la novela de Julio Verne.
2008. Un nuevo sistema de cine 3D Digital promete revolucionar la industria del cine. Luego de lograr que casi mil salas estadounidenses adapten su sistema de proyección para cobrar entradas unos 4 dólares más caras, el flamante film estereoscópico se convierte en el mayor lanzamiento 3D de la historia del cine. Se trata de la enésima remake de Viaje al centro de la Tierra.
Con un presupuesto más o menos modesto de alrededor de unos 45 millones de dólares, la película con Brendan Fraser irrumpió en la taquilla norteamericana con toda la furia propia de una tocatta y fuga de Bach interpretada en órgano submarino por James Mason en el Nautilus. Más de 20 millones de dólares en un solo fin de semana hacen que este nuevo film inspirado en el segundo libro de un escritor decimonónico como Verne parezca más redituable, al igual que la nueva versión de un superhéroe surgido de un comic de fines de la década de 1930 como el Batman de Bob Kane.
El hecho de que en los cines argentinos la octava maravilla de 3D digital del nuevo Viaje al Centro de la Tierra no haya podido ser implementado –¡oops!– no debería inhibirnos para emprender un viaje por el tan bien explotado, y por otro lado tan subestimado cine inspirado en el Padre de la literatura de ciencia ficción, Julio Verne, todo un Capitán Nemo del cine de aventuras fantásticas apuntado a un gran público masivo pero pensante.
Sin poder aportar alguna otra tesis salvo la permanente y sorprendente eficacia de la novedad de lo antiguo, la siguiente vuelta al cine sobre Verne en menos de 80 películas no puede hacerle auténtica justicia a una filmografía tan extensa y variada y generosa en títulos tan interesantes como difíciles de conseguir, incluyendo films de Europa oriental sobre novelas tan raras como El Castillo de los Cárpatos.
Pero volviendo a 1902, hay que recordar que el cine de ficción tal como lo conocemos existe en buena parte gracias a dos franceses, Méliès y Verne. Más uno que el otro, en verdad, ya que el no literato experto en espectáculos de feria utilizó la novela de su compatriota como medio para burlarse del establishment científico de su era, además de potenciar al máximo, con efectos ópticos elementales y decorados minimalistas, las posibilidades de la imagen en movimiento a la hora de crear delirios inconcebibles desde cualquier otro medio artístico previo.
Méliès obtuvo más gloria con otras adaptaciones de Verne, incluyendo su versión para cine de la obra de teatro Voyage à travers l’impossible de 1904 y su gélida La Conquête du pôle, de 1912, basada en la novela Voyages et aventures du Captaine Aterras.
Como homenaje a aquellos viajes primitivos de Méliès, podemos señalar el videoclip de los Smashing Pumpkins “Tonight Tonight”.
Hoy nos resulta casi imposible concebir la importancia que tuvo la obra de Verne a lo largo y ancho del planeta durante la primera mitad del siglo XX, lapso en el que Un capitán de 15 años, Los hijos del capitán Grant y sobre todo el sufrido correo del zar Miguel Strogoff se clonaron en todas las cinematografías (incluyendo el cine soviético y el mexicano).
El personaje más celebre de Verne, el Capitán Nemo, apareció por primera vez en 1907. La remake de 1916 fue un film aparentemente impactante por su fotografía submarina. Nemo, el melancólico capitán del Nautilus, anárquico y apátrida, dispuesto a salvar el mundo destruyéndolo, es la quintaesencia del antihéroe verniano: llama la atención que en plena Guerra Fría, Walt Disney lo haya elegido como tema para su primera superproducción no animada: es decir, una apuesta de alto riesgo para el estudio de Mickey y Blancanieves. El director Richard Fleischer logró que la película estuviera a la altura de la fuente literaria, y que tanto su Capitán Nemo James Mason como sus prisioneros Kirk Douglas y Peter Lorre parecieran sufrir en carne propia cada pormenor del relato, incluyendo el combate con uno de los monstruos marinos más contundentes jamás filmados.
Como correspondía a una superproducción de aquella era de cine versus TV, 20.000 Leguas de Viaje Submarino de los estudios Disney estaba filmada en el formato de pantalla ancha de la Fox, el CinemaScope. Pero gracias al millonario excéntrico Michael Todd, la Warner tuvo un film de aventuras de dimensiones más épicas, e incluso anchas, que Disney. Todd (primer marido de Liz Taylor, desaparecido aún joven en un accidente aéreo) venía desarrollando formatos tecnológicos extravagantes que en algunos casos llegaban a incluir olor (el fallido Smell-O-Vision). Pero como productor indie casi nada le falló en La vuelta al mundo en 80 días (Around the World in 80 Days), obra propia que tiene como director acreditado a Michael Anderson (luego de la renuncia de John Farrow), tal vez la máxima adaptación de Julio Verne, filmada en su impactante sistema Todd AO (que corría a 30 cuadros por segundo, luego impreso en positivo de 70 mm provistas de múltiples bandas de sonido estéreo envolvente).
David Niven era el caballero flemático dispuesto a apostarlo todo con tal de demostrar a sus rivales reaccionarios que el mundo había evolucionado y era un mejor lugar donde vivir, obviamente dando vueltas sin pausa asistido por Cantinflas. De nuevo, hoy se puede subestimar esta pieza épica de entretenimiento familiar pensante, conocida por varias generaciones sólo como repetido título de matinés televisivas al estilo del Cine de Súper Acción de los sábados, sin que eso pueda compararse a su impacto al exhibirse en pantalla grande.
Este dato debería servir de muestra: la palabra cameo se hizo conocida a partir de este film y el casi medio centenar de figuras de primera línea dispuestas a aparecer en papeles de reparto o actuaciones amistosas. El mismísimo Orson Welles reconoció estar deprimido por no haber sido convocado por Todd para ninguna de estas apariciones, lo que se podría adjudicar a haber protagonizado una versión teatral previa de la novela de Verne también producida por el mismo magnate, nada proclive a egos mayores al suyo.
De casi todos los relatos imaginados por Verne, el más extraño sigue siendo su Viaje al centro de la Tierra. Su segunda novela, una angustiante metáfora de una era de exploraciones obsesivas, ya había sido filmada en 1910 por el pionero catalán Segundo de Chomon en una película perdida como tanto film del período mudo. No debe haber tenido mucho en común con la visión de Henry Levin para la Fox en su Journey to the center of the Earth de 1959, que permitía iluminar el abismo más profundo, llenando sus imágenes en CinemaScope de un ingenuo colorido tan atractivo como heterogéneo, igual que el cast que juntaba a James Mason con el astro teenager Pat Boone. La banda sonora del hitchcockiano Bernard Herrmann era un elemento esencial para la eficacia del conjunto, lo que volvió a suceder en una película con mucho mejores efectos especiales: La isla misteriosa de Cy Endfield es legendaria por sus secuencias fantásticas animadas cuadro a cuadro con el inconfundible estilo de Ray Harryhausen. Herbert Lom interpretaba a un convincente Capitan Nemo que de todos modos no podía competir con su colega volador interpretado por Vincent Price en la notable Amo del Mundo (Master of the World, 1961) que dirigió William Witney para la empresa de films de bajo costo American International Pictures. Un guionista de lujo como Richard Matheson podía recordar el espíritu anárquico de ese antihéroe verniano combatido por un precoz Charles Bronson.
Una lista interminable incluiría films de vanguardia como la producción checa El Fabuloso Mundo de Julio Verne (Vynález zkázy de Karel Zeman, 1958) o intentos de cine europeo con proyección internacional como Las aventuras de un chino en China con Belmondo dirigido por Phillipe de Broca... Además de múltiples variaciones impersonales de telefilms o miniseries de los mismos clásicos de siempre con pocos detalles de interés.
Justamente esto es lo que vuelve sorprendente la necesidad de unir este nuevo 3D digital a un libro de Julio Verne aunque sea en el título. El éxito de taquilla de la estrategia aunque sea sirve para insinuar la vigencia del responsable de tanto viaje demodé...
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